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Bitácora PI

LA CEGUERA COMO SISTEMA

LA CEGUERA COMO SISTEMA

Arturo ROBSY

 

   A veces, en medio de la confusión de épocas que es hoy el mundo, es necesario preguntarse por lo que se ha hecho sobrevivir de las otras: por su utilidad, por su oportunidad y por su eficacia. Dan ganas de preguntarse si el siglo XIX fue el antepasado del XX, o el XX el antagonista del XIX.

   Alguna mente superior siempre descubre -varias veces a la semana- el método dialéctico y encaja la Historia en él. Si el XIX fue el siglo liberal, el de la idea del imperio liberal y de la nación, y el XX, en cambio, fue el del socialismo y, entrambos, los doscientos años más belicosos y asesinos, ¿no parece indicarse que tras la tesis liberal del XIX y la antítesis socialista del XX, el XXI ha de ser la síntesis del socialcomunismo con el liberalismo? Pero cuando se usa el intelecto no se puede tolerar que se atribuyan inteligencia y método -características del ser humano vivo- a una teoría de la historia política. No piensa la Naturaleza como no piensa la tabla de multiplicar. No piensa la Historia, como no lo hace la lista de los Reyes Godos. Muy al contrario, todos hacen pensar y de ahí salen tristes borradores del Universo; verdades "pretàporter" que tranquilizan o marean a esa cosa casi insobornable que es, en el hombre, la necesidad de entender y entenderse.

 

   Hay que imaginarse a un intelectual serio, o sea, uno de cuando no se podía decir cualquier cosa en la seguridad de que colaría, explicando la relación exacta entre el Universo y el hombre, para lo que sería necesario dar la composición inapelable de la aparición y el funcionamiento de ambos. Camino de la omnisciencia. Y, hecho esto, que el prestigioso intelectual precisara que lo dicho por él es la única verdad posible y él la única razón acertada. Pues semejante egocentrismo, semejante soberbia intelectual, la pretensión de conocerlo todo y saber lo que hacer ante cualquier cosa, incluso prever lo que será la historia futura, ha sucedido varias veces: en las vísperas de la revolución americana, o de la francesa, y en la de las revoluciones comunista y fascista, por señalar sólo tres hitos, las "Tres Vías" del hombre hacia la sociedad libre y justa. También se sabe, con seguridad en esto, que entre las tres cosmologías se desataron las mayores matanzas que ha conocido la humanidad. Guerras que su ciencia no previó o causó ex-profeso, y sociedades -todas- profundamente injustas e infelices.

   Entre nosotros perviven, tras aniquilar, unidas, a la tercera, dos de esas cosmologías, convertidas hoy en dogma casi frenético, o sea, tras renunciar a la explicación racional de sus evidentes resultados. Malos, pero convertidos en equilibrio inestable, con el mundo humano -la sociedad- a punto de volcar no importa en qué dirección.

   Asombra que gentes actuales puedan considerar posible que los conceptos actúen como si fueran seres vivos pensantes y se obstinen en encajar "lo que hay" en en la teoría, antes de hacer una buena teoría con "lo que hay". "La Naturaleza -nos dicen- se rebela contra la contaminación humana". "La Naturaleza estuvo probando modelos de seres, simios y todo, hasta constuir los mejor dotados para la supervivencia". ¿Supervivencia en cuál de las muy distintas eras geológicas?

 

   Asombra el egocentrismo de las teorías que dicen ser y postularse como las verdaderas. Que dicen, sin reparo, constituir la solución perfecta para la sociedad y el individuo. Para el niño y la niña. Pero los resultados, en cambio, no son asombrosos con sólo tener un mínimo conocimiento del alma humana: no es posible, ni lo será, que dos egocéntricos concuerden. No es posible que dos sociedades egocéntricas vivan en paz: provocarán guerras o revoluciones, traiciones y conspiración, palabra prohibida aunque constituye el noventa por cien de la historia política antigua y actual. No saber cómo es el universo ni cómo el hombre es una característica fundamental de las doctrinas moribundas que se llamaron ideologías, tendencias de una ortodoxia brutal predicada ex-cáthedra y nunca demostrada. El devenir de la humanidad es un rosario de muertes inútiles y de atribuciones necias.

   Muchos hombres, que deseaban buscar la verdad, han acabado creyendo que no es necesario, ya que la poseen y es única. Por disimulo han articulado una falsedad en la que no creen: que cada uno tiene su verdad y que todas son respetables. Esto, además de ser imposible en lógica, es sumamente imprudente para la especie: si ya no se buscan la verdad ni la justicia, porque se afirma tenerlas, todo queda a punto para la actividad sectaria y, en consecuencia, se irá hacia nuevas guerras y nuevas crisis. Más la natural subversión entre las dos convicciones actuales. No se puede esquivar el hecho de que se vive en una organización social liberal que en muchos lugares, como España, está dirigida por sus contrarios naturales: los socialismos ya fracasados pero que convierten el sistema democrático en algo infructuoso al emplear a la vez, y en situaciones parecidas, las dos ideas del Universo.

   Las ideologías, evolucionadas ahora hasta el estado de cáscara nominal, sólo contienen intereses corporativos, toman el aspecto de religiones idólatras y adoran al Ciudadano o al Hombre-recurso: eso hace posible identificar la doble raíz de las últimas guerras y de las venideras: como expansión de los intereses comerciales y, a la vez, la imposición de la verdadera fe que racionaliza y legitima esos intereses.

   Los árabes no lo ignoran: una república al estilo occidental y tutelada por ex-cristianos, convertirá, obligatoriamente, su religión en mito, en beneficio de una de esas nuevas religiones que necesitan fieles que imaginen que ellas son la respuesta a todas las preguntas que contiene la creación, hombre incluido.

   Del mismo modo que sucedió con nuestras dos repúblicas occidentales, la una liberal en 1873 y la otra socialista, en 1931, que acabaron en catástrofe. Repetir las experiencias, como parece pretenderse al mezclarlas con oportunismo, sería un imperdonable caso de testaruda estupidez.

   Desengáñese el español: es imposible que el Sr. Rajoy y el Sr. Zapatero, con independencia de sus inteligencias, lleguen a una cooperación o entendimiento. A los efectos, pertenecen a mundos distintos. Son las puntas de unos egocentrismos más antiguos que ellos y ellos han formado un problema irresoluble en nuestro tiempo: el vicio de creer en lo que no hay y de intentar explicar un universo que no existe a unos hombres que tampoco. Todo es otra cosa.

No es cuestión de decir a las personas lo que deben creer: eso lo hacen las ideologías. Pero es justo advertir que situaciones así no se resuelven si no es con guerras. La segunda o la milésima tanda de Guerras de Religión.

2 comentarios

Juan -

La x. Me salió explen, en vez de esplen. Fallo de tecleo que merece que sea golpeado con el as de bastos.

Juan -

Excelente, como siempre, artículo de Arturo.

No destaca sobre los suyos, simplemente porque todos son expléndidos