"EL HOMBRE AL QUE KIPLING DIJO SÍ", una joya de Martín Otín
Juan V. OLTRA
Uno de mis géneros favoritos es el de la biografía y memorias. Extranjeros como Mao, Stalin, Jomeini, Groucho, Hergé, Woodrow Wilson; compatriotas que han sido pilares de nuestra historia (Cortés, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el César Carlos) o personajes tremendamente menores (Pedro J. Ramírez, González-Mata –Cisne-, Jesús Gil) me han acompañado, divertido, sulfurado, enardecido… despertado mil sensaciones en las ocasiones en que uno disfruta de esos maestros que no riñen y amigos y que no piden, los libros.
De entre todas las épocas, de entre todos los personajes, la mayor población de espíritus de papel que pueblan mis estanterías, gira en torno al 36 y la España revuelta de esos días, tantas figuras que ocuparían el espacio entero de este artículo: Azaña, Franco, Pestaña, Abad de Santillán, Durruti, Queipo de Llano, Prieto, Serrano Súñer, Carrillo, Millán Astray, José Antonio…
Sobre este último, los títulos se multiplican. Hagiografías mezcladas con panfletos injuriosos, libros cargados de amor o de odio, Ximénez de Sandoval, Pecharromán, Arce, Gibson, Aguinaga, Vidal, Almirante, Payne, Elwood, Gibello… ellos y muchos más escribieron libros con la vida de José Antonio Primo de Rivera como eje. Todos respetables (si bien hay que reconocer que unos más que otros), pero todos cojos. A bastantes les falta mucho… y a algunos les sobra algo.
Aunque de otros centenarios (Jardiel, Edgar Neville, Franco, Prieto), debería haber adquirido la costumbre de no esperar una obra verdaderamente memorable, pasé el 2003 repasando referencias bibliográficas que me alumbraran en la búsqueda del libro sobre José Antonio que pudiera recomendar sin más, sin tener que elaborar una lista prolija e interminable para que errores y defectos se compensen con las luces de los distintos textos.
Inútilmente. Pasó el 2003. Pasó también el 2004 y ¡sorpresa!, llegó el 2005 con un libro bajo el brazo del incombustible Miguel Ángel Vázquez, creador de la figura del editor-mendicante, nueva orden religiosa para este siglo XXI profano.
El texto de José Antonio Martín Otín, “El hombre al que Kipling dijo sí” (colección “El gallo de marzo”, Ed. Barbarroja 2005), siguiendo el poema de cabecera de José Antonio como eje, descubre fuentes inéditas (tantos años han tenido que pasar escondidas para que brillen más y mejor), construye una obra sólida, estupendamente redactada, dejando ver el oficio periodístico del autor, y sobre todo una sensibilidad digna de encomio.
Éste, éste es el libro. Ya puedo apagar la linterna y volver al barril. He encontrado a José Antonio Martín Otín. Y a Miguel Ángel Vázquez, premio doble.
Sólo me queda una duda ¿es este autor hijo del divisionario Pepe Martín, viajero en el Semíramis cuando la historia se escribía con hierro?
Addenda.
Hace tiempo ya que mi ejemplar de “El hombre al que Kipling dijo sí” reposa en mi estantería de libros escogidos (fetichista que es uno, y ustedes disimulen) y, dado que estas líneas que acaban de leer fueron escritas en caliente, con la ilusión aún brillante por la lectura de un libro más que deslumbrante, también sobre éstas ha paseado el viejo Cronos, indomable hijo de Gaia y Urano.
En este lapso me llegó, de manos amigas, la confirmación de algo que ya barruntaba: Martín Otín es el hijo de Pepe Martín Ventaja, guripa que ejerció durante once años de embajador en el infierno, inquilino de los campos de concentración de Stalin.
Diez años han transcurrido ya desde que Martín Ventaja forma a las órdenes de Muñoz Grandes entre luceros. Y descansa en paz, seguro, compartiendo orgulloso con sus compañeros de formación el estupendo libro de su hijo. Y no será sólo amor de padre.
3 comentarios
carabanchelero católico -
lado positivo -
miguelpons -
Esto está muy bien.