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Bitácora PI

LA INVASIÓN TERCERMUNDISTA

LA INVASIÓN TERCERMUNDISTA

Torcuato LUCA DE TENA

 

   Todo hombre y toda nación tienen el sagrado derecho de preservar sus diferencias y su identidad en nombre de su futuro y en nombre de su pasado. Y esto lo proclamamos ante el riesgo que supone para Occidente la invasión pacífica de Europa por los indigentes del Tercer Mundo.

   Podemos precisar: por respeto a su pasado y por prevención de su futuro. Por respeto a su pasado, porque toda nación es como una nave ya anclada en la Historia con unas características determinadas -idioma, costumbres, religión, familia, tradición, escala de valores- cuidadosamente preservadas a través de los siglos, y que conforman su personalidad única y diferencial. Y por prevención de su futuro, porque no es admisible que una sola generación, en nombre de unos principios pasajeros, de ética dudosa (aunque se ampare en ella) transforme de un plumazo la idiosincracia de pueblos viejos y gloriosos que son su ciencia, investigación, audacia, descubrimientos y modo de ser, han ido elevando la dignidad de la especie humana a límites impensados. Esto es Europa: no un espacio geográfico determinado, sino una cultura en que cada uno de sus miembros jugó en su día un papel determinante, como si se hubiesen distribuido la especialidad del trabajo para transformar a la especia humana en algo muy superior a su condición animal: cuna del genio y del ingenio; de los descubrimientos geográficos, químicos, biológicos, físicos, astronómicos, atmosféricos y técnicos; traductores y enunciadores de las leyes de la Naturaleza; domadores y primeros usuarios de las ondas invisibles, el sonido y la electricidad que pueblan el espacio; taller inmarcesible de todas las artes; inventores del derecho internacional, civil, penal y político; pioneros del espacio extraterrestre; creadores del Estado moderno; fuente de riqueza y templo del bienestar.

   Todo ello está en riesgo de esfumarse, como niebla movida por el vendaval, si no se toman serias medidas comunitarias contra la lenidad en la aplicación de las leyes de inmigración. Europa es un formidable foco de cultura y prosperidad que irradia su luz sobre el resto del planeta, pero es un territorio mínimo frente a una inmensidad poblada por diez mil millones de seres de los cuales las nueves décimas partes pertenecen a lo que se ha querido llamar Tercer Mundo. La raza europea y sus prolongaciones en América y Australia son como una leve mancha de piel blanca, como la Vía Láctea en el firmamento, frente a la dermis afro-asiática-polinesia-americana del resto de la Tierra.

   Pero no se trata de hacer la apología de la raza blanca en detrimento o menosprecio de las de color. Se trata de defender un espacio cultural y político -Europa- de una invasión foránea de indigentes (si no lo fueran se quedarían en sus países) cuyos individuos son de evidente inferioridad cultural, educacional, higiénica y sanitaria, de otras costumbres, de otras religiones, con otra escala de valores, otros gustos y un muy diferente sentido reverencial del trabajo.

   Asombra, pasma enumenar lo que ha hecho Europa en el muNdo y para el mundo, y estremece pensar que todo ello puede perderse, difuminarse, obscurecerse -la piel también, ¿por qué avergonzarse de ello?- con la invasión pacífica de genes extraños que no portan con ellos ni el amor a la superación, ni la veneración al trabajo bien hecho, o simplemente al trabajo.

   Hay que poner un freno a esto. No sólo con la expulsión automática de los ilegales “sin posibilidad de reinserción por haber violado una vez las leyes del país”, sino con el uso de una extrema prudencia en la concesión de los permisos legales de inmigración, con la mirada puesta exclusivamente en las estadísticas y necesidades legales de mano de obra, y en la defensa de los superiores intereses del país. Pues, lo repetimos una vez más, todo hombre y toda nación tienen el deber sagrado de preservar sus diferencias y su identidad en nombre de su futuro y en nombre de su pasado.

 

   Artículo publicado en ABC, 28/12/1996.

CARTAS A MIS HIJOS (V): LA BANCA

CARTAS A MIS HIJOS (V): LA BANCA

JUAN V. OLTRA

 

   Queridos capitanes:

 

   Aunque hace tiempo que no os escribo, los tiempos convulsos en los que vuestra infancia se desarrolla y que ahora nos agitan, me empujan a hacerlo. Sé que vuestra memoria ya está lo suficientemente desarrollada para que cuando, si Dios quiere, seáis adultos podáis recordar buena parte de estos acontecimientos que nos están sacudiendo. Ruego para que quede en eso, sólo en eso, en un mero recuerdo, fácilmente sepultable por bonanzas futuras; que todo quede en un mal sueño del que al despertar nada queda, salvo los sudores fríos que, con una buena ducha, desaparecen.

   De todas formas, sé por propia experiencia que los recuerdos de la infancia llegan a otras etapas de la vida convenientemente deformados por ese barniz que la adolescencia o la juventud van depositando sobre ellos, y si eso pasa de forma general con los sucesos vividos, la deformación que sufren las opiniones ajenas es aun más tremenda, motivo por el que no quiero dejar de dejaros, negro sobre blanco, mi opinión sobre algunos de los sucesos que vivimos.

   Una opinión que, por el momento en que es escrita, en plena caída en picado y sin paracaídas, sin saber cuál será el final, puede verse matizada e incluso transformada en los meses venideros, pero que en lo esencial, creo se mantendrá firme.

   Vamos a ello. Os habréis dado cuenta de que, presentando el asunto, hago alusión a la crisis. Crisis sin apellidos y que tentado he estado a colocar en mayúsculas. La crisis que en la década de los 10, entró como una tromba, amenazando, cuando no aniquilando, eso que se ha dado en llamar el "estado social" y que, ya antes de esto, estaba necesitado de múltiples parches y ampliaciones, pero nunca reducciones. Puestos a buscar culpables, las posibilidades son muchas: los hay que, de forma un tanto cretina, la distribuyen de forma igual por toda la sociedad, otros culpabilizan de forma exclusiva a nuestra casta política...

   Ojo, un inciso: quede claro que no quiero librar a nadie de sus culpas, y menos que a nadie a nuestros políticos, todos ellos, procedan de donde procedan, conformando una amalgamada mezcla de corrupción, idiocia, ineficacia, ignorancia y seguidismo imperdonable por sus coetáneos y por la historia. Pero con todo, a pesar de faltarles los cuernos y el rabo para ser el demonio emplumado, no son los últimos responsables. Es más, no son más que títeres, y de ellos ya os hablaré en otra ocasión.

   Hay que buscar al último responsable, y de igual manera que por el hilo se saca el ovillo, tirando de esos hilos que mueven a las marionetas, tenemos una sentencia de culpabilidad clarísima: la banca.

   Esa misma banca que no duda en poner de patitas en la calle a familias que se retrasan en los pagos de sus hipotecas, pero que condonan fantásticas deudas a los partidos políticos. Esa misma banca que pasó de presentar unos balances con unas ganancias que quitarían el hipo a cualquier enfermo de hernia de hiato, a pedir socorro y auxilio con el ojo y la mano puestos en la caja pública.

   Estos bancos que provocaron el agujero que vivimos, falsificando sus cuentas, vendiendo humo, potenciando la burbuja del ladrillo que tantos denunciamos sin eco, ahora se presentan como víctimas.

   Claro que es posible escuchar esa versión edulcorada que intenta vender que nuestro sistema financiero, "el mejor del mundo" según se ha llegado a escuchar, tan sólo interactuaba de acuerdo a lo que la sociedad le pedía. Y un jamón con chorreras. Los pisos no subieron en España por amor al arte, o porque se pasara a construirlos con lingotes de oro en lugar de con ladrillos (ladrillos de los que, dicho sea de paso, llegamos a ser el quinto productor mundial, tras EE.UU, Rusia, China y la India. Dado que los ladrillos no suelen transportarse, sin que por su precio de fabricación es más rentable crearlos allí donde se van a usar, lo que nos da otra pista que seguir). Pisos que se pusieron sobre las nubes, y en los que, el españolito de a pie, a creencias de que lo que dice la Constitución sobre el derecho que posee a tener una vivienda digna, se embarcó no bajo la supervisión de los bancos, sino, recordémoslo, su empuje: pisos tasados por compañías relacionadas con los bancos, construidos por empresas empujadas por los bancos, que las nutrían de dinero más que fácil, hipotecas concedidas a manos llenas sin revisar más allá de la letra gruesa, cuando no llenas de trampas en la letra pequeña para los clientes... los usuarios de los servicios bancarios se endeudaban de por vida, convirtiéndose en esclavos de los bancos. Esas sumas enormes a las que se obligaban, suponían que, aun trabajando los dos cónyuges, su vida fuera mucho más miserable que cuando sólo entraba un sueldo en la casa, y eso pensando solo en términos crematísticos, sin hablar de otros conceptos más elevados como la educación de los hijos. Tan solo os pido que caigáis en la cuenta de que, en la generación de los abuelitos de vuestros amigos, la práctica mayoría no sólo pagaron su piso y su utilitario, sino que compraron eso que se llama una "segunda residencia". Y ahora haced memoria: ¿cuántos padres de vuestros amigos compraron un chalet o un apartamento? Si descontáis los que lo recibieron por herencia, veréis que os sobran dedos en una mano para llevar esa contabilidad.

   Pero volvamos con la explosión programada de nuestra economía. Era tan obvio que ese juego de la hipoteca misteriosa nos iba a arrastrar, como predecible que nadie hiciera nada por evitarlo. Eso sí, una vez estalló, a nadie le dio por imitar posturas de líderes a todas luces de extrema izquierda, como George Bush, que en EE.UU. paralizó los pagos de hipotecas de aquellos ciudadanos que se encontraran en paro. No. No hubo medidas de ayuda al ciudadano de a pie, lo que hicieron fue demonizarlo y "salvar a la banca". Cuando la banca de quien debería ser salvada era de sí misma.

   ¿Qué es lo que pasa, entonces? Que los préstamos, que vienen de fuera, generan intereses. Intereses sobre intereses que van subiendo y se convierten en cantidades astronómicas e impagables. Dinero que se debe a otra banca, la internacional, que en realidad es la misma que la nuestra. El dinero no tiene patrias, es una patria en sí mismo.

   Cantidades que España, confundiendo perversamente España con los bancos españoles, se compromete a pagar y, como no se puede sacar de donde no hay, y no se quiere molestar demasiado al sistema bancario, se esquilma la caja social, el dinero que se emplea para pagar la educación, la sanidad, las pensiones, el sueldo de los funcionarios, la limpieza de las calles...  pero aun así es insuficiente, recordándonos esos agujeros que en Hispanoamérica, en África... convirtieron en paupérrimas economías que antes ya eran pobres.

   Huelga decir que repensar nuestro sistema autonómico u otras medidas audaces están descartadas de antemano. No quiero salirme del tema, pero recuerdo una entrevista que le hicieron a Miterrand, presidente de Francia, cuando soplaban tiempos de bonanza, y no de hambre. Al francés le sugirieron que Francia debía imitar el modelo español autonómico, que tan bien nos había funcionado aquí. El presidente francés dijo que lo sentía, pero España era un país rico y se lo podía permitir, pero Francia no.

   Pero sigamos con nuestro tema. ¿Qué solución se arbitra pues para solucionar los problemas de la banca? Se habla de nacionalización, pero es mentira: se trata de nacionalizar sólo las pérdidas, pero no los beneficios. Esto es: cuando pierden dinero, que lo asuma el Estado. Cuando gana, sólo ellos se lo llevan calentito. De la nacionalización, podríamos hablar mucho. Yo soy un ferviente defensor de la misma. Qué más quisiera que contar con una banca que, al margen de los intereses del mercado, ayudara a la pequeña empresa y a los particulares, sin cobrar por sus servicios cuando sea menester para la buena marcha del país, y haciéndolo cuando sea posible, de tal manera que sus beneficios revirtieran en todos. Una banca fuerte que pudiera evitar constipados cuando alguien se deja entreabierta la puerta de ese burdel financiero que es la bolsa.

   Es triste reconocerlo, esto no lo verán mis ojos, aunque espero que los vuestros sí. De momento tenemos una banca donde sólo gana el gran capital. Sí, sólo gana, pues cuando aparentemente pierde, el dinero, que es muy listo, ya se ha ido. Fijaos: en esta debacle, quienes más han perdido son los "pequeños inversionistas" que, confiando en la relación de agencia con su director de turno, metieron todos sus ahorros en ella, viendo cómo desaparecían por arte de birlibirloque. Y eso, siendo en extremo generoso, pues en muchos casos, ni siquiera fue un mal consejo, sino un engaño, una estafa: ancianos hay a puñados, una de ellos vuestra abuela, la yaya, que directamente fueron convencidos de que el producto en el que participaban era una especie de plazo fijo. Personas con un claro perfil conservador, que quieren tener sus pocos dineros conseguidos tras una vida de esfuerzo y sacrificio, como colchón y báculo de su vejez, fueron convertidos de ahorradores a inversionistas, viendo cómo sus sueños, y su futuro, se convertían en humo. No, no es el gran capitalista el que pierde. Como siempre pasa, no debe sorprendernos.

   Pero no quiero seguir alargándome con esto. Dejo muchos cabos sueltos que, espero, en otras cartas pueda ir completando. De momento, tan sólo apunto una solución. Si revisáis mis anaqueles (si no habéis vendido mis libros a un buhonero a peso, vaya), veréis algún que otro libro de un escritor contemporáneo mío que se llama Arturo Pérez Reverte. Decía en un artículo este autor que el retraso que sufría España se debía a que no pusimos una guillotina en la Puerta del Sol en su momento. Yo me permito apostillar que nunca es tarde. Si mi generación no lo hizo, la vuestra puede ir tomando nota de nuestro fracaso.

 

   Con cariño, como siempre, os quiere:

   Papá

SOBRE EL PUDOR (tras la huella de Max Scheler)

SOBRE EL PUDOR (tras la huella de Max Scheler)

Alberto BUELA

 

   Nuestra época puede, entre otros calificativos, ser calificada como la de la consagración de la obscenidad, de modo que por el solo hecho de escribir sobre el pudor nos presentamos como disidentes a ella.

  La obscenidad está vinculada al millonario negocio internacional de la prostitución, la pornografía, la esclavitud de las mujeres, el robo y compra-venta de personas. A ello debemos sumar una cultura mediática donde lo obsceno, lo vulgar y la exhibición indiscriminada de la intimidad, es moneda de todos los días. Un remedio, un antídoto profundo ante este flagelo de nuestros días es, creemos, rescatar y promover la meditación sobre el pudor.

 

   El gran mérito del filósofo alemán Scheler, fallecido prematuramente en 1928, fue el haber sabido distinguir para después poder llegar a unir. El viejo adagio filosófico distinguere ut ungere se hizo en su filosofía realidad. Y así, respecto al tema que vamos a tratar distinguió claramente entre tres órdenes de fenómenos: el impulso sexual, el amor sexual y el amor espiritual. 

   Partió de dos proposiciones, debidas a dos grandes maestros opuestos a la fuerte tradición kantiana  de la filosofía alemana de su tiempo, el de la naturaleza intencional de la conciencia, descubierta o redescubierta por Franz Brentano (1838-1917) y que esa intencionalidad se da también en los sentimientos superiores cuyos objetos son los valores, según mostrara Rudolf H. Lotze (1817-1881). Así, al sostener Scheler que además de la intuición intelectual existe en el hombre una intuición emocional que nos permite captar los valores, su  propósito fue encontrar las leyes de sentido de los actos y funciones superiores de la vida emocional, donde los sentimientos con significado ético y social son: la simpatía, el pudor, la angustia, el miedo y el honor.

    El pudor ha sido entendido desde siempre como la salvaguarda de la intimidad. “Es el sentimiento de protección del individuo en lo que tiene de más íntimo”. Es una forma del sentimiento de sí mismo. Se produce en todo acto de pudor un retorno hacia la mismidad. “En un incendio una madre en ropas menores ha rescatado a su hijo de las llamas y, sólo después, cuando retorna sobre sí misma, surge el pudor”. El origen del pudor es la conciencia de ese oscuro contacto entre el cuerpo como “la carne” y el espíritu. Pero el pudor no es como el asco, una pura oposición a la cosa, sino que junto a esa oposición existe una oculta atracción a la cosa misma. Es una oposición a objetos atrayentes. Así, la mujer por pudor cubre su belleza pero su belleza no deja de atraerla.

   Se pierde el sentido del pudor en la masificación, en la existencia meramente pública, con el llamar la atención propia del vanidoso que sólo quiere que hablen de él con halago. A diferencia del orgulloso, que seguro de sí, desprecia a quienes lo adulan. El sentido estrecho del concepto de pudor se vincula al cuerpo y, específicamente, a la sexualidad y en un sentido amplio a la espiritualidad.

El pudor del cuerpo se manifiesta cubriendo la desnudez con el vestido, que es una extensión del ocultamiento de los órganos sexuales producido por el pudor. En una palabra, el pudor no nace del vestido, como algunos piensan, sino el vestido del pudor.[1]

   El pudor corporal está presente desde el nacimiento con el descubrimiento de las zonas erógenas, pasa luego al nacimiento del impulso sexual en la adolescencia dirigido hacia sí mismo. La función primaria del pudor en esta etapa consiste en desviar o frenar la función de la libido y ser el principal freno a la masturbación. En la mujer aparece el instinto de cría. Pasa luego a la simpatía sexual que es la capacidad de comprender la vida de los otros y así en el mismo acto sexual que el otro tenga la misma dicha que uno experimenta y finalmente, puede pasarse al pudor del “amor sexual” donde una persona elige a otra persona, donde “yo no puedo existir más que donde estás tú”.

   Esto último permite un paso sin saltos al pudor del espíritu vinculado al “amor espiritual”, que no es un amor de “tú a tú”, de persona a persona, sino que se funda en el amor de amistad con Dios y a través de Dios, de amistad con el prójimo expresado en la caridad.

   El sentimiento del pudor como protección de la intimidad, que permite desarrollar la personalidad hasta los niveles más elevados de la alta espiritualidad, va a enfrentarse a dos obstáculos:

a) al psicoanálisis sostenedor de la teoría de Freíd, que ve en el pudor una censura o represión, una fuerza inhibitoria que no nos permite realizar nuestros impulsos sexuales y

b) a la teoría de la castidad gazmoña y mojigata que vive la sexualidad con miedo y asco, en reemplazo de la castidad fundada en “el amor a Dios”.

 

   Del sentimiento del pudor participan ambos sexos pero es vivido de manera diferente: en el varón es más anímico y en la mujer más corporal. Es que la mujer está más vinculada al genio de la vida. La capacidad de prever, de presentir, de tacto la posee la mujer con mayor grado que el varón.

   Existe en la filosofía un argumento muy antiguo dentro del mito de Prometeo [2] atribuido a Platón en el Protágoras 322 c, donde en el pudor, el aidoos= aidwV , reside uno de los fundamentos últimos de toda moral. Allí Platón cuenta que Zeus envió a Hermes para repartir entre los hombres los elementos fundamentales de la ciudad, el aidoos=pudor y la diké=justicia, diciéndole: “Dales de mi parte una ley: que al incapaz de participar de aidoos y diké lo eliminen como a una peste de la ciudad”. Por el aidoós  el hombre libre reconoce la humanidad de los otros y los trata como semejantes y no como instrumentos, mientras que por la diké, ese mismo hombre garantiza la protección de los otros y da a cada uno lo que le corresponde.

 

   Dos palabras finales sobre la diferencia entre pudor y vergüenza. Si bien los dos son sentimientos cercanos y pueden confundirse, el pudor es más molecular, vinculado a la salvaguarda del ser de alguien único. En cambio la vergüenza se siente:

a) ante los demás o

b): al hacer uno algo ridículo o humillante. Este último aspecto es el rescatado por Aristóteles cuando la define como: “el sentimiento que se produce en el hombre cuando cae en la cuenta de que su razón no controla su expresión corpórea”. El primer aspecto, es rescatado por Sartre cuando afirma que: “sentimos vergüenza ante la mirada de los otros cuando somos descubiertos in fraganti en situaciones oprobiosas.”

   El otro, tanto en el pudor como en la vergüenza, juega un papel importante pero mientras que uno puede sentir “vergüenza ajena”,  no puede sentir “pudor ajeno”. La vergüenza es fácilmente objetivable, no así el pudor que tiene su anclaje en el núcleo aglutinado de la persona.



[1] En este sentido Madame Guyon tiene razón cuando afirma que: “la pudeur est ce qui enveloppe le corps”,

[2] Buela. Alberto: Los mitos platónicos vistos desde América, Bs.As., Ed. Theoria, 2009, pp.33 a 38 

 

ESCENAS DE LA CRISIS, CON AMNISTÍA DE FONDO

ESCENAS DE LA CRISIS, CON AMNISTÍA DE FONDO

Juan V. OLTRA

 

   Existe una ley simple de la economía:  si el trigo sube, sube el pan; si el trigo baja, el pan se queda arriba. Este hecho incontrovertible aplicado al ladrillo por nuestro fenomenal sistema financiero, nos ha traído los lodos en los que chapoteamos.

   La solución a este caos es difícil, y de tenerla yo a mano, o la habría empezado a divulgar para su aplicación, o quizá ya no estaría escribiendo estas líneas de este lado del lago estigio: los señores de negro de costumbre ya me habrían ayudado a irme al infierno, sin pasaporte, en la patera de Caronte. Pero como la ignorancia no deja de ser una desdicha voluntaria, uno pone todo su afán por salir de ella, y procura estar al día de los acontecimientos que se van disparando, no sea que me ocurra como a ese grupo de estudiantes a los que el otro día, al pasar casualmente a su lado junto a la puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia, les oí discutir sobre las estatuas: ¿Eran profetas? ¿Santos? ¿Mártires? ¡qué ganas me entraron de decirles: ¡Apóstoles, puñetas! ¿no queda claro con lo de la puerta de los Apóstoles? ¿no habéis contado cuantos son? ¿o es que necesitáis ver sus perfiles en Tuenti?

   Pues bien, en esta alocada carrera mía escapando de la ignorancia, al bucear entre las noticias truculentas que nos trae la prensa, que por otra parte parece que se deleita narrando con detalle de relojero el advenimiento de la oscuridad, el destello de la amnistía fiscal me ha cegado.  Aunque siempre digo que no hay nada nuevo bajo el sol, y que después de Homero y Quevedo, todo es plagio o tonterías. Y ya Quevedo dijo "no queda sino batirnos", así que cabe recordar  a  De Cospedal, quien ante un rumor periodístico aparecido hace casi dos años que anunciaba algo similar por el gobierno anterior dijo: "Rechazamos la amnistía fiscal del presidente Zapatero por impresentable, injusta y antisocial (...) A los que pagan impuestos se los suben; a los que no los pagan se les perdonan"  (El Mundo, 7/06/2010).

   Las situaciones se repiten, con los protagonistas intercambiando sus papeles. Que un gobierno quiera recurrir a esos medios para recaudar pasta gansa es lógico: decía mi abuelo que si la única herramienta que tenemos es un martillo, todos los problemas nos parecerán clavos. Pero que sea lógico no significa que sea correcta esta rendición ante la delincuencia, que de paso deja en entredicho a la Agencia Tributaria, dejándola como  inepta para combatir el fraude fiscal e insulta la honradez del españolito de a pie.

  Si no se sabía que los ricos delinquían y no se hacía nada, el responsable es un incapaz que debe pagar por ello. Y si se miraba a otro lado mientras la maquinaria del Estado exprimía a los pobres el asunto es peor, no deja paso posible a una solución ya, sino a una revolución. No nos queda pues sino confiar en la suerte (aunque los católicos sabemos que suerte es el apodo de Dios) o aspirar a ver sus caras no en la cárcel, sino sujetas a sus cabezas, clavadas en picas en las plazas públicas.

   Señoría: léame metafóricamente.  Ya sabe, eso del animus jocandi y tal.

 

 

GUERRA JUSTA Y MALVINAS

GUERRA JUSTA Y MALVINAS

Mario MENEGHINI


   Para abordar este tema hace falta, en primer lugar, distinguir la guerra de otros conceptos relacionados, como conflicto y lucha. El conflicto manifiesta una oposición, que no necesariamente deriva en agresión violenta, y la lucha hace referencia a un esfuerzo por superar obstáculos -así se habla de lucha contra el hambre, etc.-; ni la lucha ni el conflicto pueden analogarse con la guerra. Otra aclaración necesaria, es que la guerra es un fenómeno colectivo, y, por lo tanto, difiere de la riña y el duelo, que son enfrentamientos violentos entre dos o pocas personas.
   La guerra es una lucha armada entre dos bandos humanos rivales, que tratan de imponer al adversario un objetivo por el medio violento de la fuerza militar. Las causas de la misma, pueden ser de distinto tipo: ambición de dominio, motivos dinásticos, motivos económicos, motivos religiosos, entre los más comunes. Aunque en la actualidad, lo normal es que se dé una sumatoria de causas. Esto y las consecuencias dolorosas de todo enfrentamiento bélico, explican que la guerra sea un fenómeno social complejo, que se puede estudiar desde distintas perspectivas.

   Podemos reducir las actitudes ante la guerra, a dos principales: la belicista y la cristiana. El belicismo es una actitud extrema, favorable a la guerra, de la que hace una apología, llegando, en algunos casos, a una exaltación mística. Es inadmisible la idea de que la guerra constituya un bien para la humanidad. La experiencia demuestra que es fuente de males, materiales y espirituales.
   Es también inadmisible el principio político de que el poder es el fin del Estado. El poder es sólo un medio para el Bien Común, que es el verdadero fin del Estado. Y para lograr el Bien Común, es necesario limitar el poder del Estado, y del gobernante, para evitar abusos, en el plano interno y en el plano internacional. El Estado no está ubicado en un plano metamoral, y necesita de la ética para lograr la justicia.
   El belicismo obra a modo de profecía autocumplida, pues es una de las causas que conducen a la guerra. En efecto, al caer los frenos morales, los gobiernos creen que no son responsables de la guerra, al considerarla un fenómeno natural.

   La actitud cristiana ante la guerra, se fundamenta en:
· La guerra es una cuestión moral y jurídica, no un fenómeno natural. Siempre la decisión bélica es una decisión humana.
· Todo gobierno debe procurar la paz. La guerra es el último recurso para resolver un conflicto grave. En el cristianismo no hay exaltación ni apología de la guerra. Pero, cuando a San Juan Bautista le consultaban los soldados del Imperio que se convertían, no les exigía abandonar su profesión, sólo les recomendaba: “No hagáis extorsión a nadie, ni uséis de fraude, y contentaos con vuestras pagas”. (Lc, 3,l4)

   La doctrina cristiana de la guerra nace con San Agustín, y es Santo Tomás quien compendia la tradición sobre esta materia, fijando cuatro condiciones para que sea admisible una guerra:
   1. Autoridad competente. Esto significa que la decisión de emprender una guerra no la pueden tomar los particulares, es una decisión pública. Se vincula con el concepto de soberanía; los particulares pueden recurrir a una autoridad que dirima los conflictos que surjan entre ellos, el Estado no tiene superior. La soberanía implica la autoridad suprema sobre un territorio determinado, por ello un ente soberano no tiene a quien acudir para que se restablezca la justicia.

   2. Recta intención. La decisión de ir a la guerra debe ser honesta, no impulsada por el odio ni la ambición de los gobernantes. Y, por ser tan delicada esta decisión, Francisco de Vitoria sostenía que no debía quedar a merced del Príncipe, de modo exclusivo. Por el contrario, requería el refrendo de sus consejeros; además, recomendaba que se consultara con los sabios. De esa forma, se reduce el riesgo de actitudes pasionales.

   3. Medios lícitos. Expresa la Convención de La Haya que las partes beligerantes no tienen un derecho ilimitado en la elección de los medios para combatir al enemigo. También el cristianismo sostiene que el fin no justifica los medios. Para determinar los medios lícitos, el Derecho Natural aporta orientaciones:
     · Principio de finalidad: el fin de la guerra es vencer al enemigo para lograr imponerle una paz justa. Pero, entonces, no puede justificarse la violencia inútil, que no contribuye al resultado, como el ataque a civiles no combatientes, a mujeres y niños.
     · Principio de humanidad: la guerra no suspende la vigencia de los derechos humanos. Por ello, aún en situación de guerra, no pueden justificarse actos de crueldad como la tortura o el asesinato de prisioneros.
      · Principio de fidelidad: para que sea posible una guerra exenta de crueldades y se pueda lograr una paz justa, es imprescindible el respeto a las normas internacionales y a los compromisos que se contraigan entre los países combatientes. “Pacta sunt servanda”, es una frase utilizada en el derecho internacional que significa que los pactos deben ser cumplidos.

   4. Causa justa. En primer lugar, se requiere que el adversario haya cometido injusticia, es decir que haya violado algún derecho. Violación del derecho, sobre la que debe haber certeza, ya que la suposición no es suficiente. Además, la violación debe ser obstinada: una ofensa que el adversario no esté dispuesto a reparar por vía pacífica.
   En segundo lugar, se requiere que la violación o injuria sea grave. Vitoria lo expresa así: “No es lícito castigar con la guerra por injurias leves a sus autores, porque la calidad de la guerra debe ser proporcional a la gravedad del delito.”
Porque las guerras deben hacerse para el bien común, y si para recobrar una ciudad es necesario que se sigan mayores males a la República(...), en este caso no cabe duda que están obligados los príncipes a ceder su derecho y a abstenerse de hacer la guerra.

   Dijimos que para el cristianismo la guerra es admisible en determinadas situaciones, lo que lo diferencia del pacifismo, exaltación de la paz a cualquier precio. El cristianismo no es pacifista, puesto que admite la licitud de la profesión militar y la contribución ciudadana a las fuerzas armadas (CIC, nºs. 2308 y 23l0).
Es que la paz -según la clásica definición de San Agustín- es la tranquilidad en el orden; y no puede haber orden sin justicia. Por eso afirmaba Juan Pablo II: “No somos pacifistas, queremos la paz, pero una paz justa y no a cualquier precio” (18-2-1991). Y, en otra oportunidad el Santo Padre aclaró: “Los pueblos tienen el derecho y aún el deber de proteger, con medios adecuados, su existencia y su libertad contra el injusto agresor” (1-1-1982).

   La realidad del mundo contemporáneo caracterizado por la interdependencia de los países, agrega una nueva exigencia a cumplir, antes de iniciar una acción bélica, que es consultar a la comunidad internacional buscando su mediación, para solucionar por vía diplomática los conflictos.
   Sin embargo, el Catecismo aclara que: mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacifico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legitima defensa (2308).

   La doctrina resumida nos sirve de guía para evaluar contiendas bélicas concretas.   Podemos afirmar, sin temor a errar, que la guerra contra Irak fue manifiestamente injusta. En cambio, como lo ha demostrado el Prof. Alberto Caturelli, la guerra de Malvinas cumple todos los requisitos que fija la doctrina para ser considerada una guerra justa.
   En efecto, “cuando Inglaterra, en 1833, agredió nuestro derecho efectivamente ejercido sobre las Malvinas …usurpando la posesión de las mismas, cometió un acto de tal naturaleza que siguió agrediendo a la Argentina todo el tiempo, durante casi un siglo y medio”.
   “Por eso, Inglaterra puso entonces (no en 1982) la causa de guerra justa de parte de la Argentina”.
  “La Argentina, dadas ciertas circunstancias concretas y ante los signos inequívocos del usurpador de no tener voluntad de restituir las islas, decidió retomar lo que siempre fue suyo”.

   Frente a los hechos, se han emitido interpretaciones diferentes sobre la decisión de iniciar la guerra, incluso desde el campo militar.
   -Muestra de incompetencia: Gral. Balza
   -Aventura militar: Informe Rattenbach

   Analicemos los hechos:
   El conflicto bélico de 1982 se origina, no en Malvinas, sino en el archipiélago de las Georgias del Sur, el 19 de marzo cuando desembarcó en Puerto Leith, en la Isla San Pedro, del grupo de las Georgias, un grupo de 41 obreros argentinos, contratados por el empresario Davidoff, para desguazar instalaciones balleneras, operación autorizada por el embajador británico. Este grupo viajó en el buque Bahía Buen Suceso, que era un transporte de la Marina, dedicado a operaciones comerciales, y en el que no había personal militar ni armas de guerra.
   El contrato molestó al gobernador Hunt, vinculado al Comité de las Islas Malvinas (lobby), pues:
   -el único buque de la marina, rompehielos Endurance, dejaría el área en mayo
   -en junio 82 la Oficina Investigaciones Antárticas británica abandonaría las Georgias (Gritviken)
   -los obreros argentinos con contrato hasta el 84 serían la única presencia en las islas.
   Por eso exigió la expulsión del grupo de argentinos, con el argumento de que no había hecho sellar las tarjetas blancas que se usaban habitualmente para viajar a Malvinas, según el acuerdo de 1971.

   El Canciller Dr. Costa Méndez, pidió que la expulsión se revocara si Davidoff ordenaba a sus empleados completar la formalidad de ir hasta Gritviken y hacer sellar las tarjetas. El embajador estuvo de acuerdo, pero Hunt sostuvo que las Georgias no estaban incluidas en el acuerdo de 1971 y que debían sellarse los pasaportes.
   Cabe destacar que la presencia de estos argentinos no representaba ninguna amenaza: primero, porque no eran militares, y la segunda porque en Georgias no había población, sólo estaba el personal de investigaciones antárticas, y en otra zona. Fueron los propios británicos quienes convirtieron el asunto de las Georgias en un incidente.
   El 29, la primera ministra Margaret Thatcher decidió el envío de un submarino nuclear a la zona de conflicto. El 30 la situación comienza a descontrolarse; en Londres el ministerio de Defensa decide duplicar el numero de infantes de marina de la guarnición de Malvinas, y confirma la orden de enviar un segundo submarino nuclear.

   El gobierno argentino no podía aceptar las exigencias de desalojar a los obreros de Davidoff que estaban cumpliendo un contrato legalmente formulado, ni obligarlos a presentar sus pasaportes, pues:
   -estaban en un territorio en disputa
   -se habían cumplido todas las formalidades establecidas
   -admitir el uso de pasaportes era aceptar la pretensión británica de soberanía sobre las islas Georgias.

   Si nuestro país hubiera tolerado el desalojo por la fuerza, o hubiera accedido a evacuar a los obreros bajo amenaza, o hubiera aceptado el visado de pasaportes, ello habría significado una verdadera abdicación del derecho de soberanía sobre el Atlántico sur, por aplicación de la doctrina conocida como “stopell” (reconocimiento tácito de derechos).
   Ya no había alternativa válida para la Argentina, que se vio obligada a ejercer el derecho a la legítima defensa, previsto en la Carta de las NU, art. 51, en caso de ataque armado, hasta tanto el Consejo de Seguridad tome las medidas adecuadas para mantener la paz. El Fiscal de la Cámara Federal, que juzgó a los Comandantes en Jefe, afirmó que: “La Argentina, pues, no agredió, fue agredida”; concepto ratificado por la Cámara en su pronunciamiento.

   Con motivo de celebrarse los 30 años de la gesta de Malvinas, conviene difundir la verdad de lo ocurrido en la guerra y no dejar pasar afirmaciones que inducen a la confusión o a la duda. Los errores y debilidades propias deben ser reconocidos, pero no debe permitirse la diatriba ni la calumnia sobre las reales motivaciones de una guerra que la Argentina no provocó imprudentemente y que una vez desatada supo afrontar con entereza. Como sostuvo quien comandara la Marina en esa circunstancia:
   “Felizmente, no prevalecieron mezquindades ni especulaciones. Por el contrario, siguiendo la línea de los grandes hechos fundacionales, al adoptar la resolución de resistir al usurpador, la Argentina se ponía de pie y mostraba al resto del mundo que, aún frente a la arrogancia de los poderosos, conservaba su vocación de nación independiente”.


(*) Exposición en las “Jornadas de Homenaje a la Gesta de Malvinas 1982-2012”, efectuada en la Legislatura de Córdoba, los días 9 y 10 de abril de 2012.

 


Fuentes:


Caturelli, Alberto. “Recuperación de las Malvinas Argentinas. Noción de Guerra Justa”; Secretaría General del Ejército, 1982.
Meneghini, Mario. “Dos guerras argentinas”; Centro de Estudios Cívicos, 2010.

EL ODISSEY Y EL "FORO RECUPEREMOS GIBRALTAR"

EL ODISSEY Y EL "FORO RECUPEREMOS GIBRALTAR"

Foro RECUPEREMOS GIBRALTAR

 

   El 5 de octubre de 1804, en lo que se denominó Batalla del Cabo de Santa Maria y que se inició con un ataque inglés sin previa declaración de guerra, la fragata española Nuestra Señora de las Mercedes fue alcanzada en la santabarbara, hundiéndose y pereciendo 249 españoles. Había sido botada en La Habana en 1786 y procedía de El Callao y Montevideo.

   Los cazatesoros estadounidenses del Odyssey Marine Exploration la descubrieron el mes de mayo de 2007, en la zona del golfo de Cádiz, frente a las costas del Algarve portugués. Tras un acuerdo entre el gobierno inglés y los cazatesoros, los sajones dieron a sus primos americanos las coordenadas en las que se produjo el ataque, se equipó al Odyssey, en una base militar británica, con un moderno sistema de sónar, y se le dio cobertura durante meses en el puerto de Gibraltar. Con estos trascendentales apoyos el Odyssey logró hacerse, ilegalmente, con un tesoro valorado en más de 500 millones de dólares. Los yanquis sacaron de la Mercedes unas 595.000 monedas de plata de un total de 871.000 piezas que constituía su carga, por lo que “faltan” unas 281.000, cantidad que el gobierno español cree que se han repartido entre Inglaterra y la empresa buscadora.

   El gobierno español presidido por Rodríguez Zapatero no dio nunca la orden de detener las actividades del Odyssey, ni a la Guardia Civil del Mar ni a la Armada. El tesoro saqueado en el pecio fue almacenado en Gibraltar y, posteriormente, llevado a Estados Unidos en un avión que incluso se ha llegado a decir que era militar (http://www.efeverde.com/contenidos/blogueros/la-blogosfera-de-efeverde/inmersion/piratas-del-siglo-xxi.-por-gustavo-catalan-deus). Sólo entonces los robatesoros anunciaron su captura.

   Por otra parte, el Juzgado de Instrucción de La Línea de la Concepción está tramitando una causa sobre dónde se encuentra parte del tesoro que Odyssey que no viajó a EE.UU., permaneciendo en Gibraltar y que, por lo tanto, no ha sido devuelto a España; el auto del juzgado se refiere a unas 1.200 monedas, con un valor aproximado de un millón de libras, un sextante, hebillas de metal, piezas de cobre, manufacturas en plomo, piezas de carbón, fragmentos de cerámica, botellas de vidrio, cuchillería, eslabones de cadena, clavos, etc, que Gibraltar ha reconocido públicamente están en La Roca, aunque no les adjudica ningún valor económico. Así mismo, el gobierno gibraltareño ha ofrecido cobertura legal a los posibles herederos de las víctimas de la Mercedes para ayudarles en sus reclamaciones, con objeto de quedarse con una parte de este millón de libras en pago a sus servicios.

   Para comprender mejor el contexto de este caso, y otros similares, el Foro Recuperemos Gibraltar ofrece la conferencia  La Armada y la protección del patrimonio subacuático, que pronunciará Don Miguel Aragón Fontenla, Coronel de Infantería de Marina, Jefe del Departamento Patrimonio Naval Sumergido del Instituto de Historia y Cultura Naval, la cual tendrá lugar el 28 de marzo a las 20:00 h, en la calle Carrera de San Francisco nº 2, Madrid, sede del Instituto CEU de Estudios Históricos.  

 

Foro Gibraltar (http://es-es.facebook.com/pages/Foro-Recuperemos-Gibraltar/268613476529718 y http://www.recuperemosgibraltar.com/)

 

ESPÍRITU DEL 2 DE MAYO Y ESPÍRITU DE CÁDIZ

ESPÍRITU DEL 2 DE MAYO Y ESPÍRITU DE CÁDIZ

Ángel David MARTÍN RUBIO

   Una consideración sobre el sentido nacional del 2 de mayo, es decir sobre las aportaciones de dicha fecha a la identidad española previamente existente, puede partir de la siguiente afirmación: la trascendencia de dicho episodio histórico no se limita a lo ocurrido en tal ocasión. El 2 de mayo pudo haber sido una gloriosa pero estéril rebeldía contra el despotismo de Napoleón a no ser porque tuvo como efecto la puesta en marcha de un doble proceso:

   ― Transformación política iniciada mediante la constitución de Juntas, práctica de naturaleza para nada revolucionaria que ha sido comparada con la adoptada en la España del Antiguo Régimen en otros momentos de crisis.

   ― Guerra de la Independencia, cuya importancia a la hora de provocar el colapso del proyecto napoleónico no es necesario encarecer aquí.

   Independencia nacional y legitimidad contrarrevolucionaria
 
   La afirmación propia frente al extranjero, la independencia nacional, con ser elemento constituyente del fenómeno, no reviste el carácter de factor decisivo.  

   Es cierto que una rabiosa rebeldía se apoderó de los madrileños cuando se les puso delante de los ojos de manera dramática que eran los franceses quiénes determinaban la vida política española. «Para ellos, como ha señalado acertadamente Lovett, España era el mejor país del mundo, las españolas las más guapas de las mujeres, su religión la única verdadera, y su monarca el mejor de los reyes. Un pueblo tan profundamente orgulloso y contento consigo mismo, mal podía ser dominado por una nación extranjera» (Alfonso Bullón de Mendoza, en Javier Paredes (coord.), España, siglo XIX, Madrid, Actas, 1991, pág.64).

   Sin embargo, no es menos reseñable que era Francia la que venía determinando durante años la política española sin que ello despertara la menor inquietud en personas como Godoy quien valoraba así su propia política: «España, entre todas las naciones vecinas de Francia, fue la única que durante 15 años consecutivos de sacudidas violentas, mientras los imperios y los reinos, se veían trastornados, conmovidos hasta sus cimientos, mutiladas sus provincias, España, digo fue la única que se mantuvo en píe, conservando sus Príncipes legítimos, su religión, leyes, costumbres, derecho, y la completa posesión de sus vastos dominios en ambos hemisferios» (Manuel Godoy, Memorias del Príncipe de la Paz, Tomo 1, BAE, Madrid, 1956, págs.14-15). Y franceses eran también los Cien mil hijos de San Luis recibidos de manera entusiasta en 1823 para hacer frente a los revolucionarios encaramados en el poder durante el llamado Trieno Liberal.
No estamos, por lo tanto, únicamente ante una guerra contra el francés sino ante una guerra contra la etapa imperial de la Revolución Francesa, al igual que la de 1793-1795 lo había sido contra la etapa jacobina de dicha Revolución.

   El bonapartismo ―que recibe su apelativo del apellido del corso― significa en la historia de cualquier proceso revolucionario la fase de institucionalización y, en ese sentido, las guerras napoleónicas no representan una simple expansión nacionalista sino la difusión a escala europea de los principios jacobinos pasados por el tamiz napoleónico.
   La obra reformadora de las Cortes
 
   En la actuación de las Cortes de Cádiz constatamos:

   - El carácter netamente innovador de sus decisiones, con muy pocas concesiones a la corriente tradicional. 

   Federico Suárez definió a los innovadores como el grupo que pretende adoptar el modelo revolucionario francés, más o menos moderado y más o menos traducido al español, pero del que resultaría necesariamente un régimen ex novo. Son los liberales (cfr. Federico Suárez, La crisis política del Antiguo Régimen en España (1808-1840), Rialp, Madrid, 1988, passim). En su obra de teatro de 1934, Cuando las Cortes de Cádiz, Pemán pone en boca del filósofo Rancio esa convicción de que los diputados liberales estaban afrancesando a esa España por cuya independencia luchaban otros al mismo tiempo:


"Y que aprenda España entera 
de la pobre Piconera, 
cómo van el mismo centro 
royendo de su madera 
los enemigos de dentro, 
cuando se van los de fuera.  
Mientras que el pueblo se engaña 
con ese engaño marcial 
de la guerra y de la hazaña, 
le está royendo la entraña 
una traición criminal... 
¡La Lola murió del mal 
de que está muriendo España!"


   - La perfecta homogeneidad de su programa, impuesto con absoluta consecuencia de principio a fin.
   Este hecho resulta relativamente fácil de comprender. En los comienzos, no consta que existiese ante las primeras medidas una oposición definida dentro de las Cortes, ni es inverosímil suponer que la vaguedad de las fórmulas empleadas no permitiera a muchos calibrar qué camino se llevaba exactamente. Además para los llamados renovadores eran importantes una serie de reformas que coartasen los peligros del despotismo a estilo dieciochesco. Estas circunstancias pueden explicar no sólo la falta de una oposición realista en el seno de las Cortes sino la inexistencia de grupos políticos definidos y la colaboración inicial, hasta bien entrado 1811, de renovadores e innovadores contra los conservadores. Conforme las reformas aprobadas van mostrando su parentesco con las del modelo francés, los renovadores se apartan de la vanguardia, pero no saben unirse para proponer otro camino de reformas.

   En el terreno religioso los liberales se muestran continuadores de la corriente jansenista-regalista y mientras el pueblo combate por la fe y la Constitución proclama la confesionalidad del Estado y la unidad católica (artículo 12: «La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el exercicio de qualquiera otra») los diputados favorecen un ambiente en el que ―al amparo de la libertad de prensa y con lenguaje desvergonzado y pretendidamente chistoso― se desprestigiaba a los clérigos y a la religión desde las publicaciones periódicas.

   Nadie, sin embargo, llegó a superar la fama de Bartolomé J. Gallardo que, a partir de abril de 1812, produjo un formidable escándalo con su Diccionario crítico burlesco lleno de irreverencias volterianas que estaban al borde de la blasfemia. Basta citar, la consideración que le merecen los frailes contra quienes el liberalismo descargará toda su artillería en los años venideros:

"[…] Siempre han sido la peste de la república (V. Capilla.) tanto en los
pasados como en el presente siglo; si bien, por evitar quebraderos de cabeza, nunca se han tenido por del siglo hasta el presente, como ciertas castas de gente que claman y reclaman por la españolía en cuanto á los derechos, sin hablar jamás de obligaciones. Son animales inmundos que, no sé si por estar de ordinario encenagados en vicios, despiden de sí una hedentina ó tufo que tiene un nombre particular, tomado de ellos mismos: llámase fraíluno. Sin embargo, este olor que tan inaguantable nos es á los hombres, diz que á las veces es muy apetecido del otro sexo, especialmente de las beatas, porque hace maravillas contra el mal de madre.
Un doctor conozco yo, hombre de singular talento, que tenía escrita en romance una obra clásica en su línea sobre el instinto, industria, inclinaciones y costumbres de todos los animales buenos y malos del
género frailesco que se crían en nuestro suelo. Si este libro apreciable,
distinto de la Monacología latina, se hubiera publicado años ha en España, podría haber sido de suma utilidad para la religión y buenas costumbres; mas ya cuando salga a luz, si de salir tiene, le considero inútil é impertinente, en no saliendo luego luego; porque al paso que llevan, todas estas castas de alimañas van a perecer, sin que quede piante ni mamante; por la razón sin réplica de que les van quitando el cebo, y todo animal, sea el que fuere, vive de lo que come.
Item: les van también quitando las guaridas, de suerte que se van quedando como gazapos en soto quemado. ¡Animalitos de Dios! es cosa de quebrar corazones el verlos andar arrastrando, soltando la camisa como la culebra, atortolados y sin saber donde abrigarse. -¡Oh tempora!».

   ¿Sorprenderán las matanzas de frailes en la España liberal con una ideología mecida al arrullo de tan dulces conceptos como los vertidos desde el Cádiz de las Cortes?
   Al tiempo, la asamblea gaditana se dedicaba a promover iniciativas como la expulsión del Obispo de Orense D.Pedro Quevedo, la supresión del llamado Voto de Santiago (una contribución pagada por los campesinos de algunas regiones al cabildo compostelano), la abolición de la Inquisición, la reforma de conventos, la desamortización eclesiástica, la expulsión del Nuncio Gravina…

   La reacción doctrinal alcanzará especial relieve en la Pastoral del 12 de diciembre de 1812, una instrucción conjunta para orientación doctrinal de sus respectivos fieles, emitida por seis obispos que −para evitar los desmanes de los ejércitos napoleónicos y las presiones de la legalidad impuesta por José I en los territorios diocesanos sometidos a su jurisdicción− se habían refugiado en Mallorca. El texto lleva como fecha de impresión la de 1813 y sus cuatro capítulos tratan de La Iglesia ultrajada en sus ministros, La Iglesia combatida en su disciplina y su gobierno, La Iglesia atropellada en su inmunidad y La Iglesia atacada en su doctrina. En su análisis de este documento concluye Román Piña que:
«sin lugar a dudas es la primera muestra de un enfrentamiento abierto entre un Parlamento considerado depositario de la soberanía nacional, y un sector importante de la jerarquía eclesiástica del país, que ve en peligro tanto los derechos y prerrogativas de la Iglesia, como la influencia o peso social de los valores religiosos que defiende» (Román Piña Homs, "Parlamentarismo y poder eclesiástico frente a frente: la Instrucción Pastoral conjunta de 12 de diciembre de 1812", en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea. Homenaje a Federico Suárez Verdeguer, Rialp, Madrid, 1991, págs.404-405).

   Algunas conclusiones

   1. El secular conflicto que atraviesa la historia contemporánea española encuentra arraigo en el pasado, precisamente en el momento en que se produce el inicio del ciclo revolucionario en España. Lejos de ser algo coyuntural o resultado de problemas más o menos intrascendentes (como lo hubiera sido una simple querella dinástica), dicho conflicto tiene su origen en las divergencias acerca de la propia esencia  del ser de España.

   2. Desde las Cortes de Cádiz, la incapacidad del liberalismo español para articular un proceso de modernización económica y participación política deja paso a un modelo basado en los propios intereses y no en las reivindicaciones más auténticas de la nación. La tantas veces repetida libertad e igualdad, ausente como en pocos sistemas políticos de la España del siglo XIX y comienzos del XX, apenas hace necesario recurrir a la crítica filosófico-teórica para la demolición polémica del liberalismo español.

   3. La estrecha relación entre ortodoxia política y religiosa, permite afirmar la imposibilidad práctica de perseverar en la segunda cuando no se es consecuente con la primera. Entendemos por “heterodoxia política” la de todos aquellos que de hecho han negado la dimensión teológica en el plano político, la de aquellos que practicando políticamente un criterio puramente mecanicista se niegan a reconocer las exigencias éticas del obrar político, consideran la religión como asunto válido para los actos de significación personal e inválido para los de dimensión social.

   4. En estrecha relación con lo anterior, es significativo el retroceso que el respaldo social hacia las posiciones de ortodoxia política y religiosa ha experimentado, en contraste con su carácter mayoritario en la España del 1808. Sin olvidar deficiencias propias, en ello han sido determinantes los procesos históricos experimentados en este tiempo, con la alternancia de períodos revolucionarios y moderados pero quedando como fruto de todos ellos un balance descristianizador y diluyente de lo español.

   5. La existencia ―aunque todavía minoritaria en 1812― de un episcopado y un clero afrancesado y colaboracionista; la actividad de los regalistas en las Cortes de Cádiz y, más tarde, los torpes intentos de reconciliar al liberalismo con la Iglesia, invitan a recordar la licitud y necesidad de una resistencia en el terreno cultural y político fundamentada religiosamente a pesar de la oposición de algunos eclesiásticos, por muy arriba que éstos se sitúen.

REPUBLIQUETAS

REPUBLIQUETAS

Ramiro LOZA CALDERÓN

 

   Cinco nuevos municipios indígena-campesinos acaban de dotarse de estatutos autonómicos, incrementando estas unidades políticas emergentes. Estos estatutos son calco de un libreto único con no pocas curiosidades que invitan al asombro. Si se aprecia que en el país están reconocidos más de 339 municipios, la mayoría de carácter rural-campesino, y según la Constitución hay 36 pueblos originarios, nueve departamentos, más las regiones y todos son o serán autónomos, la conclusión es que Bolivia se fragmenta en lo territorial, político, administrativo y financiero como un inextricable mosaico, una mixtura de gobiernos y jurisdicciones, con el añadido de que los idiomas oficiales son 37, incluido el castellano, resultando el absurdo más próximo a la Torre de Babel; un pandemónium de intereses e contradicciones.

 

   Veamos los efectos de la liberalidad con la que la actual Constitución abre el camino a las republiquetas de nuevo cuño. Vienen a sumarse en consecuencia los municipios de Jesús de Machaca, Mojocoya, Uru-chipaya, Totora Marka y Aullagas, gobernados según sus estatutos autonómicos por órganos Legislativo y Ejecutivo de tipo plural, pudiendo dictar leyes y reglamentos, contratar empréstitos internos y externos. ¡Oh!, maravilla. Por ejemplo el Jatun Kamachi es una especie de Presidente de los Mojocoya, así que Evo Morales, Jefe del Estado, tendrá que compartir el poder como antaño los reyes con una infinidad de señoríos. Al tratarse de municipios queda en pie el alcalde y el concejo municipal, para satisfacción de muchos aspirantes y pocos gobernados. El aparato estatal mencionado tiene denominaciones en sus propias lenguas y a sus miembros se les asigna una vestimenta autóctona. El resto viste convencionalmente.

 

   Casi todos estos mini-estados admiten los símbolos nacionales contemplados en la Carta Magna (bandera, escudo, whipala, etc.), pero se atribuyen una bandera exclusiva y un himno. Los Uru-chipayas se identifican solamente con la Kiwuna de cuatro colores. Como se ve estas características son objetivamente una continuidad “colonialista” tanto en el sistema de gobierno como en la simbología. Lo judicial se reparte entre la familia, la comunidad, el ayllu y la marka, añadiendo los chipayas una instancia de revisión. Son lenguajes “oficiales” el castellano, aymara, quechua o el uruchipaya, según la región, lo que hace de la lengua de Cervantes una común y arraigada realidad.

 

   El sistema económico-financiero es universal a los cinco pueblos y la fuente no podía ser otra que el IDH, las regalías departamentales, la coparticipación tributaria y una cuota parte del Fondo Indígena de Desarrollo, recursos en gran medida generados por la ciudadanía no originaria y contribuyente al Fisco. Este rubro financiero da la pauta segura de la incorporación diligente al régimen autonómico, iluminada por un nuevo filón burocrático. Si el jacha Estado cotiza a sus autoridades y funcionarios, por qué no los mini-estados originarios. Algunos de tales municipios tienen facultad de cobrar sus propios impuestos y tasas, en un medio tradicionalmente resistente al pago de tributos.

 

   La cúpula soberana de estos reinos es el Magno Congreso (sic), en cuyo seno radica la elección de candidatos al poder legislativo (léase al propio y a la Asamblea Plurinacional), lo que nos hace ver otra modalidad muy democrática, pero también demasiado occidental. Las características mencionadas muestran de lejos que han quedado atrás los usos y costumbres ancestrales, resaltando en su lugar un acomodo de jaez colonial y republicano a despecho del Estado Plurinacional.

 

   No sólo lo anterior sino que hemos retrocedido a las prácticas políticas de la antigüedad -no perdidas en la noche de los tiempos, como se quisiera- navegando en un estrecho archipiélago de ciudades-estados al puro estilo griego. Basta discurrir para comprobar que el retroceso excede a la conformación del Estado como aporte político moderno, el que dio consistencia y unidad a desperdigados pueblos para convertirlos en grandes unidades nacionales. A este paso tenemos más de una confederación de republiquetas que de un Estado Nacional.