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Crítica literaria

EL ESPÍRITU DE COMBATE. “LA LEGIÓN QUE VIVE”, UNA REEDICIÓN MUY NECESARIA.

EL ESPÍRITU DE COMBATE. “LA LEGIÓN QUE VIVE”, UNA REEDICIÓN MUY NECESARIA.

Juan V. OLTRA

 

   En una acertadísima y oportuna reedición, La Legión nos permite disfrutar de nuevo de uno de sus textos más clásicos: "La Legión que vive", de Juan Mateo y Pérez de Alejo, quien fuera jefe del Cuerpo del 26 de abril de 1931 al 7 de marzo de 1932, fecha en que fue víctima de un cobarde y mortal atentado. La primera edición fue publicada como un póstumo homenaje al Coronel Mateo en 1932 por la imprenta África en Ceuta (1932).

   Es reconfortante poder no dar por perdidos libros como el presente. Libros que no solo son parte de la historia, sino que rezuman emoción por cada una de sus páginas. Leyéndolo, uno no puede más que pensar en el espíritu de combate (del credo legionario: El espíritu de combate: La Legión pedirá siempre combatir, sin turno, sin contar los días, ni los meses, ni los años), porque es cierto que sin contar los días, los meses, los años, estas páginas piden entrar en fuego, piden un lugar en primera línea, ante el desorden histórico que hoy se vive. Lo piden y, La Legión, se lo ha concedido. Un honor con el que, a pesar de los años que arrastran estas páginas, ha sabido cumplir este libro.

 

   Podemos encontrar una miríada de emociones leyendo este clásico. Podemos reír, sentir orgullo, perplejidad o emoción, según avanzamos por sus capítulos. Reírnos con la aventura del carterista, que cuenta como un antiguo canalla que toma el rango de caballero al ingresar en La Legión, le afana la cartera al propio Millán Astray que indagaba sobre las habilidades de su antigua vida. Emocionarnos con la historia del Teniente Conrado, una lengua que solo se frenó en dos ocasiones, cuando un balazo le atravesó la mejilla, y años después cuando le descubrió al Coronel Mateo que estaba ocultando que se quedaba ciego. Perplejidad con Rasgo legionario, que nos muestra como hasta cuando un legionario tiene faltas sabe no solo cumplir con el castigo que le corresponde, sino resarcir el daño causado... aunque sea con técnicas de tahúr. Y, como no, podemos henchirnos de orgullo recordando la gloriosa muerte del Teniente Ceballos, caído por no saber dejar a compañeros en peligro.

   Un libro, en suma, que nos sumerge en el espíritu de este auténtico cuerpo de élite, llamado primero el «Tercio de Extranjeros», posteriormente «Tercio de Marruecos», «Tercio», y finalmente «La Legión». Y lo hace llevándonos a unas fechas no muy lejanas de su origen, apenas diez años después de su fundación, fruto del esfuerzo del entonces comandante de Infantería José Millán Astray, creando un cuerpo en poco tiempo ya maduro, de soldados profesionales, con una moral y espíritu de cuerpo sin superar por otro.

   Por expresar una queja, he de lamentar lo reducido de su tirada, tan solo mil ejemplares, que son además accesibles tan solo acudiendo a la propia Legión. Y es una pena, porque textos como éste deberían ser difundidos cuanto más, mejor. A buen seguro destacaría entre tanta basura literaria con la que las editoriales se prodigan con desoladora frecuencia.

DESTROZANDO A EDGAR NEVILLE: “Una arrolladora simpatía”.

DESTROZANDO A EDGAR NEVILLE: “Una arrolladora simpatía”.

Juan V. OLTRA

 

   Uno, en su candidez, piensa que quien escribe sobre un autor lo hace ante todo basándose en dos amores fundamentales: el que siente hacia la obra del autor y el amor a la verdad. Compartiendo a priori esos dos sentimientos que suponía en el autor, como un admirador de primera línea de la obra de Edgar Neville, compré ilusionado "Una arrolladora simpatía", de Juan Antonio Ríos Carratalá, y me dispuse a relajarme revisitando la vida de un autor que me es ya muy familiar. La portada del libro, con una de esas fotos de Edgar con Chaplin que tan populares han devenido, me invitaba a pensar en una revisión calmada de su biografía y obra. Siempre seré un incauto.

 

   Mi primera desilusión vino pronto: a las pocas páginas ya vi claro que me encontraba ante un libro escrito por uno de tantos colegas profesores universitarios a los que es aburridísimo leer. No importa. Edgar Neville merece que me trague cualquier ladrillo, por plúmbeo que sea. Lo que ya no podía esperar y que me cambió la expresión del rostro fue encontrarme con una mezcla inteligente de mentiras y verdades para lograr "reconducir al personaje" e incluso su época.

   Así, encontramos perlas como la aseveración de que el asesino de Lorca, Ruiz Alonso, ¡era falangista! (1) ... cuando ya hace tiempo que parecía que quedaba claro que quien sacó a Lorca de su refugio en casa de los sí falangistas hermanos Rosales, Ramón Ruiz Alonso, era cedista (2), además de ser el papá de las actrices Emma Penella, Terele Pávez y Elisa Montes, que por lo visto cambiaron su apellido Ruiz para que Lorca no les persiguiera (3).

   Y es que no hace falta asignar a Ruiz Alonso a una Falange que ya recibe todas las demonizaciones de los históricamente correctos. Es cierto que a lo largo de la historia se han cometido muchas tropelías en su nombre, pero no por ello hay que achacar a José Antonio la muerte de Manolete. Que cada palo aguante su vela, vamos. La verdad es que la estrategia queda clara a lo largo del libro: se tratan todos los tópicos sobre la Falange (4), con algún error flagrante como aducir que la Falange ¡defiende la dictadura del general Primo de Rivera!(5), con frases que despeinan al ser leídas, como donde se trata del espíritu misionero de la División Azul (6) (de la que, valga el recuerdo, la compañera de Edgar Neville, Conchita Montes, fue madrina, algo que a veces conviene olvidar), insinuaciones a contra pelo, como la de que José Antonio Primo de Rivera gustaba de poseer una corte de aduladores (7)... rizando el rizo y empleando al demonio máximo, los nazis, asimilándolos a la revista de la Sección Femenina "Y" (8) e incluso al propio Neville, quien parece hacer un guiño al régimen nacional socialista (9). ¿Y todo esto para qué? Pues para no desamparar una de las ideas fuertes del texto: que el falangismo de Edgar Neville fue flor de un día (10).

 

   Pero no es lo único que se tuerce en el texto. Especialmente mal parado aparece Enrique Jardiel Poncela, quien parece tener una envidia patológica hacia Neville (11), llegando al resentimiento (12). Jardiel aparece vapuleado (13) con eutrapélico regocijo, de tal manera que uno llega a pensar que es el propio Ríos quien está resentido con Jardiel, quien llega a aparecer relacionado, ¡horror!, con la revista "Y" a través de un artículo en los números 6 y 7 sobre, pásmense de la transgresión, la "mujer azul". Un demonio, este don Enrique, vaya. (14)

   Con menos inquina pero con superior ignorancia intencional, o no, aparecen otros secundarios que cruzan el relato a una velocidad pasmosa. Se aprecia, por ejemplo, cierta confusión entre Luis Escobar y Juan Ignacio Escobar, tal y como se aprecia entre la historia real y la historia deseada (15). Sorprende, sí, la imagen de Manuel Azaña contra el comunismo. Al menos la imagen de Giménez Caballero, GeCé, padre del surrealismo en España, no aparece demasiado maltratada (16). Para estudiar este aspecto de la obra se echa en falta un índice onomástico del que, por supuesto, no pienso en absoluto que sea intencional su ausencia.

 

   Dejando de lado otros insultos, críticas y denuestos gratuitos (17), lo que más carga es cuando el propio biografiado cae víctima del ataque sin posibilidad de defensa. Edgar Neville es acusado veladamente de mentir (18); se cuenta que aprobó con el gorro el examen de ingreso a la carrera diplomática pues era facilísimo (más o menos como a notarías, vaya) (19), se le casi equipara con el miliciano Quintanilla, mentiroso compulsivo que se inventó una nueva historia sobre el Alcázar de Toledo (20) (lo que particularmente catalogaría como acto rastrero)... Uno se queda tan harto de que el autor llame embustero a Edgar Neville, que le entran ganas de llamar embustero al autor.

   Resulta un experimento de readaptación de la historia muy apropiado para los tiempos que corren. Se comentan hechos olvidando parte de los acontecimientos (21), se emplean de forma sesgada los textos autobiográficos de Neville para crear el Neville republicano que el autor hubiera querido que existiera... y cuando conviene, convierte sus textos literarios en autobiográficos.

 

   Sí, resulta simpático evocar a Edgar Neville en Londres, con Sanz Briz, ese hombre justo que a tantos salvó del holocausto (22), pero ¿dónde está el Edgar Neville niño en Alfafar? La misma foto con Chaplin en portada es un mero anzuelo que enseña la parte más atractiva de Edgar Neville para dejar caer este remiendo de la historia. Remiendo porque la hace parecer más pobre (pobretera, como diría Edgar Neville), más fragmentada, que insiste una y mil veces en la guerra y en la postura ante ella de Neville, que es capaz de olvidar años de la vida del autor, pero que emplea doce páginas en hablar de un documental de ocho minutos (23). Que es posible dejar ver que Edgar Neville disfruta del paganismo (24), o que hacer cine basado en el flamenco parece ser un acto antifranquista (25).

 

   En fin, una joya. Neville deviene en la mente del lector poco avisado en republicano azañista que para sobrevivir le pidió a su noble amiga Marichu Mora un carné de Falange, quizá después de pasársela por la piedra. Un resultado que, después de las quejas continuas del autor sobre su falta de acceso a documentación (26),  de basar sus conclusiones, entre otros, en un diario que afirma (y se duele de ello) que no ha podido consultar, no extraña demasiado. Un resultado cargado de resentimiento, como se comprueba en los agradecimientos (27). Agradecimientos verdaderamente exhaustivos: del autor, del editor.... faltan los del lector con una sola línea: ¡se ha acabado! Quizá el autor pida que escriba una palinodia (28) sobre esta última aseveración.

 

 


 

 (1) Juan Antonio Ríos Carratalá. Una arrolladora simpatía. Ariel, 2007. pg. 20

 (2) La CEDA vendría a ser en la época lo que el PP de hoy, así como el PSOE de la época vendría a ser... sí, el PSOE de hoy.

 (3) Recientemente, con motivo del fallecimiento de Emma Penella, José Luis Balbín, en la revista que dirige magistralmente, "La Clave", recuerda el enfado que ella y su marido tuvieron con él con motivo de un coloquio televisivo que Balbín  llevó a cabo sobre Lorca.

 (4) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 84. Todos los tópicos no. También en la página 62 afirma que "la nostalgia es una característica propia del fascismo español".

 (5) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 74

 (6) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 206

 (7) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 30

 (8) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 66

 (9) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 227

 (10) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 71

 (11) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 29

 (12) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 50

 (13) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 71

 (14) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 225

 (15) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 68. Luis Escobar, Marqués de las Marismas del Guadalquivir, aparece como falangista. Si no recuerdo mal de sus memorias, en realidad era requeté. Hay una sutil diferencia.

 (16) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 91. La aparición en el "Noticiario del Cineclub" de Edgar Neville de la mano de GeCé me hace pensar maliciosamente que quizá GeCé fuera tan anticomunista como Azaña.

 (17) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 86 (Millán Astray es un perturbado); pg. 32 (el autor parece torcer palabras para, en lo que es una cita a los Machado, denigrar a Manuel y quedarse con Antonio)

 (18) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 35

 (19) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 90

 (20) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 117

 (21) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 46. Alfonso Ponce de León moría fusilado en agosto del 36 en Madrid ¿por quien? ¿por una bandada de grullas? Eso parece lo razonable, pues resulta imposible que los generosos tipos del Frente Popular lo hicieran.

 (22) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 130

 (23) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pgs. 242-254. Se trata del documental "¡Vivan los hombres libres!", sobre la checa de Vallmajor, del que resaltan los nombres propios de Félix Ros (imprescindible su Preventorio D) y de Alfonso Laurentic. En general habla de ciertas películas dirigidas por Edgar Neville como si las hubiera visto, cosa que dudo sinceramente.

 (24) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 274

 (25) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pg. 90. Más adelante parece decir lo contrario.

 (26) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pgs. 206, 210, 217.

 (27) Juan Antonio Ríos Carratalá. op. cit. pgs. 329, 330.

 (28) Palinodia resulta un vocablo que, por lo visto, el autor, tomado de Neville o de antecedentes ignotos, hace propio y enarbola repetidamente a lo largo del texto, en lugar de la expresión más común "retractación pública". Debe ser un fetiche.

"EL PRÍNCIPE DE ÉBOLI". LA PASIÓN IMPERIAL DE GUILLERMO ROCAFORT

"EL PRÍNCIPE DE ÉBOLI". LA PASIÓN IMPERIAL DE GUILLERMO ROCAFORT

Juan V. OLTRA

 

   No hace demasiado publicábamos en estas mismas páginas electrónicas la crítica del primer libro de Guillermo Rocafort: Yo, Berenguer de Rocafort, Caudillo Almogávar. En esa ocasión me deshice en elogios hacia esa opera prima. Cabría pensar que lo hice por la amistad que me une a esa gran persona que es Guillermo. Cabría pensar también que al tratarse de una primera obra, podría haber sucedido lo que con muchos: que ponen todo lo que tienen dentro en su primera publicación, incluyendo de alguna manera datos autobiográficos.

   Pues bien, aunque la amistad no la puedo ni quiero negar, sí procede desmentir la segunda premisa. Guillermo Rocafort demuestra en esta segunda novela histórica que posee un don mucho mayor que el de saber documentarse y emplear esa información sin ánimo torticero, con justicia y lealtad para con la historia. Mucho mayor que seguir las huellas de un personaje y describir paisajes con la claridad de un buen pintor. Mucho mayor que el tino preciso para dar luz a personajes generalmente como secundarios cuando deberían tener altares en el templo de Clío. Incluso mucho mayor que el escribir libros que se leen de un tirón, libros de los que se hace duro separarse hasta que su lectura no se ha concluido.

   Mucho mejor que todo eso. Guillermo tiene el don de hacernos ver épocas pretéritas por los ojos de sus protagonistas. No sólo centrados en la ética y estilo de una época concreta y no con los ojos presentes, sino con todo lo que rodea al personaje, bien sean esas grandes cosas que pasan a los manuales de historia, bien esas pequeñas percepciones que solo tuvo el personaje. Y esto, de cara a escribir novela histórica, es el don más preciado, el punto de partida sin el cual nada es posible, más allá del aburrimiento del lector. Y es que cuando acompañamos al pequeño Ruy en su infancia y sentimos las lágrimas de su madre cuando lo separan de su lado, su dolor es nuestro dolor. Y cuando vivimos su día a día con su esposa, Ana de Mendoza, su felicidad nos invade y cauteriza las heridas anteriores.

 

   Conocer el reinado de Felipe II, uno de los mejores Austrias que nos gobernaron, y quizá el último Rey de verdad que tuvimos, es posible sin leer a Guillermo Rocafort, pero, desde luego, es menos dulce y agradable. Este texto, como decía el clásico adagio, enseña deleitando.

   ¡No se lo pierdan!.

 

   Ficha: "El príncipe de Éboli. Ruy Gómez de Silva".

   Guillermo Rocafort. Aurea editores, Barcelona 2007. http://www.elprincipedeeboli.com/

"DEONTOLOGÍA Y ASPECTOS LEGALES DE LA INFORMÁTICA"

"DEONTOLOGÍA Y ASPECTOS LEGALES DE LA INFORMÁTICA"

Sento FERRER

 

   Fruto de una larga colaboración de la profesora María de Miguel, doctora en Derecho y del profesor Juan Vte. Oltra, doctor ingeniero en Informática y colaborador de nuestra publicación, aparece el libro "Deontología y Aspectos Legales de la Informática: cuestiones éticas, jurídicas y técnicas básicas".

   Este volumen pasa a ser un documento de referencia no sólo para los alumnos universitarios que quieran tener una visión general de los aspectos éticos, jurídicos o técnicos básicos que intervienen en el día a día de las nuevas tecnologías, sino que resulta de gran utilidad para cualquier profesional que necesite tener una perspectiva amplia de los aspectos jurídicos que plantean las TIC´s (tecnologías de la información y comunicación).

   Temas diversos, que van desde la protección de datos personales y la propiedad intelectual a aspectos básicos del entramado legal que recubre el comercio electrónico o los primeros pasos para hacer un peritaje informático, quedan cubiertos por este libro, publicado por la Universidad Politécnica de Valencia y disponible en la práctica totalidad de las universidades públicas españolas.

PROHIBIDO LEER

PROHIBIDO LEER

Juan V. OLTRA

 

   Cuando en 1995 Bill Gates vino a España a presentar su Windows 95, le invitaron a la presentación de Infovía en el edificio de Telefónica. Al pasar las camareras del catering con una bandeja de pinchos de tortilla, Bill Gates cogió uno por la tortilla, no por el palillo, y se lo metió en la boca con éste. Hubo que aclararle que el palillo no se comía. ¿Resulta ridículo? Quizá. Lo que está claro es que es un magnífico ejemplo de lo que provoca el desconocimiento de un país extraño. Y eso es algo que sufrimos los españoles de continuo. Uno de los mejores ejemplos de absurdos aplicados por este desconocimiento es el canon de bibliotecas.

 

   En nuestra piel de toro, la verdad es que Diógenes para encontrar a un lector hubiera agotado montañas de baterías de litio en su linterna. Dicen las encuestas que sólo el 55,5% de los españoles lee, lo cual ya es una mentira piadosa, pues entiendo que de ese magro porcentaje habría que deducir aquellos que compran las novedades editoriales porque lucen bellas en sus estanterías y después les hacen el mismo caso que al tabasco en sus alacenas (he llegado a conocer el caso de supuestos lectores que compraban libros por metraje: "póngame un metro de libros con el lomo verde"). Esto parece venir avalado por las cifras que relacionan la venta de libros con los préstamos realizados en biblioteca. Mientras en Dinamarca, por citar un país exótico, la cifra está en un 19,8 %, en España se queda en un parco 1,4%. Esto, al tiempo, desmiente la malsana teoría que habla del daño que el préstamo público de libros provoca en las ventas.

 

   Y es que en Europa esto funciona como ayuda al mundo editorial, sí... pero es que aquí existen otros mecanismos como  las ayudas directas a la creación de obras, las subvenciones a la edición con la compra de un determinado número fijo de ejemplares de una obra para las bibliotecas y el precio fijo de los libros que allí no se dan. ¿O es que el gobierno va a eliminarlos en compensación? Porque yo, simplemente, no me lo creo. El pago del canon, veinte céntimos de euro de vellón por cada ejemplar prestado, pásmense, provocará por otra parte una sangría en los recursos disponibles para aumentar las colecciones de nuestras bibliotecas, que redundará por otra parte en beneficio de los autores (y editores) más vendidos. Una manera muy curiosa de socializar la cultura.

   Pero es que además, cumplimos la directiva comunitaria de marras, por cuyo supuesto incumplimiento, el legislador ha tenido que pergeñar esta ley: en el artículo 5.3 de la directiva se lee: "Los estados miembros podrán eximir a determinadas categorías de establecimientos del pago de la remuneración". Y es lo que se hizo... aunque ahora la Comisión Europea ha denunciado que la excepción aplicada por España a las bibliotecas es demasiada amplia.

 

   Todo esto tendría gracia si no fuera por lo lamentable que es tener que compaginarlo con el fomento de la lectura en un país en el que los índices son bajísimos. Sin bibliotecas los autores tendrán menos lectores; es más, no se crearán lectores nuevos. Y sin lectores los escritores... no sobrevivirán.

   No se trata de emular a Unamuno, de quien se cuenta que cuando entraba en una reunión preguntaba: "¿De qué se trata? ¡Porque yo me opongo!", pero la verdad es que últimamente uno tiende a responder así cuando se encuentra con estas sorpresas tan desagradables procedentes del legislador.

"DIEGO DE UCEDA", O EL IMPERIO QUE FUE

"DIEGO DE UCEDA", O EL IMPERIO QUE FUE

Juan V. OLTRA 

 

   Crítica a "Diego de Uceda. Tres actos en la vida de un soldado del rey Felipe II", de Ángel de La Iglesia.

 

   No busquen en la gran, ni tan siquiera en la pequeña historia de España a Diego de Uceda; este humilde aprendiz de zapatero que llegó a sargento en aquel ejército que dominaba al mundo no existió.

   Pero aquí miento: no existió como tal Diego de Uceda (aunque si revisan la bibliografía referente a sus años de supuesta vida con calma, verán a un Diego de Uceda condenado por la Santa Inquisición... y a otro Diego de Uceda, agustino, que pugnaba por una cátedra en Durango, dos destinos que hubieran podido ser posibles para nuestro héroe). No existió Diego, pero el personaje resulta arquetípico. Y es que mi querido Ángel de La Iglesia, absorbido por las historias de pícaros y soldados del siglo de oro, convirtió su pasión en texto regalándonos este espejo de aquellos soldados duros como el pedernal. Un texto que nos lanza en un viaje imprevisto, donde las descripciones nos hacen vivir en Madrid (¡el Madrid de Felipe II, nada menos! ¡La Roma de la hispanidad!) recorriendo su entorno, admirándonos ante la construcción de El Escorial y gozando del viaje hasta Ávila para, conforme las páginas vuelan en nuestras manos, gozar y sufrir con él en Nápoles e incluso en la Berbería.

 

   Mediante tres historias ambientadas en la adolescencia, la plenitud adulta y la madurez de Diego de Uceda, el autor describe costumbres, alimentos, calles, armas... refleja toda una sociedad poderosa, la española que poseía un imperio donde no se ponía el sol, sin obviar las relaciones de poder e incluso cuestiones hoy obviadas en textos similares por considerarse, a la luz de lo políticamente correcto que hoy nos alumbra, improcedentes. Es justo esa precisión de erudito, de autor al que se le nota un amor tremendo por su obra, la que evita a Ángel el transitar por el camino de la alianza de civilizaciones en este encuentro. Y es lo que más le agradece el lector, aunque yo barrunto en lo particular que lo que hubiera preferido pasaría por avanzar con un real Diego de Uceda en una descamisada contra un ejército enemigo.

 

   No duden en sumergirse en un libro que les provocará una cascada de sensaciones. Que les hará ver la amistad, el amor, la pasión, la traición y, sobre todo, la camaradería. El veredicto sobre el libro no puede ser más positivo: si usted gozó en la gran pantalla con Alatriste, si recuerda con cariño las lecturas sobre ese soldado, o, aun más, si Alonso de Contreras es para usted un tótem literario, no lo dude: éste es su libro. Un libro que le arrastrará por tiempos violentos y le hará cambiar por unos segundos su mando a distancia por una espada afilada. Por buscar algún reproche a este texto para con el autor, señalaré su brevedad. Puede parecer extraña esta aseveración para con una obra de cerca de 300 páginas, pero lo cierto es que nos deja con la miel en los labios.

 

   Queda esta propuesta en el aire: hemos acompañado al personaje en tres momentos muy breves de una vida que se reputa azarosa. El lector llegado a la apología final, debe exigir al autor que no nos escamotee el resto de su vida.

VIAJE EN EL TIEMPO Y EL ESPACIO. "DIVISIÓN 250", DE TOMÁS SALVADOR. Una reedición necesaria.

VIAJE EN EL TIEMPO Y EL ESPACIO. "DIVISIÓN 250", DE TOMÁS SALVADOR. Una reedición necesaria.

Juan V. OLTRA

   Ediciones Armas Tomar es una editorial de corta historia pero grandes aciertos, y de entre ellos me arriesgaría a señalar como el mejor, el rescatar a un magnífico escritor, hoy olvidado por la gloria y magnificación de lo políticamente correcto: Tomás Salvador. Y es que los muchos aciertos literarios de Tomás Salvador quedan siempre sepultados detrás de un estigma doloroso que hoy lo convierte en un maldito: no sólo fue un guripa, un alegre divisionario, un miembro de la División 250 (a la que siempre se la recuerda como división azul por el color de la camisa de sus integrantes) sino que, pásmense, además de no intentar ocultar o maquillar ese terrorífico pasado tuvo la desfachatez de dirigir revistas de divisionarios como “Hermandad”.

   Llegados a este punto me doy cuenta de que quizá algún damnificado por la LOGSE precise de aclaraciones sobre lo que fue la división azul, sobre los motivos que provocaron que un grupo de españoles fueran a dejar su pellejo a una tierra tan lejana y, al menos en apariencia, tan distinta como la rusa. No voy a entrar en esa camisa de once varas, que reservo para los historiadores profesionales, simplemente me limitaré a dar las mías para explicar el porqué yo estoy en medio de este charco. Y lo estoy por muchas razones, de entre las que destaco una: se la debo a mi “Tío Miguel”. En algún otro sitio he contado que yo tuve dos tíos con un pasado político y militar muy distinto y peculiar: Pepe, teniente encarcelado en San Miguel de los Reyes durante años por su pertenencia a las JSU de Carrillo, y Miguel, hasta su muerte presidente en Valencia de la Hermandad de la División Azul. Permítanme que en este instante me ponga ante mi tío Miguel en primer tiempo de saludo y a su disposición ponga mi pluma de infantería. A la suya y a la de otro querido Miguel, este Miguel Ángel, inasequible al desaliento y martillo neumático que me machaca insistiéndome por estas líneas. Para poder escribirlas, me dediqué a releer el libro de Tomás Salvador. A decir de algún divisionario con el que el tema he tratado, si hubiera que resumir la epopeya española en Rusia bastarían dos libros, el de “los extranjeros” (el estudio de  Kleinfeld y Tambs) y éste. Uno por los datos, otro por el sentimiento. No ha sido verdaderamente un trabajo pesado: División 250 es un libro de los que te dejan el café frío Te lo dejan frío por cómo te absorbe la obra… y por los copos de nieve que caen de sus hojas conforme el general invierno va haciendo su presencia. Me puse el freno y lo paladeé, obligándome en ocasiones a interrumpir la lectura, pues la tendencia natural lleva a no soltarlo hasta concluirlo. Tomás Salvador escribe en División 250 un libro coral, sin un protagonista único. No hay un héroe solitario, ni más línea argumental que el propio desarrollo de los acontecimientos bélicos. Recorre el escalafón, las posiciones… los estados de ánimo… él mismo aparece como personaje en un par de ocasiones en el libro (una en la p. 314, otra al final), retratándose a sí mismo muy al gusto de Guareschi, como un pobre diablo que se deja llevar y a veces se equivoca. Y con esos mimbres teje una cesta donde cabe el espíritu de la división azul, el espíritu de aquellos hombres que, movidos por la famosa arenga que decía: “Camaradas: No es tiempo de discursos. Pero es el momento de que la Falange dicte su sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! Culpable de nuestra Guerra Civil. Culpable del asesinato de José Antonio, nuestro fundador. Culpable del asesinato de tantos camaradas y de tantos soldados que cayeron en la guerra provocada por la agresión del comunismo ruso…”, descubren que, si a la gloria se va en coche cama, a Rusia se viaja en vagón de ganado.

   Es éste un libro lleno de hielo, de frío, de sangre… pero también de primavera, de muchachas bonitas y de ideales. Es un libro de guerra… pero no lo es. No hay odio, sino amor al enemigo. No hay grandes descripciones de la logística de la guerra, no hay grandes planteamientos globales, simple y llanamente porque tampoco le importaban demasiado al divisionario al que le tocaba imaginaria, con su pensamiento más cerca de la mortadela alemana, que en fechas señaladas recibían, que en los planes del estado mayor. Este libro, en todo caso, es un libro de amor y muerte. En la misma introducción, Tomás Salvador llama idiota a un individuo que dijo que se emocionaba más ante una cuna que ante una tumba, y reflexiona que ese prójimo tampoco portó nuca un arma ni vio a un hombre con los intestinos helados antes de morir. Y eso no resta un ápice de amor que a la vida tenía, ahí queda para probarlo su “Mi familia y yo”, magnífico libro también ¡ay! olvidado de Tomás Salvador.

   Empezamos la aventura cuando los alemanes acaban de atacar Rusia y el mundo tembló. Una aventura en la que enriqueceremos nuestro vocabulario con palabras alemanas y rusas, donde recordaremos que la noche llega, como los enemigos, del este. Y nos encontraremos con episodios entrañables, como el de los españoles incapaces de entenderse con sus camaradas alemanes pero capaces de comunicarse en todo momento con los prisioneros rusos. Que ven de forma rara el antisemitismo alemán (pg. 28) y no dudan en timarse con todas las mozas, alemanas, polacas, rusas o de cualquier nacionalidad, raza o credo con las que se encontraran. Con esos guripas que, de repente, aparecen con una vaca para pasmo de los mandos. Con aquel que pidió a sus familiares en España que le mandaran leche en polvo, pero lo hizo con tantos circunloquios que terminó bebiéndose los polvos blancos que se empleaban para limpiar las botas… Y con episodios dolorosos, con la muerte, leal compañera, abrazada a los protagonistas, acompañando a la muerte y a la mutilación, la congelación y la oftalmia, dejando un reguero de heroísmo por los frentes por los que pasaron. Demostrando que los españoles se ganaban a pulso la cruz de hierro… o la cruz de palo. Fueron esos mismos españoles que veían en Rusia una tierra parecida a la española cuando llegaba la primavera, que llamaban mamá a todas las viejas, que andaban a saltos y con las manos en los bolsillos y que frecuentemente olvidaban saludar… los que supieron hacer que la división, su trascendencia, no quedara bajo la nieve rusa.  Frisando los años 60, en la revista “Hermandad”, órgano de excombatientes que dirigía el propio Tomás Salvador, un guripa, Oscar Percival, escribió un artículo que tituló “Héroes tontos”. Creo que un par de párrafos de este artículo pueden servirme para, en un plagio descarado, cerrar estas líneas: “Ciñéndonos a lo nuestro, la División Azul, como unidad de guerra, fue piedra en el océano, insignificante esfuerzo en el conjunto tremebundo de la última guerra. ¿Seremos nosotros unos sentimentales que nos asimos a unos recuerdos, ya sin vigencia, de un valor puramente anecdótico?... ¿Será nuestro reunimos, nuestro hablar, una mera añoranza de los tiempos mozos, un trasnochado desgranar de chascarrillos de cuartel? (…) No es eso, camaradas. No fue eso la División Azul. Hay que tener el valor de proclamarlo. Fue algo tremendo; a veces grande, a veces oscuro... La componíamos hombres de toda calaña. No éramos héroes tontos. Hombres buenos y malos; cobardes y valientes; idealistas y aventureros, obreros, oficinistas, despistados, señoritos y artistas en embrión. Había muertos de hambre y hartos de comer demasiado. Falangistas de corazón y falangistas por el uniforme. Hombres que miraban a las estrellas... y otros —con o sin estrellas— que únicamente apetecían mirar a ras del suelo. En lo político, la División Azul — ignorándolo nosotros — cumplía una misión de pirotecnia. Era el nuestro un fuego de entretenimiento, una cortina de humo que protegía a la nación. Nuestro país estaba presente en la guerra, sin estar en la guerra. Aquellos insignificantes miles de soldaditos españoles servían de camuflaje a una multitud de millones de ciudadanos españoles.” Y es que, como decía Lady Macbeth “¡Qué oscuro es el infierno!... vergüenza, señor, vergüenza. ¿Tener miedo un soldado?... ¿Por qué temer que se sepa cuando nadie nos puede pedir que rindamos cuentas?...”

"LA REVOLUCIÓN NACIONAL JUSTICIALISTA", OPERA PRIMA DE VICENTE BLANQUER

"LA REVOLUCIÓN NACIONAL JUSTICIALISTA", OPERA PRIMA DE VICENTE BLANQUER

Juan C. GARCÍA

 

   Pónganse incómodos: hablamos de Perón. 

   Acaba de aparecer, de la mano de la barcelonesa Ediciones Nueva República, un libro sobre el justicialismo o, para que el personal nos entienda, el peronismo. Hecho que no podemos dejar de celebrar pues no en vano cuando hablamos de política con mayúsculas, mucho más allá del encefalograma plano que nos rodea, saludable es recordar que, aunque no acaben de creérselo las nuevas hornadas de españolitos, ha habido a lo largo de la historia - y, más concretamente, la historia del pasado siglo XX - lugares donde la imaginación estuvo en el poder.

 

   Sería muy pretencioso decir que "La revolución nacional justicialista", primera criatura en forma de letra impresa de nuestro entrañable Vicente Blanquer, viene a cubrir un hueco en este acromegálico emmental intelectual en el malvivimos, pero sí a poner algún punto sobre alguna i, habida cuenta que el nombre de Juan Domingo Perón va de boca en boca de algunos tertulianos - fundamentalmente radiofónicos e interneteros - aquejados de un reduccionismo - neoliberal o posmarxista, esto es lo de menos - tan brutal que, como no podía ser de otra manera, colocan al general en el ignominioso barrizal de lo políticamente incorrecto.

  

   "La revolución nacional justicialista" es un libro que tiene dos grandes virtudes. La primera es el estudio introductorio de Blanquer que a mí y a algún otro amigo que lo ha leído se nos antoja corto en exceso. Sin duda es un error perfectamente calculado: lo breve si bueno dos veces bueno. No se puede hacer un repaso más denso y en menos páginas que el que Blanquer hace en "La revolución nacional justicialista" del peronismo, movimiento al que no sólo atribuye grandes beneficios a Argentina, sino que lo eleva a la categoría de mito fundacional, ya que Perón, a decir de Blanquer, fue "el hombre que quiso nacionalizar la nación y de quien se ha dicho, acertadamente, que inventó Argentina, puesto que la Argentina de antes de Perón no era mucho más que cualquier otra colonia del imperialismo británico".

   La otra gran virtud de este libro es que nos encontramos frente a frente con el verbo de Perón. Sin intermediarios, habla Perón. A mí este tipo de libros me seduce especialmente. Estoy bastante harto de esos libros que, a través de sofisticadas puntadas, se dedican a hilvanar citas, de aquí y de allá, para mayor gloria del producto final. Blanquer nos hace un gran regalo compilando discursos, escritos y una entrevista que el inquietante óptico belga Jean Thiriart realizó a Juan Domingo Perón para La Nation Européenne. La selección, que podría haberse hecho de mil y una maneras, no tiene el más mínimo pero a nuestro juicio. Se abre con un discurso en la campaña electoral de 1946 y se cierra con el discurso pronunciado en la Plaza de Mayo el 12 de junio de 1974, pocos días antes de morir y auténtico testamento político de quien tuvo a la Argentina en el corazón y en el cerebro y de quien tuvo a las clases más desfavorecidas del país como máxima preocupación.

 

   Si tengo que quedarme con un texto - sin verme por ello obligado a desmerecer los demás -, elijo, sin duda, "La Comunidad Organizada" (págs. 59-105), conferencia que el general pronunció el 9 de abril de 1949, en Mendoza, como clausura del I Congreso Nacional de Filosofía organizado por la Universidad de Cuyo, una de las universidades de reciente creación con el objeto de puentear la hegemonía de las Universidades de Buenos Aires y Córdoba, y avanzar en una política de auténtico federalismo cultural y educativo. Sencillamente magistral. Una auténtica guía para momentos de apagón generacional, y no sólo en el plano metapolítico, sino también en el personal, del día a día.

 

   No quiero terminar estos párrafos sin antes advertir a quienes han considerado, consideran y considerarán al general como una suerte de apóstol de anticatolicismo y de un marxista con piel de cordero que, tras la lectura de "La revolución nacional justicialista", van a quedar... absolutamente decepcionados.

Gracias Vicente.