LA REVELACIÓN ORIGINARIA
Alberto BUELA
“La claridad de un texto es el único signo incontrovertible de la madurez de una idea” (Nicolás Gómez Dávila 1913-94)
Es sabido que entre numerosos pueblos se habla de un feliz estado original del hombre, así tanto griegos como judíos nos hablan de una primigénea época que unos caracterizan como la Epoca de Oro y otros como el Paraíso Terrenal que supuso una vida de plena felicidad. Esto se acaba con el intento del hombre en querer ser como Dios (para los judíos) o en el robo del fuego a Zeus (para los griegos) lo que va acompañado por una serie de castigos que culminan en un gran cataclismo o diluvio universal. Todo esto es un bagaje común del que participan ambas culturas.
Claro está que existe una gran diferencia, los hebreos tienen un libro sagrado: el Antiguo Testamento con su relato del génesis en donde se cuenta la creación del hombre y del mundo y se muestra el carácter imperecedero del varón y la mujer gozando de una felicidad constante en el jardín del Edén o paraíso terrenal. Mientras que la religión de los helenos posee como rasgo específico no tener un libro sagrado. Esa tradición primordial se expresa en ellos a través de sus mitos. Mitos que vienen contados por los antiguos (palaioi legatai).
A estas dos tradiciones, la griega y la hebrea, se va a sumar la tradición cristiana (1) cuando al comienzo nomás, en su carta a los hebreos, San Pablo dice: Antaño Dios habló a nuestros padres. Este “antaño” o “en tiempos antiguos” nos está indicando en forma clara y distinta que estamos ante un pasado sin fecha en donde Dios le habló al hombre, a todos los hombres sin distinción. Prueba de ello es que esta revelación originaria, anterior al relato bíblico como al mitológico, ingresó en los mitos de los pueblos y ha permanecido, adormecida, quizás deformada por aditamentos espurios, pero siempre presente su memoria.
Nosotros, lectores asiduos de los griegos y sus mitos, nos percatamos más y mejor que el común de los mortales acerca de este entramado y de la convergencia de estas enseñanzas que nos legaron los antiguos, los hoi palaioi y de la vigencia y actualidad que tienen.
Y acá aparece otra gran diferencia y es que el texto bíblico es considerado un relato, en tanto que la revelación a los griegos es considerada un mito. Uno fue conservado y estudiado sistemáticamente por las escuelas teológicas tanto judías como cristianas. Y los mitos griegos quedaron reservados a los profesores de filosofía quienes los redujeron a un estudio anodino con alguna que otra interpretación moral.
Alguno nos podrá decir que es un anacronismo leer Platón, o peor aún, detenerse en la lectura de los mitos en Platón, sin embargo al recoger, releer y redescubrir esta revelación primordial lo que estamos haciendo es resignificar la tarea teológica que como dice el filósofo Josef Pieper (1904-1997) en su último reportaje: "Teología significa interpretación de la palabra transmitida por Dios a los hombres y eso es precisamente lo que intenta hacer Platón” (2).
Existe un grave riesgo al intentar emprender una tarea semejante y es que hoy día, bajo el pretexto de hablar sobre esta revelación originaria, se han desatado infinidad de escuelas, autores y escritores de todo pelaje que con libros de pacotilla inundan las librerías. Desde Paulo Cohelo hasta George Steiner y desde Titus Burckhardt hasta Silo y los autores New Age, no dejan títere con cabeza. Ni que hablar de los libros de autoayuda quintaesencia del kisch filosófico.
Además a ellos, que son los menos serios, debemos sumar la corriente paracadémica conocida como tradicionalismo filosófico integrada, entre otros, por René Genón, Julius Evola, F.Schuon, A. Coomaraswamy, Marco Pallis, G.Scholem, F.Capra, que oscila desde el estudio sobre los hiperbóreos hasta los piel roja norteamericanos. “Así tenemos magos occidentales convertidos en maestros hindúes, judíos cabalistas, católicos sedevacantistas, neopaganos, iniciáticos, indoeuropeístas, aghartistas, indigenistas (pero sioux, no bolis como Coomaraswamy), astrales, horoscoperos, hiperbóreos (como Evola), hiperaustros (como Serrano), teluristas, titanistas (como Junger), atlantólogos, orientalistas teosóficos, vikinguistas, yogas rúnicos, etc. Todos juntos en una cruzada irracional en busca de una tradición primordial y apelando a una espiritualidad confusa en donde todo vale” (3). Esto lo hemos dicho hace ya una década en un trabajo titulado: La gnosis moderna como atajo al saber.
Y con la idea de atajo, de cortada, de chicana, que significa abreviar, apurar para llegar antes, evitar esfuerzos, quisimos mostrar como esta corriente pseudoacadémica, donde lo mejor es su prosa cautivante, su esteticismo, viene a reemplazar el esfuerzo teológico y filosófico reconcentrado y demorado en el estudio, serio, racional y reflexivo de todo aquello que significa la revelación originaria.
Todo esto muestra que así como un filósofo no puede hacer filosofía sin teología, porque no puede hacerse el otario, diría un reo, y hacer como si no hubiera oído nunca nada de lo que naturalmente ha oído sobre la vida de ultratumba, de la misma manera la teología se vuelve confusa y estéril, como en la gnosis moderna, cuando no trabaja con conceptos filosóficos, que son los únicos que permiten una interpretación medianamente objetiva del fenómeno a estudiar.
Así pues, la tarea es doble cuando se pretende meditar acerca de la revelación originaria, por un lado está la interpretación de los intrincados textos y por otro despegar, no dejarse contaminar tanto por la tilinguería o el kisch filosófico como por la gnosis moderna.
NOTAS
1.- Obsérvese que nosotros hablamos de tres tradiciones culturales y no, como comúnmente se hace, agregando un monstruo cultural: el judeocristianismo. Hasta ahora la crítica a semejante disparate ha venido del campo neopagano o desde el catolicismo tradicionalista. Pero en estos días acaba de sumarse la opinión del famosísimo escritor judío-norteamericano, Harold Bloom quien en su último libro Jesús y Yahvé: Los nombres divinos, Barcelona, Taurus, 2006 va a sostener tajantemente que: “la pretendida tradición judeocristiana no es más que una formulación política que interesa, entre otras cosas, para el mantenimiento del Estado de Israel. Las dos tradiciones no tienen nada en común”. (Cfr. reportaje en La Vanguardia, Barcelona, 9/3/06). A confesión de parte relevo de prueba.
2.-Reflexiones sobre la filosofía y el fin de la historia, reportaje realizado el 6/6/92 por B. Schumacher, publicado en la revista Estudios-Itam, N°44, México, primavera 1996.
3.- Buela, Alberto: Ensayos de Disenso, Bs.As., Theoría, 2004, p. 61.
0 comentarios