ALGO ACERCA DE LA FE (a propósito de las próximas navidades)
Alberto BUELA
Hace varios años, viajando de un campo a otro por la desolada ruta 40, la que corre a lo largo de todo el territorio argentino pegada a la cordillera de los Andes y justo en la parte más solitaria y hostil (el paisaje lo hiere a uno), a la altura de Puelén en el desierto de la Pampa. Allá donde el diablo perdió el poncho, donde la casi nula agua que se encuentra viene con arsénico y donde ni el austero guanaco puede vivir. En una inmensidad cubierta de arena y espinas de alpataco, el único árbol de mundo que crece para abajo. Donde el alambrado no existe, pues los campos inmensos siguen abiertos (es que el alambre y los palos valen más que los campos). Allí, atado a una vieja cubierta de automóvil, colgada a su vez a un palo, estaba el cartel: Estancia la poca fe.
Inmediatamente nos vino a la mente el título del libro homónimo del filósofo peruano Wagner de Reyna en donde va a sostener que la fe siempre es poca, es insuficiente pues lo que pone el hombre de su parte resulta diminuto en comparación con la grandeza de la verdad vislumbrada [1].
Es sabido, que la más acabada definición del concepto de fe, desde la época de los Padres de la Iglesia, se halla en la epístola a los hebreos 11, 1 cuando se afirma: la fe es el fundamento de las cosas que se esperan y la prueba de las cosas que no se ven. (Est autem fides sperando rerum substantia, rerum argumentum non apparentium).
Esta definición está compuesta por dos partes: una primera que se mueve en el plano ontológico y una segunda en el plano gnoseológico. Así cuando se afirma que la fe es “la sustancia de las cosas que esperamos”, se menta al fundamento último de las cosas por venir. Nos movemos aquí en el plano ontológico. La fe en este aspecto nos hace presentes las cosas futuras y aquí encuentra su anclaje la esperanza, otra de las virtudes teologales, que entiende el futuro como advenir= adventus y simple futurum al modo del hombre precristiano que veía las cosas futuras como simple espera. [2] Mientras que cuando se afirma que “es prueba de las realidades que no vemos”, nos movemos en el plano del conocimiento que nos aporta la certidumbre sobre aquello que no podemos ver. Así la fe como adhesión a aquello que Dios nos ha revelado nos otorga un conocimiento privilegiado, pues Dios no puede decir sino la verdad y nada más que la verdad. “Pero el hilo de la fe del cual pende toda la certeza respecto del ser trascendente-divino y su mensaje, es muy delgado, afirma con toda propiedad el filósofo alemán Eric Voegelin [3]. Es que la verdadera fe abre la duda. Es como un faro en la niebla, no pierde su luz pero no llega lejos. La opacidad es la esencia de las circunstancias que rodean al creyente que tiene conciencia de sus limitaciones, de “la poquedad de la fe”.
Ahora bien, ¿de dónde le viene al hombre el fundamento y las pruebas de lo invisible? Algunos como los voluntaristas dicen que de la fortaleza de su voluntad. Lo que mueve al creyente a creer, es su propio querer creer, su propia voluntad. Pero muy bien observan, tanto un pensador pagano, como Alain de Benoist como un pensador católico como el mencionado Wagner: no se cree porque se dice que se cree, ni se tiene fe porque se afirma que se la tiene. Lo que se cree por la fe, no depende del acto de creer sino de aquello que éste muestra. Aquello trascendente al mundo de las cosas que podemos experimentar y mensurar.
En el otro extremo están los fideístas, básicamente el mundo protestante, para quienes la fe es un don sobrenatural que depende exclusivamente de la voluntad de Dios.
Si bien la fe es un don, una gracia de Dios. Y en la fe del creyente Dios es el responsable último; la fe se pide, es poca y flaquea casi siempre. El hombre, en un acto libre de su voluntad, la tiene que solicitar y puede aceptar o rechazar esta gracia de Dios.
Hay gente que quiere tener fe y no lo logra porque, más allá de acto debido a la bondad de Dios de otorgarla, se necesita la fortaleza del alma para sostenerla y no todos los hombres son capaces de ello. La mayoría necesita ayuda institucional y busca el apoyo de la Iglesia. A la fortaleza de alma se llega luego de un largo ejercicio en la práctica cotidiana de todo aquello que hace a la integridad intelectual, espiritual y física del hombre. Hay que recordar que la esencia de la fortaleza está más en el saber soportar= sustinere, que en el poder agredir = agredere.
Y si bien la fe es, antes que nada, un don gratuito de Dios, que puede otorgar aun sin que se la pida, el hombre debe preparar el recipiente de la fe, que es él mismo. Con razón decía Ortega que las ideas se tienen y las creencias nos tienen. Las ideas son ferencias y las creencias preferencias.
Fe se dice en latín fides y en griego pistis, ambas participan de la misma raíz pith del verbo peitho que significa escuchar, enterar, convencer, confiar. Pisteuo de la misma raíz significa creer, del latín credo donde está presente la raíz do (dar), así quien da (acreedor) cree y confía que le será devuelto lo prestado.
El adjetivo pistos (digno de fe, confiable) participa de la misma raíz del originario pith. Y el confidente, aquel con quien se comparte la fe es el mismo con quien se comparte el secreto, lo que está encubierto que en griego se dice lethes que es lo contrario de a-lethes, (desoculto o verdadero). Así, siguiendo esta secuencia etimológica, la fe se relaciona con la verdad.
En tal sentido los viejos teólogos realizaban el siguiente silogismo: como la fe es la adhesión a lo enseñado por Dios a través del dato revelado y Dios no puede decir sino la verdad; esto lo ha dicho Dios, luego es verdadero.
O creer o reventar, diría mi abuela
Así pues, aquello que comenzó por un planteo ontológico: el fundamento de las cosas que se esperan, y gnoseológico: la prueba de las cosas que no se ven, pasó por la dialéctica solicitud – disposición- gracia, para terminar en la convergencia de fe y verdad.
[1] Wagner de Reyna, Alberto: La poca fe, Ipec, Lima 1993, pp.168 a 172
[2] Es llamativa la sugerencia que nos hace la etimología. Pues futurum= lo que será, es el participio presente del verbo fuo, que a su vez viene del griego phyoo=generar, cuyo sustantivo es physis=naturaleza. Así, ese futuro del hombre anterior a Cristo se espera que ocurra dentro de un proceso físico regular más vinculado a la esperanza cotidiana y mundana de un acontecer determinado por la naturaleza.
[3] Voegelin, Eric: El asesinato de Dios y otros escritos políticos, Ed. Hydra, Buenos Aires, 2009, p. 179
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