¿DESDE CUÁNDO EXISTE ESPAÑA?
José Manuel RODRÍGUEZ PARDO
Es muy habitual escuchar la sentencia de Ortega y Gasset, tan famosa como errónea: «Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho», suponiendo que el resto son partes postizas y periféricas de una España que decaería junto a Castilla durante el siglo XVII y que daría paso a su descuartizamiento definitivo. Pero para existir España ha tenido que sufrir un proceso de unificación previo a su presunta castellanización: ¿de dónde viene Castilla? La Hispania que era provincia del Imperio Romano, aún sin ser formalmente España, ya determina una unidad que con la caída del Imperio Romano se convertirá en un Estado visigodo cuya identidad es cristiana, la de la Iglesia católica. Gustavo Bueno ha señalado este origen y su desarrollo en varias de sus obras, como "España frente a Europa" o "España no es un mito".
Con la invasión musulmana del año 711 la identidad católica sigue existiendo, pero la unidad quedó fragmentada en varias partes. En esta coyuntura es habitual citar la teoría de los cinco reinos que Ramón Menéndez Pidal y en cierta medida Claudio Sánchez Albornoz han defendido, donde cinco unidades independientes (Castilla, León, Aragón, Navarra y Portugal) mantendrían distintos núcleos de resistencia frente al Islam. Frente a esta tesis, utilizada de forma partidista por los políticos actuales para fundar el origen de sus autonomías (como el denominado “Reyno de Navarra”), hay que defender que la unidad visigótica se mantiene, pero bajo una forma nueva, la de un Imperio cristiano enfrentado al Islam que comienza con la victoria de Pelayo en Covadonga y se mantiene con el Oviedo de Alfonso II el Casto y Alfonso III el Magno, convertido en un centro de peregrinaje capaz de competir con Roma gracias al Camino de Santiago, y que une solidariamente, frente al Islam, a los “Cinco Reinos”. El Reino con capital en Oviedo pronto alcanza los límites del Río Duero y su capital se traslada a León y posteriormente al Valladolid castellano, con Alfonso VI, “Emperador Toledano”, y Alfonso VII, “Emperador de toda España”, incluyendo los reinos de taifas musulmanes que le pagaban tributo. Quienes se separaron de este proyecto imperial, como Portugal y la Corona de Aragón inicialmente, lo hicieron no para declarar su independencia, sino para confirmar su sumisión y servilismo ante el Papa.
En 1492 España sobrepasa el recinto peninsular, conquistando las Islas Canarias y llegando a América con Colón (John Elliott en La España Imperial dice que el viaje de Colón se llevó a cabo porque los Reyes Católicos querían sorprender a los turcos por la espalda, dando la vuelta al mundo), con lo que el proyecto imperial español, cuya identidad la marcaban el Trono y el Altar, se renueva y no entrará en decadencia durante el siglo XVII, a pesar de los tópicos orteguianos: durante el siglo XVIII verá reforzada su unidad tras la victoria de Felipe V frente al Archiduque Carlos en la Guerra de Sucesión. Sin embargo, con la caída del Antiguo Régimen y la independencia de América en el siglo XIX, la unidad de ese imperio se verá fragmentada y transformada en un conjunto de repúblicas independientes cuya identidad ya no será la del Trono y el Altar sino el uso del español, lo que hoy se conoce como Hispanidad. La unidad de España, sin embargo, se mantendría dentro de los cánones de la nación política contemporánea inspirada en la Constitución de 1812. En la actualidad, su identidad hispana se vería amenazada por los nacionalismos fraccionarios que intentan imponer de forma postiza sus lenguas autonomistas, ya sea catalán, gallego, vasco o valenciano, lo que en una perspectiva de varios centenares de años podría suponer un golpe definitivo a la unidad de España.
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