QUÉ ES LA NACIÓN ESPAÑOLA
Luis SUÁREZ FERNÁNDEZ
Éste es un tema que se están planteando hoy Rajoy y Zapatero, y parece que no encuentran respuesta, porque disienten en sus opiniones y dejan en pie una pregunta que es la que yo mismo me he planteado: ¿Qué es la Nación española?
Curiosamente tendríamos que empezar diciendo que España, como América, es un territorio descubierto; descubierto por fenicios, por griegos, por romanos, y transformado después en una entidad que constituye en sí misma una unidad.
Probablemente ahora estaríamos muy dispuestos a cantar las alabanzas de Viriato. Pues yo no. Mi agradecimiento a Roma es tan profundo que me siento más romano que otra cosa. Como Séneca, como Trajano, como Teodosio. De tal manera que Roma, de toda esa población dispersa que la península albergaba, y que tenía orígenes muy distintos –unos africanos y otros no europeos: estrimios por una parte, celtas por otra, íberos por otra–, hace una unidad al otorgar a España uno de los elementos fundamentales de su conciencia histórica: el ser humano es una persona que se mueve dentro de un iux, y ambos términos, persona y iux son términos latinos que no aparecen en ninguna de las otras lenguas prerromanas que se estaban dispersando pobremente por la península.
Llega un momento, a finales del siglo III, en que el emperador Diocleciano se da cuenta de que el imperio romano no es otra cosa que una suma de entidades. Y entonces él escoge una palabra que nosotros hoy tendríamos que traducir por nación: diócesis, es decir, comunidades para la convivencia. En occidente hay únicamente seis unidades para la convivencia: África, Hispania que tenía tres provincias extrapeninsulares (la Baleárica, la Tincitana –el norte de África– y las Islas Afortunadas, que es lo que constituyen hoy las Canarias y debieran constituir todos los archipiélagos), Italia, Galia, Britania y Germania. Con el tiempo, una de estas diócesis, de estas naciones, África, se pierde. Primera causa de la invasión de los vándalos, que no de la invasión musulmana. España estuvo un tiempo perdida, pero se recuperó.
Una de las primeras cosas que nos llama la atención es por qué de estas cinco naciones que constituyen occidente hay tres que cambian de nombre: Galia se convierte en Francia, Britania en Inglaterra, Germania en Deutchland, y hay dos que conservan el suyo. España nunca se llama Gotia, sigue utilizando el nombre que dieron los romanos y que nosotros no somos capaces de saber de dónde lo extrajeron, cuál es la razón de que lo emplearan. Pero es una donación romana. Y surge una leyenda que repiten los cronistas medievales: la de decir que hay una transmisión de legitimidad desde Roma a la monarquía visigoda.
El año 418 (esto es una falsificación, no lo olvidemos, pero en la que cree mucha gente a lo largo de los siglos centrales de la Edad Media) hubo una transmisión legítima del poder sobre España, de la autóritas sobre España, desde un emperador romano, Constancio, el segundo marido de Gala Placidia, y el rey Valia de los visigodos. Luego España no es otra cosa que la supervivencia en occidente del espíritu romano. Y esto sí es verdad. Porque a diferencia de lo que estaba ocurriendo en otras partes, aquí no se introdujo el nombre de Gotia. Se habla de los godos, se habla de visigodismo, se habla de muchas cosas, incluso decimos que un arte medieval es el arte gótico para indicar algo de su propia naturaleza, pero el gótico es España. Y España nace, en realidad, el año 589, con dos decisiones que son las que marcan el futuro: la primera es el III Concilio de Toledo, en donde se decide romper la división que se había introducido dentro del cristianismo, eliminando la desviación arriana, y estableciendo, en cambio, el principio esencial romano.
A partir de este momento España va a defender, a lo largo de su historia, que el ser humano, esa persona de la que luego hablaremos, criatura de Dios, tiene una capacidad para la trascendencia, no se agota en sí mismo, no vive en un mundo inmanente, sale fuera de sí, hacia el prójimo, hacia el mundo entorno, y en definitiva hacia Dios. Por eso aquí no caben los racismos. El racismo en España es antinatural. Cuando España va a América reconoce en los aborígenes de aquellas tierras como otros seres humanos iguales a ellos, y no está dispuesta a aceptar una diferenciación exclusivista como introducirán, por ejemplo, los anglosajones. Para nosotros el indio es otro yo. Habrá abusos, lógicamente. Pero también los había entre españoles. Todo el que puede ejercer el poder trata de abusar de aquellos que le están sometidos, y todo el que tiene posibilidades de enriquecerse, trata también de hacerlo, entonces y ahora. Pero el reconocimiento del derecho de la persona humana es tan completo que cuando tenemos que hablar de Méjico yo no sé si hacer referencia a Hernán Cortés o a Marina, porque los historiadores estamos hoy convencidos de que mucha más importancia tuvo Marina que don Fernando. Hernán Cortés fue derrotado, pero Marina consiguió que se creara una confederación de indios descontentos del sistema azteca, y por consiguiente son las tropas de indios las que toman Tenoctitlan y dan origen a todo esto. Primer elemento fundamental en la constitución de la nacionalidad española, del modo de ser.
Pero hay otro fenómeno no menos importante. Pocos años más tarde, el propio rey Recaredo, que ha tomado la decisión del Concilio de Toledo, establece el principio fundamental, que es lo que comúnmente conocemos bajo el nombre de lex romana visigotorum. Entiéndase bien: no es lex gótica romanorum, no es la ley de los godos que los romanos han adoptado, sino es la ley romana que los godos van a defender. Esta lex romana visigotorum, que es la copia del Código de Teodosio II adaptado, desde luego, a las nuevas circunstancias, va a ser la base de toda la jurisprudencia posterior. El Fuero Juzgo, las Leyes aragonesis, los Usatges de Cataluña no son otra cosa sino la adaptación a los tiempos que se van sucediendo de aquel principio fundamental.
Tenemos, así, los dos elementos fundamentales que constituyen la esencia de la nacionalidad española. De una parte el catolicismo, el cristianismo romano, y de otra parte el derecho, la jurisprudencia, que es también derecho romano. Sobre esta base se elabora a lo largo del siglo VII todo un pensamiento. Un pensamiento que va a llegar a Europa, que va a permitir explicar las cosas, pero un pensamiento que empieza a profundizar en ciertos aspectos que nos importan mucho recordar y reflejar en estas «Conversaciones».
El primero se refiere al ser humano. ¿Qué es el ser humano? España hace la síntesis de la herencia que el imperio había llegado a recibir como un patrimonio desde tres lugares distintos: la herencia griega, que es antropocéntrica: el hombre es el centro del universo; la herencia judía, que es trascendente: Dios no es el primer motor de la historia, es el absoluto trascendente que crea todo a través de su espíritu; y la jurisprudencia propia del ser romano, que determina que la libertad no es otra cosa que la conciencia del cumplimiento del deber dentro de unas leyes.
En medio de esto se plantean unas cuestiones sumamente importantes: san Isidoro y san Ildefonso se lo plantean. San Isidoro se hace la pregunta: Entonces, ¿qué es el saber? ¿Es una penetración en la realidad únicamente? ¿Es algo que se transmite por vía oral como habían pensado los filósofos griegos? No, es algo más. Es un patrimonio, es un capital que el hombre va construyendo poco a poco, pero que va reflejando en los libros. Luego el saber es la biblioteca. San Isidoro crea la primera biblioteca del mundo. Al principio se llamaba así porque era el armario para guardar las Biblias, pero en realidad pronto es el gran salón en donde el libro, además, deja de ser el rollo (que es lo que significa libro) para convertirse en el códice que es más duradero, más permanente. Ese saber se transmite, se debe transmitir. ¿Cómo? Siguiendo la pauta que unos sabios italianos ya habían marcado unos años antes, Isidoro afirma: todo el saber humano constituye una unidad, no es un instrumento para hacerme dueño del mundo. Es verdad que puedo utilizarle como tal. Es, sobre todo, una revelación acerca del mundo, un conocimiento de lo que Dios ha hecho a través de la creación. Saber es para ser más grande. Cuanto más sepa más habrá crecido mi espíritu. Y esto es una de las cosas que la Iglesia va a recibir como una tradición heredada, y a la que Juan Pablo II se refería muy recientemente repitiendo el pensamiento de uno de los mayores filósofos españoles, don José Ortega y Gasset. Progresar no es tener más, progresar es ser más, es decir, crecer. San Isidoro lo vio muy claro, es a través de escuelas, a través de centros de enseñanza. Shola era un término que ya había empleado Diocleciano para la formación de los funcionarios que después irían a gobernar el imperio. La Shola sería el modo de transmitir a la gente todo ese saber humano que a fin de cuentas puede agruparse en siete disciplinas que son el trivium y el cuatrivium: la formación y la instrucción en reglas sucesivas.
Pero san Ildefonso va más lejos todavía. llega a descubrir, releyendo el Concilio de Éfeso del año 451, uno de los secretos fundamentales de la existencia: ¿Qué es más importante, el hombre o la mujer, el varón o la hembra? Y llega a una tremenda conclusión que necesitaría siglos para que alguien lo admitiera: la mujer es la más perfecta de las criaturas. A fin de cuentas, Jesucristo no es una criatura, no podemos colocarle el primero entre ellas porque es Dios encarnado; por consiguiente, la Virgen María es la más excelsa de las criaturas. Por eso no es extraño que a lo largo de los siglos la nación española haya defendido todo aquello que se refiere a María y todo lo que está en su torno, como no es extraño que España sea el primer país del mundo que entregó el poder absoluto a una mujer: Isabel la Católica. Fue la primera reina que reinó de verdad, no desde un segundo plano (porque las mujeres saben mandar mucho también de otro modo). La ley sálica es incompatible con la naturaleza de la nación española. Uno de los grandes errores cometidos por Felipe V (de los muchos que cometió y que estamos pagando todavía) fue precisamente introducir en España este capítulo que no tenía razón de ser. No cabe duda de que en ese momento, en el siglo VII, España era, podríamos decir, uno de los elementos fundamentales de esa nueva cristiandad que, sustituyendo al Imperio Romano, se estaba construyendo.
Eso crea una cierta soberbia interna, es decir, crea la idea de que somos como un pueblo elegido, como el otro Israel, como si el dedo de Dios que en un momento determinado sacó al pueblo de Israel, o en otro momento determinado sacó al pueblo hispano para que fuera en occidente... Eso es lo que se le escapa a san Isidoro en ese Laudes Hispaniae que algunas veces nos hace sonreír, o reír francamente, por las exageraciones que contiene. Pero hay conciencia de que somos una tierra en la que mana leche y miel y un pueblo especial.
Ahora bien, ¿qué ocurrió? Ocurrió una catástrofe. Uno de esos hechos que se producen de cuando en cuando en la historia y que no entendemos muy bien. Los políticos –que Dios les perdone–, en un momento determinado, para llegar al poder, no ven cosa mejor que pedir a los musulmanes, que ya están en el norte de África, que vengan a ayudarles. Naturalmente, vienen a ayudarles y acaban con el sistema, y una vez causada la ruina, se quedan con él. A este acontecimiento, que tiene lugar el año 711, al que se refiere Beda el Venerable el año 713 cuando habla de Europa y está pensando en que debemos prescindir ya de la herencia romana para entrar en una nueva herencia germánica, que eso es lo que significa Europa. Europa, la hija de Cadmo es la no griega, la que Zeus robó, pero no dentro del mundo griego, no como una Afrodita, sino como un ser extraño que no puede producir otra cosa que el Minotauro, el Laberinto, Creta y todo lo que eso significa. Y eso es lo que Beda el Venerable recoge diciendo: hemos cambiado ya de mundo, la herencia romana ha terminado, no tiene nada que hacer con nosotros, y vamos a entrar en la nueva herencia germánica, a la Europa la no latina.
El término de Europa aparece en tres escritos de esta época, lo cual demuestra la importancia que llegó a tener. Uno es lo que refería de Beda. Otro es un monje mozárabe, que vive en las afueras de Córdoba, cuyo nombre desconocemos, que emprende escribir la continuación de la Crónica de san Isidoro para darnos una nueva explicación y, al hablar de la batalla de Poitiers dice: «los europenses han vencido al Islam y son la esperanza. Nosotros tenemos que poner el acento en esa Europa, en esos europenses». Y la tercera son los cronistas de Carlomagno, uno de los cuales es un godo, que se llamaba Witiza y cambió de nombre, que llama a Carlomagno señor de Europa, emperador de Europa.
Pero ese anónimo monje mozárabe nos da una lección todavía más importante. Cuando habla de los acontecimientos del 711, no habla de la caída de la monarquía visigoda, pues considera que se lo han ganado, que han hecho todo lo malo que se puede hacer y naturalmente Dios les ha castigado. De lo que él habla es de «la pérdida de España». España se ha perdido. ¿Definitivamente? El monje dice: no, no puede ser definitivamente. Él, que está escribiendo el año 748, piensa que tiene que haber una esperanza de recuperación. Mas lo que verdaderamente se ha perdido es esa herencia patrimonial española que los musulmanes nunca la quisieron restablecer, nunca la invocaron. Ellos abandonan el nombre de España e inventa otro, el Atlántico al-Andalus, que es lo que significa, es decir, las tierras del extremo del Atlántico, y ni siquiera ocupan toda la península, no entienden que la península pueda formar la unidad. Establecen su frontera aquí mismo. Aquí estamos ahora pisando el suelo de la frontera. Ese monte que hay ahí arriba era el límite máximo al que aspiraban. Entre otras razones porque para el musulmán la tierra que no produce el vino, el aceite y el naranjo no tienen interés ninguno. El vino, el aceite y el naranjo es esencial para ellos.
Y se produce como un intento de recuperación. También aquí la leyenda aparece mezclando las cosas. De niños nos han enseñado que Pelayo era un noble godo que había estado al servicio del rey Rodrigo, etcétera. Pero cuando llegamos a un autor musulmán más próximo a los sucesos, curiosamente nos hace una importante revelación: a Pelayo le llama «el romano»: belay el rumí. Y el historiador enseguida se da cuenta. Pelaquius es un nombre romano, no es un nombre godo, no es Alfonso… De modo que la primera reacción de resistencia debió de nacer (no estamos excesivamente seguros de ello) de la propia entraña del pueblo, de lo que había quedado en pie del sueño profundo de esa España que era ciencia, antropocentrismo, catolicismo y derecho romano. Después las cosas cambian. ¿Por qué? Hay que intentar una recuperación. Al principio sólo una defensa. Una defensa dentro de qué: de Europa.
Así como los musulmanes rechazan la idea de Hispania y convierten su territorio en al-Andalus, tampoco los primeros cronistas del norte hacen una gran referencia a España como una entidad. Para ellos todo aquello está más cerca de Europa. El gran creador de la primera monarquía que merece ese nombre, Alfonso II de Asturias, es presentado como uno de los satélites de Carlomagno. Y lo era. Hace una expedición a Lisboa, captura un gran botín, y le envía la décima parte a Carlomagno en un símbolo de obediencia. Convoca Carlomagno un Campo de Marte en Touluse y Alfonso II envía sus procuradores para que estén presentes ahí. Y en el otro extremo de la situación de defensa, al territorio que al sur del Pirineo se está conformando se le llama la Marca Hispánica, es decir, forma una parte de Europa, y eso ya no se perderá.
¿Cuándo vuelve la conciencia de que España puede reconstruir su unidad política, no conformarse con ser una nación superviviente en un trozo de territorio? Yo diría en el siglo XI, es decir, en el momento en que se reconquista Toledo. No sé si nos damos cuenta de la significación que tiene el hecho de que el mismo día que las tropas de Alfonso VI están desfilando por las estrechas calles de Toledo muere en Salerno Gregorio VII, el que había soñado con la Europa nueva, el que había intentado construir la Europa nueva. Y esto es lo que aquí se va a tratar de hacer también. Se restablecen las leyes, se suprime de esas leyes la condenación de los judíos, con el aplauso del Papa; es lo que hace Fernando I y lo que renueva Alfonso VI cuando en Toledo da las disposiciones que permiten la convivencia (ahora van a hablar de una convivencia entre las tres religiones; coexistencia bien, de convivencia poco, porque llevarnos nos llevábamos bastante mal unos con otros). Todo esto es lo que está creciendo dentro de una herencia patrimonial.
España es la tierra de las bibliotecas. Cuando en el año 989, Gerberto de Orellac se plantea el problema de rehacer la arquitectura de las matemáticas, ¿qué es lo que hace? venir a España, venir a buscar, en alguna de las bibliotecas de los monasterios. Y anda de uno en otro y al final le hablan de un monasterio en San Juan de la Peña, a donde los moros nunca llegaron porque estaba muy perdido, y allí encuentra las obras de al-Guarismí y puede hacer a Europa el enorme regalo de los signos que sirven para marcar los números sin tener que aplicar las letras que traían consigo una confusión. Esos signos, que se llaman por esta causa guarismos, de al-Guarismí, o cifras por una influencia judía, contienen uno, el «cero». España ha regalado a Europa el «cero».
La batalla para la reconquista, que dura mucho tiempo, puede decirse que no empieza hasta el año 1035 y prácticamente acaba el año 1254, después de la toma de Huelva. Queda una reserva musulmana, pero dentro de la corona de Castilla; ya no hay un régimen de ocupación que obliga a una operación militar muy compleja. No es posible hacer la guerra formando una unidad. Eso lo saben muy bien los grandes estrategas porque no se puede arriesgar que una batalla se pierda y con ello se pierda todo.
Los musulmanes tienen la superioridad y esa misma superioridad no puede ser combatida mas que abriendo frentes diversos para que sea una tremenda batalla de desgaste lo que se libre, que es lo que se está haciendo. Algunas veces se consiguen victorias, como la de Simancas, pero pocas veces. Normalmente es más una batalla de desgaste, un derrumbar al enemigo, un resistir a Almanzor hasta que Almanzor se hunda, se caiga por su propio peso, no pueda con sus propias deudas, no pueda con sus mercenarios extranjeros; pero, entretanto, esto obliga a establecer unas diferencias administrativas. Hasta que llega un día, 1212, en que las cosas pueden cambiar: todos juntos, formando una unidad, ganamos «la batalla». Los documentos medievales no lo dicen de otra manera, dicen «la batalla»; nosotros decimos la Batalla de Tolosa; en el tiempo fue simplemente «la batalla». El Islam ha sido vencido, en pocos años todo se viene abajo, la reconquista termina, y en ese momento empieza la nueva nación.
De alguna manera deberíamos conseguir una unidad política. ¿Cómo lograrla? Porque durante el tiempo de «la batalla» hemos tenido que dividir el frente y por consiguiente hemos tenido que dividir las responsabilidades que lleva consigo el poder. La fórmula es más o menos la que Alfonso XII empieza a pensar. Por eso él busca que le titulen emperador; no pensó nunca en ir a vivir a Alemania, sino en que alguno de los reinos de alguna manera tuviera como el vínculo de la superioridad, la capacidad absoluta de reunir a los demás. Y es entonces cuando empieza a surgir en los tomistas la conciencia de que todos, en realidad, formamos una sola cosa, formamos España. Hay un cronista del siglo XIII que se dedica a escribir un poema, el Poema de Fernán González, en el que llega a la conclusión de que de toda España Castilla es lo mejor. Y a renglón seguido, un monarca aragonés, que vive en Barcelona, hace la réplica escribiendo una crónica en la que dice: ¡qué dice usted!, Cataluña es la mejor tierra de España. Este es el tema fundamental que se está tratando.
¿Cómo rehacer esto? Hay tres caminos que son los que se van empleando sucesivamente para volver otra vez al ser de España. Primer camino, el jurídico, lo que Alfonso X piensa: cojamos el derecho romano, cojamos las costumbres que se han ido arraigando y de todo ello hagamos una doctrina –Las Partidas no son una ley, no son un código de leyes, son una doctrina jurídica– y comprometámonos todos en delante de que las leyes se sujetarán a esta doctrina que no es otra cosa que la herencia patrimonial –y lo va diciendo constantemente: la costumbre hispana, la costumbre española indica que esto se haga así, de esta manera o de esta otra–, una base, una unificación que sea, más que jurídica, como una conciencia de las relaciones de la persona humana con el mundo exterior.
Otro camino es el establecimiento de la monarquía. La monarquía no es un régimen político, una forma de Estado. La monarquía es una estructura que se basa en la conciencia en la que hay dos ejes de los cuales no se puede prescindir. Primero, que entre rey y reino hay un pacto, pactis dicen los catalanes abiertamente. Y eso se lo recuerdan a Pedro IV en Valencia de una manera muy clara: «cuidado, Señor, que cada uno de nos somos tanto como vos, pero todos juntos mucho más que vos». Es decir, pactismo, porque entre rey y reino hay un pacto cuyo texto son las leyes, los usos, las costumbres del reino. Y se introduce la norma de que un rey tiene que contar con dos legitimidades: la de origen, que es la que da Dios por la vía del nacimiento, es decir, yo tengo derecho a ser rey, eso no es nada en sí; y la de ejercicio, que no comienza hasta el momento en que el reino, a través de las Cortes –que es el gran invento español, el Parlamento lo inventan los españoles y lo copian después los otros europeos– prestan el recíproco juramento, y el rey tiene que pronunciar estas palabras textuales: «Juro cumplir las leyes, fueros, privilegios, cartas, buenos usos y buenas costumbres, que son las libertades del reino». Y si el rey no cumple entonces pierde esa legitimidad de ejercicio. No estamos hablando de una mera teoría, se aplicó en diversas ocasiones en España. Pedro el Cruel –ahora tratan de llamarle el justiciero– fue una de las víctimas; Alfonso IV de Portugal, pasó por el mismo procedimiento; se intentó aplicar a Juan II de Aragón y también con Enrique IV de Castilla, aunque no se pudo llevar a cabo porque intervinieron entretanto los reyes Católicos. La monarquía es una forma de Estado, que al establecer este pactismo, hace depender la libertad, el ejercicio de la libertad, del cumplimiento del deber y no de la reclamación del derecho. Porque de nada sirve a mi libertad tener reconocido en un papel todos los derechos que les dé la gana si después los demás no cumplen esas normas y no me respetan a mí. Este es el gran tema.
La creación de una cultura, y luego, sobre todo, la ordenación de la Iglesia de una manera distinta. A partir de 1372 España inicia una reforma religiosa mucho más importante de lo que fue el luteranismo, pero sin ese relieve porque no fue en contra sino a favor del Papa, inspirada por Santa Catalina de Siena, cuyas obras fueron adaptadas en España por uno de sus fundamentales discípulos. Esta reforma española reconoce el protagonismo esencial del ser humano, es decir, las obras en el ser humano son las que procuran la salvación y por consiguiente hay una posibilidad de alcanzar la presencia de Dios, a través de la vida contemplativa, como dicen los místicos, pero sobre todo por la vía ética que consiste en el cumplimiento de los deberes, de las obligaciones del orden ético que, establecido por Dios, lleva consigo. En ese sentido, se hace un centro de lo que es la persona humana, la naturaleza humana; el ser humano, dentro de esta nueva concepción religiosa, adquiere un gran protagonismo, es decir, si se ejercita puede llegar a desarrollar todas sus virtudes. Lo mismo que a un cantante no le basta con tener buena voz, sino que tiene que hacer ejercicio, no es suficiente tener buenas disponibilidades para la lucha, hay que ejercitarse en la guerra, como hay que ejercitarse en los negocios, o como hay que ejercitarse en la ciencia, también la vida del espíritu lleva consigo ejercicios. Un monje benedictino, que vivió en la época de los Reyes Católicos, Fray García Jiménez de Cisneros –que no tiene nada que ver con el cardenal Cisneros–, puso esto en un libro, que llamó el Libro de las ejercitaciones espirituales. La novedad era tan grande que se sintió en la obligación de ir a Roma para hablar con el papa y enseñarle el libro para saber si era correcto o no. Y cuando vuelve de Roma se encuentra una carta de Fernando el Católico con un correo especial diciéndole: «No vuelva usted a Valladolid, le necesito. Acabo de rescatar Montserrat y quiero que vaya usted ahí con unos cuantos monjes vallisoletanos y me reconstruya la comunidad monástica». Entonces Fray García Jiménez de Cisneros, con su libro bajo el brazo, sube la montaña donde san Jorge había expulsado al único dragón que se atrevió a cruzar la frontera española –en España nunca hubo dragones, esos quedaban por Dinamarca u otros lugares–, monta la nueva comunidad benedictina (estamos aquí en una de sus consecuencias) y un día llega a Montserrat Iñigo López de Recalde, que está pensando en un viaje a Tierra Santa, está pensando en abandonar su vida, está pensando en despojarse de todo, hasta del nombre: dejará de llamarse Iñigo para llamarse al modo romano Ignacio (Iñigo e Ignacio no son nombres equivalentes). Allí descubre la necesidad de ejercitarse en las cosas del espíritu y en Manresa predica por primera vez los Ejercicios Espirituales. Esa es una de las señales propias de la nación española.
Cuando el año 1412, a consecuencia del cisma, se reúne el Concilio de Constanza, la primera pregunta que se hacen los reunidos es, ¿pero qué es la Cristiandad? Y la respuesta que dan es bien clara: la cristiandad es la suma de cinco naciones –volvemos a la tesis inicial de Diocleciano–, y esas cinco naciones van por este orden: seamos humildes, primero Italia, porque allí está Roma, donde todo tuvo su origen y todo tiene su presencia; la segunda es Alemania, porque es el reino del emperador, del cabeza de Europa; la tercera es Francia, porque en ella estuvo en un momento el imperio; la cuarta es España porque legítimamente nació del Imperio Romano; la quinta es Inglaterra y no hace falta explicar más. Esto coincide además con el hecho de que hay un rey, Fernando I, el de Antequera, quien en ese momento prácticamente es la primera autoridad de España. Rey de la Corona de Aragón, regente de la Corona de Castilla, padre de quien va a ser el rey de Navarra y prácticamente administra. Sólo queda fuera Portugal con quien las relaciones se mantienen de una manera bastante más difícil, pero una de sus hijas llegará a ser reina de Portugal. Él lanza la idea de un paso adelante en la idea de que esa unificación que todos deseamos (estoy hablando del siglo XV no del siglo XX ó XXI) está en la vía de los matrimonios, de tal manera que, uniéndose entre sí los miembros de las familias reales españolas, llegaría un momento (ha llegado ya, dice Fernando I) en que seamos una sola dinastía. ¿Quién gobierna en Portugal? Mi primo. ¿Quién gobierna en Navarra? Mi hijo. ¿Quién gobierna en Castilla? Mi sobrino. ¿Quién va a gobernar en la Corona de Aragón? Mi hijo también. Es decir, si continuamos esta línea política, ¿qué puede ocurrir? Lo que ocurrió en 1469 cuando Isabel la Católica tomó la decisión frente a los nobles que lo que querían era dispersar todo aquello y cerrar el camino, dividir, como después pretenderían con Felipe el Hermoso al que gracias a Dios se lo llevó por delante muy pronto, porque si no el daño que habría hecho habría sido tremendo. Pero cuando Isabel la Católica afirma: «yo me caso con Fernando y no con otro alguno», aquí está ya la unidad española.
De modo que la obra de los Reyes Católicos no es un punto de partida, es un término de llegada. Eso lo ve muy bien un cronista, el bachiller palma, que era además profesor en la Universidad de Salamanca, cuando redacta un libro en el que llega a decir que vio en España un reino, una nación grande. El término de llegada. Aquello que se había perdido el año 711 y que se había empezado a recuperar relativamente pronto, en torno al año 900, ahora ha llegado a su conclusión, ahora ya España es un reino, es un principado, es una unidad. Esa unidad es la que se mantiene.
Ahora bien, los Reyes Católicos pensaron en esta fórmula política como una asociación de elementos que conservasen las estructuras jurídicas heredadas, para no cambiarlas. Había una soberanía absolutamente indivisible, pero había una administración, que venía de atrás, y que no tenía que ser cambiada. Así hasta finales del siglo XVI, hasta 1700. Hay una entrevista capital, que nos explica estas cosas, entre sor María Jesús de Ágreda y Felipe IV, en el momento en que el rey va hacia Cataluña, que ha sido dominada después de la rebelión de 1648, y sor María Jesús de Ágreda recomienda al rey no modificar el sistema. Felipe IV dice: no, yo no lo voy a modificar; vamos a mantener esa unidad mediante la conservación de la fuerza que da la soberanía, que da la cultura, que da la lengua, que da todo esto, pero no la vamos a cambiar. Felipe V lo cambia. Trata de implantar en España el modelo francés porque le parece superior. ¿Fue un error? Yo no me atrevería a decir tanto. Pero no cabe duda de que a partir de este momento empezó un enfrentamiento entre dos ideas de España que se ha ido agudizando poco a poco con el tiempo, y que llegó a tomar la forma de un enfrentamiento civil a partir de 1808. No nos engañemos, en 1808 no se produce una guerra por la independencia, ni es una guerra civil: es una guerra entre la gran mayoría de los españoles que estaban reclamando una permanencia de los valores que constituían aquello, y una minoría que seguía todavía dentro del modelo francés, convencida de que sólo el modelo francés podía aproximar a Europa. Esa guerra ya no se detuvo. Ya es después las Guerras Carlistas, ya es después el enfrentamiento de la I República, ya es después también una guerra civil, y ya es después el enfrentamiento de la II República y la Guerra Civil de 1936, y ahora nos estamos asomando a una nueva concepción de una España, dicen que plural, en donde el sistema de unidad que todos tenemos saltaría por los aires.
Lo más grave, cuando uno lee los proyectos de estatuto que ahora se están manejando, no está tanto en los aspectos externos políticos, sino en los internos, en las novedades que se van reconociendo a través de esos documentos, que son, en gran medida, un atentado firme contra la dignidad de la persona humana: la eutanasia, el aborto, la falta de libertad, y tantas y tantas cosas que están en ellos presentes, en la letra pequeña, que como todos sabemos muy bien, es la importante en los contratos cuando estos son contratos difíciles.
¿Qué nos aguarda? Yo no lo sé. Pero a mí me gustaría volver a la mentalidad de aquel monje mozárabe, de nombre desconocido, que escribe el año 748: lo que hay que salvar es España, lo que hay que salvar es el ser de España. No importan tanto las estructuras políticas y qué partido va a gobernar o ha dejado de gobernar. Lo que importa es que este patrimonio que hemos dado al mundo no se pierda. No nos damos cuenta de que quien inventó el Parlamento fue España; quién hizo ley fundamental los derechos humanos fue España; quién organizó la ocupación de un enorme continente sin llamarlo colonia, convirtiéndolo en reinos, y dando origen a nuevas naciones fue España. Los errores que hayamos podido cometer en el pasado no deben ocultarnos todo eso. Es curioso pensar que en 1788 las Cortes Españolas habían tomado, en relación con América, una decisión que si no hubiera venido la Revolución Francesa se hubiera llevado a cabo: la creación de un mundo común con reinos prácticamente autoadministrados, enviando, en lugar de Virreyes, Infantes, para que al menos se mantuviera lo que es esencial, la unidad, aunque se hubieran introducido diferencias administrativas o independencias desde el punto de vista territorial. Eso es lo que a los seres humanos de nuestro tiempo, a los españoles de nuestro tiempo nos importa más reclamar y defender. No sé si lo lograremos, pero en ello estamos.
1 comentario
Eiztarigorri -
Pues aunque a nadie se le ocurre plantearse de modo teórico qué significa ser persona para reconocerse como tal, para resolver dicha pregunta, tal vez, habría que empezar por el principio respondiendo a la pregunta ¿Qué es una nación? Sin embargo esto no se plantea porque, desde el plano liberal conservador, el problema sencillamente no existe. Estamos, por tanto, ante un pseudodebate en el cual se enfrentan, en un diálogo de sordos, dos aspectos de la misma ideología ilustrada, que no cree en la nación, o mejor dicho, que dice que no cree en la nación, lo cual es muy distinto, porque, si leemos entre lineas, cualquiera puede darse cuenta de que no dicen la verdad. España se encuentra ante el debate entre dos concepciones universalistas (porque si el separatismo que no era nada en el año 78 ha llegado hasta donde ha llegado es porque se le ha permitido porque en el ajedrez mundial tiene su papel y porque esos cosmopolitas que no creen en la nación española introdujeron el término nacionalidad para referirse a algo distinto de la nación española y como los demócratas están encantados de haberse conocido ni cambian ni cambiarán) igualmente enemigas de la nación, enfrentadas por el procedimiento para alcanzar sus metas pero concordantes en la médula de su filosofía política. La izquierda aspira a construir la Humanidad a partir de las naciones canónicas dislocándolas desde dentro y la derecha aspira a eso mismo pero vendiendo la especie de que la Humanidad es la salvación frente a la tribu. Pero la mercancía es la misma, por consiguiente eso significa que hay gato encerrado. Para no divagar centrémonos en la pregunta ¿Qué es una nación? ¿A qué palabra hace referencia la etimología de nación? A nacimiento, al hecho de nacer, al origen, en definitiva, y, por tanto, se refiere a la identidad, al nombre. La nación responde a la pregunta de quienes somos y de donde venimos. Lo que hagamos o lo que podamos hacer o dejar de hacer con nuestra libertad es un problema individual que no nos incumbe porque el límite de la libertad humana viene marcado por su propia naturaleza y la libertad, como una espada que es, tiene el sentido de dignidad o de falta de deshonor que quiera darle el guerrero que la empuñe. El problema del nombre no es un problema baladí pues tanto la oración como el exorcismo se inicia con una invocación al nombre y no es igual un nombre que otro. Pedro Lain entralgo en su obra Teoría y Realidad del Otro nos explica cómo una de las diferencias entre la consideración del otro como persona o como objeto estriba en que la persona es nombrable mientras que el objeto es numerable. Por eso Jesucristo escoge a los suyos por su nombre y por eso el bautismo es el saramento por el que se impone el nombre a las personas. Y en cuanto a la soberbia de considerarse los españoles un pueblo especial, otro Israel, escogido por Dios, hay tanta soberbia o tan poca como en la propia Iglesia que se considera a si misma el Nuevo Israel porque el empleo de la analogía en la Biblia se presta a eso. Y si la analogía de la relación de amor de Israel con Dios es tan válida para Israel, como pueblo, y es válida para expresar la relación de amor del hombre con Dios ¿quienes nos creemos para juzgar la conciencia y la intención de nuestros antepasados? para negar a nuestra Patria lo que se considera legítimo para Israel. ¿Qué acaso no son los celos del "hermano mayor", Israel, hacia el hijo pródigo, las naciones o gentes lo que le hecha en cara Jesucristo. ¿O vamos a ser más cristianos que Jesucristo? El cosmopolitismo dentro de la Iglesia es un veneno que si leemos la obra de Agustín Barruel, Memorías para servir a la Historia del Jacobinismo se remonta a los consejos de Adam Weishaupt a sus conjurados sobre cómo socavar la conciencia de Patria en ambientes cristianos. El texto de hace más de 200 años tiene plena vigencia hoy. Los iluministas identifican la confusión de lenguas como un castigo injusto de Adonai frente al mundo edénico feliz de la Edad dorada sin naciones. El concepto de oposición entre unidad como buena frente a diversidad mala da origen gnóstico se aplica al ser humano. (Memorias para servir ...Edición de Palma, 1813, Tomo III p. 116) Dice: "En el momento en que los hombres se reunieron en naciones cesaron de reconocerse baxo un nombre común...el nacionalismo o el amor nacional ocupó el lugar del amor general...Disminuid y separad este amor a la patria y los hombres empezando de nuevo a conocerse se amarán como hombres y enseñareis a los hombres que no hay motivos para detestar un amor que estrechandose se limitará a la familia y al fin parará en un simple amor de si mismo y el más estrecho egoismo." Claro que al señor Weishaupt nadie le había dicho que quien no puede lo menos tampoco puede lo más y quien no ve a su prójimo en su próximo que si que ve raro será que se comporte como ciudadano del mundo, de la Vía Láctea o de Alfa Centauro si ese es su deseo. El mentar el "egoismo" especialmente a los creyentes es algo mágico y si apelamos al "amor" el creyente ya cae en trance. En este sentido causa sonrojo ver a un pagano redomado como Weishapt apelando al altruismo universal e incluso al propio Jesucristo en el que no cree para justificar la desaparición de las naciones en clave política porque Jesucristo vino a salvar a la Humanidad. A muchos, tal vez les cause carcajadas estos planteamientos pero preguntense a si mismos ¿Cuantos de los cristianos de hoy no se identifican con esa mítica "nación universal" o "nación humana" que postula la autodenominada comunidad internacional a través de la ONU o la Unión europea. ¿Nación humana? ¿Humanidad? ¿Derechos humanos? ¿Que acaso no son precisamente todos esos intelectuales que cuestionan la realidad de la nación apelando a sus diferencias internas quienes postulan una identidad "superior". ¿Superior a qué? ¿Común en qué? Porque los problemas que no se plantean suelen ser los más graves. y la distancia entre ser ingenuo y ser imbécil es muy corta.
¿Porqué existe España? ¿Por Roma? ¿Por Grecia? ¿Por el Cristianismo? Efectivamente pero, ¿sólo por eso? Porque si eso es así ¿porqué no forma España parte del sur de Francia, por ejemplo? ¿no será que la historia de España se ha enseñado en clave universalista que no universal. Porque si se hubiera enseñado en clave universal no se comprende el pudor a hablar de la guerra de los Pedros dentro del marco de la guerra de los cien años. Porque España surge, efectivamente frente al Islám pero tambien contra el Imperio Carolingio, Roncesvalles y contra Francia. Son esas diferencias las que explican que España no se confunda con Francia. De igual modo que los franceses de Juana de arco tienen su reconquista contra los ingleses, que tambien son cristianos, y no se avergüenzan de ello, como nosotros, que parece ser que necesitamos una ideología mundialista masónica adaptada al consumo de los católicos españoles, que parecen ser los más totos del rebaño. Soy de los escepticos con que el mestizaje signifique gloria de nada. El mestizaje es un hecho de la libertad humana y no es ni mejor ni peor que ningún otro acto legítimo de la libertad humana. Es más el imperativo categórico exige una actitud universal ante los hechos éticos. Y, el mestizaje de América se trató de un mestizaje en el que un pueblo que ha perdido la fe en sus valores se integra en otro. No es algo a celebrar si no una advertencia de que si los españoles perdemos nuestra fe en nuestros propios valores puede pasarnos algo parecido. El mestizaje, tal y como se glorifica, es panteismo sin ese nombre, es decir, vértigo por la nada. La enfermedad de los españoles es la de Herodes al que Jesucristo no puede decirle nada. Se trata de la frivolidad y de la frivolidad sólo hay un modo de salir, a sangre y fuego.