PENSADORES CATÓLICOS POPULARES
Alberto BUELA
A Julio Piumato, que de esto sabe
Me vienen pidiendo desde hace algún tiempo que escriba sobre este tema, que es tan urticante como escribir acerca de los judíos; lo único que se logra son más enemigos de los que uno ya tiene.
En este asunto hay, volens nolens, tres invariantes clásicas. Por un lado los pensadores católicos a secas, en general profesores universitarios que no son proclives a estar cerca del pueblo. Son nacionalistas vinculados más bien a una elite conservadora. Otra, es la corriente de pensadores católicos liberales, que se mueven dentro del statu quo reinante, en donde el pueblo está limitado al formalismo democrático de la elección. Y en tercer lugar encontramos a los pensadores católicos para quienes el cristianismo es más bien un saber social que un saber de salvación. Y aquí se nuclean los demócratas cristianos, los socialcristianos, los cristianos progresistas, en fin, todos aquellos que Perón definió magistralmente como: pececitos colorados que nadan en agua bendita.
En los tres grupos se presentan múltiples matices, pero en general y acercándonos al tema sine ira et studio, podemos decir que en el primer grupo por ser un pensamiento dirigido a educar una elite, el pueblo está ausente, sea porque no se lo tenga en cuenta (vgr. José María de Estrada) o se lo niegue expresamente por un antiperonismo visceral (vgr. Antonio Caponetto). En el segundo grupo aparece el pueblo pero como requisito de la democracia procedimental (vgr. Mariano Grondona). Y por último, en la tercera invariante el pueblo se presenta como parodia o simulacro, pues es un pensamiento, en definitiva, ilustrado en donde se incorpora al pueblo “como sí” existiera, pero todo su discurso va dirigido a la hipotética dirigencia (política y sindical) de ese pueblo (vgr. Guzmán Carriquiry).
En todos los casos la vinculación con la jerarquía eclesiástica es fluida y permanente, unos con unos obispos y otros con otros, más afines. No hay que olvidar que desde el punto de vista profano-politológico la Iglesia ha sido definida magistralmente como complexio oppositorum = conjunto de opuestos. Lo que en criollo se entiende que hay de todo y para todos los gustos.
Así planteado el asunto: ¿hay lugar para un pensamiento católico popular? ¿Ha habido ejemplos en ese sentido?
El catolicismo es popular en Nuestra América no tanto como planteo teológico (que está siendo reemplazado por el protestantismo o la New age) sino como un saber de salvación imbricado con las creencias ancestrales de América. Su mérito ha sido, aquí en nuestra tierra como lo fue en Europa antes, el saber incorporar la simbología de la sacralidad pagana a su mensaje. Esta religiosidad popular en su manifiesta heterodoxia es la mejor defensa en orden a las identidades nacionales. Va más allá de los planteos teoréticos y está más acá en la apreciación de los valores vitales por parte del hombre iberoamericano.
El pensamiento católico liberal, por ilustrado, odia visceralmente este tipo de religiosidad popular que, con su existencia, desarma todo el andamiaje racional que viene desarrollando desde Lamennais (1782-1854); Sangnier y Maritain hasta hoy. El pensamiento católico a secas, desprecia esta religiosidad como algo menor perteneciente al “mundo bolita” y el pensamiento católico progresista o socialcristiano la toma a cuenta de inventario, para usarla y decodificarla en los moldes de sus categorías de pensamiento que son siempre centro europeas como hizo, en su momento, la teología de la liberación o en la Iglesia como “institución del consenso” según hoy día proponen Carriquiry et alii (1).
El auténtico pensador católico popular, y hay que decirlo con todas las letras, es antes que nada anticlerical, pues sabe “desde el vamos”, que la trahison des clercs, el espíritu de logia y la reacción mujeril, es la moneda corriente del clericalismo ya sea seglar, jesuítico o de “la obra”. Después distingue claramente entre el mensaje cristiano como saber de salvación personal y colectivo (por aquello del cuerpo místico) y la doctrina social de la Iglesia, siempre acomodaticia a los tiempos en que van saliendo las sucesivas encíclicas papales. Denuncia las acciones reales (y no las que él se imagina) del imperialismo y de los poderes indirectos y ocultos (la sinarquía, diría Perón) que se realizan en orden a la explotación y el extrañamiento de sí mismo y de nuestros pueblos. Rechaza la anfibología por principio, porque el decir de los pueblos es simple, como bien decía Goebbels (2) : “su idioma es sí o no”. “Al pan, pan y el vino, vino” nos enseñaron a nosotros. Sin ir más lejos el mismo Cristo recomienda: “Sea vuestro idioma sí, sí; no, no.”
Esto último lo aleja años luz del pensamiento católico ilustrado y su elucubración en el vacío, ya sea en su versión liberal, ya en la progresista. La contrapartida es que se queda sin recipiendarios dentro de la “institución Iglesia”. Y como todo lo que se recibe al modo del recipiente es recibido y hoy no hay quien reciba al pensamiento católico popular en el seno de la Iglesia, porque ella misma a través de sus corrientes principales se mueve dentro del pensamiento único y políticamente correcto. Su discurso es un poco al ñudo.
En cuanto al pensamiento, que denominamos, católico a secas, no busca ni pretende ninguna proyección política y social, se encuentra reducido y autolimitado a las cátedras de las sedicentes universidades “católicas”; a los manuales y libros de enseñanza. Es una especie de rémora escolar salpicada con citas de autores contemporáneos, en su gran mayoría, y aquí la inconsecuencia, provenientes de tradiciones filosóficas no-católicas. Y verdadero disparate, un desatino intelectual.
Si, por lo que vemos, el pensamiento católico popular no tiene lugar dentro de la Iglesia, ya que esas tres invariantes históricas tienen su proyección política como gorilas (Caponetto), oficialistas (Grondona) y oportunistas (Carriquiry)(3), el pensamiento católico en tanto pensamiento popular está obligado a plantearse como disidente respecto de lo que dice y hace, la Iglesia como institución del consenso: que niega el hecho de tener enemigos y se pretende alzar como “instancia neutra de las partes en pugna”. Una especie de amorfo “estado bodiniano”. Y en este sentido tanto liberales como progresistas coinciden con la versión de la Iglesia como institución del consenso porque ellos, por principio, niegan la relación amigo-enemigo y no piensan sobre la realidad tal como es y se da. Sino a través de sus preconceptos y prejuicios al estricto modo iluminista.
Por el contrario, el pensamiento católico popular, no niega la existencia del enemigo sino que lo que niega es su vigencia. No lo rige a él, el enemigo ni con su mundo categorial, ni con su mundo de valores, ni con su mundo de fines. “Es que el disenso, hemos afirmado en otro lugar, que se manifiesta como negación, tiene distinto sentido en el pensamiento popular que en el culto o ilustrado. En este último, regido por la lógica de la afirmación, la negación niega la existencia de algo o alguien, en tanto que en el pensamiento popular lo que se niega no es la existencia de algo o alguien, sino su vigencia. La vigencia puede ser entendida como validez, como sentido.
El disenso niega el monopolio de la productividad de sentido a los grupos o lobbies de poder, para reservarla al pueblo en su conjunto, más allá de la partidocracia política.
La alternativa hoy es situarse más allá de la izquierda y la derecha. Consiste en pensar a partir de un arraigo, de nuestro genius loci dijera Virgilio. Y no un arraigo cualquiera sino desde las identidades nacionales, que conforman las ecúmenes culturales o regiones que constituyen hoy el mundo. Con esto vamos más allá incluso de la idea de Estado-nación, en vías de agotamiento, para sumergirnos en la idea política de gran espacio y cultural de ecúmene”(4).
Un ejemplo paradigmático de expresión del pensamiento católico popular ha sido el caso del ensayista Vittorio Messori en un trabajo titulado: "El anticatolicismo ha sustituido al antisemitismo" en donde afirma, entre otras cosas, que: "los católicos junto con los fumadores y los cazadores, son una de las tres categorías que no están protegidas por lo políticamente correcto, y de las que, por tanto, se puede hablar mal libremente”. (5)
Y ¿a qué católicos se refiere? Ciertamente que no a los pensadores católicos a secas, que viven cómodamente apoltronados en las cátedras de los Estados anticatólicos, ni a los católicos liberales, que viven de acuerdo con el régimen de turno ni a los católicos progresistas que insisten en la construcción del proyecto católico y moderno a la vez. A los que se refiere Messori, es a los pueblos católicos y sus convicciones profundas que han sido dejados de lado y nadie los defiende.
¿No llama acaso la atención que mientras que en el mundo hay Estados oficialmente declarados laicos (Francia), musulmanes (Arabia Saudita), y judíos (Israel) no exista ningún Estado oficialmente católico? ¿Y que ni católicos liberales, progresistas, ni académicos propugnen la instalación de gobiernos explícitamente católicos que gobiernen en sintonía con el núcleo espiritual de nuestros pueblos?
Los pensadores populares católicos van a insistir una y mil veces en la incorporación de “lo católico” como elemento antropocultural y no simplemente confesional en la constitución de la identidad de los pueblos de la América indoibérica. Van a insistir en la crítica a la representatividad formal y al logro de la representación orgánica por parte de nuestros pueblos. A la sociedad civil regida por el contrato y el negocio van a oponer la comunidad regida por valores compartidos. Es que el pueblo no delega su poder en las instituciones del Estado, porque estas en su versión demoliberal, no alcanzan a expresar las demandas auténticas de los pueblos. El pueblo tiene que crear sus propias instituciones.
Pero, claro está, recuperar lo católico como datum antropocultural es develar la vigencia de lo que “está ahí”, al alcance de la mano pero cubierto por una maraña de sinsentidos y disvalores. Y para ello hay que ocuparse en serio del otro, que generalmente, en nuestras tierras del sur de América, es el pobre y el desvalido. Y tomarlo en serio es, antes que nada, presentarse uno seriamente, tal como uno es. Evitando la parodia de dar la impresión que uno es bueno y piadoso. Decir cuales son nuestras verdades, aquellas que le dan sentido a nuestra existencia y entonces, recién entonces, preguntarle al otro por él. Poner antes las cartas sobre la mesa, porque el que más tiene más debe dar.
¿De qué le sirve al pueblo argentino que su cardenal primado (junio de 2006) aparezca arrodillado en un escenario haciéndose bendecir por un pastor protestante? De nada. Es un acto de ilustrados para conformar sus vanidades o pero aún, su propias urgencias. Para el pueblo es una burla, una mueca burda, de gente que en la vida está al ñudo. Un cambalache al decir del gran Discepolín.
Los pueblos quieren y aman aquello que les es propio y son felices cuando pueden mostrar sus diferencias: el tango, el mate, el fútbol, la taba, las cuadreras, los bailes y cantos populares. Para los pueblos como para todo hombre de bien, la amenaza a la identidad, tanto personal como colectiva, no es la “identidad del otro”, sino que su identidad no sea reducida a la de todos por igual.
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NOTAS:
1.- Guzmán Carriquiry: "Una apuesta por América latina", San Pablo, 2006.-
2.- Lo cito a propósito, para que se espanten los policías del pensamiento como los Presman y Yomal de Radio Cooperativa, conocida como “la radio de Verbisky”, que utilizan su programa de radio como “nuevos Wiesenthal”, cazando brujas que no coincidan con el ideario de periódico Nueva Sión del que son escribas. (Ver: http://bitacorapi.blogia.com/2006/061002-wiesenthal-en-radio-cooperativa.php)
3.- Esta corriente es hoy la mayoritaria, y dado su oportunismo connatural gira hoy alrededor del cardenal Begoglio, y si no nombro a más autores es para no seguir ganándome enemigos.
4.- Buela, Alberto: "Ni izquierda ni derecha: pensamiento popular", http://www.arbil.org/(82)buel.htm, 2004. También en revista Tierra y Pueblo N°8, Valencia, abril 2005.-
5.- Messori, Vittorio: op.cit. Roma, 21 de octubre 2004.-
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