LOS CAMBIOS DEL AMOR CRISTIANO
Alberto BUELA
Dice Kierkegaard en su Diario Íntimo , que el colmo de la ortodoxia es abrir el paraguas antes que llueva. Y esto vamos a hacer nosotros, de entrada, con el presente artículo, llamar la atención al lector: que la mayoría de los pocos que lo lean van a estar en desacuerdo.
Sobre lo que sea el amor cristiano hay millones de tratados de dos mil años para atrás de modo tal que no creemos que podamos decir nada nuevo al respecto, pero lo que pretendemos hacer, en forma brevísima, es mostrar cómo cambió el concepto de amor cristiano.
El original amor cristiano
El primigenio concepto de amor es entendido como un acto de naturaleza espiritual que por esencia va dirigido en primer lugar a la persona espiritual: A Dios, los hombres y el cuerpo como templo del espíritu. Así el primer precepto cristiano que sintetiza los diez mandamientos es: “Amarás a Dios con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo”.
La referencia “al prójimo”, como singular concreto, no es característica de la esencia del amor cristiano. Porque para éste es indiferente en tanto que acto espiritual dirigido a la persona espiritual, que ella (la persona) sea la del amante o la del prójimo. Primer gravísimo error que se viene deslizando desde siglos en el campo cristiano, en donde lo sustantivo es “el prójimo”.
Es por eso que un filósofo, teólogo y santo varón como el danés Soren Kierkegaard afirma tajantemente que: “Lutero pretende siempre explicar el amor como simple amor al prójimo, casi como si no existiera también la obligación de amar a Dios” (1)
La dirección primera del acto de amor es hacia la propia salvación. A pesar de la turbia mezcolanza que sufrió esta idea en dos mil años recuerdo aún haber preguntado a nuestra madre: ¿por qué tenemos que rezar? Porque agrada a Dios, por nuestra salvación y la de los otros. En este sentido va la sentencia de nuestra poesía popular: Aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada. Recogida por el primer filósofo argentino, Alberto Rougés, en Educación y Tradición (1938).
Vemos cómo la primitiva idea cristiana de amor es un principio supremo espiritual que organiza la vida en forma ascendente. Se la puede encontrar aún hoy en ciertas órdenes antiguas como los benedictinos.
El medio que utilizaban en su realización los primeros cristianos era la ascética, que servía para la liberación de la personalidad espiritual, haciendo que el hombre sea lo más independiente posible respecto de los estímulos externos. Esta primera ascética no hacía del cuerpo algo malo, sino que el cuerpo, la carne misma bajo la idea de la resurrección de la carne estaba santificada e incorporada al reino de Dios.
Así pues, el primer ascetismo cristiano no tuvo por objeto la represión o peor aún la extirpación de los impulsos naturales, sobre todo los sexuales, sino el poder y dominio sobre ellos y su espiritualización. No fue nunca el ideal ascético de hombre el eunuco o il castrato.
La desfiguración del amor cristiano
Esta deformación, que ha sido estudiada tangencialmente por la genialidad de Max Scheler en su primera época (2), tiene dos fuentes: a) el humanismo cosmopolita antiguo y b) la filantropía moderna.
El estoicismo corriente que utiliza todos los materiales de las filosofías anteriores (la de Heráclito, Platón y Aristóteles) se divide en antiguo (Zenón, Crisipo), medio (Panecio) y nuevo. En esta última etapa, que se desarrolla en la época imperial romana y que coincide con el nacimiento del cristianismo, se da el predomino casi exclusivo de los temas morales. Cabe aclarar que ninguno de los representantes del estoicismo es netamente griego. La procedencia de casi todos es de regiones distantes de las metrópolis. Así esa carencia de lazos directos con la patria de origen explica, psicológicamente, su sentimiento cosmopolita, común a todas las escuelas helenísticas posteriores a Alejandro Magno. Pero también encuentra su fundamento en la ética de los estoicos que van a sostener que el único y verdadero bien es la virtud que consiste en la rectitud de conducta, de vivir conforme a la naturaleza y la razón. Existe una ley natural que es común a todos los hombres. De este concepto de ley natural procede el de fraternidad universal y el humanismo cosmopolita. “El hombre bueno es ciudadano del universo”; su relación con las demás colectividades, la nación, el reino, la patria es secundaria y accidental.
La indudable influencia de la escuela nueva del Pórtico sobre el cristianismo, cuando éste busca categorías filosóficas donde volcar su mensaje en el momento en que la Iglesia se va universalizando, es un tópico que ningún investigador en ética pone hoy en duda. El prístino amor cristiano de salvación se transforma en “amor a los hombres” o “amor a la humanidad” por influencia del envase estoico que utiliza para llevar su mensaje.
En cuanto a la filantropía moderna, históricamente ubicada en los movimientos humanitarios de la Ilustración, nace como una protesta contra Dios y contra la patria y se funda en el resentimiento, en opinión de Scheler, y su dirección es hacia lo genérico, no al acto personal de amor del hombre al hombre, sino a la institución benéfica que él estima. Así hoy, con la firma de un cheque a las ONGs. se sobrevuelan las caridades concretas, núcleo de la caridad cristiana.
La norma del amor filantrópico consiste en que cuanto mayor es el círculo a que se refiere – la nación, la región, la humanidad- tanto más valioso es el amor. Vemos, por un lado, cómo la cantidad reemplaza a la cualidad y por otro cómo el “amor lejano” viene a reemplazar el “amor al prójimo” que no es otra cosa que el “próximo”.
La filantropía penetra el mundo de las ideas cristianas, y el caso emblemático es el de la Compañía de Jesús (3) que consagró el principio de “amor a los hombres” en vez de los principios de “la propia salvación”. Así la inclinación de los moralistas jesuitas hacia “la flaqueza humana” es una concesión a la filantropía frente a la idea cristiana de amor.
Su instrumento, el ascetismo, se transforma en tortuoso, en represivo. El dualismo del racionalismo cartesiano entre res cogitans y res extensa se mueve como telón de fondo del drama del ascetismo moderno que demonizó el cuerpo. Y así llenó de cruces el mundo diciendo: “Salva tu alma”, como si el alma se pudiera salvar separada del cuerpo. Este angelismo filosófico se extendió incluso a la abstención de los bienes culturales y su goce. Incluso la técnica de San Ignacio de Loyola de sumisión a la autoridad, como extensión de la idea militar de disciplina y de obediencia ciega en donde el general es al ejercito lo que el yo a los pensamientos. No es en terreno cristiano donde nace este ascetismo, sino más bien en terreno del neoplatonismo y del esenismo.
Así como el gran mérito de Nietzsche fue denunciar que la moral de su tiempo se fundaba en la objetividad cuando en realidad era expresión de una voluntad subjetiva. La moral provee la máscara casi para cualquier cara, afirmaba. Es que el resentimiento era el fundamento de esa moral cristiana- burguesa. Pero, al mismo tiempo, el gravísimo error de Nietzsche, y el de toda la corriente neopagana y gnóstica que lo continuó hasta nuestros días, es confundir el genuino amor cristiano con su turbia mueca y deformación moderna.
Coda: El nuevo Papa Benedicto XVI acaba de publicar su primera encíclica Deus charitas est, que toca este tema del amor cristiano, invitamos a leerla desde este núcleo de ideas que hemos planteado.
1.- Kierkegaard, S: Diario Íntimo,(del 2/1 al 7/9/1849) Ed. Santiago Rueda, Bs.As., 1955, p. 273.-
2.- El filósofo alemán tiene dos épocas bien diferenciadas. Una primera, cuando era considerado el “Nietzsche católico” y una segunda, las más publicitada a través de su libro El puesto del hombre en el cosmos en donde desbarranca hacia un panteísmo ético espiritual, pasto de cultivo de los insípidos profesores universitarios de filosofía.
3.- Hubo en Argentina un profesor de latín que se pasó la vida desgañitando contra los jesuitas, pero su crítica sólo barruntó acordes nominales y musicales, pero nunca llegó a las ideas, al fondo del asunto. Fue así que terminó sosteniendo, abrazado por su método sólo a las palabras, que la misa no es misa y que el Papa no es verdadero Papa.
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