LA FILOSOFÍA COMO RUPTURA CON LA OPINIÓN, O EL EJERCICIO DEL DISENSO
Alberto BUELA
Aun cuando desde los presocráticos se viene sosteniendo la escisión entre filosofía y opinión por aquello de Heráclito de Éfeso cuando afirmaba que “El vulgo como los asnos prefiere la paja al oro”, es ciertamente Platón quien plantea en forma específica el tema de la filosofía como ruptura con la opinión. Para el hombre de espaldas anchas la contraposición entre doxa y episteme; doxa y sophia es total, el ejemplo clásico es la alegoría de la línea en la República.
En general puede decirse que esta caracterización de la filosofía ha sido adoptada por los verdaderos filósofos que en el mundo ha habido, desde Platón hasta Ciorán. Por el contrario los profesores, los que viven de la filosofía han sido siempre propensos a pensarla como justificación de lo que se hace y piensa en ese momento. La filosofía de la universidad o de la academia hoy, para poner por caso J. Habermas, es coincidente con la opinión publicada. Para ellos pensar es consensuar, para los genuinos filósofos, pensar es disentir.
El disenso es lo que permite crear teoría crítica, tanto en ciencias sociales como en filosofía. Y hoy, la mediocridad de ambas disciplinas radica en esta incapacidad de pensar críticamente. O lo que es lo mismo, explica la vigencia de un pensamiento único.
Así el pensamiento consensual por boca de los gurús de turno nos dice que la crisis de representatividad política radica en la corrupción de los políticos. Y así propone múltiples mecanismos para purificarlos: eliminación de las listas sábanas, no repetición de los mandatos, declaraciones juradas de bienes, etc., mecanismos que no son de suyo malos, pero que no llegan al meollo profundo del problema, pues son pensados desde un pensamiento no- crítico, desde el pensamiento conformista.
Por el contrario pensar desde el disenso implica caracterizar la crisis de representatividad política no como una falla de los medios para hacerla, lo cual no es falso pero no es suficiente para especificarla, sino por que lo que está en juego es la anulación de la política dado que ha cesado el principio de soberanía de las naciones.
La sola mención del principio de soberanía transforma cualquier pensamiento en políticamente incorrecto. Pues el concepto de soberanía es considerado por la opinión publicada pasado de moda, inactual, no vigente.
Propongamos otro tema: el del imperialismo, para que se pueda apreciar aún más las diferencias. Para el pensamiento único, en su versión socialista, el imperialismo es la madre de todos los males y se ubica en Wall Street, y en su versión liberal no existe. Sólo existen empresas exitosas.
Por el contrario, para el pensamiento no conformista el imperialismo no está localizado en un lugar sino que se maneja en un espacio abierto de flujos de capitales sin codificar y desterritorializado. El verdadero poder está ejercido por los poderes indirectos o indeterminados que bloquean ciertos canales y facilitan otros, ejerciendo el gobierno por condicionamiento de respuestas y no directamente.
Como puede apreciarse, en un caso se continúa caracterizando al imperialismo con las categorías socialistas del siglo XIX y en el otro, se lo describe más bien como imperio de la especulación dineraria o república usurocrática mundial, al decir de Ezra Pound. ¿Se aprecia la diferencia de caracterización de las nociones de crisis política e imperialismo para el pensamiento consensual y para el disidente? Bueno, esto mismo pasa en todos los ámbitos y planteos.
Hace ya muchos años un filósofo alemán, Nicolai Hartmann, daba algunos simples consejos para constituir un buen pensamiento crítico. “El fenómeno, dato primario de la realidad, formula espontáneamente una interrogación; el problema resulta suscitado por la conciencia del sujeto en virtud de esa interrogación; la teoría es la respuesta que da el hombre a la pregunta por el fenómeno” (1).Así, primero había que describir sin preconceptos el fenómeno, esto es ir a las cosas mismas. No llegar a la realidad a través de la opinión o una idea preconcebida. Esto que hoy se llama ideologizar. En segundo lugar poner a la vista todos los problemas que esa realidad nos plantea, dejando para el final la elaboración de la teoría crítica que los explique y resuelva. Si se resuelven hay un desarrollo del saber, de lo contrario, quedan como problemas abiertos que son los que muestran la existencia de un algo inaccesible en el fondo del ser.
Es interesante notar que el pensamiento consensual al no ser crítico, aunque piense que lo es, adopta la vanguardia como método, la ciquiricata de los suyos como expresión y el silencio para los que no piensan de igual manera. El pensamiento disidente debe hacer un doble esfuerzo, primero poder ser aceptado como pensamiento por la opinión publicada que como hemos dicho forma parte del pensamiento consensual y, en segundo lugar, elaborar teoría crítica y no simplemente teoría de demonización como hace el pensamiento conformista.
¿Qué filósofo europeo o yankee lee a Nimio de Anquín o a Jorge Voglio? Ninguno. Porque sus nombres carecen de sentido para ellos, dado que sus centros de producción de sentido de las cosas, acciones y pensamientos no los consideran filósofos. Y eso que, el primero hizo escuela y el segundo llegó a vicepresidente de su país.
Ante esta realidad es dable rescatar la función moral del disenso que consiste aquí en expresar la opinión de los menos, de los diferentes ante el discurso homogeneizador de la ética discursiva o comunicativa que sólo otorga valor moral al consenso. Pues este pensamiento consensual – discursivo e ilustrado - viene en tanto que discursivo como un nuevo nominalismo a zanjar las diferencias con palabras y no a través de la preferencia o postergación de valores, como lo hace el disenso. Y en tanto que ilustrado, sólo permite la crítica de aquellos pensamientos, los llamados políticamente no correctos, o situaciones sociales que no encarnen los ideales ilustrados de igualdad y democracia(2). Así, la crítica nunca va dirigida a los modelos socialdemócratas sino a los que decididamente no lo son, como en Iberoamérica, Castro o Chávez.
Pensar, y sobre todo pensar desde América, es disentir. Disentir ante el pensamiento único y políticamente correcto, pero disentir también ante la normalidad filosófica impuesta por el pensamiento europeo.
El esplendor del mundo, el sentido prístino de mundus es el de nítido o limpio, consiste en la diversidad étnica y cultural que lo constituye como un pluriverso y no como un simple universo como pretendió el pensamiento ilustrado. Este pluralismo cultural no debe ser entendido como un multiculturalismo en tanto relativismo cultural que conduce simultáneamente a la exclusión de otras culturas, sino que el pluralismo debe ser entendido como un interculturalismo donde cada identidad se piensa entre otras pero a partir de su diferencia.
El multiculturalismo se dirige a la defensa y preservación de la identidad cultural limitando los intercambios, porque su presupuesto filosófico es el democratismo cultural que acepta que todas la culturas valen por igual. Es en el tema la última expresión del pensamiento moderno: el totalitarismo relativista de la decadente antropología occidental.
El interculturalismo viene a sostener que las identidades culturales se constituyen viviendo con y entre otras, pero esta convivencia se hace a partir del respeto a la diferencia específica de cada una de ellas. El mundo no es una mezcolanza. Su presupuesto filosófico es que las culturas valen distinto, en tanto que producen significaciones de mayor o menor valor universal. Esto no quiere decir que se pueda establecer una toponimia geométrica de cada cultura, sino simplemente que las diversas ecúmenes culturales ante idénticos fenómenos producen expresiones de mayor jerarquía y superioridad unas respecto de otras.
Esta posición, enraizada en el disenso, es la que permite la quiebra del relativismo cultural contemporáneo.
1. - Hartmann, Nicolai: Metafísica del conocimiento, Buenos Aires, Ed.Losada, volumen I, 1957, pág.174.-
2. - Cfr.Buela, Alberto: Ensayos de Disenso, prólogo de A.Wagner de Reyna, Barcelona, Ed.Nueva República, 1999, pág.84.
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