EL MARTIRIO LIBANÉS
Jorge GARCÍA-CONTELL
Escribo estas líneas tras leer la prensa de hoy, 25 de julio, festividad del Apóstol Santiago. Las crónicas que llegan desde Oriente Medio, desgraciadamente sin variación desde hace casi dos semanas, dan noticia del éxodo masivo de la población libanesa, del creciente número de víctimas – en su inmensa mayoría civiles inocentes y desarmados – de la destrucción concienzuda de todo un país por el ejército israelí y de la obstinación suicida de Hezbolá en provocar más ira a un gigante ya iracundo en demasía. Hasta la fecha me había resistido a escribir sobre la invasión del Líbano, lo admito sin ambages, por temor a que la incomprensión de unos y otros convirtiera mis palabras en ofensas intolerables y mis pobres argumentos en anatemas contra su autor. Al fin me decido, movido no tanto por la insistencia de algunos amigos como por la ineludible exigencia, para quien suele escribir sobre asuntos de actualidad, de un conflicto que ya cuenta los cadáveres con cifras de cuatro dígitos.
Los medios de comunicación tienden a explicar la ofensiva israelí contra su vecino del norte según la tesis del propio Estado hebreo. Las esporádicas provocaciones que los chiítas de Hezbolá venían llevando a cabo desde su refugio libanés llegaron a un punto intolerable con la captura de soldados judíos. Israel, según el discurso oficial, ejerce su derecho a la autodefensa. Somos muchos los que comprendemos y admitimos este razonamiento sólo en parte, no tanto por cuanto dice – cierto por completo – sino por cuanto omite, que no es poco. Esta operación de castigo no puede comprenderse si no se circunscribe en un conflicto único, iniciado en 1948, que se ha manifestado intermitentemente desde entonces en tres guerras arabigoisraelíes, la diáspora de la mayoría del pueblo palestino, la anterior invasión del Líbano en 1982, el auge del fundamentalismo islámico y una inacabable sucesión de atentados terroristas a los que Israel replica con la frialdad del principio “acción – reacción” y con tan implacable dureza que resultaría inconcebible en cualquier país occidental. No es la presente una simple hemorragia que mana de una herida; más bien se trata de una úlcera infecta que se ha extendido durante decenios sobre un cuerpo enfermo y, con trágica regularidad, manifiesta su avance sangrando y supurando.
El análisis sistemático de los orígenes y episodios de este conflicto excede los límites y propósitos de este artículo e intentarlo en apenas dos hojas me obligaría a incurrir necesariamente en trivialidad. Tras la previa puntualización, me limito a comentar las actuales operaciones militares y dejo a criterio del lector el contexto amplio en el que se desarrollan y sin el cual son incomprensibles. Huyo de la autosuficiencia que sobreabunda en las columnas de opinión y, puesto que de una guerra hablamos, recurro a un clásico de la civilización occidental, santo Tomás de Aquino, a la hora de analizar si una guerra puede ser considerada justa.
a) Causa justa, o previa agresión que justifique una legítima defensa. Podremos encontrarla en las acciones de Hezbolá, sin duda. Soy consciente de la omisión deliberada de cualquier referencia a los acontecimientos precedentes desde la fundación del Estado de Israel y ya he explicado por qué procedo de este modo.
b) Último recurso. Antes de recurrir a la guerra, una nación ha de emplear todos los medios posibles para resolver las diferencias. Si el origen del conflicto se localiza exclusivamente en los fanáticos de Hezbolá, posiblemente haya que reconocer que no queda otro medio al alcance de Israel que el recurso a las armas.
c) Previsión de ser los males que acarree la guerra menores que los que ocasionaría no declararla. Nadie que aspire a enjuiciar los hechos con objetividad puede conceder el beneficio de la proporcionalidad a Israel. Es indudable que el Estado hebreo, como nación soberana, tiene derecho a gozar de la inviolabilidad de sus fronteras y el pacífico respeto a la vida y libertad de sus ciudadanos, pero la captura de dos soldados y el lanzamiento de cohetes de corto alcance difícilmente se corresponde en el plano militar con el bombardeo aeronaval masivo, el bloqueo marítimo, la destrucción sistemática de carreteras y centrales hidroeléctricas y el éxodo de la población civil.
d) Expectativa razonable de alcanzar la victoria. Israel sabe que su incursión tras la frontera del Líbano es un “paseo militar”. El Líbano, desgarrado por una crudelísima guerra civil de la que apenas comenzaba a recuperarse, reducido de facto durante largos años a la condición de protectorado sirio y desprovisto de fuerzas armadas que en rigor puedan así denominarse, no es rival para el coloso bélico israelí. La victoria está cantada desde el mismo instante en que el primer cazabombardero israelí penetró en el espacio aéreo libanés. La victoria en esta batalla, sí, pero el triunfo final en un conflicto que dura ya cincuenta y ocho años es más que dudoso, al menos en este momento. Israel lo sabe e igualmente conoce que los nuevos rencores y los antiguos que su acción aviva no se extinguirán sin antes engendrar nuevas tragedias.
e) Recta intención. Santo Tomás abundaba en un concepto ya desarrollado anteriormente por san Agustín. Muy gráficamente, el de Hipona excluía “el deseo de dañar, la crueldad de la venganza, un ánimo implacable enemigo de toda paz, el furor de las represalias, la pasión de la dominación y todos los sentimientos semejantes” de las intenciones merecedoras del calificativo de “justas”. La valoración de las intenciones israelíes me temo que estará teñida de subjetivismo y, según quién la enjuicie, las conclusiones serán unas u otras. Emplazo al lector a observar con detenimiento las imágenes que diariamente sirven las cadenas de televisión, a leer pausadamente las crónicas de guerra de las agencias informativas, y a determinar en qué medida es aplicable el principio aquí enunciado.
Para concluir traigo a colación las palabras de Giaco Ventura, presidente de la Cámara de Comercio Hispano-Israelí, citadas hoy por el diario “Las Provincias”. El señor Ventura se mostraba crítico con la condena que dirigentes socialistas habían formulado de la intervención israelí y se preguntaba: “¿Cómo reaccionaría el ejército español si un país vecino dejase caer misiles en la ciudad de Valencia?” Personalmente opino que el señor Ventura pudo buscar comparaciones más afortunadas pues con la elegida facilita a sus interlocutores responder a la gallega, con otra pregunta. Durante decenios los terroristas de ETA se refugiaron en el sur de Francia y usaban las localidades fronterizas como bases logísticas desde las que organizar y dirigir sus criminales ataques contra la unidad y soberanía españolas. ¿Cómo habría reaccionado la comunidad internacional si España hubiese invadido el sur francés, bombardeando las ciudades y todo tipo de infraestructuras de toda Francia? ¿Qué calificativo habría recibido en las Naciones Unidas esa hipotética represalia si en su primera quincena hubiese supuesto la precipitada huída hacia el exilio de un siete por ciento de la población total francesa?
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Urdín -