EL RENACIMIENTO Y SU HERENCIA
Alberto BUELA
El gran historiador del período baja Edad Media- Renacimiento, el holandés Johan Huizinga (1872-1945), afirma que: “El desarrollo del concepto Renacimiento es uno de los ejemplos más claros de la falta de autonomía de la disciplina histórica, de la relación que es al mismo tiempo su debilidad y su gloria: su indisoluble vínculo con la vida contemporánea” (1). El holandés se equivoca y acierta al mismo tiempo. Yerra cuando presupone que el concepto Renacimiento debe de ser estudiado por la historia, cuando, los conceptos los estudia la filosofía. Y acierta cuando vincula la historia a la vida contemporánea. Nosotros acá vamos a estudiar dónde “erró el vizcachazo”.
Es sabido que existe una correspondencia entre lo que pasa en las altura de la vida espiritual y el fondo de la vida material de las sociedades y eso es lo que sucedió con el Renacimiento, las fuerzas humanas se desprendieron de su centro o su fondo espiritual y pasaron a la superficie. Así, la pintura, la escultura y la arquitectura fueron las primeras en manifestarse como anotó Lorenzo Valla en el prefacio de su Elengantiae linguae latinae. Esta frescura pensada como un retorno, de ahí Renacimiento, a las fuentes de la sabiduría y de la belleza, este volcarse al descubrimiento de la naturaleza, esto fue “el desarrollo de este concepto”. Y en este sentido afirma el filósofo existencialista ruso Nicolás Berdiaeff (1874-1948) que: “El Renacimiento basado sobre el humanismo descubrió las fuerzas creadoras del hombre, no como ser espiritual sino como ser natural. Pero el hombre natural arrancado del hombre espiritual, no posee fuentes inagotables para su creación” (2).
Pero el Renacimiento no fue como comúnmente se cree y se divulga una ruptura con la Edad Media, un tirar por la borda lo que había hecho el hombre durante mil años. Afirmar ello es una versión errónea, cuando no interesada de lo que hoy se llama el pensamiento anticristiano, o mejor aun anticatólico.
La Edad Media, y sobre todo “el otoño de la Edad Media”, según el hermoso título de otro trabajo de Huizinga, había preparado el florecer del primer Renacimiento, en que el catolicismo no solamente conducía al hombre al cielo sino que exaltaba la belleza y la gloria sobre la tierra. Jacobo Burckhart en La cultura del Renacimiento en Italia e incluso Votaire, anticristiano declarado, reconocen que fue la libertad y riqueza de las ciudades medievales la matriz del Renacimiento. Todo lo que tuvo de auténtica grandeza el Renacimiento estuvo vinculado al ordo christianorum. Los tipos humanos más emblemáticos de esta unidad entre el medioevo y el Renacimiento son: Giovani Pico, príncipe de Mirándola e Concordia: “En el hombre que nace el Padre colocó semillas de toda clase; según lo que cultive cada uno darán sus frutos. Si son vegetales será planta, si sensible será bestia, si racional se convertirá en animal celestial y si son intelectuales, será ángel e hijo de Dios” (3). Y Erasmo de Rotherdam, quien en carta a León X dice: “Este nuestro tiempo, que promete ser una edad de oro, en el cual veo restaurarse, bajo vuestros felices auspicios y gracias a vuestros sagrados consejos, tres de las bendiciones principales de la humanidad: Primero, aquella auténtica piedad cristiana que cayó en decadencia; segundo, el saber de la clase superior hasta aquí en parte desdeñado y en parte corrompido y tercero, la pública y perdurable concordia de la Cristiandad, fuente y origen de la Piedad y de la Educación” (4). Como vemos, nada más ortodoxamente católico en ambos. Es más, hasta algunos Papas apoyaron el Renacimiento y su espíritu se manifiesta con fuerza en el Vaticano como cualquier turista puede ver. No hay una contradicción como erróneamente y popularmente se afirma entre Renacimiento y Edad Media sino una continuidad, y eso se ve sobre los pueblos mediterráneos con el apego estético al culto, que el Renacimiento enaltece.
Aquello que deslumbra al hombre del Renacimiento es la adquisición de saber científico (el surgimiento de la máquina) y así la naturaleza comienza a sustituir a Dios, pero esto no se produce, como afirma la versión “ilustrada y progresista” del Renacimiento, como un sublevación contra el pasado religioso y espiritual de la Edad Media. No. El Renacimiento es la secuencia natural de una acumulación de saberes de mil años. Lo que ha sucedido fue que: “el Renacimiento fue traicionado en su espíritu por la época posterior” (5). Así podemos decir que tuvo dos corrientes que lo continuaron: a) Una legítima y fiel al espíritu de renacentista, que no predominó: el barroco y b) Una ilegítima, que fue quien con el tiempo dominó: la ilustración.
El barroco no aceptará jamás la visión pesimista del hombre que el protestantismo encierra en su doctrina. A la salvación del hombre por la sola gracia agregará los méritos de las obras debidas a su libertad y responsabilidad. Y la dignidad del hombre no estará dada entonces dada por el éxito predestinado por Dios, sino que el hombre barroco fincará su dignidad en la calidad y magnificencia de sus obras. Va a defender frente al mundo protestante la autonomía del hombre a los ojos de Dios. El hombre barroco no es otra cosa que el hombre católico. Vitoria, Suárez, Vico son sus mejores representantes. Pero, paradójicamente, encuentra su mejor y mayor expresión en Nuestra América en el denominado barroco americano, esa imbricación entre lo telúrico y lo arribeño, entre lo indio y lo católico, entre colonizador y conquistado, que produjo esta ecúmene indoibérica y un tipo humano: el criollo, que se expresa en este nosotros que somos: ni tan español ni tan indio, como gustaba decir Bolívar.
Digresión argentina. Este espíritu del Renacimiento anclado en el núcleo espiritual de la Edad Media es el que llega a Nuestra América de mano de los conquistadores que aquí se expande y se ensambla, paradójicamente, en Argentina de una manera casi perfecta con el espíritu del romanticismo europeo o segundo renacimiento que se produce sobre todo en Alemania y en el norte de Italia a principios del siglo XIX (Hegel, Schiller, Schlegel, Pestalozzi, Capponi, el padre Girard, y que traen las masas de inmigrantes, sobre todo italianos, franceses y alemanes. Esto es lo que explica el misterio del “crisol de razas o melting pot ” argentino. Un fruto casi perfecto entre inmigración e integración realizada más allá de dirigencia política y social.
La otra corriente, la Ilustración, que fue la que históricamente primó. La que, en definitiva, se volvió contra el espíritu del Renacimiento creó un instrumento contundente para su triunfo: inventó el Estado. La idea de Estado es ajena a la mentalidad renacentista que se manejaba con un sistema señorial anclado en la idea mayor de ecúmene que proviene del corazón de la edad media, expresada con el término de Cristiandad. Esto es, la organización social y política al modo cristiano.
El Estado, invento político máximo de la Ilustración, se alza como una instancia neutra entre católicos y protestantes, reduciendo la religión a un uso privado. Esta idea del Estado es tan fuerte, nuclea en sí tanto poder, que en la Ilustración, incluso las iglesias protestantes se identificarán con el Estado. Tanto la luterana-anglicana como la calvinista. Y la que será marginada, por el sistema dominante, será la Iglesia católica, quien seguirá insistiendo en la representación política orgánica del hombre, en contra de la impuesta representación formal, numeral o mecánica del Estado liberal. Es sabido que cuando las potencias humanas salen del estado orgánico, quedan inevitablemente sujetas al estado mecánico.
El Renacimiento comenzó en el sur, en Italia y los pueblos mediterráneos, y asumió un humanismo creador (su máximo fruto fue América); por el contrario en el mundo germánico asumió, ante todo, la forma religiosa en una rebelión contra la Iglesia católica como lo fue la Reforma. “El Renacimiento, ha sostenido el citado Berdiaeff, ha sido el punto de partida de los tiempos modernos. Pero la Reforma, las luces de la Ilustración, la Revolución francesa, el positivismo del siglo XIX, el socialismo, el anarquismo, todo eso, es la descomposición del Renacimiento, la revelación de las contradicciones intrínsecas del humanismo profano, y el empobrecimiento progresivo de las potencias creadoras del hombre” (6).
NOTAS
1.- Huizinga, Johan: Hombres e ideas, Bs.As., Fabril Editora, 1960, p.216.-
2.- Berdiaeff, Nicolás: La nueva edad media, Bs.As., Club de Lectores, 1946, 21.-
3.- Della Mirandola, Pico: Discurso sobre la dignidad del hombre, UNCuyo, Mendoza, 1974, p.42.-
4.- Erasmo: Carta al Papa León X, en 1517.-
5.-Gelati, Bruno: Reflexiones acerca del Renacimiento, México, Itam 53, 1998, p.56.-
6.- Berdiaeff, Nicolás: op.cit. p.28.-
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