PENSADORES NACIONALES IBEROAMERICANOS
Alberto BUELA
En 1993 el filósofo argentino Alberto Buela publicó su obra "Pensadores nacionales iberoamericanos (en sus textos)", editada en dos volúmenes por la Biblioteca del Congreso de la Nación (Buenos Aires). Actualmente dicha obra se encuentra agotada y es oportuno acercar a una lectura masiva, al menos, su texto introductorio habida cuenta que acaba de crearse la Biblioteca del Pensamiento Nacional.
Llevar a cabo un trabajo sobre los pensadores nacionales iberoamericanos no es algo fácil, pues muchos son los riesgos y pocos los réditos. En cuanto a los beneficios, si hipotéticamente el trabajo fuera acabado en plenitud como aporte a la historia del pensamiento, sabemos, de antemano, que poco y nada significaría a los ojos de los pensadores ubicados en los centros del poder mundial. ¿Y ello por qué? Porque los centros son tales en la medida en que se reservan la productividad de sentido. Esto es, tienen sentido las cosas, acciones o pensamientos a los cuales ellos otorgan reconocimiento. Y la mayoría de los pensadores recogidos en este trabajo no han sido reconocidos.
No figuran en esta antología ni los Bello, Sarmiento, de Hostos, Montalvo, Gallegos, Arciniegas, Vargas Llosa, Borges, Arguedas, Paz, Bilbao, Vaz Ferreira, Ingenieros, Machado de Assis, etc., aquellos que han sido ponderados desde los centros de productividad de sentido.
Lo hemos hecho adrede por dos motivos: primero y principalísimo, para dar a conocer autores, algunos de los cuales son completamente ignotos o silenciados por los poderosos mass media. Y segundo, porque los próceres intelectuales de Nuestra América casi no se han ocupado de nosotros. No se los permitió su actitud mimética respecto de Europa o los Estados Unidos. Motivo por el cual estos centros de productividad de sentido los han reconocido como próceres nuestros. Como podemos apreciar el círculo hermenéutico funciona aquí a la perfección. Quebrar esta inercia interpretativa es uno de los motivos de la presente publicación.
Si lo que antecede son los réditos, ¿qué queda para los riesgos? El primero y fundamental es que no hayamos logrado un elenco de autores y textos que tengan significado. Sea porque pasamos por algo autores importantes, sea porque hayamos elegido mal los textos expuestos.
Así han quedado en el camino, entre otros muchos Vicente Sáenz (Costa Rica); Guillermo Toriello (Guatemala); Fernando Ortiz o Alejo Carpentier de Cuba; Víctor Andrés Belaunde (Perú); Joao Cruz Costa (Brasil); Pablo Antonio Cuadra (Nicaragua); Jorge Ortiz Mercado (Bolivia); Luis Alberto Herrera (Uruguay); José Antonio López (República Dominicana); Leopoldo Lugones o Leonardo Castellani de Argentina; Carlos Montenegro (Bolivia); Samuel Ramos (México); Pedro Albizu Campos (Puerto Rico); Eliécer Gaitán o Luis Corsi Otálora de Colombia.
Se ahonda nuestra preocupación cuando vemos que no existen manuales ni libros de fácil acceso que nos sirvan de guía u orientación. Son contados los estudios sobre el tema, y los pocos que existen responden al tinte político del humillo culturoso. Hace ya medio siglo decía Zum Felde al respecto: "el problema de la cultura americana que aquí tratamos se nos presenta desprovisto de toda huella didáctica extranjera, carente de la santa escritura de los Doctores, sin normativas, casi sin bibliografía" (Cfr: El problema de la cultura americana, p. 29). Aunque, a fuer de sinceros, reconocemos que tres publicaciones nos han sido de mucha utilidad: la llevada a cabo por la Colección Panamericana, Editorial Jackson, Buenos Aires- Nueva York, 1946; la realizada por la Biblioteca de Ayacucho, Caracas, a partir de 1976, y los Cuadernos de Cultura Latinoamericana de la Universidad Nacional Autónoma de México, publicados a partir de 1978.
El segundo riesgo de este trabajo es que no versa sobre una disciplina específica, sea filosofía, historia, política, sociología, literatura sino que se ocupa de autores que han cultivado disciplinas diversas. Podríamos decir con justicia que el espectro autoral es multidisciplinario. Políticos, filósofos, historiadores, literatos, educadores, poetas, sociólogos, son los títulos que ostentan los autores publicados.
Introduciéndonos ahora en el trabajo mismo debemos determinar, en primer lugar, el título Pensadores nacionales iberoamericanos (en sus textos). La categoría de pensador es muy amplia, casi diríamos indeterminada. Pensador puede ser tanto un metafísico: Antonio Gómez Robledo, como un autodidacta: José Luis Torres. Pero hemos optado por "pensadores" con la intención de romper el corsé intelectual de las disciplinas estancas que nos impuso el enciclopedismo iluminista, lo que derivó en nuestros días en "especialistas de lo mínimo, tan especializados que ignoran el todo sobre el que se especializan" Cfr. nuestro trabajo: Filosofía Alternativa).
El concepto de nacionales es porque esto autores otorgan una primacía a la nación por sobre los demás asuntos. Y la nación vista no con la óptica fascistoide a que nos tienen acostumbrados los nacionalistas de fronteras cerradas, sino nación en grande. Esto es la Nación Hispanoamericana como marco de pertenencia a partir del cual nos damos los hombres de estas latitudes un lugar en el mundo. Pues, ¿qué significa en el mundo Ecuador sólo o Argentina sola, o cualquiera de nuestras repúblicas aisladas? Simplemente, nada. Nosotros adquirimos sentido por nosotros y no de prestado, cuando formamos parte de una ecúmene político-cultural propia. Y en nuestro caso, esta es la Iberoamericana.
Preferimos utilizar el término iberoamericanos, primero porque el mismo incluye inequívocamente al Brasil y su tradición portuguesa, y segundo porque aún cuando es intercambiable con el término hispanoamericanos, nos aleja, en la intención, de un hispanismo exagerado. Y lo preferimos al de latinoamericanos porque este último tiene no sólo un origen espurio- lo creó Napoleón III para justificar su aventura en México- sino porque además la latinité se limita a la humanitas, se cierra a la trascendencia, en tanto que lo hispano se abre a lo cristiano-católico y encuentra su expresión en lo luso-castellano. Rasgos estos distintivos de nuestra tradición.
Por último tenemos el subtítulo "en sus textos", con lo que pretendemos que los autores hablen por ellos, no por boca de un comentador. Ello sería caer en el error que criticamos.
Cabe ahora pasar a los autores tratados. La primera observación que recogemos es su movilidad a través de nuestros diferentes países. En general se trata de hombres que han sufrido el exilio o la confabulación del silencio en sus respectivas patrias. Tamayo, Francovich, Ribeiro, Ugarte, Figueres, Vasconcelos, Arévalo, González, Henríquez Ureña, Picón Salas y demás.
Otros han viajado mucho dentro de Hispanoamérica. Zea, Darío, Zaldumbide, Chocano. Así este conocimiento in situ, impuesto o querido, pareciera otorgarles la experiencia para escribir con mayor profundidad sobre nosotros mismos. Ello explicaría, en parte, el porqué de la expresión generalmente existencial de sus trabajos. Ellos se encuentran implicados en el objeto de su estudio.
A medida que llevábamos a cabo el trabajo se fue constituyendo una paradoja digna de mención. Por un lado, ya lo dijimos, la mayoría de los autores son desconocidos, no solo por los divulgadores de novedades sino también por las cátedras académicas y universitarias. Nosotros mismos, en tanto avanzábamos en la investigación, fuimos descubriendo a algunos de ellos. Y por otro, al mismo tiempo, pudimos constatar como ellos entre sí, ciertamente se conocen. Lo prueban las citas cruzadas que abundan por doquier. Así Jauretche cita a Da Cunha, Domínguez Caballero a Alfonso Reyes, Ribeiro a Freyre, éste a Da Cunha, Rodó a Chocano, éste a Darío, Hernández Arregui a Chocano, J.L.Torres a Tamayo, éste a Rodó; Arévalo a Ugarte, Ugarte a Martí y los casos se multiplican.
Todo ello nos dice que estamos ante una línea de tradición de pensamiento. Esto es, un pensamiento que se pasa la posta, entendida ésta como algo valioso, que va de generación en generación. Y todo ello, además, a pesar de ser un pensamiento no divulgado o, mejor dicho, silenciado por los mass media nacionales e internacionales.
Ahora bien, el hecho de que el pensamiento nacional iberoamericano no se encuentre institucionalizado pues no existen academia ni universidad que enseñe a pensar en nacional, lo hace sospechoso de falta de rigor intelectual o científico, y si a ello le sumamos el hecho de que varios de sus cultores más representativos como Zum Fede o José Luis Torres son autodidactas, la lógica consecuencia es que aquel trabajo que se ocupe de tal pensamiento no obtendrá ningún reconocimiento ni académico, ni publicitario, ni de ninguna índole. Trabajar sobre estos temas es, a sabiendas, como tocar una sinfonía en el medio del desierto. La sensación de hacer un trabajo al ñudo está siempre presente, y máxime cuando el mismo se queda sin encuadre político-social. Es decir, no se realiza en función de un partido político ni para aprovechar una coyuntura social.
En nuestros países ni el campo liberal ni el campo conservador, al ser epígonos del pensamiento europeo, otorgan ningún crédito al pensamiento nacional. En el mejor de los casos los lobbies conservadores pueden tolerar a los nacionalistas y los liberales a los socialdemócratas, pero en cuanto a reconocer algún mérito al pensamiento nacional, ello es absolutamente imposible. Lo máximo que se acepta es cierto pintoresquismo de algunos pensadores nacionales, producto ello, de hombres acostumbrados a vivir contra la corriente.
¿Qué son estos pensadores nacionales si no son socialistas ni conservadores? Son eso: nacionales. Lo cual les permite incluso ser socialistas y conservadores pero... nacionales. Esto es, hombres a los que preocupa prioritariamente la Patria y su destino, y aquélla entendida como Patria grande iberoamericana.
Observe el lector atento a qué interesante conclusión hemos llegado: el término nacional posee mayor universo de discurso que el partidocrático de socialista o conservador, o que el cultural de progresista o reaccionario, aun cuando estos pares de categorías tiene una proyección planetaria.
Si lo nacional determina a este pensamiento, todos los temas que trate el mismo se llevarán a cabo bajo este signo. Así tenemos en este somero intento de presentación de los pensadores nacionales iberoamericanos, producciones de denuncia como la de Pío Víquez y José Luis Torres; sobre la colonización cultural, con Euclídes Da Cunha, Arturo Jauretche, Franz Tamayo o Gonzalo Zaldumbide; intentos de recuperación cultural con Leopoldo Zea y Guillermo Francovich; sobre nuestra expresión poética, con Rubén Darío, J. Santos Chocano, Miguel Antonio Caro; sobre la alienación política, con Florencio del Castillo, Juan José Arévalo, José Figueres, Natalicio González; sobre nuestra expresión filosófica y literaria, con Augusto Salazar Bondy, Leopoldo Lugones; sobre nuestros proyectos de unidad política y cultural, con Manuel Ugarte, Darcy Ribeiro, Benjamín Carrión, Fernando Ortiz, Alberto Masferrer, José Cecilio del Valle, Ramón Rosa, José Vasconcelos, Augusto Sandino, Justo Arosemena, José Mariátegui, Simón Bolivar, Mariano Picón Salas, Pedro Henríquez Ureña; en definitiva, sobre nuestra mismidad, con J.J. Hernández Arregui, J.E.Rodó, Alberto Zum Felde, Antonio Pedreira, Ernesto Mayz Vallenilla. Este somero enunciado de nombres y apellidos responde, de suyo, de manera afirmativa a la cuestión sobre si existe un pensamiento nacional iberoamericano. Muchas veces hemos discutido o vimos planteada la cuestión, pero en la medida en que pasan los años se nos hace más clara la respuesta: aquellos que sostienen que no existe un pensamiento nacional iberoamericano sino iberoamericanos que piensan, sostienen una perogrullada, porque ello es obvio. Pues los hombres por el hecho de ser tales piensan en toda latitud donde se encuentren, El problema es que posean un pensamiento arraigado, genuino, no mimético, autónomo, en definitiva, verdadero. Esto es, que el pensamiento se conforme con la realidad.
Y aquí está el misterio "de ser". Uno puede ser erudito, chipeante, sagaz, educado, formal, burdo, pero lo más importante es que sea genuino, lo que supone la condición de verdadero. Y en este sentido, el pensamiento nacional iberoamericano, posee este carácter respecto de nosotros. Ello no quiere decir que genuino se agote o limite a lo telúrico, pues si ello fuera así bastaría con fundar asociaciones gauchas, llaneras, jíbaras, montubias, charras o huasas para encontrarnos con nosotros mismos. Pero ya hemos dicho en ocasión de meditar sobre La hispanidad vista desde América (1987), que: "explicar un pensamiento a través del arquetipo de hombre que supone, es doblemente falso; por un lado, los arquetipos se encuentran limitados a un espacio y tiempo determinados y, por otro, ellos no son representativos de todos los miembros de la sociedad que pretenden representar. Aunque para ser sinceros, hay que decirlo aunque les duela a algunos, el arquetipo humano más genuino que Hispanoamérica ha dado, ha sido el criollo, bajo la denominación típica de cada región".
Este tipo humano que despertó toda una literatura en derredor de él - el criollismo- que hizo observar aun agudo pensador, como lo fue don Pedro Henríquez Ureña que estábamos en camino de lograr nuestra expresión más propia. Este tipo humano desapareció paulatinamente a partir de la segunda mitad del siglo XIX. El avance inconmensurado de la técnica, con su correlato, la industrialización, tornó ineluctable su desaparición.
Pero si bien es indubitable la desaparición del criollo bajo la forma del gaucho, el jíbaro, el llanero, el montubio, el charro, o el huaso, ello no nos permite, de ninguna manera, afirmar la desaparición de los valores que alentaron a este tipo de hombre. En una palabra, que desaparezca la forma, en tanto que apariencia, no nos autoriza a colegir que murió su contenido; esto es, el alma gaucha. Muy por el contrario, lo que se tiene que intentar es plasmar bajo nuevas apariencias o empaques los valores que sustentaron a este arquetipo de hombre, como lo son: a) el sentido de la libertad, b) el valor de la palabra empeñada, c) el sentido de jerarquía y d) la preferencia de sí mismo. No existe ningún pensador nacional iberoamericano, más allá de las disímiles posiciones políticas, que no sostenga estos cuatro principios fundamentales del alma hispanoamericana.
La lectura de estos textos breves nos muestra un substrato común a todos los países que conforman la comunidad iberoamericana: el humanismo hispano, que se caracteriza por una igualdad esencial de todos los hombres, en medio de las diferencias de las posiciones que ocupan, por las obras que hacen. Esta igualdad en dignidad, funda la jerarquía hispánica como necesidad del inferior respecto del superior. "Repara, hermano Sancho, le dice Don Quijote, que nadie es mas que otro si no hace más que otro". Apreciamos en esta proposición, primero, la igualdad esencial (hermano Sancho: los hombres son iguales en dignidad, porque son hijos de un mismo Padre) y, segundo, como el fundamento de la jerarquía estriba en las obras realizadas. La jerarquía no se funda en el tener, como sucede en la sociedad opulenta contemporánea, sino en el nivel del obrar y del hacer.
A la igualdad esencial que, dicho sea de paso, se funda en la trascendencia de un Dios creador y no en la mera inmanencia de la igualdad ante la ley como sostuvo el humanismo latino, se suma la libertad esencia, que se caracteriza no sólo como poder ser libre de, sino sobre todo como poder ser libre para. Esto es, el humanismo hispano exige en este aspecto la anulación de cualquier tipo de condicionamientos y la obligación del arraigo, entendido éste, como el darse un lugar en el mundo en donde el hombre sea él mismo, es decir, que adquiera un sentido.
En la obra Doña Bárbara se sintetiza en un breve párrafo mejor que en mil disquisiciones la igualdad y libertad esenciales de las que venimos hablando: "Mire, doctor, -replicó Pajarote rascándose la cabeza- peón es peón y le toca obedecer cuando el amo manda, pero permítame que le recuerde: el llanero es peón sólo en el trabajo. Aquí y en la hora y el punto en que estamos, no habemos un amo y un peón, sino un hombre que es usted, y otro hombre que soy yo".
Vemos pues, cómo la igualdad y la libertad esenciales sólo pueden conquistarse en los términos propios de nuestra ecúmene cultural iberoamericana, específicamente diferente de las otras ecúmenes que componen la totalidad del orbe. Y, en la afirmación de nuestra identidad, como una particularidad entre otras - la interculturalidad en que vivimos y no la multiculturalidad que nos quieren imponer- es que podremos transformar el universo en un pluriverso.
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