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Bitácora PI

Presente y futuro de España

EL SANTUARIO DE ETA

EL SANTUARIO DE ETA

Manuel Ángel PÉREZ ALDANA

 

   El plan que denunciara Mayor Oreja hace apenas un año empieza a mostrarse a luz; se han hecho públicos y notorios en los últimos días hechos consumados que van preparando a la sociedad española para que asimile una vez más el trágala de la negociación con ETA. La manifestación en Bilbao de todo el militantismo etarra que nos deja la imagen del desfile siniestro con mujeres ataviadas al estilo de la madre de Norman Beats en Psicosis, pero con el alma mucho más negra y podrida que el demenciado criminal imaginado por Hitchcock. Antes, la intervención del juez Pedraz de la audiencia Nacional autorizando a los etarras a manifestarse y rechazando la petición de amparo de la victimas para que lo impidiera. Una vez más también los jueces protegen con sus sentencias los intereses de la ETA, en esto Santiago Pedraz lidera el ranking.

 

   Después ha venido, en una secuencia perfectamente programada, el comunicado de ETA anunciando una tregua, otra más. Publicidad en todos los medios de comunicación que la han destacado en primera plana, convertida en noticia del dia. Luego llegan las declaraciones del muñidor de la negociación, el señor Rubalcaba, fingiendo una cautela desconfiada ante la tregua, y con Rubalcaba todo el PSOE se ha puesto una vez mas a representar este papel.

   Desde el fallecimiento del Generalísimo, ETA ha estado presente en el devenir de España, varias generaciones han nacido y crecido con el protagonismo criminal de la organización terrorista. Conviene recordar que la primera ETA, la de los años setenta estaba derrotada en 1976, cuando más de quinientos militantes estaban encarcelados con penas de cadena perpetua y que el consejo de guerra de Burgos y la consiguiente ejecución de los terroristas condenados afectó tan profundamente a la moral de todo el entorno etarra que presentía una reedición de la derrota militar que había sufrido el PNV en 1937. Y todo esto a pesar de que entonces no se contaba con la colaboración de Francia, sino todo lo contrario.

  

   El santuario francés ha sido uno de los referentes en la literatura de análisis sobre la banda terrorista para explicar sus éxitos y su larga supervivencia. Y sin embargo convendría un cambio de perspectiva que sin duda nos aproxima a la realidad de lo que ha sucedido. El verdadero santuario de ETA han sido los partidos políticos y su permanente apelación a la negociación con ETA. Suárez, Felipe González y Zapatero han estado empeñados durante sus respectivos mandatos en llegar a una paz negociada con los terroristas vascos.

   La negativa a una derrota de ETA está en el núcleo mismo de los acuerdos que hicieron posible este régimen de 1978; pertenece a un status quo que ha defendido la izquierda y los partidos separatistas y que aceptó durante la transición la UCD de Suárez. Aznar, víctima él mismo de un atentado del que salió milagrosamente vivo, transigió también con una negociación que no deseaba, pero impuesta por CIU y el PNV que en esto contaban también con el PSOE en la oposición y que con su voto conjunto podían derribar aquel gobierno en minoría en las Cortes. Por si no fuera suficiente, el propio Rey presionó también en esa dirección. Hasta tal punto es una condición esencial a este sistema político el imposibilitar la derrota de ETA que el propio jefe de estado se ha significado en pro de las tesis favorables a la negociación en determinados momentos: recuérdese su memorable frase “hablando se entiende la gente”. Tan solo Aznar tras aquella tregua trampa buscó el fin de ETA, su liquidación sin paliativos y estuvo a punto de lograrlo.

 

   Queda el atentado del 11 de Marzo de 2004 en Madrid. Tras él se encuentra sin duda la lógica de ETA y del status quo del que goza en este sistema político que es su autentico  santuario. Antes de que un nuevo mandato del PP precipitara la definitiva aniquilación de ETA, fue necesario el atentado terrorista descomunal, con centenares de victimas que cambió el signo de las elecciones celebradas dos días después. Y fue necesario la actuación del PSOE y de los medios de comunicación y la actuación de policías y jueces para que a día de hoy no podamos conocer con la certeza de una prueba incuestionable quién planeó y realizó aquel atentado. Quizás falten muchas piezas para completar este puzzle, pero la imagen que todavía está oculta es tan evidente como terrible.

LO PEOR DE ZAPATERO

LO PEOR DE ZAPATERO

Juan V. OLTRA

 

   En un país como el nuestro, donde la gente no suele votar a favor, sino a la contra, no para que salgan los míos, sino para que no salgan los otros, es lógico que más allá de ver las bondades de los políticos que nos son próximos (sean estos del PSOE, del PP o incluso aliados de Carmen de Mairena), la población se polarice describiendo los defectos del adversario.

   Quien más palos recibe, siempre, es quien ocupa  la poltrona del gobierno, sobre todo si los resultados de su gestión no destacan precisamente por su bonanza. Y si bien es cierto que, como todo político que ha pasado por el poder en esta sufrida tierra de conejos que es España, Zapatero ha tenido cosas buenas y cosas malas, y que de ellas alguna vez he hablado, hay algo en lo que a él se refiere que en los últimos tiempos me llama poderosamente la atención; mejor dicho, hace chirriar mis meninges llegando a ser insoportable. Algo que, con mucho, para mí es lo peor de este gobierno de José Luis y su guitarra. Algo que, para más inri, no se debe a él, sino, precisamente, a sus enemigos.

   Y es que, en este vórtice caótico en que ha devenido al vida política española, con tertulianos de una y otra índole defendiéndolo áulicamente o abriendo la siete muelles dialéctica para sajarle las vísceras, se está convirtiendo en una moda peligrosa el invocar el “enemigo de mi enemigo es mi amigo”; craso error que nos golpea a los que nos queremos situar al margen de las dos grandes fuerzas políticas.

   Así pues, vemos cómo se puede pregonar con tinte de orgullo un pasado pederasta (que tanto me da que me da lo mismo que sea una licencia literaria, pues pasa a ser apología del mismo delito), que siempre habrá personas de mayor o menor calado mediático dispuestas a defenderlo, sean tirios o troyanos (o sirios y troyanos, según la última versión certificada por esa fábrica de botijos que es la LOGSE).

   También se puede tranquilamente ser un miembro de una casta privilegiada, que cobra sueldos de impresión por su responsabilidad (al  parecer  controlar vuelos la conlleva mayor que la de los cirujanos o la de los guardias civiles, mire usted qué cosas, y a años luz de los investigadores de nuestras sufridas universidades), y provocar un caos nacional cuando les salga de sus arcos caudinos, generando así  la debacle económica de hoteleros y pequeños empresarios que tasaban su incierto futuro económico contando con los escasos euros de vellón a recaudar durante los días de puente, días que les han guindado sin necesidad de subirse a Sierra Morena y alquilar el trabuco del Algarrobo, por no hablar de un rumor de fondo internacional nada bueno en estos días de crisis mordiente, o del tiempo de descanso hurtado a sufridos españolitos que no pertenecen a ese grupo de privilegiados, o peor, de esa mujer que intentaba darle un último beso a su padre moribundo, y no pudo. Con todas esas tropelías en su haber, que a buen seguro no pesarán en sus conciencias, la tranquilidad les viene asegurada porque siempre habrá quien los exculpe soltando todo el lastre encima de gobierno.

   Nadie ha dicho que este gobierno esté compuesto de seres seráficos y angelicales, premios Nóbel de economía y ardientes defensores de la patria. Pero aunque fuera el gran demonio cabrón el que nos gobernara, no creo que sea de recibo ayudar a los que, oliendo quizá más aún a azufre, merecen de la sociedad civil un profundo desprecio y olvido, siendo generosos.

   Esto es lo malo, lo inmensamente malo que nos trae esta circunstancia: que se haga buena de nuevo la sentencia de Von Clausewitz que rezaba “los errores más perniciosos son precisamente los que resultan de la buena intención”.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          

ZAPATERO I, EL GOBERNADO

ZAPATERO I, EL GOBERNADO

Francisco TORRES

 

   Sólo existe algo peor que carecer de una línea económica, por errática y desacertada que sea, como es el caso de la que ha venido sustentando José Luis Rodríguez Zapatero, y es que ésta sea impuesta no ya por las circunstancias sino por elementos ajenos a los derivados de la soberanía nacional.
Difícilmente genera confianza, por más que se sigan los dictados, quien es incapaz de ceñirse a un planteamiento general fruto del análisis y el estudio de la situación. Es más, lo que acaba sucediendo es que se convierte en blanco y presa fácil de las tensiones que impulsan los grandes grupos financieros, los verdaderos dueños del dinero.

   José Luis Rodríguez Zapatero no sólo ha contribuido, por la falta de adopción de medidas cuando tenía tiempo y colchón monetario para ello, a generar una situación de crisis económica que amenaza con volverse endémica, condenando a España a sufrir los efectos tobogán que condicionarán nuestra situación durante una década, sino que nos lleva camino de ser una colonia dependiente de los grandes prestamistas internacionales aceptando, una tras otra, sus condiciones para mejorar sus expectativas de negocio. Y es que -como diría Bono- Zapatero ha pasado de ser el deseado al gobernado.

 

   Ahora, el gobierno anuncia nuevas medidas de choque para poder así contentar a los mercados, para que compren la deuda española, para que inviertan en España. El gobierno necesita dinero y, según su particular visión de las cosas, sólo puede salir de dos sitios: del bolsillo de los españoles o vendiendo patrimonio. Lo que en ningún caso se plantea es reducir el coste general del aparato político-burocrático-administrativo español. Lo que nunca se plantea es la necesidad de que el Estado recupere competencias optimizando gastos, de poner fin al despilfarro autonómico y techar la capacidad endeudamiento de unas Comunidades que también se afanan por entramparse.

   José Luis Rodríguez Zapatero ha anunciado nuevas medidas de ajuste, aunque difícilmente puedan denominarse así. También ha lanzado globos-sonda sobre sus próximas intenciones. La receta es fácil: reducir gastos sociales (fin del subsidio de los que hayan agotado sus prestaciones por desempleo) y subir impuestos indirectos que al final pagamos todos. En algún caso sus medidas de apoyo a las pequeñas y medianas empresas son acertadas, aunque insuficientes para reactivarlas, ya que España lo que tiene es un problema de caída del consumo que, dada la situación de la población activa, difícilmente se puede reactivar de forma inmediata. En otros apartados se trata de aplicar la misma receta que la propiciada por el Partido Popular: vender patrimonio. La misma receta que le ha dado Esperanza Aguirre a Alberto Ruíz Gallarón. Con ello, el presidente espera ahorrar una importante cantidad de millones de Euros para paliar el déficit. España lleva décadas vendiendo su patrimonio (este recurso fue en parte responsable del afamado éxito económico aznarista) como recurso. Pan para hoy y hambre para mañana; porque cuando España vuelva a caer en recesión, ¿qué tendrá para vender?

   España, debido a la nefasta gestión económica de José Luis Rodríguez Zapatero, es un juguete en manos de los mercados (los grandes poderes financieros), incapaz de discutir las decisiones que hoy por hoy se toman en Alemania y para beneficio de Alemania en el seno de la UE. Mientras, los que continuaran pagando los desatinos del gobierno serán los trabajadores y las clases medias. Y atención por que lo que muchos defienden como gran solución es poner fin al Estado del Bienestar: no en vano, la otra tarde, en una cadena se discutía sobre la conveniencia de que existieran tantas fiestas en este mes de diciembre, sin duda porque prefieren los tiempos en los que nadie discutía que se tenía que trabajar todos los días, incluidos domingos y fiestas de guardar.

EL VALLE DE LA DIGNIDAD

EL VALLE DE LA DIGNIDAD

Juan Antonio LAMARCA

 

   He de confesar que mi particular relación personal y sentimental con todo el recinto monumental y religioso de la Santa Cruz del Valle de los Caídos comienza, hasta donde me alcanza la memoria, antes incluso de que tuviera uso de razón, pues entre algunos de los recuerdos de mi infancia que no me son borrosos se encuentran las visitas que - más o menos habitualmente – realizaba con mis padres a tan singular paraje natural y templo, grabándose para siempre en mi retina la impresión que me produjo observar tanto la imponente Cruz del Risco de la Nava, como la conmovedora Basílica excavada en el interior de éste.

   Por aquélla época, con cinco, ocho, once años, como es lógico, no podía advertir en su plenitud la profunda significación histórica y espiritual del lugar, pero desde entonces esa Cruz y esa Basílica infundieron en mi mente, en mi alma y en mi corazón una sensación trascendente, podríamos llamarla, de “comunión” o “conexión” permanente con ellas, que - aun no comprendiéndola del todo - intuía que me acompañaría durante el resto de mi vida.

   Pocos años después, ya en mi adolescencia y primera juventud,  y como consecuencia lógica de mi compromiso político militante, comenzaría un proceso por el cual se iría incrementando poco a poco y de forma natural mi relación consciente y afectiva con Cuelgamuros en base a experiencias propiamente derivadas de dicho compromiso (Misas conmemorativas, campañas de propaganda, Universidades de Verano…) las cuales se sustentaban sobre la base de la lealtad a unos principios ideológicos (Fe en Dios, Amor a mi Patria y lucha por la Justicia Social) y a unas fidelidades históricas – el ejemplo de José Antonio Primo de Rivera, la obra de Francisco Franco y el sacrificio de todos cuantos cayeron luchando en la Guerra - de los cuales a día de hoy no sólo no he renegado, sino que tengo mucho más asumidos y solidificados que nunca.

   Pero hete aquí que, rondando el inicio de mi tercera década de vida, en torno a los veinte años, acontecería un hecho de índole familiar como fue el fallecimiento de mi abuelo paterno (persona leal como pocos a los mismos principios que he proclamado anteriormente), y la decisión de mi padre de depositar sus cenizas a los pies de la inmensa Cruz – “ése es el sitio en el que más le hubiera gustado reposar”, recuerdo que me dijo – en un lugar especialmente recogido y particularmente intimo. Desde aquel momento, mi relación con el Valle daría un paso más allá: la relación con un lugar que ya consideraba como “algo mío”, como una “segunda casa” que pasaba a formar parte de mi ser, de mi pasado, mi presente y mi futuro….

   Desde aquel momento, y comenzando el presente siglo, mi peregrinaje habitual hacia el Valle - solo o en compañía de mi padre - se multiplicó considerablemente, y junto al homenaje a mi abuelo, con mi puntual ascensión a pie hasta la misma base de la inmensa Cruz, eclosionó en mí una necesidad de meditación, de reflexión y oración a la vera de las magnificas figuras de los cuatro evangelistas esculpidas por Juan de Ávalos, al tiempo que contemplaba el maravilloso paisaje de la sierra madrileña. Un silencio, un recogimiento y una de las sensaciones más maravillosas de mi vida, que en numerosísimas ocasiones quise también compartir con un buen puñado de familiares y amigos.

 

   A partir de 2005, tuve el inmenso honor de conocer al Padre Prior de la Comunidad Benedictina, Alfredo Maroto, y tratarle con tanta frecuencia, que terminó convirtiéndose en mi “padre espiritual”. Una de las poquísimas personas que en esta vida puedo calificar sin ningún género de dudas como un verdadero santo.  Su visión de Dios y de la vida, su cercanía, sus consejos, me dieron una especial fortaleza en unos momentos especialmente delicados – e incluso, posteriormente, dolorosos – para mí. Y su profunda y sincera amistad conmigo, cada vez más habitual, me abrió la puerta al trato con la propia Comunidad, y al conocimiento de todos los secretos, estancias y recovecos de la Basílica, la Abadía, el Monasterio y el Cementerio de los Monjes. Desde entones, mi amor al Valle de los Caídos se multiplicaría cada vez más.

   Dos años después, esas visitas a la Comunidad las empezaría a realizar en compañía de una maravillosa chica hispana, la cual también pudo beneficiarse copiosamente del consuelo humano y la paz espiritual que ofrecían los padres benedictinos, y que tanto necesitaba en su corazón. Esa chica terminaría por ser la que hoy es mi esposa, casándonos un 25 de Julio de 2009, festividad de Santiago Apóstol, en la Capilla de la Hospedería del Valle. Parecía que así llegaba, con el colofón de nuestro enlace, el culmen de mi relación con el Valle de los Caídos. Pero no seria así.

 

   A partir del pasado invierno, las fuerzas del Mal comenzaron su asedio y acoso hacia este santo lugar y, desde febrero, lo rodearon con tal espesa capa de silencio - cuando no de descaradas mentiras e incluso actuaciones destructivas propias de talibanes - que  la confusión inicial por el arbitrario e intermitente cierre del Valle como iglesia y monumento se trocó  en una profunda preocupación por las calamidades, humillaciones y persecución a las que empezó a ser sometida la Comunidad de monjes. Un asedio y acoso que bien podría ser comparable – aunque de una forma mucho más sibilina, por supuesto- con el que tuvo que sufrir en su momento el Alcázar toledano a manos de los abuelos y bisabuelos de muchos de los que hoy ocupan los cargos en la Administración del Estado.

   Desde entonces, y advirtiendo la gravedad de la situación, decidí dedicar todo el espacio libre que quedara de mi tiempo en involucrarme al 100% en la defensa y preservación del Valle, y así hasta el día de hoy, por un lado en medio de las mas farisaicas y asquerosas actuaciones de los poderes públicos y de la incomprensión – cuando no censura – de muchas gentes, pero también en una actividad que me ha permitido conocer a personas integras y maravillosas que no han dudado en poner en juego, ante el Sistema que nos desgobierna, su prestigio personal, profesional e incluso económico.

   En este punto de cosas, llegamos hasta estos días, cuando la Comunidad Benedictina, en un ejercicio de heroísmo y de testimonio, y tras casi un año de martirial aguante y silencio – que he podido seguir casi a diario, y el cual, he de reconocerlo, en algunas ocasiones he llegado a no compartir ni comprender – decidió salir en primer lugar el pasado 7 de noviembre a las puertas del templo a oficiar la Santa Misa, a pie de carretera, ante la prohibición por parte de la Delegación del Gobierno de Madrid (actuando más bien como un Politburó Soviético) de dejar acceder a los católicos a Misa dentro de la Basílica, usando como herramientas a sus agentes de la nueva Guardia de Asalto Republicana, antaño llamada Guardia Civil. 

 

   El éxito de asistencia movió a la Comunidad de Monjes a anunciar que seguirían en su empeño de oficiar la Misa en la junto a la M-600, y ante la masiva movilización que se esperaba para este pasado domingo 14, el gobierno socialista se asustó y se avino a negociar, a través de Patrimonio “nacional”. Tras un principio de acuerdo, se concedió “graciosamente” a los benedictinos oficiar la Misa en la explanada posterior de la Abadía-Hospedería, a la cual hemos acudido miles de católicos y españoles - bajo la lluvia y en medio del frío serrano - para arropar a los oficiantes en un ambiente de impresionante y profundo silencio, oración y recogimiento, en una convocatoria que ha sido todo un éxito (y la cual se va a seguir repitiendo hasta que no se resuelva la situación) y unidos en nuestros en los dos máximos amores de nuestras vidas: Cristo y España.

   Estos firmes gestos de los padres benedictinos ante la persecución, de testimonio fiel ante las presiones, de comunión espiritual al querer estar junto con los fieles que les defienden y les quieren,  han sido y están siendo por encima de todo gestos, por cuatro veces, de DIGNIDAD:

 

- La dignidad que merece un espacio de oración que al fin y al cabo es la Casa de Dios: “Escrito está: Mi casa es casa de oración” (Evangelio según S. Marcos 11, 17)

 

- La dignidad de unos monjes que han renunciado a todo lo material en esta vida para consagrar sus manos y su existencia al servicio de Dios y de los demás, con humildad, sacrificio y entrega: “Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Evangelio según S. Mateo 5, 12)

 

- La dignidad que merece el silente descanso eterno de los miles de caídos en la lucha por una España mejor y enterrados bajo el Risco de la Nava, cuyo estruendoso testimonio histórico no podrá ser borrado ni acallado por nadie: “Os aseguro que si estos callasen,  gritarían las piedras” (Evangelio según S. Lucas 19, 40)

 

 - Y en definitiva, la dignidad que merecen los españoles católicos que tan solo quieren acudir allí para rezar por las almas de todos los que duermen el sueño de la paz en las criptas de Cuelgamuros, testimoniando así públicamente su Fe y su Esperanza en la Resurrección de Cristo, y que por ello son chulescamente humillados y apartados por los poderes públicos: “Si el Mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros. Si fueseis del Mundo, el Mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del Mundo, y os elegí para sacaros de él, os odia. Si a Mí me han perseguido, también lo harán con vosotros”. (Evangelio de San Juan 15, 18-20)

 

   No sabemos por cuánto tiempo habrá de seguirse oficiando la Misa a la intemperie - parafraseando al poeta Caído, “nuestro sitio está al aire libre” –, probablemente hasta que la Providencia no disponga otra cosa. Pero lo que sí sabemos con toda seguridad es que ocurra lo que ocurra, seremos muchos – y yo el primero – los que seguiremos apoyando, alentando, defendiendo y acompañando a los monjes benedictinos tanto en esa dominical Misa de campaña como en la que diariamente oficien en el interior de la Basílica, porque actuando así, consecuentemente estaremos también alentando y defendiendo a todo el Valle, porque el espíritu de sus vidas y de sus oraciones son el alma que da vida al Valle. Y eso, sus enemigos, nuestros enemigos – que no son otros que “los enemigos de España y de la Civilización Cristiana” – lo saben perfectamente.

   Y lo que ya es un hecho incontestable, es que desde hace dos semanas, el Valle ya no es sólo geográficamente el Valle de Cuelgamuros, políticamente el Valle de los Caídos y espiritualmente el Valle de la Cruz. Desde ya y para la Historia, y muy a pesar de quienes querrían borrarlo del mapa - contrariándolos en sus más bajos y abyectos propósitos - el Valle se ha añadido a sí mismo otro título de honor y de gloria: el Valle de la Dignidad.

LA ESPAÑA QUE DICE "YO SOY ESPAÑOL"

LA ESPAÑA QUE DICE "YO SOY ESPAÑOL"

Francisco TORRES

 

   Durante un mes la bandera de España ha dejado de estar encerrada para situarse en ese rasgo de normalidad que es verla integrada dentro en el paisaje español. Lo que en otros países resulta usual en España parecía estar proscrito o reducido a los ámbitos oficiales. Durante años se ha buscado, para mí conscientemente, reducir la presencia de los símbolos nacionales a lo que dicta la ley, y en algunos puntos de la geografía hispana, dominados por los nacionalistas, ni eso. Súmese a ello la aversión que una parte de la izquierda española ha mostrado a la bandera española o la absurda reivindicación de esa anomalía histórico-política que fue la bandera de la II República española erróneamente identificada con el republicanismo. El objetivo, para mí al menos, resulta claro: derruir la idea y el concepto de España para reducirlo a una entidad puramente administrativa. Operación de ingeniería social, de impulso político, realizada desde arriba.

 

   No se necesitan expertos sociólogos para constatar el hecho evidente que desde hace unos años se ha producido una expansión del uso de la bandera española, de los colores nacionales, bajo el impulso de los éxitos deportivos. Y el deporte es en las sociedades ricas y desarrolladas un elemento de afirmación del yo colectivo, ya sea de carácter local o nacional. La profusión de banderas, la recurrencia en el sonar del himno nacional, han contribuido a popularizar, especialmente entre las nuevas generaciones, los símbolos nacionales contribuyendo a establecer la identificación identitaria que se buscaba proscribir. La última expresión de ese proceso es el cántico del “soy español, español, español…”, canto que encierra toda una percepción ya que se trata de una afirmación teóricamente innecesaria pero que dada la expansión de una aparente aversión a la idea de España parece necesaria.

 

   Nadie puede obviar que este fenómeno se ha multiplicado en el último mes sacudiendo a muchos merced al campeonato mundial de fútbol, por lo que conlleva de deporte de masas seguido por millones de personas. La proliferación de banderas españolas en coches y casas que se ha producido en este mes, la resaca y prolongación que implicará el triunfo de la selección nacional española (la roja que también y tan bien juega de azul) supone, con los matices y limitaciones que se quiera, una exaltación de España. En algunos puntos de la geografía, en aquellos lugares marcados por la presión nacionalista o nacionalista-socialista, lo que ha sucedido durante el campeonato de fútbol es que se ha producido una especie de liberación, de protesta ciudadana, de exteriorización de los sentimientos ocultos que muchos consideraban ya apagados o recluidos en los espacios del silencio. En esos puntos han florecido unas banderas de España en las casas que, en tiempo normal, a nadie se le ocurriría colocar por la presión ambiental. Las concentraciones de ciudadanos ante pantallas gigantes con banderas y pancartas son un síntoma.

Buen ejemplo de ello es lo acontecido en Cataluña. Allí la conjunción nacionalista y socialista gobernante ha intentando, por todos los medios, limitar los efectos de la oleada rojigualda. De ahí el absurdo de evitar que se instalaran pantallas en las calles y plazas. De ahí que los nacionalistas radicales, Puigcercos o Carod, hayan mostrado su preocupación por esta exhibición, o que Carod, ascendiendo hasta el último peldaño de la imbecilidad, dijera que como no era su selección no tenía interés en ver los partidos. Preocupación en los ambientes nacionalistas-socialistas catalanes porque los éxitos de la selección nacional y la exhibición de banderas, incluso allí, coincidían con la sentencia del Estatuto y la manifestación antiespañola exaltada hasta los límites de lo increíble por la Televisión española (quizás debiera escribir ex-pañola), manifestación hinchada hasta el absurdo por algunos medios. La respuesta la dieron las decenas de miles de catalanes que siguieron en las pantallas instaladas a regañadientes el triunfo de España con pancartas como “No nos engañan, Cataluña es España”.

En definitiva lo que hemos visto es la expresión plástica de esa otra España que se identifica con una frase: “yo soy español, español, español”.

DIOS, QUÉ BUEN VASALLO

DIOS, QUÉ BUEN VASALLO

Juan Manuel de PRADA

 

   Los triunfos de la selección española de fútbol vuelven a despertar un «sentimiento patriótico» en el pueblo que se celebra encomiásticamente, como si de auténtico patriotismo se tratara. Pero el «sentimiento patriótico» no es, como la propia expresión indica, sino la expresión emotiva de los efectos; y tal expresión emotiva puede ser el humus del que brote un «sentido patriótico» si se orienta hacia lo alto, pero también puede ser la charca donde el patriotismo perezca, si se orienta hacia lo bajo. En la Roma imperial, por ejemplo, el «sentimiento patriótico» alcanzó cúspides de expresión emotiva que no se dieron jamás en la Roma republicana; pero esa exaltación sentimental discurrió paralela a la paulatina atrofia del «sentido patriótico» alcanzado en la etapa anterior. Un «sentido patriótico» que se cuaja cuando las naciones alcanzan la mancomunidad de las almas que la integran; y tal mancomunidad sólo se logra plenamente cuando, entre las almas que la integran, surgen personas con «espíritu público»; esto es, personas con la percepción y la pasión del bien común, capaces de dar alas al «sentimiento patriótico», levantándolo del magma emotivo. Cuando tales personas no existen, el «sentimiento patriótico» es como una semilla que germina en un terreno fértil donde, sin embargo, falta la luz que la haga crecer; y, cuando falta la luz, a la semilla germinada no le resta otro destino sino pudrirse. Y así, con frecuencia, el «sentimiento patriótico» huérfano de luz —desilusionado— acaba incubando los hongos venenosos de la acedia y el esplín; como ocurrió en la Roma Imperial, comandada por hombres que carecían de la percepción y la pasión del bien común.
   Esto es lo que ocurre también hoy entre nosotros: quienes detentan el poder están destruyendo o dejando destruir la mancomunidad, por falta de «espíritu público»; y así, el destino de ese «sentimiento patriótico» que germina espontáneamente en ocasiones como la presente es infecundo; o, todavía peor, putrescente. A los pueblos comandados por hombres que carecen de «espíritu público» no les queda otro remedio sino vagar entristecidos, como al Cid del destierro («Dios, qué buen vasallo si hubiese buen señor»), cuando no enzarzarse en querellas intestinas que son como guerras civiles latentes. Esta situación de «guerra civil latente» es la que padecemos hoy en España, azuzada por ideologías que, en lugar de buscar el procomún o bien general, buscan el bien particular de un grupo o de una región; y que se hacen fuertes subrayando ese particularismo, dividiendo a los pueblos en lo profundo, actuando como sucedáneos religiosos que dificultan el entendimiento, la «mancomunidad de almas». Y, cuando más se debilita esa mancomunidad, más fuertes se hacen esas ideologías y los «partidos» que las representan; de tal modo que la robustez de tales partidos se cobra a costa del espíritu público y del sentido patriótico. Así, debilitando la mancomunidad, es como nuestros gobernantes se han hecho fuertes; y, aunque jalean el «sentimiento patriótico» que en estos días prende entre las gentes divididas, temen en lo más profundo de sus corrompidos corazones que de ese «sentimiento» instintivo (emotiva nostalgia de un bien que nos ha sido arrebatado) brote un «sentido» orientado hacia lo alto. Para evitar que tal ventura ocurra, seguirán azuzando la guerra civil latente que los hace fuertes.

PROGRETARIADO CONTRA PROLETARIADO, O LA NECESIDAD DE CIUDADASNOS

PROGRETARIADO CONTRA PROLETARIADO, O LA NECESIDAD DE CIUDADASNOS

María Teresa GONZÁLEZ CORTÉS

 

   Se cumplen veinte años de hipogresismo, que no progresismo educativo

 

   En este 2010 se cumplen 20 años de utopía educativa. Y aunque en su carta a Franz la activista polaca Rosa Luxemburg (Róża Luksemburg: 1871-1919) dijera con ciclópea pasión que el socialismo es «un movimiento de cultura», nos preguntamos por qué esta corriente política, visto el comportamiento de los líderes del socialismo en el siglo XX, no ha favorecido sino, al contrario, creado modelos de segregación educativa, a resultas de todo lo cual vivimos bajo una peculiar paradoja, en la incongruencia, que resumió Kropótkin en su escrito Palabras de un rebelde (1885), de que «nos prometieron la instrucción y nos han reducido a la imposibilidad de instruirnos». Para entender estas y otras anomalías expondremos a continuación los tics de una clase política que, instalada en el elitismo, vive de la construcción y mantenimiento de un nuevo tipo de pobres, los ciudadasnos.

 

Introducción

   Se cumplen 20 años de salvaguardia de un modelo de enseñanza inspirado en la ideología de un grupo que pomposamente se autocalifica heraldo de la cultura y legado de la vanguardia. Se celebran 20 años de defensa o, mejor, de retaguardia de la Lo(gs)e.(1) Se cumplen 20 años de hipogresismo, que no progresismo educativo. Se conmemoran, en este 2010 20 años de una utopía educativa que se opuso y opone a los intereses de las clases sociales más desfavorecidas, gracias a una élite política que vive del (des) propósito de imponer técnicas y metodologías de (con) gestión de espíritus. Se cumplen, en fin 20 años de indigencia, de ignorancia y analfabetismo, planificados desde la máxima de que si el conocimiento favorece a quienes tienen poder, el saber (que siempre es fuente de poder) no debe transmitirse a todos los sectores de la sociedad. Por este motivo, y como de ello ya advirtiera el escritor vigués Ricardo Mella (1861-1925), «no llegan los frutos de su ciencia a la multitud ineducada y zafia; no llegan sus espléndidas luces al fondo del pozo minero, al antro industrial, a la covacha miserable del asalariado». Y no llegan porque los gobernantes durante cuatro lustros han mantenido políticas destinadas a beneficiar el retraso escolar. Y como miembros de la clase privilegiada han incurrido en actos de prepotencia, incluso de omnipotencia, que abocan a la ciudadanía en muchas ocasiones al desánimo y a la impotencia. Y, además, esos mismos gobernantes retienen en exclusividad la autoridad dentro y fuera de la arena política hasta apropiarse de la mayoría de los recursos relacionados con la acción y la gestión, con el control de las instituciones y el monopolio de las ideas, y aplicarse a la tarea salvífica de señalarnos los caminos de la reflexión y la verdad.

  

I. Politización de la enseñanza

   «Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se preocupa usted de sostener la civilización [...,] en un dos por tres se queda usted sin civilización» Ortega y Gasset, La rebelión de las masas (1930)

 

   Desde hace 20 años padecemos en España los efectos de un mal modelo educativo. Y además, sin visos de cambio, vivimos bajo el huracán de la politización de la enseñanza. Muchos opinan que este fenómeno es reciente, inherente a las sociedades contemporáneas. Nada más lejos de la verdad, pues las primeras señales de politización aparecen con el estallido de la Revolución francesa.
   Marie-Jean-Antoine Nicolas de Caritat Condorcet (1743-1794) constató el escaso valor de la igualdad en las situaciones en que no se aplica. Este filósofo y, para más señas, matemático indicaba al inicio de sus interesantes Escritos Pedagógicos que «cuando la ley ha hecho a todos los hombres iguales, la única distinción que los separa es la que nace de su educación». Condorcet creía firmemente en los ideales de la Ilustración. Y como fue el primero en denunciar las deficiencias que supone llevar al campo de la instrucción lo que es propio del ámbito ideológico, le caería, y de la boca del mismísimo Marat (1743-1793), un chaparrón de críticas. Sin embargo, Condorcet no se arredra y, en el fragor de la discusión, subraya que las vías de transmisión de conocimientos nunca mejoran con las injerencias políticas, pues sabida la debilidad de quienes no tienen medios para acceder al mundo del conocimiento, los políticos «charlatanes» se aprovecharán de tal debilidad hasta el límite, señalaba, de satisfacer sus ansias de gobierno.
   Esto escribe Condorcet a principios de 1793 en su artículo Sobre la necesidad de la instrucción pública cuando todavía, unos meses antes de morir bajo la represión de la revolución, luchaba por una educación que se mantuviera lejos de los fuegos de los imperialismos ideológicos y al margen e independiente de las intromisiones del poder político. Y es que en su opinión no era la política, sino la instrucción lo que a las personas sin medios podía verdaderamente proporcionarles la llave del conocimiento y, por extensión, del sapere aude! (¡aprende a pensar por ti mismo!). Dicho de otra manera. La cultura debía concentrarse en sí misma porque, de lo contrario, «los ambiciosos encontrarían pronto el medio de eludir las débiles barreras que les impondría la instrucción común, o conseguirían corromperla. Los prejuicios [..., decía Condorcet,] no son obra de la naturaleza, sino de la ambición que, manipulando la inculta ingenuidad de los padres, se adueña del derecho de entregar al embrutecimiento y al error a las generaciones venideras». (2)
   Condorcet fue un firme defensor de la igualdad y, por extensión, un paladín de la condición femenina. Recuérdese que él había tenido la ocurrencia formidable de presentar a la Asamblea nacional un proyecto para otorgar la ciudadanía a las mujeres aduciendo que éstas, al disponer de las mismas cualidades que los hombres, «necesariamente deben disfrutar de idénticos derechos».(3) Pese a la coherencia de su propuesta, no tuvo éxito, igual que no saldría victorioso de su proyecto de no politización de la enseñanza.

  

   Han transcurrido los años y siguen calientes las palabras de Condorcet, sobre todo en España, en donde las intromisiones de los políticos en el mundo de la cultura son tan continuas, tan incesantes que nuestros mandatarios consiguen con sus charlatanerías y «burrocracias» reflotar clasistamente eso de que al pueblo «es justo hablarle en necio para darle gusto».(4) De hecho, en la Lo(gs)e está mal visto hablar a las clases subalternas, de ciencia o de sabiduría, tal es el empeño que a bien tiene nuestra aristocracia socialista. (Es que es muy clasista usar el término «cultura» y, además, la disciplina intelectual que fomenta deseos de sapiencia, encima causa discriminación social.) De ahí la urgencia de enterrar los enojosos «programas de estudios» que, por cierto, ya no existen. Y si no es adecuado denominar «asignatura» a las asignaturas -ahora se llaman «materias», «áreas» e, incluso, «módulos»-, no es conveniente tampoco proveer de grandes conocimientos intelectuales a la gente común: a ésta se le proporcionará algo light, como «competencias» y espacios para la «creatividad», para el «autoaprendizaje», la «sensibilidad». Por otra parte, y comparado con la caduca enseñanza tradicional, resulta más innovador, dónde va a parar, el «currículo», el cual permite por su dúctil naturaleza menguante reducir absolutamente cualquier temario gracias al criterio de «mínimos» para, de paso y siempre que sea preciso, cortar y recortar aún más los mínimos. Por eso, en el preámbulo de la LOE (Ley Orgánica de Educación de 2/2006, de 3 de mayo) se contempla «adaptar el currículo y la acción educativa a las circunstancias específicas en que los centros se desenvuelven». Lo cual implica que tijeras, que no conocimientos, es lo que juzgan que necesitamos la gente de a pie.

 

   II. Blablablá blablá, bla bla bla

«No hay otro dios que la naturaleza, otro soberano que el género humano: el  pueblo-dios» Anacharsis Cloots, Discurso pronunciado en la Tribuna de la Convención nacional (27 de brumario, año II)

 

   Fue el historiador y académico parisino François Furet (1927-1997) quien observó cómo, durante el desarrollo de la Revolución francesa, la legitimidad política les sobrevenía a esos personajes que no hacían sino exhibir en público sus simpatías populistas elogiando y elogiando las virtudes del pueblo. Dicho de otra manera, fue un antiguo comunista, Furet, el primero en prestar atención al hecho de que, en los aledaños de la Edad Contemporánea, el poder dependía del lenguaje y de que cuanto mayor era el deseo de notoriedad pública de los líderes (y aspirantes a líderes), éstos más empleaban en sus discursos la palabra «pueblo», de modo que, apunta Furet, en la Revolución francesa el poder estaba «en manos de aquellos que hablan en su nombre [... y] el pueblo está permanentemente en medio de las palabras».(5)
  

   ¿Qué inconvenientes arrostró esta forma de hacer política? En concreto uno: ya que el pueblo sólo tenía entidad imaginaria; ya que sólo era simple nombre en el espacio angelical de la oratoria; ya que su protagonismo era tan simbólico como irreal; resulta que el pueblo jamás pudo ir más allá del ámbito de lo lingüístico, pues por los datos históricos comprobamos que en las elecciones a diputados a los Estados Generales, de los 580 delegados del Tercer Estado no hubo un solo representante de los agricultores. Lo cual tiene su enjundia porque dichas elecciones (1789) se originaron a partir de las quejas campesinas, recogidas en los famosos Cahiers de doléances. Pero es que, luego, la cámara de la Convención (1792-1795) tampoco daría cabida a un solo sans-culotte. Y aunque los Cloots de turno (1755-1794) afirmaran que «il n’y a pas d’autre dieu que la nature, d’autre souverain que le genre humain: le peuple-dieu» (no hay otro dios que la naturaleza, otro soberano que el género humano: el pueblo-dios), en la práctica jamás se permitió a la gente del pueblo el acceso al poder.

  

   Pero de qué sorprenderse: para quienes consiguieron el poder político «la igualdad habrá sido tan solo un argumento para salir de la desigualdad en que estaban y crear después, de hecho, una desigualdad nueva», apunta Ángel López-Amo.(6) De lo cual se deduce que, si bien los revolucionarios franceses necesitaron invocar y recurrir a la idea mitológica de pueblo para legitimarse, no obstante y en todo momento hicieron legal y nobiliariamente posible «que miembros de la baja burguesía y del proletariado urbano fueran marginados de las labores del Estado, aunque no eximidos de morir por la patria. Todo con el pueblo en cuestiones de vida o muerte, como las que generaba la guerra, pero sin la participación del pueblo en asuntos de Estado y proyectos de alta política».(7)
   ¿Y por qué acordarse aquí y ahora de alguna de las mayores mascaradas de la Modernidad, por qué recordar los esquemas elitistas que escondía la jerga revolucionaria? Porque de esos lodos demagógicos en los que el lenguaje, decía Hölderlin, es «el más peligroso de los bienes» arranca gran parte de las teorías desigualitaristas de los siglos XIX y XX, teorías que, en medio de un pantagruélico festín de palabras, han incidido y siguen incidiendo en defender un paradigma de educación en nombre del bienestar y felicidad del Pueblo.

   Sin embargo, detrás del engaño del lenguaje, se adivina una partida de «monopoly» ya que, como los Cloots de antaño, los parásitos de hoy promueven con sus pedagomaquias y demás guerras lingüísticas la desigualdad bajo la máxima aristocrática de que las aulas no deben ser el escenario de una educación de calidad, sino un enorme orfanato público en donde los hijos e hijas del pueblo devienen «pupilos», esto es, «huérfanos» que por ley reciben una enseñanza de mínimos, igual que en otros tiempos a los pobres y niños abandonados se les daba «bodrio», o sea, ese caldito hecho con sobras de sopa, mendrugos y algún que otro indicio de verdura.

 

   III. Liberté, fraternité, INÉGALITÉ
  

«¿Quieres cultura, libertad, igualdad, justicia? [...] Ese milagro de la política no se ha realizado» Ricardo Mella, Gijón, 25-XII-1909

 

   No sé si es, o no, cierto aquel aforismo del escritor Henry L. Mencken (1880-1956) que rezaba: «El demagogo es aquel que predica doctrinas que sabe que son falsas a hombres que sabe que son idiotas». Lo que sí sé es que habría que recordar las viejas palabras de Marx y Engels estampadas en La Ideología alemana (1845-1846). Según estos próceres del materialismo histórico, «la fuerza propulsora de la historia, incluso la de la religión, la filosofía, y toda otra teoría, no es la crítica, sino la revolución». Así que, infravalorado el acto de pensar, de dudar, se comprende por qué los herederos actuales de la tradición socialista son refractarios a la crítica y a la inteligencia, por qué aspiran a propagar la pereza intelectual como modelo de vida dentro del Estado, por qué se aferran a la infalibilidad de ese homúnculo revolucionario llamado «Lo(gs)e».
  

   Con esto no deseo afirmar que la gente de izquierdas sea per se «necia». Únicamente quiero indicar que buena parte de la gente de izquierdas, por falta de espíritu crítico, sí manifiesta, y debido a sus influencias culturales, una clara tendencia a la necedad, de modo y manera que su pretendida rebelión contracultural, además de servir de muy poco, ha generado un sinfín de efectos perversos que, por otro lado, y esto es muy importante subrayarlo, derivan de su propia tradición. Tengamos en cuenta, p. e., las opiniones de Karl Marx. Éste, en su Crítica del Programa de Gotha (1875), manifestaba que «unos individuos son superiores física o intelectualmente a otros», razón por la que en contra de Proudhon había Marx defendido el lema desigualitarista «de cada cual según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades». Pero también Friedrich Engels, en su Carta a Bebel (18-28 de marzo de 1875), señalaba que «la concepción de la sociedad socialista como el reino de la igualdad es una idea superficial francesa que reposa sobre la vieja «libertad, igualdad, fraternidad», [...] pero que como todas las ideas superficiales [...] hoy debe ser superada». Y por supuesto, cómo no, en aquel discurso desigualitarista de 1935 el gran Stalin insistía, para gozo y alegría del proletariado, en que «no se puede tolerar que un laminador de la siderurgia gane lo mismo que un barrendero [...,] que un maquinista tenga igual salario que un copista».

   No se equivocaba, en absoluto, Roland Barthes al reconocer este profesor de Filosofía que «visto desde hoy (es decir, después de Marx), lo político es una purga necesaria».(8) Pues bien, debido a esa purga necesaria o a esa insistente búsqueda de la desigualdad, se entiende que los movimientos de tradición socialmarxista hayan favorecido a lo largo de todo el siglo XX el desigualitarismo poniendo en marcha programas (sub)educativos que cercenan tanto la mejora cultural como el avance social de las clases desfavorecidas. O lo que es igual. Debido a esa necesidad por dejar inculto al analfabeto y proletario al proletariado, se entiende que en el otoño de 2009 Rodríguez Zapatero dijera a su homónimo inglés en el cargo, Gordon Brown: «mi partido representa a los que no lo tienen todo». Pero claro, ¿cómo no iban en el escudo nobiliario de su partido a estar representados los que no tienen todo si los Zapateros de turno, con su apoyo incondicional a esos engendros de LOGSE y LOE, están a punto de dejar absolutamente sin nada a los que apenas poseen algo, y además, tras equiparar igualdad con analfabetismo apoyan que los miembros de las clases subalternas sigan en su misma e inveterada situación: paletos e ignorantes tirados en la cuneta, y sin posibilidades de acceder al ámbito del conocimiento?

   Aunque Alexis de Tocqueville anotó que el socialismo busca la igualdad «en la limitación y en la servidumbre», fue el socialista polaco Makhaiski quien mejor observó la orientación antisolidaria de los movimientos socialistas, la traición de la izquierda. «El estandarte de la socialdemocracia no representa las aspiraciones del proletariado», denunciaba Makhaiski. Y no las representa porque, explicaba, los defensores del socialismo sólo permiten que una minoría «está llamada a utilizar su talento. Los otros millones de personas deben ser privados de la posibilidad de emplear su cerebro».(9)
   Así que ver a la autoridad política optar por no hacer uso de sus poderes para proteger a quienes lo necesitan es una muestra de la desconfianza ante la universalización del conocimiento de calidad, es una manera de perpetuar la desigualdad, es un medio eficaz de dejar a los no privilegiados al margen de la gran cultura que para sí se reservan las minorías dominantes, incluida la aristocracia socialista. Es decir, no hacer uso de los poderes democráticos para proteger a quienes lo precisan es una prueba absolutamente inconfundible de cómo rechaza nuestro progretariado aquellos segmentos sociales cuya mejora social puede dañarle sobremanera.

 

IV. EL DORADO o en busca de la ciudadasnía

«Los actuales progresos de la ignorancia, lejos de ser el producto de una deplorable disfunción de nuestra sociedad, se han convertido en una condición necesaria para su propia expansión»
Claude Michéa, La escuela de la ignorancia y sus condiciones modernas (1999)

 

   Como no se cuenta lo que verdaderamente cuenta, se invisibiliza lo que sus testigos diariamente ven en los centros educativos, a saber: cómo las aulas están paralizadas por una meticulosa (in)acción burocrática que inyecta dosis elevadas de desconocimiento y desgobierno en la población juvenil, cómo los centros viven sometidos al juego del disfraz de señuelos y mitos políticos con sus banderolitas al viento, de promesa, progreso, futuro..., cómo las aulas, en definitiva, andan politizadas, o sea, estranguladas por esas nebulosas ideológicas de «innovación», «modernidad» y...... mucho «compromiso».

   Y es que el compromiso es la fuerza hegeliana que lo guía todo. Y, por el aura mí(s)tica que desprende, es una palabra que, como hizo Hammelin con el intelecto de las ratas, llega mágicamente a despertar adhesión y simpatías, aunque detrás del «compromiso» no haya absolutamente nada o, mejor, sólo campos de ignorancia o tontos útiles amaestrados en la incompetencia y en la falta de habilidades mientras, eso sí, los que administran el Estado logran mayor espacio para sus andanzas y (des) gobiernos.(10)

   Desde luego, no me parece oportuno incidir ahora en el dato reveliano de que la «mentira», hermana siamesa de la «ideología», reposa sobre el afán de «satisfacer una necesidad altamente espiritual».(11) No, lo que concierne en este momento es destacar que, entre LOGSE y LOE -la LOCE del Partido Popular no llegó ni a estrenarse-, venimos asistiendo a una jibarización intelectual de generaciones y generaciones de adolescentes. Y dado que nuestra élite socialista desprecia que el acto de conocer es un medio de emancipación; dado que nuestra élite socialista no garantiza los derechos a la ciudadanía, sino que da tantas alas a la desigualdad que quienes no poseen recursos no llegarán jamás a conquistar las vías del conocimiento; es lógico que en este país se promueva a millares, y anualmente, «zurupetos»; es lógico que se haya logrado consumar el paso de la «igualdad» al «igual da» escolar y, de paso y por decreto-ley, resucitar a ese fósil decimonónico: el proletariado dúctil y maleable y, en suma, ciudadasno.

   Señala Gustavo Bueno que la igualdad reclamada por la socialdemocracia, la igualdad de oportunidades en la salida, está «destinada precisamente a producir desigualdades en la llegada». Y es cierto, aunque de buena parte de esas desigualdades que conducen al renacimiento del analfabeto tiene gran responsabilidad la figura del orientador, pues su trabajo consiste en mantener intocables a las minorías privilegiadas. Por eso, a diario ocurren cosas como éstas: «el orientador escolar me aconsejó que me hiciera carrocero en un taller local de reparación de coches. [...] Así pues, la bifurcación ante la cual me encontré a los quince o dieciséis años fue más una cuestión de perspectiva social que de movilidad social» Esto lo relata, en carnes propias, un antiguo izquierdista como Andrew Anthony.(12)

 

   Sin embargo, en contra de estos eficacísimos sistemas de inmovilidad social, la educación «es lo que proporciona la esperanza y la realidad de escapar de los estratos sociales y económicos inferiores y menos favorecidos, y de acceder a los superiores», asevera John Kenneth Galbraith, quien además enfatiza añadiendo: «la mejor educación debería ir para quienes ocupan las peores posiciones sociales».(13)

   La pregunta entonces es: ¿por qué no destacan nunca en esta labor los partidos socialistas? ¿Quizá porque el acto de buscar la solidaridad con el desdichado «no puede ser adquirido por aquellos que no pertenecen a los parias», afirmaba implacable la filósofa Hanna Arendt?(14) ¿O quizá también porque qué sería del poder de las élites si no tuviesen personas a las que controlar?, añado. Sea cual sea la respuesta, en opinión de Karl Popper, «el control holístico, que llevaría no a la igualación de los derechos humanos, sino a la de las mentes humanas, significaría el final del progreso».(15) Y algo de eso debe de haber desde el momento en que la pedagogía socialista ha logrado lumpenizar dentro de las paredes de las aulas a importantes sectores de la población española hasta negarles, por medio de técnicas de intervención pedagógica, las luces de la ilustración y restringirles sobremanera las vías de acceso al mercado laboral.
   Pero, ¿qué es eso de que una minoría, por sus apetitos de control social, tenga el poder de decidir en negativo el status y futuro de miles de alumnas y alumnos?, ¿qué es eso de que un pequeño grupo de personas resuelva que el curso académico de los números acabe todos los años sangrantemente en rojo? Como afirma Hayek, «ningún hombre está cualificado para dar un juicio definitivo sobre las capacidades que otro posee, ni se le debe permitir hacerlo».(16)

 

V. La violencia de la injusticia

   «No instruya en absoluto al niño del aldeano, pues no le conviene ser instruido»
Rousseau, Julia o la nueva Eloísa (1761)

 

   Es más sencillo defender una causa equivocada que aceptar las evidencias del error. Y más fácil perpetuar una política de humaredas y propaganda que aceptar los hechos. Y, por supuesto, más rentable anteponer a las necesidades de individuos sin recursos el interés partidista de una minoría, sobre todo aquí, en este país, el nuestro, en donde nobiliariamente abundan todo tipo de élites y, por tanto, hay directores de cine sin público, sindicatos sin afiliados... y, cómo no, políticos que hablan de calidad de la enseñanza promoviendo, sin el apoyo de los profesores y antidemocráticamente, montañas de analfabetismo.
   La paradoja sociológica de nuestro país radica en las andanzas de una minoría que dice luchar por el pueblo mientras, a la vez, no remedia ni corrige las cotas altísimas de fracaso escolar entre los segmentos más deprimidos de la población: un 31% en la ESO y subiendo. Dicho de otra forma. El problema de España gira en torno, por los datos publicados, a ese 31% de abandono escolar que estalla en el seno de los hogares con rentas deprimidas, porcentaje escalofriante que, por otra parte, excede por 3 los objetivos de Lisboa previstos para este año 2010.
   Y si a esto se suman los datos que ofrece el último informe PISA (2006) que sitúa a los alumnos españoles en la posición 31 en Ciencias, 32 en Matemáticas hasta descender en Lectura al puesto 35; si a esto añadimos, por el Informe elaborado por la revista Magisterio y dado a conocer en 2007, que las personas de 20 a 24 años que estudiaron bajo la LOGSE exhiben peor nivel formativo que las de 25 a 30 años; entonces podemos decir que a la aristocracia gobernante ni le importa el fuego «amigo» que durante estos últimos veinte años (1990-2010) ha ocasionado su ideal socialista de «justicia» (¿?), ni le avergüenza que el horizonte de los que aparentemente no fracasan ande cercano al retraso. Ahí están los cursos «cero» de la Universidad, nacidos para paliar la cota bajísima de conocimientos de los que aprueban.

 

   ¿Entonces? A nuestra casta socialista, aplastada por sus modelos ideológicos, le gusta desoír los hechos y señalar en sus cantos de sirena que «siempre hemos defendido los valores de la calidad, el esfuerzo y la exigencia en educación. Y hemos puesto especial empeño en decirlo y repetirlo siempre que ha hecho falta. El caso del último informe Pisa ha sido especialmente revelador».(17)

   Y es que habitar lejos de las luces de la Ilustración conlleva costes sociales, amén de un buen número de patologías políticas. Y pese a que para la élite socialista nunca constituye insulto a la inteligencia humana propiciar niveles intelectualmente bajos, lo cierto es que la privación de conocimientos envilece la enseñanza y, lo más importante, degrada y humilla a sus destinatarios, a esos cientos de miles de alumnas y alumnos que habitan en medio de la precariedad económica.
   Y tanto humilla a estudiantes sin recursos que, en España, país con una de las tasas más altas, en Europa, de abandono escolar, la falta de formación convierte a la población económicamente vulnerable en carne de cañón que, por ser joven y carecer de adecuada cualificación, es candidata al paro y, por tanto, a la segregación. Y, en el caso de las mujeres, no es la compasión lo que puede ayudarlas, sino el acceso igualitario a la enseñanza de calidad con el fin de salir del estado lamentable de pobreza, postración y segregación laboral en que muchas viven.(18)

 

   ¿Cabe entonces afirmar que la Lo(gs)e es una clase de «violencia distributiva»? Sin duda, porque lejos de optimizar talentos y mejorar habilidades asigna nichos a nuestros escolares y pone "desde fuera" trabas y límites impidiéndoles cualquier signo de movilidad intelectual y social. Ahora bien, la premisa socialista de reservar la educación de calidad a los elegidos no es distinta de la que ideológicamente defendía Rousseau, padre de nuestra pedagogía moderna y alma mater de la Revolución francesa. Recordemos que Rousseau afirmaba que quien medita es un animal depravado («l’homme qui médite est un animal dépravé»). Recordemos también que Jean-Jacques Rousseau, firme creyente de los principios de segregación activa, arengaba: «No instruya en absoluto al niño del aldeano, pues no le conviene ser instruido».(19)

   Así que, igual que el filósofo Séneca, el mismo que estuvo implicado en el robo de 80 millones de sestercios, predicaba la importancia de deshacerse de las riquezas, con idéntico cinismo el reaccionario Rousseau abandonaba en el interior de un orfanato a sus cinco hijos porque no quiso hacerse cargo, en ningún momento, de su educación. Al fin y al cabo, eran vástagos concebidos con una sirvientucha, y Rousseau sólo oía el compás de «cada oveja con su pareja».
  

   No me cabe duda de que la Lo(gs)e es un sistema de desprotección social. Y porque lo es, transmite kilómetros cuadrados de desierto intelectual en las aulas y siembra miseria a su paso. Pero, de qué sorprenderse. Virgilio hablaba de un rey etrusco que regalaba a sus prisioneros un inconfundible tormento: hacerles morir atados a un cadáver. De manera similar, el artificio Lo(gs)e causa con sus logomaquias bizantinas muchas víctimas a su paso. Y también encadena a miles de alumnas y alumnos a una agonía sin vida. Pero ante estas u otras situaciones, solo queda una cosa: «aventemos los miasmas del privilegio. Sobre la gradería del templo de la ciencia no haya tapia ninguna; toda planta humana es digna de pisar los áureos escalones», escribía la periodista española Rosario de Acuña nada menos que en 1902.(20)

 

VI. Mínimos y submínimos

«La contracultura ha sustituido casi por completo al socialismo como base del pensamiento político progresista. Pero si aceptamos que la contracultura es un mito, entonces muchísimas personas viven engañadas por el espejismo que produce, cosa que puede provocar consecuencias políticas impredecibles».
Joseph Heath & Andrew Potter, Rebelarse vende 2004

 

   Gracias a esos «miradores» de la enseñanza dedicados a la (in)observación del fracaso escolar, la aristocracia socialista prosigue en su tarea de implantar el desigualitarismo negando el derecho al conocimiento a importantes segmentos de la población. De hecho, si con la LOGSE a quienes no poseían medios económicos se les impidió saborear los frutos del árbol de la ciencia, con la LOE ya no hay forma alguna de salvar de la agonía a los hijas e hijos de los trabajadores con rentas bajas, de modo que «quien disponga de medios huirá de la enseñanza pública y, como las familias nobles de la antigua Grecia, pagarán la educación de sus hijos a los sofistas de hoy para ascender social y profesionalmente. Con lo cual, [observa José Sánchez Tortosa], tras la pantalla de la retórica progresista de una escolarización universal, no discriminatoria, se ha consumado una analfabetización efectiva de aquellos a los que les está vedada la enseñanza privada».

   No hay duda: la «ignorancia vanidosa» entraña peligros y graves. La prueba de ello está en que la utopía Lo(gs)e, con esa obsesión antiintelectual de alcanzar mínimos y submínimos, ha estampado ríos de penuria sobre la mente de los jóvenes sin recursos. Y como lo moderno, lo subversivo, lo «progre» reside en no corregir sus lagunas, tampoco se ha de enmendar, por lo mismo, sus faltas de ortografía. (Ya lo coreó en su momento ese sublime rapsoda del vanguardismo Gabriel García Márquez.) Ello explicaría por qué en los centros falta poco, apunta José Manuel Rodríguez Pardo, «para que cada alumno elija su nota y la cantidad de esfuerzo que quiere hacer». Ello explicaría por qué la tendencia pedagógica de moda regula por ley la infantilización de los contenidos científicos, por qué en las aulas la desinformación cabalga al lado de tasas elevadísimas de incultura, por qué los contenidos científicos y humanísticos caen, por cuestiones de ideología, hasta niveles alarmantes de analfabetismo, por qué casi la mayoría de los alumnos de 14 años desconoce qué es un gen, qué es una contradicción, por qué les cuesta entender el significado de un texto o buscar solución a un problema mínimamente abstracto, por qué ni siquiera comprenden el significado de las palabras, por qué carecen del cualquier ápice de espíritu crítico, por qué, en definitiva, se permite que quienes habitan en la penuria económica habiten también en la penumbra intelectual.

 

   Un viejo profesor de Filosofía y Política, Peter Drucker (1909-), ha intuido que en nuestro siglo está naciendo una nueva clase compuesta por «trabajadores del conocimiento» cuyo cometido ha dejado de centrarse en el despliegue de la fuerza física para concentrarse en el uso de términos, conceptos, números y palabras y demás herramientas del ámbito del conocimiento. Sin embargo y a la vista de los resultados académicos que se obtienen con la Lo(gs)e, ¿es posible creer que el desarrollo del talento incluirá a los miembros de las clases desfavorecidas?, porque pensar que sin destrezas «todos podemos ser igual de expertos en una materia es falso, e inculcar que todos sean titulados universitarios sin haber realizado el esfuerzo pertinente un engaño, una mentira en el sentido del peor fascismo», afirma Rodríguez Pardo.
   Con lo cual, y dadas las semejanzas con políticas socialistas de tiempos oscuros, no podemos sino citar párrafos del Preámbulo de la LOE (Ley Orgánica de Educación de 2/2006, de 3 de mayo) y preguntarnos: ¿hay forma de que los ciudadanos «puedan recibir una educación y una formación de calidad, sin que ese bien quede limitado solamente a algunas personas o sectores sociales»? Y para quienes por motivos económicos no tienen acceso a una enseñanza de calidad, ¿de verdad disponen de «la posibilidad de formarse dentro y fuera del sistema educativo, con el fin de adquirir, actualizar, completar y ampliar sus capacidades, conocimientos, habilidades, aptitudes y competencias para su desarrollo personal y profesional»?, porque los mínimos son sólo eso: mínimos, que a sus titulares no abren sino cierran todo tipo de puertas. Y si estudiar va más allá de estar escolarizado, está claro que una cosa es recibir instrucción de mala calidad, y otra cosa ser enseñado.

 

VII. Los nuevos «Bárbaros»

«Ya he dicho hartas veces que el problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, [...] cultivar los yermos de nuestra tierra y de nuestro cerebro, salvando [...] todos los talentos que se pierden en la ignorancia»
Santiago Ramón y Cajal, Madrid, 1º de mayo de 1922

 

   De la misma manera que Helvetius, que Robespierre, que Marx... promovieron un modelo subordinado de ser humano, la izquierda gubernamental de hoy sigue anclada en sus dogmas elitistas de liberación. Por eso, aunque insiste en que busca el paraíso de justicia social, en la práctica no amplía sino, al contrario, obstruye el acceso universal a una cultura de calidad y, en consecuencia, cierra los espacios de emancipación a enormes sectores de la sociedad.
Tanto es así que en la carta astral de la Lo(gs)e se perfila la nece(si)dad de convertir los centros públicos en Esparta, o sea, en lugares en los que, como en esa antigua ciudad griega, no hay sitio para futuros poetas, artistas, arquitectos, futuras filósofas, escritoras, científicas... porque, entre otras cosas, se odia e infravalora el conocimiento. Los bárbaros, pues, están aquí y no son, como en la literatura grecorromana, masas de salvajes ignorantes e incultos, sino personas y grupos que integran las elites cosmopolitas y amordazan la libertad de conocimiento y legalizan la promoción automática en la ESO y permiten al discente con todas las asignaturas suspendidas pasar a cursos superiores e, incluso, otorgan títulos de ESO a quienes no aprueban, y zanjan a la mitad el tramo de bachillerato tras reducir el trabajo del profesorado a una sucesión infinita de esperpentos y defender que alumnas y alumnos pueden alcanzar todo tipo de destrezas sin haber adquirido conocimientos.

   ¿Y cómo se explica que se mantenga, y desde hace 20 años, la enseñanza en estadios microscópicos, casi nanométricos? Muy sencillo: la utopía «Lo(gs)e» no se ubica solo en el discurso del no esfuerzo, o sea, en la sintaxis de la ganga. También responde al artificio de construir tiranías en la matriz misma de las escuelas, pues ¡a los mínimos escolares los bárbaros incorporaron mínimos de conducta! Y dada la luz verde a los ensayos de ingeniería social, las élites educativas permitieron los actos de violencia e incivismo de los propios alumnos. Ya lo había predicho Rousseau: «la única costumbre que hay que enseñar a los niños es que no se sometan a ninguna». Ya lo había vuelto a machacar tiempo después Marx: «el reino de la libertad comienza donde termina el trabajo».

   Así que, con la idea romántica de lograr la supervivencia del socialismo a través de la ignorancia, no extraña que un socialista y, además, antiguo ministro de Educación -hablamos de José María Maravall- reconociera que cuanto más bajo es el nivel de educación, mayores son las probabilidades de que un Gobierno socialista sea defendido.(21) Y no sólo eso. Como la meta es aspirar a un mundo sin límites ni costuras, yendo de la mano (del mito) de el buen salvaje el progretariado consiguió desatar (que no sobre el papel, sino en las aulas) un sinfín de pesadillas tan sociológicamente novedosas como incontrolables. Ahí están, entre otras calamidades, la efebolatría o «dominación de la adolescencia» en las clases, las iniquidades y abusos del alumnado en los patios de recreo, los actos de intimidación que ejecutan no pocas alumnas y alumnos en los pasillos contra sus compañeros, el acoso y exclusión dentro del aula del alumnado trabajador, los inauditos accidentes laborales que padece el profesorado en sus centros de trabajo, la ruptura, en fin, de la convivencia escolar.

 

   En esta época de Modernidad líquida, -la metáfora es de Zygmunt Bauman-, no hay límites para sus derechos ni para sus posibilidades, puesto que se trata de hacer de los jóvenes seres nuevos. Pero, frente al status de inmunidad en que habitan los alumnos, rápidamente se comprueba que de nada vale enseñarles ciudadanía, ética o derechos políticos si a los profesores se les fuerza a no ejercer, desde su praxis cotidiana, los valores democráticos y, obligados a ser convidados de piedra, no se les deja atajar los episodios, y no aislados, de despotismo. Ahora bien, si no se permite a un pirómano ser bombero, ¿por qué entonces se acepta que alumnos «disruptivos» boicoteen el funcionamiento de las aulas? ¿Quizá porque, en palabras comunistas del poeta Heiner Müller, «la primera forma de esperanza es el miedo, el primer semblante de lo nuevo, el espanto»?
  

   Rousseau y Marx (que coincidían en ser ardientes admiradores de Esparta) juzgaban posible alcanzar y vivir la libertad dentro de las jaulas de la dictadura. Pues bien, hoy por hoy, los nostálgicos de esa cultura de tiranos, que tan bien han sabido retratar en la Lo(gs)e, siguen sin madurar ni salir de los garrotes de sus imaginarios. E igual que don Quijote explicaba que un cuerpo «partido por medio» podía a través del bálsamo de Fierabrás quedar «más sano que una manzana», esas élites amigas del despotismo revolucionario continúan suspirando por el salto alquímico de conseguir conocimientos desde el no conocimiento y democracia a partir de hábitos disruptivos.(22)

   Por supuesto, lo malo del apego a las paradojas estilo Heiner Müller no es tanto creer en la dialéctica marxista de que, a fuerza de ir todo mal, todo irá mejor. Lo malo es el modo barbarizante en que, vía Lo(gs)e, se han mantenido las brasas de la contracultura sin importar los desatinos y errores que, durante años, ha permitido nuestro progretariado que se cometieran en el interior de las aulas. Errores y desatinos que, por otra parte, parece en nada interesarles porque al fin y al cabo son también asunto de mínimos. No hay duda: las mieles de la utopía traen consigo este tipo de hieles.

 

VIII. Feligreses de Leviatán

«Al instaurar el sistema educativo hemos pedido fe y no hemos inspirado suficiente confianza»
Carme-Laura Gil, El País, 4-I-2000

 

   En un documento clave que dio el espaldarazo definitivo a la LOGSE -nos referimos al Libro blanco para la reforma del sistema educativo (1989)-, se dice que lo importante es centrarse en el ámbito emocional de los alumnos, que no en el espacio técnico de sus habilidades y conocimientos, ya que «es excesivo el número de alumnos que obtienen una visión poco apreciativa de sí mismos a través del paso por el sistema educativo. Para impedirlo es preciso establecer una diferencia matizada entre el valor de la persona y el valor de las distintas cosas que la persona hace [...,] y configurar un sistema educativo que ofrezca vías de formación capaces de responder a las motivaciones y aptitudes de todos los alumnos».(23)Con un planteamiento así, entendemos las palabras (sobre la «fe») de quien fuera Consejera de Educación de la Generalitat de Cataluña, Carme-Laura Gil. Pero también por qué los feligreses del despotismo socialista siguen defendiendo un sistema que les asegura la pervivencia de individuos torpes y sin importarles las cosas que los alumnos hagan o no hagan, y tampoco cuáles sean sus lagunas técnicas y cognitivas. Es más, como no les conciernen las carencias de los discentes, con la estrategia del calamar embarrando el horizonte ciertos políticos consiguen no solo mantener la desigualdad, sino disfrazar la desigualdad social bajo apariencias de igualdad, de igualdad de subconocimientos naturalmente. André Glucksmann hace tiempo lo explicó afirmando que «la ciencia de los poderosos intenta desde siempre borrar, en la experiencia del dominado, la posibilidad de distinguir claramente entre dominante y dominado».(24)

 

   Es decir, como el objetivo consiste en relegar los procesos de conocimiento para lograr ciudadasnía, siendo Ministra de Educación Merdedes Cabrera oiríamos que el problema del sistema educativo español reside en «la falta de flexibilidad» y, ante los datos del informe PISA-2006 que no eran lo que se dice halagüeños, la citada ministra apunta: «los jóvenes tienen su propio lenguaje, el chat, el sms».(25)

   Por supuesto que hubo escritores que no pudieron callar frente a tanta majadería. Ahí está el libelo de Arturo Pérez-Reverte que, pasado el tiempo, sigue manteniendo los destellos de la sátira. Pero, pese a las palabras audaces de Pérez Reverte et alii, aquí permanece el drama, ahí sigue el desastre que no se define en que «la corrupción de lo óptimo genere lo pésimo», según el adagio de Ireneo de Lyon. Sino en esa élite política que por la vía de los hechos sostiene, como Rousseau, que «la verdad no conduce a la fortuna».(26)

   Así entonces, y tras rechazarse todo tipo de críticas sobre la Lo(gs)e, los resultados académicos ya no interesan tras dos largos decenios ni a los dirigentes socialistas que, por cierto, se autoexcluyen de la carga del fracaso político al insistir en que «la responsabilidad del éxito escolar de todo el alumnado no solo recae sobre el alumnado individualmente considerado, sino también sobre sus familias, el profesorado, los centros docentes, las Administraciones educativas y, en última instancia, sobre la sociedad en su conjunto, responsable última de la calidad del sistema educativo».(27)

   Hace mucho tiempo, Nietzsche observó cómo grupos y personas que se creen amantes fieles del espíritu de la Modernidad nunca son en la práctica tan modernos como se declaran, pues al sustituir unas tradiciones por las suyas propias, resultan que acaban, en contra de la esencia misma de la Modernidad, creando asfixia e impidiendo, con sus tradiciones, la posibilidad de apertura y renovación. ¿Así que acertaba Bodeau al señalar que «el Estado hace de los seres humanos lo que quiere»? Puede, ya que, caído el muro de Berlín en 1989, reductos de pseudoizquierda insisten en imponer, al modo Leviatán, su malherido y tambaleante catecismo ideológico. Sin embargo, esa impermeabilidad, esa impunidad a la crítica, propia de tradiciones no democráticas, convierte a buen número de políticos en actores del lenguaje, en sujetos que transforman la información en persuasión, en personas que viven del blindaje, para ahogar las formas de pensamiento en redes corruptas de fidelidad y silencio, censura y adhesión.

 

IX. Pedagogos, esos militanterizados

El ideólogo «trabaja con material meramente intelectual que acepta sin examen como producto del pensamiento, no investiga buscando un proceso más lejano, independiente del pensamiento; su origen le parece evidente porque como todo acto se verifica por medio del pensamiento»
Friedrich Engels, Carta a Mehring, 14-VII-1893

 

   En la Utopía de Platón los filósofos gobernaban mediante el apoyo del ejército. Del mismo modo, en nuestro país, la aristocracia socialista (que buscó el elixir de la educación en las aguas del idealismo platónico) se ha rodeado de seres milita(nte)rizados que, bajo uniformes de «pedagogo», han conseguido mantener en pie, y durante años, el entramado educativo. Por eso, desde el inicio mismo de los festejos de la utopía LOGSE los pedagogos se hicieron fuertes, aunque lo curioso del caso es que los Marchesi (1947-) et alii, salvo en el atlas de su imaginario, nunca han observado al alumnado en el interior de las clases, ¡ése no es su trabajo! Nunca acuden al lugar donde hay problemas, ¡tampoco es su labor! Nunca echan un vistazo a lo que sucede en aulas conflictivas, ¡esa tarea no entra en su agenda laboral! Y si no escuchan a los profesores de instituto y no ven in situ lo que diariamente ocurre en clases y pasillos, es porque su información jamás procede de la experiencia.(28)

   Enclaustrados en los muros de su despacho, no han puesto un pie en un solo centro de enseñanza. Y por ser meros robots -«robota» en checo significa «siervo»-, ideológicamente trabajan para los intereses de una clase política mientras se dedican, tal y como lo describió Engels, a jugar con ideas al margen de la realidad. No hay duda: los pedagogos se mueven entre la profecía y la bola de cristal. Sin embargo, ¿usted tomaría un fármaco elaborado por quien no ha pisado un laboratorio ni realizado experimento científico alguno? Entonces, ¿por qué llevar a los alumnos a donde quieren los pedagogos, vistos los niveles de pseudociencia que caracteriza a este gremio?

   Parafraseando un dicho muy conocido de John K. Galbraith, podríamos indicar que «hay dos tipos de pedagogos profesionales: los que no tienen ni idea y los que no saben ni eso». Pero, ¿tan alejados están los pedagogos de la realidad? Recordemos que el suizo Rousseau, el que dijo de sí mismo que su vida entera no había sido más que «una larga fantasía» («une longue rêverie»), el que abandonó a sus cinco hijos en un hospicio, es considerado el padre de la pedagogía moderna entre los sectores más progresistas de nuestra sociedad. Por eso, no es casual que a muchos les guste imitar el sello de marca de Rousseau y dedicar su talento (?) a la lluvia de fantasías. «Hay un sesudo pedagogo que afirmó que señalar en color rojo las faltas de un examen era vejatorio para el alumno, y otro, más inteligente todavía, que llegó a decir que los fallos y los errores son una expresión de la creatividad de los niños. Sé de otro, de la Universidad de Murcia, que impartiendo una conferencia sobre la educación para la salud, dijo que un profesor de física también podía contribuir a este aprendizaje estudiando en clase la elasticidad de los preservativos. En la Universidad de La Coruña hay quien sostiene que los profesores no entienden el mundo en que viven por culpa de su subconsciente franquista, y en la de Málaga quien afirma que, como los alumnos están colocados en hileras, la comunicación horizontal entre ellos es imposible. Este mismo profesor se lamenta de que el saber, en la escuela, es jerárquico y circula de modo descendente (¿qué tendrá de malo que los conocimientos vayan desde quien los tiene hacia quienes carecen de ellos?). Otro, éste de la Universidad de Zaragoza, dice que el profesor no debe ser quien detenta la ciencia dentro del aula ni que su objetivo sea transmitirla a los alumnos».

 

   El profesor de bachillerato y autor del libro De la buena y la mala educación, Ricardo Moreno Castillo, es quien recopila todas estas fantásticas sentencias. De ellas se desprende que nuestros pedagogos trabajan por que en la mente de los jóvenes no arraiguen «conocimientos». Y como labran en los surcos de Rousseau -éste sostuvo en su Discurso sobre las ciencias y las artes que la mejora social se logra fuera de los campos de la sabiduría-, los pedagogos cierran el acceso del alumnado a la cultura y se aferran a los Rousseau del siglo XX, como John Dewey, que defendía que «todo pensar supone un peligro»,(29) y Trofim Denosovich Lysenko, biólogo que con el respaldo de Stalin y de todo el aparato del Partido manda sembrar lino en tierra cubierta de nieve para hambre proletaria y gloria de la Utopía.

 

   Está claro que «analfabetizar un país es cosa relativamente fácil, pero volverlo a alfabetizar ya no lo es tanto [... cuando] la cantidad de recursos que se derrochan en mantener la ignorancia de nuestros estudiantes se podrían dedicar a otras cosas más útiles. Esto no es una broma ni una exageración: nunca ha sido el curso más largo, ni han gastado tanto los alumnos en material escolar ni la administración en mantener a expertos, equipos, gabinetes y psicólogos que asesoren a estudiantes y profesores, y nunca han sido los conocimientos de los primeros tan ridículos ni el desánimo de los segundos tan grande», escribe el profesor de instituto Ricardo Moreno Castillo en su Panfleto antipedagógico.(30)

 

   Y si jamás ha habido tantas posibilidades de divulgar conocimientos, nunca hemos vivido tampoco la presión de esconderlos bajo el burkha de la pedagogía. Y es que, igual que en tiempos de Platón (c. 427-347 a. C.) el pedagogo era el esclavo que acompañaba al niño a casa del profesor, en España fieles de cautivos trabajan hoy para Amos y Señores, pues como miembros de un ejército lacayuno de criados los pedagogos han logrado que la «pobreza» intelectual se explique en términos didácticos de «progreso» permitiendo que un criterio «elitista» de organización de la sociedad proceda de la política travestida en educación.
   Pero, frente a estos u otros desatinos, hace muchos años el filósofo ruso Sémion Frank anotaba que «el utopismo que presupone la posibilidad de realizar plenamente el bien por medio del orden social tiene una tendencia inmanente al despotismo». Y, por tanto, una inclinación inherente a cometer iniquidades e injusticias. De ahí la política de excesos, que no de lo excelso, de nuestro progretariado. De ahí sus naderías utopizantes, sus demagogias de pedagogias. De ahí su recalcitrante elitismo con el que, vía analfabetismo, logran que salgan perdiendo alumnas y alumnos por centenares de miles.(31)

 

X. Utopía

«Les disgusto no porque haga las cosas mal, sino porque las hago bien [...]. ¿Crees que debería sacar notas bajas para convertirme en la muchacha más admirada de la escuela»
Ayn Rand, La rebelión del Atlas 1957

 

   En el Libro blanco para la reforma del sistema educativo (1989) se describe el rol del profesorado y se explica su función mediadora: el profesor es «un organizador de la interacción de cada alumno con el objeto del conocimiento». Esto significa que la actividad educativa deja de centrarse en la enseñanza de conocimientos. Y ello con el propósito de que el profesorado controle, como guardia de tráfico, el flujo de datos a la espera de «lo que los discípulos estén en condiciones de aprender». Esto es lo que se defendió, y con vehemencia, en 1987 durante las Jornadas sobre el Proyecto para la reforma de la enseñanza.(32)

   ¿Por qué poner trabas al acceso a la cultura? En teoría, por la necesidad de «participación del alumnado en los procesos de enseñanza y aprendizaje» que, según la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo, Ley Orgánica 1/1990, de 3 de octubre (LOGSE), «preparará a los alumnos para aprender por sí mismos». Por supuesto, tal objetivo ya venía alumbrado en el documento piloto de la LOGSE, nos referimos al Proyecto para la reforma de la enseñanza del año 1987, en donde se enuncia que «los niños aprenderán [...] a darse sus propias normas y a cumplir los compromisos colectivamente adoptados».

   Había que crear un formato diferente de escuela, the comprehensive school o escuela comprensiva, capaz de mantener a todo el alumnado en un mismo espacio, en una misma aula, y evitando, claro está, la separación de los alumnos en vías de formación diferentes. ¿Con qué fin? Eliminar la exclusión y la segregación que causan los centros de enseñanza (??). Y es que, como en su momento señaló el Ministro de Educación Maravall, el sistema tradicional de escuela «genera efectos discriminatorios prematuros casi siempre irreversibles y es la principal fuente de discriminación social».(33)

   Este afán de convertir las aulas en escenario de lucha de clases no ha favorecido el auge de una población más instruida entre los segmentos más desfavorecidos de nuestra sociedad ni ha recortado tampoco las diferencias económicas. Antes al contrario, la LOGSE y la LOE han ensanchado la distancia, la brecha entre clases sociales. De hecho, siguen imparables el fracaso escolar y el abandono prematuro de estudios, cuestión que ha reconocido recientemente hasta el mismo Juan Antonio Planas, presidente de la Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación en España.(34)

   Pese a los malos augurios, no me cabe duda de que esta forma de planificar la enseñanza va a seguir intacta pues, aunque no se logren resultados, nuestro progretariado sí continúa, en cambio, empeñado en la búsqueda de su utopía. Y es que la élite socialista muestra apego a teorías abstrusas, de difícil traducción a la experiencia, tales como aprender a aprender, transversalidad, metodología activa, flexibilidad de contenidos, comprensividad, etc. Es más, apoyada en un argot jeroglífico que solo entienden adictos, iniciados y prosélitos, la aristocracia socialista envuelve su ideal de EDUCACIÓN en el celofán de progresismo, iluminismo, vanguardismo, didactismo, deconstructivismo y un sinfín más de ismos. Pero ya sabemos que los ismos (que son parte del imaginario de la Modernidad) forman un auténtico itsmo, o sea, una lengua de tierra que vincula el continente de la vida real con Utopía.

 

   La tendencia a lo utopizante explicaría por qué el partido socialista se impone, y desde 1987, la cruzada de apoyar una pedagogía fracasada que además, y por esas mismas fechas, otros países ya arrinconaban por ineficaz. Así las cosas, y porque en 1990 estábamos cerca de Utopía, en el Preámbulo de la LOGSE nos ofrecieron la posibilidad de viajar por las aguas de la ficción: «en esa sociedad del futuro, configurada progresivamente como una sociedad del saber, la educación compartirá con otras instancias sociales la transmisión de información y conocimientos, pero adquirirá aún mayor relevancia su capacidad para ordenarlos críticamente, para darles un sentido personal y moral, para generar actitudes y hábitos individuales y colectivos, para desarrollar aptitudes, para preservar en su esencia, adaptándolos a las situaciones emergentes, los valores con los que nos identificamos individual y colectivamente». O dicho de otra manera. Porque desde 2006 volvemos a estar cerca de Utopía, en el Preámbulo de la LOE nuestros gobernantes no se inhiben de nada y nos dicen que ansían hegelianamente TODO y, por tanto, que la educación sea para el alumno «el medio más adecuado para construir su personalidad, desarrollar al máximo sus capacidades, conformar su propia identidad personal y configurar su comprensión de la realidad, integrando la dimensión cognoscitiva, la afectiva y la axiológica».

   Aspirar a ser «Dios», no es enseñar, es caer en el agujero del esperpento. En todo caso, y centrándonos en los hechos, que no en utopías, la llegada hace 20 años de la ESO ha afectado negativamente al discente, como se observa en el anecdotario que ofrece Carlos G. Costoya, amén de fomentar tanto la mediocridad universitaria como la falta de talento de las universidades españolas.(35) En todo caso y puesto que de momento seguimos con la Ley Orgánica de Educación (LOE), es curioso que en ella se insista hasta 25 veces en la «diversidad» y en 2 ocasiones únicamente se hable del «trabajo individual» del alumnado; llamativo es asimismo que aparezca en 17 ocasiones el término «libertad» y sólo una vez asome en la LOE la palabra «talento»; e increíble que se subraye durante 12 veces el valor de lo «emocional» y «afectivo», y solamente una vez se saque a colación la expresión «hábitos intelectuales». Y si Ud. quiere medir el nivel de permisividad hacia los menores, basta con notar que, en los 50 folios que componen el documento de la LOE, sólo 3 veces se emplea el término «medidas disciplinarias» y nunca, curiosamente en ningún momento, se recoge la voz «tolerancia cero» contra las agresiones a alumnos o a profesores.

 

Epílogo: la muerte del profesor

«Hay opiniones en las cuales la inteligencia humea una carroña invisible»
Nicolás Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito, (obra póstuma 2009)

 

   Tras el imponente discurso educativo del Sr. Obama, elaboraba nuestro Presidente una coplilla al Maestro. Y en contra de muchos ex marxistas como Lyotard -recuérdese su libro sobre La condición postmoderna (1979)-, el Sr. Rodríguez Zapatero no sólo no daba por muertos a los profesores sino que, gracias a los dardos de su prosa almibarada, los rescataba de esos abisales e históricos fosos de incomprensión social que, por cierto, ha estudiado muy bien el profesor de instituto Fermín Ezpeleta.(36)

   Liturgias políticas aparte, nuestro ordenamiento jurídico español no apoya en absoluto la función docente. De hecho, en el artículo 2 del capítulo I del Título preliminar de la LOE (Ley Orgánica de Educación de 2/2006, de 3 de mayo), se menciona y sóo una vez un aspecto relacionado con la enseñanza (h). Los restantes diez fines de la educación están única y exclusivamente vinculados con el alumnado y el desarrollo de su personalidad (a), de su educación en el respeto (b), en la tolerancia y libertad (c), en la responsabilidad (d), en la formación para la paz, en la cohesión social, solidaridad social entre los pueblos, la adquisición de valores hacia los espacios forestales y el desarrollo sostenible (e), en el autoaprendizaje (f), en la pluralidad lingüística e interculturalidad (g), en su capacitación profesional y comunicacional (i, j) y, claro está, en «la preparación del alumnado para el ejercicio de la ciudadanía y participación en la vida económica social y cultural, con actitud crítica y responsable y con capacidad de adaptación a las situaciones cambiantes de la sociedad del conocimiento» (k).

   Entretanto, el Ministro Gabilondo ha subrayado la importancia de «conseguir que en 2020 el 85% de los empleos europeos sean cualificados».(37) Pero, ¿cómo lograr tal objetivo si, refractarios a lo académico, a lo intelectual, a lo ilustrado, los centros de enseñanza han sido transformados en academias de formación política y la educación política estará incluso presente hasta en los cursos de primaria, según reza el preámbulo de la LOE? Dicho de otra manera. ¿Cómo conseguir alumnado «cualificado» cuando en los centros de enseñanza se exige por ley, como antaño ocurrió en el franquismo, la transmisión de valores políticos y, como resultado de ello, se parasita, entre otras materias, la asignatura de Filosofía, convertida ideológicamente en Filosofía para la Ciudadanía, como bien apunta Pedro Insua?

   Aunque la inclusión de los valores ya aparece en las famosas Jornadas sobre el Proyecto para la reforma de la enseñanza (1987), lo cierto es que la sustitución de la enseñanza por la educación en valores tiene más solera. De hecho, un militante socialista y antiguo profesor de instituto, nos referimos a Miguel de Unamuno, ya se quejó de la ideologización de la cultura. Y en su novela Amor y Pedagogía (1902), este filósofo vasco escribía: «el pobre Don Avito Carrascal quiso de su hijo, mediante la pedagogía, hacer un genio y nosotros queremos hacer, mediante la demagogia, de nuestros hijos, y lo que es peor, de los hijos de nuestros prójimos, de sus padres naturales y espirituales, unos ciudadanos. Unos ciudadanos republicanos o monárquicos, comunistas o fajistas, creyentes o incrédulos».(38)

   La actitud satírica de Unamuno, contraria a que los alumnos fueran convertidos en «pobres conejillos» de Indias a manos del Estado, era de alguna manera similar a la postura que había exhibido el filósofo Condorcet cuando éste hablaba de cómo el intrusismo político puede generar una instrucción vacía y mentirosa que haga posible la desigualdad «a favor de los charlatanes de todo tipo que intentan equivocar a los hombres en todos sus intereses».(39)
   Por supuesto, en términos afines a Condorcet y a Unamuno se expresaría un buen conocedor de la política del socialismo nazi y del socialismo marxista. Hablamos del escritor húngaro Sándor Márai, quien quejándose de la manipulación socialista, se oponía a la ideologización del alma humana y aseveraba: «lo que no se puede consentir es la nacionalización del ser humano. Lo que no se puede tolerar es la estatalización del espíritu».(40)

   En nuestros días el pensador Gustavo Bueno ha alertado, como Márai, del uso de premisas políticas que omnipresentemente se erigen único principio social. A resultas de lo cual, «la democracia fundamentalista quedaría elevada a la condición de valor supremo, quedaría sacralizada (suele decirse), y convertida en principio director de todos los demás valores. Esto hará posible hablar de una ética democrática, de una moral democrática, de una economía democrática, de un Estado de derecho democrático (antes de la democracia no se admitirá propiamente el Estado de derecho), y por supuesto de una religión democrática, de un arte democrático, de una ciencia democrática y de una filosofía democrática».

   La pregunta entonces es: ¿por qué la aristocracia socialista favorece la propagación de su catecismo político en el interior de las aulas, por qué rompe la neutralidad de la laicidad? El filósofo anarquista Max Stirner en su obra El Único y su propiedad (1845) reparó en algo interesante: conceptos abstractos como «Sociedad», «Humanidad», o «Estado» son meras estructuras evolucionadas de las religiones. De lo que se deduce que valores como Justicia, Igualdad y Libertad constituyen una manifestación modernizada de antiguos cultos. Y puede que tuviera algo de razón Stirner, pues Proudhon, unos años más tarde, en sus Confesiones de un revolucionario (1849) comentaba que en todas las cuestiones relacionadas con la política uno siempre acaba tropezándose con la teología.

 

   Llegados a este punto, y ya finalizo, no es admisible la «suprahumanidad» de los representantes políticos ni su propensión teológica a exceder una y otra vez el espacio para el que han sido elegidos. Y tampoco defendemos que, porque gestionen los recursos del Estado, se crean, por el arte de bóbilis bóbilis, sabios (tradición griega) que poseen un profundo sentido público de la ley (tradición romana), así como exquisita honradez en todos sus comportamientos (tradición cristiana). Como ya dijimos en otro lugar, el «progre» no es la encarnación trinitaria de filósofo, jurista y santo, aunque sí necesita con demasiada frecuencia, y desgraciadamente, perfumar de extrañas trascendencias sus actos públicos.

   Postdata: Cuenta la leyenda que el mismo día en que nació Alejandro Magno Eróstrato ponía fuego a una de las Siete Maravillas del Mundo con el fin de obtener fama y notoriedad. Desde luego, la llegada, primero, de la LOGSE y, luego, de la LOE ha conseguido efectos similares. Pero, ante estos u otros incendios, concluyo que para construir una educación de calidad los políticos tienen que alejarse del canchal de las ideologías, pues de lo contrario, tenderán a confundir educación con politización, a matar la figura del profesor y, lo que es muchísimo peor, a impedir elitistamente, como en estos tiempos aciagos, la preparación y promoción de los sectores más deprimidos de nuestra sociedad.

   «El pensamiento [...] han tratado algunos gobiernos de esclavizarlo de mil modos; y como ningún medio hay más seguro para conseguirlo que el de apoderarse del origen de donde emana, es decir, de la educación, de aquí sus afanes por dirigirla siempre a su arbitrio, a fin de que los hombres salgan amoldados conforme conviene a sus miras e intereses.
Mas si esto puede convenir a los gobiernos opresores, no es de manera alguna lo que exige el bien de la humanidad ni los progresos de la civilización»
Ángel de Saavedra, duque de Rivas, Plan General de Instrucción Pública, Prólogo (1836)

 

Notas


(1) Lo(gs)e: término que agrupa los proyectos educativos «Logse» y «Loe».
(2) Esto lo escribió Condorcet en un artículo titulado Sur la nécessité de l’instruction publique (enero 1793), para el periódico Chronique du mois ou Les Cahiers patriotiques. Pág. 210.
(3) El proyecto de Condorcet se titulaba Sur l’admission des femmes au droit de cité. Apareció en el Journal de la Société de 1789, nº V, 3-VII-1790.
(4) Lope de Vega, Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, vv. 45-48.

(5) François Furet (1978), Pensar la Revolución francesa, Ediciones Petrel, Barcelona 1980, pág. 68. Traduce Arturo R. Firpo.
(6) Ángel López-Amo (20-II-1956), Cuarta Carta, en Ángel López-Amo, El principio aristocrático, Sociedad de Estudios Políticos, edición de Jerónimo Molina, Cartagena 2008, pág. 85.
(7) María Teresa González Cortés, Los monstruos políticos de la Modernidad. De la Revolución francesa a la Revolución nazi (1789-1939), Ediciones de la Torre, Madrid 2008, pág. 193.
(8) Roland Barthes (1971), Sade, Fourier y Loyola, Cátedra, Madrid 1997, pág. 106. Traduce Alicia Martorell.
(9) Alexis de Tocqueville, Oeuvres Complètes, París, Gallimard, ed. J. P. Mayer 188?, vol. IX, pág. 546. Jean Waclaw Makhaïski (1898), L’évolution de la social-démocratie, en Jean Waclaw Makhaïski, Le socialisme des intellectuels, edición a cargo de Alexandre Skirda, Les Éditions de Paris, París 2001, pág. 124. Jean Waclaw Makhaïski (1900), Le socialisme scientifique, en Jean Waclaw Makhaïski, Le socialisme des intellectuels, o. cit., pág. 205.
(10) Sobre algunas de las andanzas y (des)gobiernos de los políticos, léase este interesante artículo del diario El País titulado La Opacidad tripartita (20-03-2009):
(11) François Revel, La connaissance inutile, Grasset, París 1988, pág. 180.
(12) Andrew Anthony (2007), El desencanto. El despertar de un izquierdista de toda la vida, Planeta, Barcelona 2009. pág. 53. Traduce Núria Petit.
(13) John K. Galbraith, Una sociedad mejor, Crítica, Barcelona 1996, cap. 9, pág. 91. Traduce Antonio Desmonts.
(14) Hanna Arendt (1955), Hombres en tiempos de oscuridad, Gedisa, Barcelona 1992, 2ª, cap. I, pág. 24. Traduce Claudia Ferrari.
(15) Karl Popper (1957), La miseria del historicismo, Alianza Editorial, Madrid 1973, #32 (pág. 178). Traduce Pedro Schwartz.
(16) F. A. Hayek (1945), Individualismo: el verdadero y el falso, Unión Editorial, Madrid 2009, pág. 67. Traduce Juan Marcos de la Fuente.
(17) Encuentros digitales con: Mercedes Cabrera (4-II-2008) en el elmundo.es.
(18) Sólo México y Portugal superan a España en fracaso escolar:
In Spain, a Soaring Jobless Rate for Young Workers
España es el país de la UE con más empleo de baja cualificación

El paro se ceba con los menos cualificados
La situación de las mujeres en España: http://www.elconfidencial.com/proyecto-civico/mujer-miseria-espana-20090807.html
Sobre la compasión hacia el sexo femenino
(19) Pensar va contra Natura y el ser humano que refllexiona es un animal depravado: Jean-Jacques Rousseau (1754), Discours sur l’origine & les fondements de l’inégalité parmi les hommes, edición de Marc Michel Rey, Amsterdam 1755, pág. 22.
No instruya al niño del aldeano: Jean-Jacques Rousseau (1761), Julie ou la nouvelle Héloïse, ed. Armand-Aubrée, París 1832, vol. II, partie V, lettre III, pág. 183.
(20) Virgilio (70-19 a. C.), La Eneida, VIII, vv. 483 y ss. Rosario de Acuña, La Pseudo-sabiduría, en el periódico El Cantábrico, Santander, 5-5-1902. Puede leerse en:
(21) José María Maravall, El control de los políticos, Santillana Ediciones, Madrid 2003, pág. 97.
(22) Acerca de las élites «amigas del despotismo revolucionario», videtur Anabel Díez, El PSOE rechaza que se obligue a enseñar los crímenes de Stalin, en el diario El País (11-03-2010).
(23) Libro blanco para la reforma del sistema educativo, Edita Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid 1989, pág. 243.
(24) André Glucksmann (1975), La cocinera y el devorador de hombres, Mandrágora, Barcelona 1977, pág. 27. Traduce Marga Latorre.
(25) Juan Cruz, Entrevista a Mercedes Cabrera, Ministra de Educación y Ciencia, en el diario El País (8-12-2007).
(26) Arturo Pérez-Reverte. Jean-Jacques Rousseau (1762), Le contrat social, ou Principes du droit politique, Lyon 1792, imprimerie d’Amable Le Roy, lib. II, cap. II.
(27) Para asomarse a algunas de las críticas al modelo educativo, léase el Manifiesto de Profesores de Instituto de Enseñanza Secundaria Asociados (Piensa): Preámbulo de la L.O.E (Ley Orgánica de Educación de 2/2006, de 3 de mayo).
(28) Sobre los Marchesi léase el artículo de José Penalva titulado Los exámenes son cosas de derechas (11-2-2010)
(29) Ricardo Moreno Castillo, Algunos males del sistema educativo, en el diario El País (4-12-2008):
Léase Jean-Jacques Rousseau, Discours sur les sciences et les arts, Discours qui a remporté le prix de l’Académie de Dijon en l’année 1750.
John Dewey (1916), Democracia y educación: una introducción a la filosofía de la educación, Ediciones Morata, Madrid 2004, 6ª reimpresión, pág. 131. Traduce Lorenzo Luzuzriaga. Ricardo Moreno Castillo, Panfleto antipedagógico
(30) Sémion Frank (1941), Eres’ utopizma, Po tu storonu levogo i pravogo, Ymca-Press 1972, pág. 92, citado por Tzvetan Todorov (2000), Memoria del bien, tentación del mal: Indagaciones sobre el siglo XX, Península, Barcelona 2001, pág. 31. Traduce Manuel Serrat Crespo.
Sobre las naderías utopizantes y demagogias de pedagogias, conózcanse las ideas metafísicas de un antiguo profesor de Metafísica y actual Ministro de Educación, como Ángel Gabilondo.

(31) Libro blanco para la reforma del sistema educativo, Edita Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid 1989, parte III, cap. XIII. Las Jornadas fueron impulsadas por el Gobierno socialista y giraban en torno al Proyecto para la reforma de la enseñanza. Tuvieron lugar en Madrid los días 20, 21 y 22 de mayo de 1987 y serían editadas por el Centro de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia (Madrid 1987) con el título: Proyecto para la reforma de la enseñanza: Educación Infantil, Primaria, Secundaria y Profesional: propuesta para debate. Léase la página 5.
(32) Proyecto para la reforma de la enseñanza, o. cit., pág. 4.
(33) Revista MUFACE, Julio-Septiembre 2009, pág. 29.
(34) Para conocer en forma de anecdotario el nivel del discente, léase el libro de Carlos G. Costoya, Anécdotas de Profesores. Novísima Antología del Disparate Español, Styria, Barcelona 2009. Sobre cómo la universidad premia la mediocridad, léase el artículo de Esteban Hernández La Universidad sólo premia a los mediocres
(35) Ángel Villarino Pekín, en su artículo Las universidades españolas están peor valoradas que las chinas y al mismo nivel que las de Malasia (13-10-2009), pone de relieve la falta de talento en las universidades españolas.
(36) El discurso sobre la Educación del Sr. Obama. José Luis Rodríguez Zapatero, Carta abierta a los maestros, en el diario El País (5-10-2009).
Fermín Ezpeleta Aguilar, Crónica Negra Del Magisterio Español, Grupo Unisón, Madrid 2001.
(37) Las palabras de Ángel Gabilondo pueden leerse en la agencia EFE.

(38) Miguel de Unamuno (1902), Amor y Pedagogía, Espasa-Calpe, Madrid 1979, 11ª, prólogo-epílogo, pág. 18. Nos recuerda el sociólogo Amando de Miguel, en su artículo De política y religión (23-3-2006), que «Unamuno propuso que los fascistas fueran llamados fajistas en España, puesto que los fasces latinos dieron en español haces y también fajos».

(39) Condorcet, Sur la nécessité de l’instruction publique (janvier 1793), o. cit. Puede leerse en:
(40) Sándor Márai (1972), ¡Tierra, tierra!, Salamandra, Barcelona 20085ª, IIª parte, cap. 18, pág. 250. Leemos lo mismo en la página 256 cuando Márai habla de la nacionalización del alma. Traduce Judit Xantus Szarvas.

PULSIONES SUICIDAS EN LA MONARQUÍA

PULSIONES SUICIDAS EN LA MONARQUÍA

Pío MOA

 

   Creo haber aclarado un equívoco común en las historias de España sobre la caída de la monarquía en 1931. Las izquierdas arguyen que la república llegó democráticamente, algo evidentísimamente falso, y las derechas que vino por un golpe de estado, pero se lo atribuyen a los republicanos, algo que tampoco se sostiene.
   Es cierto que en diciembre de 1930 los republicanos intentaron imponerse mediante un golpe militar, pero fracasaron. Efectivamente, hubo un golpe político, en abril del año siguiente, pero fue asestado por los propios monárquicos, como he expuesto en Nueva historia de España. Por consiguiente, cabe sostener que, más que una victoria republicana, se trató de un suicidio monárquico.

  

   Un nuevo episodio suicida, que ha pasado prácticamente inadvertido en medio del ruido mediático, y cuya trascendencia política no ha sido debidamente valorada, fue la firma de la llamada Ley de Memoria Histórica por el rey Juan Carlos. Dicha ley pretende considerar al Frente Popular un régimen legítimo y democrático, y por lo mismo deslegitimar al franquismo. Ahora bien, tanto la democracia actual -o lo que quede de ella- como la monarquía proceden, no, desde luego, del Frente Popular, ni de la república, ni de la oposición antifranquista, sino del franquismo. Es más, el rey mismo debe su corona a una decisión específica de Franco, quien, saltándose la legitimidad dinástica, dejó de lado a Don Juan, quien nunca llegó a reinar.

   ¿Estuvo justificada la doble decisión de Franco? Probablemente él pensó en un principio instaurar una monarquía de nuevo cuño con Don Juan, que se ofreció a participar en las filas nacionales durante la guerra civil y había mostrado entusiasmo por su triunfo bélico. Pero durante la guerra mundial Don Juan había fluctuado excesivamente entre las potencias fascistas y los Aliados anglosajones, para finalmente decantarse por estos últimos cuando su victoria parecía ya segura. Franco, realista, pudo haberlo tolerado si no fuera porque el pretendiente, convencido de que Alemania e Italia arrastrarían en su caída a la España franquista, adoptó una posición hostil a esta, que Franco interpretó como falta de convicciones y de juicio. En El Pardo no llegaron a conocerse maniobras del entorno de Don Juan que rondaban la alta traición, como he explicado en Nueva historia de España, pero las manifestaciones públicas del pretendiente bastaron: Franco le advirtió seriamente contra sus precipitaciones y su credulidad en las promesas que le hacían los Aliados, y terminó por descartarlo como futuro rey.

   Para entender la situación debemos tener en cuenta que un rey difícilmente podría sostenerse contra una oposición cerrada de la izquierda, por lo que Don Juan se proponía atraerse a esta. El problema era doble: entenderse con sectores de izquierda moderados -en España casi inexistentes- y asegurar al mismo tiempo el concurso de los sectores conservadores propiamente monárquicos. Esa táctica fracasó con Alfonso XIII y no tenía ningún futuro en la España de posguerra, donde la izquierda anterior había desaparecido, y no solo por su derrota, sino por el modo como esta se produjo, que había desmoralizado y desencantado a las masas antes izquierdistas. Sin embargo, varios consejeros monárquicos, especialmente Gil-Robles, explicaban al rey que debía negociar con la izquierda, despreocupándose de una derecha que le apoyaría en cualquier caso, por la cuenta que le traía. Concretamente, pensaban pactar con uno de los demagogos más irresponsables y falaces del primer tercio de siglo, Indalecio Prieto, a quien hasta pensaron, según parece, seducir ofreciéndole la jefatura del eventual gobierno. A eso lo llamaban "reconciliación" y "libertad", pero era realmente una decisión suicida, que no se cumplió porque los Aliados, debido a sus problemas en el resto de Europa, no osaron invadir España, contra lo que esperaba casi todo el mundo.

   Por otra parte, Franco había derrotado a la revolución, pero Don Juan y sus asesores, con un modo peculiar de ver las cosas, creían que, una vez vencido el peligro revolucionario, podrían agradecerle los servicios prestados y despedirlo como a un criado; incluso despedirlo a patadas, como parecía aconsejar la situación internacional. El Caudillo, por su parte, no consideraba haber luchado por una monarquía que visiblemente se había autoeliminado y aceptado la república, sino por un concepto más general de España. Y no estaba dispuesto a que, tras tanta sangre y esfuerzos, los mismos demagogos causantes de la guerra volvieran en triunfo cobijados bajo un manto real... que sin duda alguna se apresurarían a desgarrar en cuanto tuvieran ocasión.

  

   Hoy, la monarquía tiene más prestigio popular que otras instituciones, por lo que su posible hundimiento vendría más de una conducta o táctica suicida que del republicanismo de unos políticos a quienes la gente desprecia cada vez más, con buenas razones. Aún así, debe recordarse la tesis izquierdista según la cual "el pueblo no es monárquico, sino juancarlista". Ese pueblo, naturalmente, es la misma izquierda, la cual no apoya a la monarquía, sino a un Juan Carlos dócil. Y de su docilidad no puede quejarse: le ha propuesto a la firma una ley falsaria y totalitaria que le deslegitima directamente, y el rey no solo ha puesto su firma, sino que se ha deshecho en elogios del chulo que así le ha dominado: un "ser humano íntegro", de "profundas convicciones" y que "sabe muy bien hacia qué dirección va y por qué y para qué hace las cosas". Quien no parece saber en qué dirección va es el rey, cada vez más impopular entre sus apoyos sociopolíticos más naturales.

   Alfonso XIII jugó a menudo las mismas bazas. Cabe recordar que no solo no ganó la simpatía de sus enemigos, sino que perdió la de sus seguidores: el derechista general Sanjurjo fue quizá el factor clave en la llegada de la república.