EL FUTURO DEL CATOLICISMO
Javier VEGA
Lo que no logró el cisma entre las Iglesias de Oriente y Occidente fue capaz de hacerlo la Reforma protestante. El antiguo cisma no solo no perjudicó a la Iglesia de Roma sino que reafirmó su primacía, el catolicismo creció y se multiplicó expandiéndose por los cuatro confines, mientras los ortodoxos se mantenían confinados en sus antiguos territorios orientales con la importante adicción de Rusia. Pero el auge del protestantismo tuvo, a la larga, un efecto devastador para los católicos. El triunfo de la revolución burguesa que traería consigo la modernidad y la democracia, de clara raíz protestante, puso al catolicismo a la defensiva. A finales del siglo XIX el apogeo del protestantismo y la crisis del catolicismo parecían imparables.
La historia, sin embargo, estaba lejos de estar escrita; hoy, menos que nunca. Cuando a principios del siglo XX se produce la primera gran quiebra de la civilización burguesa, sorprende al protestantismo mal pertrechado para hacerla frente. La quiebra del sistema burgués es, en más de un sentido, la quiebra de los principios protestantes que lo fundamentan. Se hace preciso, como señala Claudio Magris (siempre entre los más lúcidos pensadores de nuestro s. XX), recurrir a una tradición más antigua y profunda «capaz de abrirse a la comprensión y expresión de la crisis contemporánea, posmoderna, al mundo incierto, fragmentario y tentacular nacido de las ruinas de la totalidad moderna». Ahí se encuentra la tradición católica, muy anterior al Estado-nación y la democracia.
El catolicismo se caracterizó, desde sus inicios, por propugnar una obediencia a la autoridad espiritual más allá y por encima de la autoridad terrenal; los sistemas políticos modernos, particularmente el sistema democrático, nunca pudieron aceptar esta dualidad. El moderno poder público no solo se arroga el derecho a ingerirse y ordenar cualquier aspecto de la esfera privada que le resulte problemático, sino que hace de ello la columna vertebral de su concepción del Estado. La Iglesia Católica, por su parte, nunca se ha resignado a ser relegada a la estricta esfera privada, vindicando su papel de guía moral y espiritual. Es más, reivindica que los poderes públicos se limiten a la promulgación y ejecución de las leyes, cuya inspiración cristiana corresponde sancionar a la Iglesia.
La Iglesia, pues, nunca ha estado muy conforme con la ideología moderna del Estado, menos aún con la formación de la conciencia privada a fin de convertir al individuo en ciudadano. La conciencia de los individuos siempre ha sido para ella terreno sagrado donde cultivar los principios cristianos. La posición del protestantismo fue más ambigua: al formular el principio de 'según su príncipe, su religión' se mostró dispuesto a subordinarse y apoyar los fines del Estado, cuya ingerencia culmina en el Estado democrático. No es casual que en EE UU, país precursor de la moderna democracia, llegara a instituirse una religión civil como consecuencia de la participación activa de las confesiones protestantes en la formación patriótica de sus feligreses.
En este sentido el nacional-catolicismo sería fruto del intento de aplicar el mismo principio por parte de un sector de la Iglesia, si bien en pro de un nacionalismo no democrático.
Pero hete aquí que entretanto entraron en crisis fundamentales principios protestantes: la consagración al trabajo, la rectitud y el prestigio social, el decoro que exige poner por delante las razones de interés y conveniencia, la prosperidad como máxima expresión de la virtud... El derecho a la felicidad, sentimiento insaciable que da pábulo a un desear sin límites, fue el ácido corrosivo del sistema. Y lo primero que disolvió fue esa vida sana y banal que el protestantismo proponía como modelo. La cosa no termina ahí, para seguir citando a Magris: La ideología democrática del compromiso y el progreso que absorbe al individuo, penetrando hasta el interior de su conciencia y ahogando la peculiaridad de su persona y sus sentimientos, lleva a reemplazar la verdad por la opinión, el dialogo errabundo por el debate y la firma de manifiestos.
Ante este individuo que siente su vida vacía, que por no perder el tiempo ha desperdiciado la vida y solo le queda la nostalgia, el protestantismo parece haberse quedado sin mensaje. No sería justo reducir todo el protestantismo a las confesiones evangélicas, pero resulta muy llamativo que sea el evangelismo, su rama más sólida e hipertrófica, una concepción religiosa que pone el énfasis en el milenarismo, en las emociones, en las prácticas piadosas, soñando con un mundo idílico de buenos vecinos y pequeñas comunidades que va en dirección contraria al devenir histórico.
El catolicismo, que siempre fue pesimista -o sea, realista- respecto a la capacidad de los individuos para realizar el Plan de Dios, y escéptico respecto a la idea de un Dios mucho más intervencionista en las acciones de los hombres, ha desarrollado a través de los siglos una filosofía de la vida que hoy puede servir a los creyentes para comprender y expresar esta crisis. El catolicismo está en una posición privilegiada para ofrecer una explicación y contribuir a la recomposición de este mundo incierto y fragmentario en un nuevo proyecto de sociedad. En ninguna parte como ahí veo yo el futuro católico. Ahora bien, eso no va a conseguirse con emulaciones del evangelismo como en su día con el nacional-catolicismo.
No es extraño que la Iglesia experimente hoy la misma confusión que la sociedad en general, se escuchen propuestas distintas y se observen actitudes divergentes; aunque resulta preocupante verla adoptar posturas de Iglesia perseguida y recurrir al victimismo (ni siquiera la Iglesia parece librarse de esta plaga). Una Iglesia a la defensiva no es la mejor predispuesta a comprender y explicar, ni esa actitud es la más apropiada para trasmitir su mensaje. Y, sin embargo, el mensaje central de la Iglesia tiene hoy más vigencia que nunca. Cuestión ésta que merece capítulo aparte. La Iglesia nunca ha estado muy conforme con la ideología moderna del Estado, menos aún con la formación de la conciencia privada a fin de convertir al individuo en ciudadano
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Manuel -
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