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Revisión histórica

ESPÍRITU DEL 2 DE MAYO Y ESPÍRITU DE CÁDIZ

ESPÍRITU DEL 2 DE MAYO Y ESPÍRITU DE CÁDIZ
Ángel David MARTÍN RUBIO

   Una consideración sobre el sentido nacional del 2 de mayo, es decir sobre las aportaciones de dicha fecha a la identidad española previamente existente, puede partir de la siguiente afirmación: la trascendencia de dicho episodio histórico no se limita a lo ocurrido en tal ocasión. El 2 de mayo pudo haber sido una gloriosa pero estéril rebeldía contra el despotismo de Napoleón a no ser porque tuvo como efecto la puesta en marcha de un doble proceso:

   ― Transformación política iniciada mediante la constitución de Juntas, práctica de naturaleza para nada revolucionaria que ha sido comparada con la adoptada en la España del Antiguo Régimen en otros momentos de crisis.

   ― Guerra de la Independencia, cuya importancia a la hora de provocar el colapso del proyecto napoleónico no es necesario encarecer aquí.

   Independencia nacional y legitimidad contrarrevolucionaria
 
   La afirmación propia frente al extranjero, la independencia nacional, con ser elemento constituyente del fenómeno, no reviste el carácter de factor decisivo.  

   Es cierto que una rabiosa rebeldía se apoderó de los madrileños cuando se les puso delante de los ojos de manera dramática que eran los franceses quiénes determinaban la vida política española. «Para ellos, como ha señalado acertadamente Lovett, España era el mejor país del mundo, las españolas las más guapas de las mujeres, su religión la única verdadera, y su monarca el mejor de los reyes. Un pueblo tan profundamente orgulloso y contento consigo mismo, mal podía ser dominado por una nación extranjera» (Alfonso Bullón de Mendoza, en Javier Paredes (coord.), España, siglo XIX, Madrid, Actas, 1991, pág.64).

   Sin embargo, no es menos reseñable que era Francia la que venía determinando durante años la política española sin que ello despertara la menor inquietud en personas como Godoy quien valoraba así su propia política: «España, entre todas las naciones vecinas de Francia, fue la única que durante 15 años consecutivos de sacudidas violentas, mientras los imperios y los reinos, se veían trastornados, conmovidos hasta sus cimientos, mutiladas sus provincias, España, digo fue la única que se mantuvo en píe, conservando sus Príncipes legítimos, su religión, leyes, costumbres, derecho, y la completa posesión de sus vastos dominios en ambos hemisferios» (Manuel Godoy, Memorias del Príncipe de la Paz, Tomo 1, BAE, Madrid, 1956, págs.14-15). Y franceses eran también los Cien mil hijos de San Luis recibidos de manera entusiasta en 1823 para hacer frente a los revolucionarios encaramados en el poder durante el llamado Trieno Liberal.
No estamos, por lo tanto, únicamente ante una guerra contra el francés sino ante una guerra contra la etapa imperial de la Revolución Francesa, al igual que la de 1793-1795 lo había sido contra la etapa jacobina de dicha Revolución.

   El bonapartismo ―que recibe su apelativo del apellido del corso― significa en la historia de cualquier proceso revolucionario la fase de institucionalización y, en ese sentido, las guerras napoleónicas no representan una simple expansión nacionalista sino la difusión a escala europea de los principios jacobinos pasados por el tamiz napoleónico.
   La obra reformadora de las Cortes
 
   En la actuación de las Cortes de Cádiz constatamos:

   - El carácter netamente innovador de sus decisiones, con muy pocas concesiones a la corriente tradicional. 

   Federico Suárez definió a los innovadores como el grupo que pretende adoptar el modelo revolucionario francés, más o menos moderado y más o menos traducido al español, pero del que resultaría necesariamente un régimen ex novo. Son los liberales (cfr. Federico Suárez, La crisis política del Antiguo Régimen en España (1808-1840), Rialp, Madrid, 1988, passim). En su obra de teatro de 1934, Cuando las Cortes de Cádiz, Pemán pone en boca del filósofo Rancio esa convicción de que los diputados liberales estaban afrancesando a esa España por cuya independencia luchaban otros al mismo tiempo:


"Y que aprenda España entera 
de la pobre Piconera, 
cómo van el mismo centro 
royendo de su madera 
los enemigos de dentro, 
cuando se van los de fuera.  
Mientras que el pueblo se engaña 
con ese engaño marcial 
de la guerra y de la hazaña, 
le está royendo la entraña 
una traición criminal... 
¡La Lola murió del mal 
de que está muriendo España!"


   - La perfecta homogeneidad de su programa, impuesto con absoluta consecuencia de principio a fin.
   Este hecho resulta relativamente fácil de comprender. En los comienzos, no consta que existiese ante las primeras medidas una oposición definida dentro de las Cortes, ni es inverosímil suponer que la vaguedad de las fórmulas empleadas no permitiera a muchos calibrar qué camino se llevaba exactamente. Además para los llamados renovadores eran importantes una serie de reformas que coartasen los peligros del despotismo a estilo dieciochesco. Estas circunstancias pueden explicar no sólo la falta de una oposición realista en el seno de las Cortes sino la inexistencia de grupos políticos definidos y la colaboración inicial, hasta bien entrado 1811, de renovadores e innovadores contra los conservadores. Conforme las reformas aprobadas van mostrando su parentesco con las del modelo francés, los renovadores se apartan de la vanguardia, pero no saben unirse para proponer otro camino de reformas.

   En el terreno religioso los liberales se muestran continuadores de la corriente jansenista-regalista y mientras el pueblo combate por la fe y la Constitución proclama la confesionalidad del Estado y la unidad católica (artículo 12: «La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el exercicio de qualquiera otra») los diputados favorecen un ambiente en el que ―al amparo de la libertad de prensa y con lenguaje desvergonzado y pretendidamente chistoso― se desprestigiaba a los clérigos y a la religión desde las publicaciones periódicas.

   Nadie, sin embargo, llegó a superar la fama de Bartolomé J. Gallardo que, a partir de abril de 1812, produjo un formidable escándalo con su Diccionario crítico burlesco lleno de irreverencias volterianas que estaban al borde de la blasfemia. Basta citar, la consideración que le merecen los frailes contra quienes el liberalismo descargará toda su artillería en los años venideros:

"[…] Siempre han sido la peste de la república (V. Capilla.) tanto en los
pasados como en el presente siglo; si bien, por evitar quebraderos de cabeza, nunca se han tenido por del siglo hasta el presente, como ciertas castas de gente que claman y reclaman por la españolía en cuanto á los derechos, sin hablar jamás de obligaciones. Son animales inmundos que, no sé si por estar de ordinario encenagados en vicios, despiden de sí una hedentina ó tufo que tiene un nombre particular, tomado de ellos mismos: llámase fraíluno. Sin embargo, este olor que tan inaguantable nos es á los hombres, diz que á las veces es muy apetecido del otro sexo, especialmente de las beatas, porque hace maravillas contra el mal de madre.
Un doctor conozco yo, hombre de singular talento, que tenía escrita en romance una obra clásica en su línea sobre el instinto, industria, inclinaciones y costumbres de todos los animales buenos y malos del
género frailesco que se crían en nuestro suelo. Si este libro apreciable,
distinto de la Monacología latina, se hubiera publicado años ha en España, podría haber sido de suma utilidad para la religión y buenas costumbres; mas ya cuando salga a luz, si de salir tiene, le considero inútil é impertinente, en no saliendo luego luego; porque al paso que llevan, todas estas castas de alimañas van a perecer, sin que quede piante ni mamante; por la razón sin réplica de que les van quitando el cebo, y todo animal, sea el que fuere, vive de lo que come.
Item: les van también quitando las guaridas, de suerte que se van quedando como gazapos en soto quemado. ¡Animalitos de Dios! es cosa de quebrar corazones el verlos andar arrastrando, soltando la camisa como la culebra, atortolados y sin saber donde abrigarse. -¡Oh tempora!».

   ¿Sorprenderán las matanzas de frailes en la España liberal con una ideología mecida al arrullo de tan dulces conceptos como los vertidos desde el Cádiz de las Cortes?
   Al tiempo, la asamblea gaditana se dedicaba a promover iniciativas como la expulsión del Obispo de Orense D.Pedro Quevedo, la supresión del llamado Voto de Santiago (una contribución pagada por los campesinos de algunas regiones al cabildo compostelano), la abolición de la Inquisición, la reforma de conventos, la desamortización eclesiástica, la expulsión del Nuncio Gravina…

   La reacción doctrinal alcanzará especial relieve en la Pastoral del 12 de diciembre de 1812, una instrucción conjunta para orientación doctrinal de sus respectivos fieles, emitida por seis obispos que −para evitar los desmanes de los ejércitos napoleónicos y las presiones de la legalidad impuesta por José I en los territorios diocesanos sometidos a su jurisdicción− se habían refugiado en Mallorca. El texto lleva como fecha de impresión la de 1813 y sus cuatro capítulos tratan de La Iglesia ultrajada en sus ministros, La Iglesia combatida en su disciplina y su gobierno, La Iglesia atropellada en su inmunidad y La Iglesia atacada en su doctrina. En su análisis de este documento concluye Román Piña que:
«sin lugar a dudas es la primera muestra de un enfrentamiento abierto entre un Parlamento considerado depositario de la soberanía nacional, y un sector importante de la jerarquía eclesiástica del país, que ve en peligro tanto los derechos y prerrogativas de la Iglesia, como la influencia o peso social de los valores religiosos que defiende» (Román Piña Homs, "Parlamentarismo y poder eclesiástico frente a frente: la Instrucción Pastoral conjunta de 12 de diciembre de 1812", en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea. Homenaje a Federico Suárez Verdeguer, Rialp, Madrid, 1991, págs.404-405).

   Algunas conclusiones

   1. El secular conflicto que atraviesa la historia contemporánea española encuentra arraigo en el pasado, precisamente en el momento en que se produce el inicio del ciclo revolucionario en España. Lejos de ser algo coyuntural o resultado de problemas más o menos intrascendentes (como lo hubiera sido una simple querella dinástica), dicho conflicto tiene su origen en las divergencias acerca de la propia esencia  del ser de España.

   2. Desde las Cortes de Cádiz, la incapacidad del liberalismo español para articular un proceso de modernización económica y participación política deja paso a un modelo basado en los propios intereses y no en las reivindicaciones más auténticas de la nación. La tantas veces repetida libertad e igualdad, ausente como en pocos sistemas políticos de la España del siglo XIX y comienzos del XX, apenas hace necesario recurrir a la crítica filosófico-teórica para la demolición polémica del liberalismo español.

   3. La estrecha relación entre ortodoxia política y religiosa, permite afirmar la imposibilidad práctica de perseverar en la segunda cuando no se es consecuente con la primera. Entendemos por “heterodoxia política” la de todos aquellos que de hecho han negado la dimensión teológica en el plano político, la de aquellos que practicando políticamente un criterio puramente mecanicista se niegan a reconocer las exigencias éticas del obrar político, consideran la religión como asunto válido para los actos de significación personal e inválido para los de dimensión social.

   4. En estrecha relación con lo anterior, es significativo el retroceso que el respaldo social hacia las posiciones de ortodoxia política y religiosa ha experimentado, en contraste con su carácter mayoritario en la España del 1808. Sin olvidar deficiencias propias, en ello han sido determinantes los procesos históricos experimentados en este tiempo, con la alternancia de períodos revolucionarios y moderados pero quedando como fruto de todos ellos un balance descristianizador y diluyente de lo español.

   5. La existencia ―aunque todavía minoritaria en 1812― de un episcopado y un clero afrancesado y colaboracionista; la actividad de los regalistas en las Cortes de Cádiz y, más tarde, los torpes intentos de reconciliar al liberalismo con la Iglesia, invitan a recordar la licitud y necesidad de una resistencia en el terreno cultural y político fundamentada religiosamente a pesar de la oposición de algunos eclesiásticos, por muy arriba que éstos se sitúen.

DESDE LAS PÁGINAS DE "LA GACETA" SE INSULTA A LOS VOLUNTARIOS DE LA DIVISIÓN AZUL

DESDE LAS PÁGINAS DE "LA GACETA" SE INSULTA A LOS VOLUNTARIOS DE LA DIVISIÓN AZUL

Francisco TORRES GARCÍA (*)

 

   En su edición del domingo seis de noviembre, el diario del grupo Intereconomía, La Gaceta, que dirige el periodista Carlos Dávila incluía un artículo a toda página dedicado a la División Azul firmado por el profesor José Luis Rodríguez Jiménez, bajo el ya de por sí insultante título de “Ni Azul ni de Voluntarios”. Todo ello después de que La Gaceta, como otros medios, ignorara el reciente Congreso Internacional de Historiadores celebrado en la Universidad San Pablo-CEU, en el que participaron todos los expertos, a excepción de Rodríguez Jiménez, nacionales o extranjeros, que han investigado o están investigando sobre la presencia de los voluntarios españoles en el frente ruso.

    En la inauguración de dicho Congreso el general Agustín Muñoz-Grandes, hijo del primer jefe de la División Azul, afirmó que aun peor que una mentira es una verdad a medias y que, por tanto, es preciso denunciarla y evitar que se extienda. Parece como si Carlos Dávila, director de La Gaceta, le hubiera oído pero no escuchado aprestándose a poner su medio al servicio de esa “verdad a medias” o “mentira con algunas dosis de verdad” que practican autores como Martínez Reverte o Rodríguez Jiménez.

   A nadie que conozca la bibliografía existente sobre la División Azul le pueden sorprender las tesis de Rodríguez Jiménez, autor de un libro de escasa difusión, que ha acabado en los mercadillos de saldo, significativamente titulado “De héroes e indeseables. La División Azul”. Texto lleno de errores, prejuicios, desenfoques, desconocimiento y manipulación de las fuentes que más debiera causarle sonrojo que orgullo pero que, a buen seguro, le permitió escalar posiciones académicas.

    ¿Por qué La Gaceta, diario que blasona de representar a quienes se sienten “orgullosos de ser de derechas”, según reza la propaganda de Intereconomía, encargó un artículo sobre la División Azul a un escritor cuyas tesis mejor cuadrarían en las páginas de Público? ¿Por qué La Gaceta, diario “orgulloso de ser de derechas”, ha cedido sus páginas para difundir las tesis de la izquierda y vituperar de paso a miles de españoles? No lo sé, pero me consta que más de un divisionario o un familiar de los mismos sintió ganas de vomitar cuando leyó el artículo de La Gaceta. Periódico que, a buen seguro, alguno ha dejado de comprar.

 

   Para el artículo publicado en La Gaceta, la División Azul no estuvo compuesta por falangistas/derechistas voluntarios; alguno hubo –nos ilustra- pero fueron una minoría. Por el contrario, lo que sí abundó, según tan docta opinión, fueron los jóvenes de clase baja (¿de dónde ha sacado este dato el articulista?¿qué estudio socioeconómico ha realizado para establecer tal aserto?) obligados a ir por el Ejército, reclutados a la fuerza en los cuarteles, desafectos al régimen, hijos de fusilados o de prisioneros republicanos recién liberados… Eso sí, José Luis Rodríguez Jiménez ha tenido cuidado a la hora de no reproducir su tesis de que los mandos militares fueron a Rusia por ambición, para ganar ascensos y pasta, no fuera a ser que por eso no pasara La Gaceta. Y, sólo veladamente, nos ha dicho que los voluntarios fueron a Rusia para ganar dinero. Con ello pretende ocultar algo fundamental: la existencia, en aquellos años, de una poderosa y fuerte ideología anticomunista que consideraba al comunismo como el enemigo natural de la civilización occidental y cristiana, como un régimen antihumano que era preciso eliminar. Y es que para la mentalidad progresista no es admisible que existieran jóvenes que voluntariamente quisieran ir a luchar y morir para poner punto final al comunismo. Precisamente eso es lo que molesta de la División Azul.

   El artículo de José Luis Rodríguez Jiménez, que es preciso contestar y denunciar, está lleno de verdades a medias. Esas “verdades” que acaban falsificando y manipulando la historia. Pongámoslas en evidencia y juzgue el lector el grado de colaboración de La Gaceta en esa falsificación y en el menosprecio o el desprecio que sobre la División transmite el autor en las páginas de dicha publicación:

 

a) Comienza el articulista menospreciando o despreciando a la unidad militar española, cuando por el volumen de efectivos que poseía y por su propia estructura se aproximaba más a un Cuerpo de Ejército que a una División, tal y como ha demostrado con profundidad y documentación el profesor Carlos Caballero.

 

 b) Nos dice a continuación, extendiendo la insidia del menosprecio, que la División no participó en “ninguna de las rupturas del frente” siendo utilizada por “el mando alemán en pequeñas escaramuzas ofensivas”, y “sobre todo en la defensa de un frente estacionario”, entre 1941 y 1942.  Lo único que revela tamaña interpretación es lo ayuno que está Rodríguez Jiménez en lo referente al análisis militar de las operaciones en los sectores de los frentes de Leningrado y el Voljov. No conoce la historiografía soviética donde esas “escaramuzas ofensivas” se convierten en la “ofensiva/batalla Tikhvin-Volkhov”, que se saldó con la derrota alemana y que salvó a Leningrado de caer en diciembre de 1941, por que lo mínimo que se puede pedir a un “historiador” es  que conozca en líneas generales la consideración que los soviéticos dan a estas operaciones en su oficial historia de la Gran Guerra Patria. En esas operaciones la División Azul fue una de las puntas de lanza de la ofensiva general del Grupo de Ejércitos en que se encontraba integrada. Siete días después de llegar al frente, la unidad española ya participaba en esta gran operación. Es evidente que Rodríguez Jiménez desconoce también lo que en realidad fue la continuada batalla que se libró en torno a la ciudad entre 1941 y 1943 y no ha leído las obras del máximo experto en esos combates, David M. Glantz. Lo que desde aquí le recomiendo que haga.

 

 c) No contento con el desprecio o el menosprecio nos precisa que la División Azul se dedicó en el frente de Novgorod a buscar y capturar guerrilleros rusos.  No cabe mayor insulto a la sangre derramada, al heroísmo de los españoles. Precisemos: tras la derrota alemana en Tikhvin los soviéticos tenían como objetivo recuperar Novgorod, la ciudad defendida por los españoles, lo que se encargó al 52º Ejército soviético. Muñoz Grandes se comprometió a defender sus posiciones hasta la muerte y demostró que estaba dispuesto a realizarlo. El tanteo realizado por los soviéticos sobre las posiciones españoles se saldó con un fracaso para el Ejército Rojo por lo que el asalto no se produciría directamente sobre la División Azul sino en sus flancos. La División Española, pese a sus bajas, era un 30% más potente que cualquier unidad alemana. Los españoles cedieron fuerzas, una y otra vez, a las unidades germanas próximas o acudieron en socorro de las mismas solventando situaciones tácticamente graves. Ni era, como con ignorancia afirma Rodríguez Jiménez, un frente estático ni los españoles se dedicaban a cazar partisanos.

El intento soviético se saldaría también con una derrota. La penetración del Ejército Rojo, iniciada a mediados de enero de 1942 chocará con la resistencia española en Kretschewizy (un regimiento español frena a la 125ª División de fusileros) y después los españoles acuden en socorro de los alemanes en Mal Samoschje; por esta acción el II Batallón del 269º Regimiento español obtendrá la Medalla Militar Colectiva (el profesor Rodríguez Jiménez y La Gaceta deben repasar lo que eso significa). Los españoles, al norte de sus líneas, van a participar en lo que se conoce como “la bolsa del Voljov” que permitirá el aniquilamiento de 9 Divisiones de Infantería, 6 Brigadas de Infantería y parte de una Brigada blindada, con pérdidas de unos cien mil hombres para los soviéticos. Probablemente una “operación sin importancia” para el autor del artículo.

 

d) Concluye Rodríguez Jiménez su síntesis bélica, que tiene como objetivo mostrar la irrelevancia militar de a División Azul, diciéndonos que después de “cazar partisanos”, la mandaron a uno de los sectores del asedio de Leningrado. Se olvida otra vez de contarnos que se envió a la División a un punto clave de ese frente; con la misión de ser punta de ruptura en el asalto final a la ciudad diseñado por von Manstein. Sector clave también para los soviéticos que lo considerarán punto de ruptura de su ofensiva. Ofensiva a la que se enfrentarán los españoles en Krasny Bor. Pero esto no cuadra en las tesis de Rodríguez Jiménez y por eso lo oculta.

 

e) Nos dice Rodríguez Jiménez que la División no fue azul -con mala y confusa redacción por cierto- porque, entendemos al leer, sólo una cuarta parte de los efectivos tenían un “ideario fascista”. ¿Cómo llega a tan curiosa conclusión? Dejemos a un lado que, en su libro, madre del artículo, Rodríguez Jiménez no nos explica de dónde saca tan curioso dato y cómo ha medido la identidad ideológica de los voluntarios. Ningún estudio global -imposible hacerlo de 45.000 voluntarios- ni local –a excepción del que yo mismo he realizado- ha entrado en tan fundamental cuestión. Vayamos a la documentación. Lo único que el profesor Rodríguez Jiménez sabe es que las Jefaturas de la Falange facilitaron un total de 23.442 hombres. Aplicando la matemática elemental no son el 25% sino, en realidad, algo más del 58% del total, porque tenemos que descontar a los jefes, oficiales y la mayoría de los suboficiales, pero no es necesario recordar que muchos de ellos también eran falangistas. Cierto es que no todos podían ser falangistas o derechistas, pero sí en volúmenes que podrían situarse, como mínimo, entre un 80% y un 90%. Ahora bien, si a ello sumamos a los excombatientes del Ejército Nacional o a los posteriores afiliados a la Hermandad de la División Azul podríamos situarnos en cifras superiores al 95%. Pero es que, además, en los cuarteles, haciendo la mili, también estaban miles de falangistas/derechistas que se alistaron para ir a Rusia por efecto del mismo impulso que hizo alistarse a los que estaban fuera de los cuarteles. Estos datos parciales, no los generales, salen del estudio de una muestra de más de mil divisionarios, los del profesor Rodríguez Jiménez de la especulación. Es más, lo que nos dicen los expedientes de los divisionarios es que muchos de los que no encontraron plaza en 1941 se fueron desde un cuartel militar al incorporarse al servicio militar los reemplazos de 1942 y 1943.

 

f) Nos dice el profesor Rodríguez Jiménez, sin aportar en su estudio más documentación que la anécdota,  que al faltar los voluntarios, el Ejército presionó a los cuarteles para que forzaran a la tropa a ir. Sin embargo, lo que nos dice la documentación militar de la Comandancia General de Baleares y de la Capitanía General de Sevilla es que las unidades remitían, sin mayor problema, los partes diciendo “no hay voluntarios para la División”. Lo que revela el estudio, que Rodríguez Jiménez no ha realizado, de los Batallones de Marcha (compuestos por los voluntarios que partieron hacia el frente entre 1942 y 1943), es que la composición es muy diversa y que no se puede afirmar que la Milicia dejara de aportar hombres, porque lo hizo de forma similar o superior al Ejército en muchos de los Batallones, incluyendo los últimos. Lo que también nos dice ese estudio es que en la inmensa mayoría de las unidades militares, en los cuarteles, se trata de alistamientos individualizados o de muy pocos voluntarios que desmienten las fábulas de compañías enteras enviadas a Rusia o de procedimientos como elegir a uno de cada tres o cinco de formación. Tesis que La Gaceta avala porque ha entresacado y destacado del texto la frase: “las plazas no cubiertas por voluntarios las ocupaban soldados elegidos a dedo”. Lo que el profesor Rodríguez Jiménez ignora es que los cupos dejaron de existir a partir de marzo-abril de 1942. Lo que el profesor Rodríguez Jiménez ignora, porque no ha revisado la documentación, es que en fechas tan tardías como marzo de 1943 (la División se retiró en octubre de ese año) muchas de las Jefaturas de la Milicia falangista rechazaban a aquellos voluntarios que no ofrecían suficientes garantías, pero lógicamente, no en todos los casos, dada el escaso lapso de tiempo que tenían podían comprobar la idoneidad de todos los voluntarios.

 

g) Ni en su estudio ni en su artículo el profesor Rodríguez Jiménez documenta, más allá de la anécdota, la existencia de esos obligados sacados de las cárceles, recién liberados de las prisiones, hijos de fusilados, etcétera que él pretende convertir en tipología del voluntario. Sin base documental sus deducciones son pura especulación: “como en 1943 se liberó a muchos presos pues se alistaron a la División”, nos viene a decir. ¿Dónde están los listados? ¿Dónde está el estudio en el que se basa esa afirmación? Porque Rodríguez Jiménez y quien esto suscribe hemos manejado, teóricamente, la misma documentación.

 

h) El articulista, como tantos otros autores, lo que hace es proyectar sus prejuicios y evaluar a los voluntarios según su código. Así, por ejemplo, en su libro insiste en la aparente condena moral por la existencia de casos de enfermedades venéreas (tener este tipo de enfermedad hacía a un voluntario “indeseable” para la misma). Y vuelve a manejar la condena moral esgrimiendo unas listas sobre indeseables que confunde y sobredimensiona porque el que suscribe se ha tomado la molestia de revisarlas y sus conclusiones distan de las de Rodríguez Jiménez. Precisemos y expliquemos, que es lo que no hace Rodríguez Jiménez: el término “indeseable”, militarmente hablando, es la constatación de que un soldado no tiene las condiciones idóneas para cumplir con la misión encomendada a la unidad. Así se podía, de hecho lo era, ser válido para estar en la Legión y no para estar en la División Azul. Precisemos: la División Azul estableció, sorprendentemente, “el derecho de admisión” y devolvió a todos aquellos voluntarios que no consideraba idóneos. Y en ese grupo, los que Rodríguez Jiménez denomina “desafectos” eran una minoría muy minoritaria, una individualidad y no una generalidad.

 

i) Yo he revisado la misma documentación que el profesor Rodríguez Jiménez y ni su número es correcto ni su interpretación es exacta. Cualquiera que ojee, sin profundizar mucho, la documentación observará, por ejemplo, que para ser “indeseable” bastaba con que alguien escuchara a un voluntario que se tira días y días hacinado en un tren para llegar hasta el campamento base en Alemania protestar; o, simplemente, que alguien pusiera en duda, en 1943, la posible victoria alemana, por no hablar de aquellos que fueron rechazados o devueltos por tener malas referencias morales (un caso se refiere por ejemplo a que convivía con una mujer sin estar casado) o los que en el informe se anota como nota desfavorable que blasfema o que bebe. Y es que los mandos de la División eran muy exquisitos a la hora de admitir voluntarios. Pero vayamos a la intrahistoria ilustrando al lector, y al profesor Rodríguez Jiménez, con algunos casos:

 - César, un “vago incorregible” de la División originaria. Nos vamos a su expediente y nos encontramos con un joven falangista, que en “zona roja” es movilizado y tiene que ir al Ejército Republicano, que en cuanto puede se pasa a las filas nacionales, que hace toda la guerra, que gana numerosas condecoraciones, entre ella la Medalla de Sufrimientos por la Patria. Un “indeseable” para Rodríguez Jiménez.

-Jesús, Guardia de Asalto en la zona republicana, alistado en un cuartel en octubre de 1943, cuando la División prácticamente iba a ser retirada. Aparentemente uno de los “republicanos” alistados a la fuerza según Rodríguez Jiménez. En realidad Vieja Guardia de la Falange.

-Ginés, un agricultor, afiliado a la UGT, voluntario durante la guerra civil en las milicias socialistas que se fue voluntario al frente tras desempeñar funciones de retaguardia y que -¡sorpresa!- se pasa a las filas del Ejército Nacional y gana la Cruz Roja, la Cruz de Guerra y una herida en el ojo izquierdo de consideración. En febrero de 1942, con sus medallas y heridas como recomendación, dejando mujer e hijo de corta edad en España, se alistó en la División Azul.

-Juan, un joven, con antecedentes de estafa y, probablemente, estraperlo (ganar dinero en el mercado negro) se alista. Está claro que es un “indeseable” según Rodríguez Jiménez. He aquí que cuando escarbamos nos encontramos a un falangista hermano de un Vieja Guardia que dejará su vida peleando heroicamente en Rusia.

 

   Alguien debería recordar que, luchando en la División Azul, cinco mil españoles dejaron su vida en los campos de Rusia. Españoles que, según Rodríguez Jiménez en su artículo en La Gaceta, ni existieron, porque en realidad estuvieron de vacaciones en un “frente estático” dedicados a perseguir partisanos y participar en escaramuzas. ¿Y por qué no existen en el artículo? ¿Por qué el menosprecio a su actuación como fuerza de combate? Por una razón elemental, porque una unidad como la española, que realizó hazañas increíbles, entre ellas una de las más bellas y heroicas de las II Guerra Mundial; que se desangró en el Voljov, en la Intermedia, en Sinyavino y en Krasny Bor; que combatió en condiciones durísimas y que tuvo un número inexplicablemente bajísimo de desertores; que según los datos de su sección jurídica fue altamente disciplinada, difícilmente hubiera alcanzado el prestigio y la gloria militar que se deriva de sus condecoraciones sin tener una alta moral de combate. Moral que no hubiera tenido jamás una unidad compuesta, como nos quiere transmitir Rodríguez Jiménez con la bendición de Carlos Dávila, por indeseables, voluntarios forzados y mercenarios.

 

 

(*) Francisco Torres García es Catedrático de Instituto, profesor de Geografía-Historia, autor de "La División Azul. 50 años después", y en colaboración con Ángel Salamanca la obra "Esclavos de Stalin. El último combate de la División Azul". En breve aparecerá su obra "Las Lágrimas Azules. El frente y la retaguardia de la División Azul". 

NUNQUAM TACEBO (Jamás callaré)

NUNQUAM TACEBO (Jamás callaré)

Consuelo MARTÍNEZ-SICLUNA

 

   Pocas insidias quedaban ya por inventar y pocas falacias nos quedaban por ver, pero confieso que incluso ésta me ha llegado a sorprender por la abyección que supone. Estas frases introductorias tratan de prevenir acerca de la penúltima, recalco lo de penúltima, de las atrocidades a escuchar y rebatir, que ha sido la de considerar que a propósito de la Ley de Adopción de 1941, el “régimen franquista”, se dedicaba a secuestrar niños de familias “rojas” para dárselos a familias de nacionales. Un medio como la BBC inglesa otorga alguna credibilidad a la atrocidad y a través de quien es el productor de un documental que pretende ser riguroso con la historia, David Boardman, se pone en contacto con la Fundación Nacional Francisco Franco a la que envía un cuestionario con una serie de preguntas para grabar una entrevista. La Fundación a la que me honro en pertenecer, me designa para responder, y como no hay que retroceder ni para coger impulso, me dispongo a ello.
   Podremos comprender que entre el cuestionario inicial y el real no existe ninguna coincidencia, que de los 45 minutos de grabación que duró la entrevista que se me hizo, mucho me temo, quedarán reducidos, en aras del planteamiento y de la conclusión a la que el programa ya había decidido previamente llegar, a unos 5 minutos, alternados con supuestos testimonios de niños, ya mayorcitos, arrancados de familias rojas “estables”, que se diría hoy, para entregarlos a la canalla fascista representada por ese dictador aborrecible llamado Franco.
Transcribo a continuación el cuestionario inicialmente mandado:

   “-  Al fin de la guerra civil, como era la situación en España.

    1.    Qué ocurriría en España si el ejército de Franco hubiera perdido la guerra.

    2.    Por qué piensa Vd. que el General Franco aprobó la Ley de Adopciones de 1941. Esta Ley hizo posible que los certificados de nacimiento pudieran llevar los nombres de los padres adoptivos como si fuesen los padres biológicos. Por qué han sido tantas las críticas al General Franco en los últimos años por esta Ley de Adopciones.

    3.    Cree Vd. que los niños de presas republicanas fueron dados en adopción a los que apoyaron al General Franco al fin de la guerra civil y que estas prácticas continuaron como una costumbre durante los años después de la guerra.

    4.    Hace 36 años que el General Franco murió. Hace más de 70 años que se ha acabado la guerra civil, y por qué todavía hay tantos debates sobre la época del General Franco.”

 

   De las preguntas enviadas se deduce ya cuál iba ser el tono a seguir a lo largo del programa: subjetividad o parcialidad son palabras que se quedan escasas y que, con ese corto y pega de la televisión, reducirán mi intervención a lo estrictamente necesario para decir que se cuenta con una opinión diversa. Por ello, relato en primera persona la grabación, con el simple intento de defender, en aras de la verdad, la memoria de Franco. Como decía una vieja canción, malos tiempos para la lírica, pero tal vez buenos tiempos para un combate que no puede cesar, que es combate por España.

   Para empezar, le señalo a la periodista inglesa que me hace la entrevista, ante la utilización de esas expresiones por su parte, que rechazo profundamente la denominación de “régimen de Franco” o de “régimen franquista”, porque no se trata de una situación política que emana de la voluntad de Francisco Franco, sino de un régimen que caracteriza a la España que va de 1939 a 1975, donde hay hombres y mujeres que sacaron nuestra patria adelante: singularizar en Franco tal régimen implica atribuirle toda la responsabilidad, como una actuación dictatorial,  en lo bueno y en lo malo, y parece que ahora sólo en lo malo y supone sencillamente desconocer la Historia.
   Por otra parte, la situación en España después de una guerra civil era de desolación, devastación, lo normal en una guerra fratricida, pero al tiempo con ganas de levantar a la nación. Y la República española no había sido precisamente Camelot, porque desde febrero del 36 no existía de hecho República, sino un Frente Popular que se había autoproclamado vencedor en unas elecciones cuyos resultados no fueron escrutados en su totalidad. Contemplo que esto no le interesa en absoluto y le recalco que no se pueden sacar los hechos del contexto histórico en el que se producen y la guerra civil es consecuencia de la deriva de la II República.
   Vayamos al tema me dice. ¿Por qué se promulga la Ley de Adopción de 1941? Respondo que en cuanto a las adopciones, hay que entender que el régimen de ese período de tiempo se articula sobre dos bases, que son la legalidad y la acción social, y sólo así puede entenderse la Ley de Adopción de 1941, que trata de solventar, después de una guerra civil, el problema de la orfandad y de la protección de los menores abandonados, recalco, en las Casas de Beneficencia. Hay que analizar con detenimiento la Ley para ver que estamos ante una figura jurídica que trata de cubrir una situación complicada y difícil: después de la guerra, los huérfanos, en vez de quedar recluidos en centros asistenciales, práctica habitual hasta ese momento, debían gozar de una integración en un entorno familiar, como se señala en la Exposición de Motivos de la Ley. Por lo tanto, no es un secuestro de menores sacados de un ambiente familiar, lo que sería reprobable, sino que se trata de la existencia de huérfanos como consecuencia de una guerra civil, a los que se trata de dotar de protección jurídica y social. La Ley además acuerda la intervención, en el proceso de adopción, de la Administración de la Casa de Beneficencia y que el proceso se inste ante el Juez de instrucción competente y con intervención del Ministerio Fiscal. Es decir, la máxima garantía jurídica para el adoptando, que además si era mayor de 14 años podía ser oído en el expediente. El Juez, en todo caso vigilaría por el cumplimiento de los requisitos de conducta exigidos a los adoptantes, de forma que el proceso de adopción podía ser revocado.  Desde el punto de vista del Derecho, ni una pega, ni una objeción.

   Dejando al margen las consideraciones jurídicas, que pueden cansar a los televidentes, a nadie se le escapa la importancia de la intervención del juez: no es una situación fáctica, donde se arrebatan niños y se dan a otras familias, es un proceso legal en interés del menor, que es el interés que se sigue protegiendo en cualquier proceso similar en la actualidad. Legalidad y acción social, que son las pautas del régimen que va de los años 40 a los 70. ¿Que por qué se le daban los apellidos de la familia del adoptante? Porque esto es lo habitual en cualquier proceso de adopción, no en otras figuras jurídicas similares, proceso en el cual no se conserva el apellido de la familia o madre biológica y en esos momentos estamos hablando pura y llanamente de orfandad como consecuencia de una guerra civil devastadora.

   Más preguntas de la periodista: ¿pero el juez que decidía era franquista? No más que el obrero o el médico, que vivían en esa  época,  o que el padre del actual Fiscal General del Estado, Conde-Pumpido, éste un poco más porque era magistrado del Tribunal de Orden Público o el padre de la anterior Vicepresidenta del Gobierno, que fue condecorado por el régimen. Se trataba de hombres y mujeres que trabajaban por sacar España adelante y vivir mirando al futuro, lo cual no me parece mal, porque ahora no hay trabajo y tampoco hay futuro al que mirar. Por otro lado me permito sugerirle otra investigación: el destino y la suerte que siguieron los niños enviados por el Gobierno de la República a la URSS en la guerra civil. Silencio.

   ¿Cómo se podría definir el régimen de Franco: fascista, militar, totalitario? Si se refiere a la situación de España en esos años, no al régimen de Franco, sino de todos los españoles, entonces ni era fascista, porque hubiera caído con la caída de los “fascismos”, en el sentido amplio del término, o hubiera sido depuesto tras la conferencia de Yalta, mientras que España mantuvo relaciones con los más importantes mandatarios de la época: aquí vino un Presidente de los EEUU, se entró en la ONU, etc. No era un régimen militar, porque la intervención de los militares en los Consejos de Ministros fue exigua en relación a la importancia del elemento civil. Totalitario, tampoco. Entonces autoritario, me insinúa. Me acuerdo de Luis Suárez y, en homenaje a él, digo autoritario, en cuanto a que había y se ejercía una autoridad amparada por el Derecho.
   Pero tuvo la ayuda de los fascismos en la guerra civil. Sí, como la tuvo la España roja, no republicana, porque éste de “rojo” era el término acuñado por el otro bando y porque además la República había muerto a instancias del Frente Popular que se había alzado con el poder. El bando rojo tuvo la ayuda importante de la URSS y de las Brigadas Internacionales. Por cierto, hay una pregunta que venía en el cuestionario previo y que todavía no me ha hecho y tengo muchas ganas de contestarle y sin más me hago yo misma la pregunta: ¿Qué hubiera pasado si Franco pierde la guerra y la gana el otro bando? Que España hubiera sido una país satélite de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y dado el entreguismo de Roosevelt a Stalin en Yalta, que Churchill advirtió claramente, Europa hubiera estado cogida en una pinza, desde el Norte hasta el Sur.

   Siguiente asalto: pero España participó en la Segunda Guerra Mundial al lado de Hitler. Sí, con una división de voluntarios que España no podía negar a quien entonces era el vencedor de Europa y al que Franco tuvo la habilidad de llevar a su propio terreno: no se podía negar una cierta ayuda a quien antes había ayudado, pero además un “No” tajante podía haber implicado el avance de las tropas alemanas desde Francia hasta Gibraltar.

   Como estas cuestiones nos apartan de lo que verdaderamente les interesa, volvemos al secuestro y a la reeducación de menores, y a las presas rojas que tenían a sus hijos con ellas en los centros penitenciarios. Reeducación es lo normal cuando se gana una guerra, porque creo que la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial no ha dejado de reeducar hasta hoy – la historia la escriben los vencedores- y me parece que el sistema actual también educa, incluso con la oposición de los padres. En cuanto a si las presas tenían a sus hijos con ellas en los centros penitenciarios, también se contempla ahora en la Ley de Vigilancia Penitenciaria y eso como una medida en beneficio del penado y de su familia. Y se educaba en los principios del régimen. Pues sí, porque el régimen era nacional y se educaba en los principios de la nación. Me faltó decir, y qué más.
  

   Pero habría que juzgar los delitos del régimen, me dice, porque la Ley de Amnistía, y el sistema actual, y la transición que se hizo mal porque no se juzgó a los franquistas, bla, bla, bla. Contesto: Vd. quizá no sepa que el sistema actual pretendía ser legítimo, en su inicio, obteniendo su legitimidad de las Cortes diseñadas en la situación política anterior –aunque conculcada a través de la vulneración de la Ley de Reforma Política- y que lógicamente todo el sistema, desde el Jefe del Estado, hasta la transición proviene de ahí: que todos, incluso los que habían participado en el “Contubernio de Múnich” decidieron cuál había de ser el camino de la transición y pensaron que el mejor camino consistía en la utilización del órgano de representación de las Cortes. Pero, me dice, Garzón cree... Respuesta: Garzón en la actualidad está separado de la judicatura, con un proceso abierto, y no me sirve como modelo.

  

   Estas preguntas repetidas varias veces. Porque en suma se trata de juzgar a los “franquistas” por el hecho de serlo. Y nuevamente, los niños robados., etc. Por tres veces la corto para decirle: yo estoy hablando de leyes y de instituciones jurídicas, no de ficciones, y no voy a decir otra cosa diferente de la que sostengo, que el régimen actuaba desde la legalidad y no desde situaciones delictivas, como pudiera ser un secuestro, que no se daban, ni me va convencer de otro punto de vista, porque si no va a resultar que me está tratando de “reeducar”. Y ¿en los años 60, 70? ¿Presos republicanos en esos años? Y polémica sobre la cuestión, ninguna. Las invenciones son de ahora.

 

    Me señala que hay numerosos testimonios de arrebatados de su familia y entregados a otras y que los intercalarán en la grabación. Perfecto, pero no tengo por qué dar credibilidad si no se me aportan datos y documentos en los que la autoridad intervenía en el sentido que se pretende afirmar. Yo sólo me limito a señalar que el régimen no actuaba desde situaciones de hecho, sino desde la legalidad y ésta dirigida a una acción social que no había existido en la historia de España hasta entonces.
  

   Algunos dicen que el Partido Popular viene del franquismo, me señala. Yo no debería responder por el Partido Popular, puesto que no pertenezco a ningún partido, pero le diré que el Partido Popular no existía en el régimen anterior al 75.

   ¿Está de acuerdo en que salga a la luz la verdad? Totalmente de acuerdo. Pero la verdad no es patrimonio de unos, ni se puede reescribir lo que ya está escrito.

 

   Hasta aquí la entrevista, contada en resumen, y ruego disculpen el uso de la primera persona. Hasta aquí la necesidad de una defensa que no es sólo la de Franco, sino la de una España que no ha muerto y que no nos limitamos a mirar con nostalgia, sino con orgullo y con una mirada legítima al horizonte. Sólo una frase final: mientras sea posible, e incluso más allá, hasta donde lleguemos y hasta donde podamos, hay que hacer de nuestra vida un lema de acción permanente, el dictum romano: “Nunquam Tacebo”, “Jamás Callaré”, porque  ante la insidia, ante el odio y la mentira, el silencio es un acto más de felonía y de sumisión.

LA DEFINICIÓN DEL RÉGIMEN DE FRANCO: POLÉMICA, DEBATE, TRASFONDO Y REALIDAD.

LA DEFINICIÓN DEL RÉGIMEN DE FRANCO: POLÉMICA, DEBATE, TRASFONDO Y REALIDAD.

Francisco TORRES GARCÍA

 

   No parece que cese, transcurrida una semana desde que se desatara, desde medios de izquierda autodefinidos como antifranquistas, que, en muchos casos, hacen del antifranquismo retrospectivo un elemento esencial de su corpus ideológico, un interesado e interesante debate sobre la definición del régimen de Francisco Franco iniciado a raíz de la noticia de que, el prestigioso historiador, Luís Suárez Fernández, en la entrada biográfica de Francisco Franco en el Diccionario Biográfico Español, obra de la Real Academia de la Historia, defina dicho sistema como régimen autoritario y no totalitario, en vez de recurrir al usual calificativo de dictadura.

 

   El profesor Suárez Fernández, como ha explicado reiteradamente en estos días, ha utilizado una definición científica para rotular un régimen político que calificado como dictadura, desde un punto de vista meramente conceptual y sin mayor definición, hubiera reflejado, a la larga y no coyunturalmente, una pobreza intelectual que no estaría acorde ni con la pretensión de la obra, ni con el prestigio del autor, ni con la naturaleza de la institución que la ha impulsado.

 

   La izquierda antifranquista, tanto política como mediática, que también ha hecho de la mal llamada “memoria histórica”, que en muchos de sus aspectos es una simple falsificación histórica cuyo objetivo es, siguiendo las pautas del irracionalismo, dotar de un universo mitológico atractivo a una izquierda que ha perdido sus mitos, como no podía ser de otro modo, se ha movilizado para pedir, por más justificaciones que se busquen, la aplicación de la censura y la retirada de ésta y otras biografías que, simplemente no cuadran con su universo mitológico. A ello se han sumado quienes, por cobardía moral ante la posibilidad cierta de que también les acusaran por ello de antifranquismo, no han tenido el valor de salir en defensa de la libertad. De ahí la errática toma de postura de algunos medios de comunicación adscritos al centro-derecha, simbolizados en el contenidos de los editoriales y artículos de opinión del diario EL MUNDO que, en uno de sus editoriales ha acabado abogando, disfrazándolo de rectificación, por la aplicación de la censura.

 

   Arquetípico de la posición intermedia en el debate es el largo artículo publicado en la Tribuna del diario EL MUNDO por el catedrático de Derecho Constitucional y presidente del Consejo Editorial de dicho diario, Jorge de Esteban. Mal empieza y mal acaba cuando, como casi todos, desacredita la idoneidad del catedrático Luís Suárez Fernández acusándole de subjetividad y cierra, como argumento de su defensa de la calificación de dictadura, recordando, como aval la represión contra la oposición ejemplificada en que se “decretaron varias penas de muerte poco ante de morir Franco”. Digo mal acaba, porque este recurso, por otra parte muy habitual, es una distorsión de la realidad utilizada por su efectismo. Se refiere el catedrático de Derecho Constitucional a las sentencias ejecutadas de varios terroristas no por oponerse a Franco sino por cometer actos de terrorismo, que hoy parece que se entienden, por algunos, como justificables.

 

   Afirma Jorge de Esteban que, dada la proximidad del personaje, como sucede en otros casos en el Diccionario, la objetividad es difícil y que debiera haberse buscado, especialmente en este caso, otro autor ya que el profesor Suárez Fernández está descalificado, pese a su obra, por su “simpatía hacia el personaje al que conoció personalmente y al que le unen demasiados vínculos afectivos”. Es posible que tenga razón, pero la misma razón en sentido contrario podría esgrimirse para vetar al 99% de los historiadores que muestran un indisimulado antifranquismo que en sentido inverso, debido a la antipatía que les suscita el personaje, se dejan llevar por la animosidad.

 

   Dejando a un lado las disquisiciones sobre la idoneidad del autor y del problema subjetividad que él mismo plantea en la mitad de su artículo, entremos, como él hace, en el debate sobre el calificativo. Afirma que la definición de “régimen autoritario, pero no totalitario, no se acomoda con la realidad de los hechos”, siendo partidario de utilizar el término dictadura; es más, que el régimen de Franco “es un ejemplo paradigmático de dictadura” y para ello se vale de una explicación desenfocada -entiendo que un tanto superficial por razón de espacio- de la evolución institucional del régimen a través de la revisión de las denominadas Leyes Fundamentales, lo que vendría a ser la Constitución abierta del régimen franquista. Análisis ponderado que se quiebra para convertirse en especulativo al final de su artículo.

 

   En mi modesta opinión, el profesor Jorge de Esteban lo que ha hecho es una suerte de florilegio tratando de dar entidad a lo que no pasa de ser la visión simplista y de manual sintético de Franco y su régimen: una dictadura con una serie de leyes sin otro valor ni entidad que su mera existencia; leyes inaplicadas destinadas a dar un barniz propagandístico y una aparente legitimidad institucional a lo que no era más que la cubierta del deseo y la ambición del general Franco de mantenerse y ejercer el poder. Visión simplista a la que, evidentemente, la definición que mejor cuadra es la de dictadura personalista. No siendo, en ningún caso, posible definirlo como régimen autoritario o totalitario.

 

   Recordemos, porque a veces se olvida con suma facilidad, que estamos ante un debate científico o que, al menos, debería haberse sostenido dentro de esos márgenes, que se ha transformado, por impulso de la izquierda política y mediática, en debate ideológico y político. A veces se olvida que para la inmensa mayoría de los ciudadanos dictadura y autoritario vienen a ser lo mismo; y aunque el término totalitario es menos usual, una rápida encuesta probablemente nos dijese que en la práctica es una voz sinónima. ¿Por qué entonces sacar el debate del área de lo científico como se está haciendo?

 

   Creo que porque a todos conviene. No es que, como se ha dicho y escrito, la utilización de la definición del régimen de Franco como autoritario y no totalitario le haga mejor o peor, ni que con ello se buque blanquear la figura de Francisco Franco, como interpretaba, también en el diario EL MUNDO, que en su haber debe incluirse el facilitar a los lectores el acceso a todas las opiniones, el dibujante Ricardo; es, sencillamente que con el término dictadura se busca ocultar o aminorar la importancia de dos realidades fundamentales: primera, que el régimen de Franco contó con un importante y amplio apoyo social y popular, entre otras razones porque era producto de una rebelión que, más allá del golpe fracasado, fue cívico-militar; segunda, que el régimen de Franco es la resultante de una coalición político-social que equivale a lo que sería en la actualidad el centro-derecha español, con participación entusiasta de lo que se conocen como “los catalanes de Franco” y los aún no estudiados “vascos de Franco”. Realidades que hoy, naturalmente, conviene proscribir porque configuran una realidad muy distante a la imagen simplista de dictadura personalista y opresiva que se quiere transmitir.

   Volvamos al artículo del profesor Jorge de Esteban. Decir que el régimen de Franco fue una dictadura, aferrándose al término sólo y en razón de la carga negativa y pervertidora de la realidad antes apuntada, es decir muy poco. Argumentar la validez del término en función de un análisis desenfocado de las Leyes Fundamentales, indicando que en realidad la “auténtica Norma Fundamental fueron las leyes de 1938 y 1939”, que fundaron una dictadura, es contemplar sólo una parte de la realidad.

 

   Nadie niega que el régimen del general Francisco Franco comenzara siendo una dictadura personal. No podía ser de otro modo. Los generales sublevados, en función de las circulares del general Mola, tenían previsto instaurar una “dictadura militar” que entraría dentro de los parámetros de lo que sería -forzando la interpretación- una dictadura comisoria por mandato autoasumido (la dictadura del general Primo de Rivera es una dictadura de este tipo). Por fuerza, como el profesor Jorge de Esteban no ignora, una situación revolucionaria que derriba o carece de aparato jurídico-institucional deriva siempre en una concentración de poderes más o menos temporal, en una dictadura. En qué radica la “originalidad” o la “diferenciación” del franquismo: en la progresiva autolimitación de esos poderes, bien sea en la praxis o en el orden jurídico-institucional. Tanto en la práctica como en la evolución del régimen esa es una realidad difícilmente prescindible. El profesor Jorge de Esteban, para sostener su tesis, estima que la única intención de Franco al hacer eso, la autolimitación del poder, era “tener todos los poderes -entiendo que por ambición de poder- y durar en su cargo de forma vitalicia”. Es posible pero no probable y en todo caso es una interpretación más especulativa que objetiva.

 

   Si el profesor Jorge de Esteban, además de analizar las Leyes Fundamentales, reparara en el planteamiento del propio Franco creo que matizaría su apreciación. El historiador, que debe rehuir el planteamiento especulativo para escapar, dentro de lo posible, a la subjetividad propia o ambiental, no puede obviar, y mucho menos en el caso de la existencia de un poder personal última instancia de las decisiones fundamentales, lo que el protagonista presenta como su proyecto político para valorar si después obra en coherencia con el mismo. Curiosamente las líneas maestra de sus objetivos y actuación subsiguiente las plantea Francisco Franco, pese a que sean numerosos los historiadores que lo minusvaloren, entre 1937 y 1938. El general Franco afirma que su objetivo es crear un “régimen autoritario de integración nacional”, bajo los principios de autoridad y jerarquía, que asume como función primordial la “ingente tarea de reconstrucción espiritual y material” y que en el futuro, cuando esté concluida la obra, será el pueblo el que decida si vuelve a la monarquía, y eso lo hace cuando calificarse como dictador no tenía ninguna carga peyorativa o negativa.

 

   Se equivoca, como se equivocan muchos autores, el profesor Jorge de Esteban no en el análisis del conjunto de las Leyes Fundamentales, cuyo horizonte en el pensamiento de Franco, su razón de ser, no era poner fin a su magistratura vitalicia, aun cuando se aferrara, casi siempre, al estricto cumplimiento de las mismas una vez promulgadas, sino ser la base del régimen que dejaría a un heredero con poderes más limitados: el actual rey. Un rey cuya legitimidad de origen está en Franco y en la sublevación de julio de 1936: sin ambos no existiría la monarquía.

 

   Para el profesor Jorge de Esteban estas leyes son fruto de la necesidad de Franco de acomodarse a las circunstancias políticas exteriores e interiores. Interpretación que no se ajusta a la realidad global, pero muy eficaz a la hora de mantener la ficticia imagen del dictador que lo hace todo, lo controla todo y lo dicta todo. La realidad es que todas esas leyes fueron fruto de un largo y enconado debate político entre las diversas fuerzas políticas que convivieron en el régimen de Franco. Un debate fundamental que los historiadores prefieren reflejar en un segundo plano: el de la institucionalización del régimen (incluyendo a los que no querían que se institucionalizase y fuera una simple dictadura más o menos transitoria). En este proceso es Franco quien toma la decisión final y resulta que ésta estuvo siempre condicionada por su decisión de sacrificar la celeridad, que dados sus poderes fundacionales era prescindible, al consenso. De ahí que escogiera el modelo de Constitución abierta.

 

   No repara el profesor Jorge de Esteban en un hecho clave, las leyes de 1938 y 1939, incluyendo el fundamental Decreto de Unificación de 1937, que olvida, son resultado de la pretensión totalitaria de Ramón Serrano Suñer. Construcción totalitaria que el propio Franco acaba desechando y que abre un proceso de institucionalización distinto. Olvida el profesor Jorge de Esteban que, además del debate, que existió y muy fuerte, entre cada Ley Fundamental, aparecen una serie larga de leyes que van construyendo el aparato institucional del régimen. No son las Leyes Fundamentales, como parece inferirse del artículo, entes aislados que aparecen en función de las circunstancias, son colofón de esos procesos. Y es, en el periodo 1937-1942, en las leyes y decretos que son responsabilidad última absoluta de Franco, en el que se desecha la vía totalitaria, siendo el colofón la Ley de Cortes de 1942. Todo ello sucede en simultaneidad al debate sucesivo sobre dos proyectos constitucionales completos, convertidos en algo así como el uno contra todos, diseñados por Ramón Serrano Suñer y por Eduardo Aunós.

 

   ¿Qué sucede a partir de aquí, de la proscripción de la vía totalitaria? Pues lo que el profesor Fernández Carvajal denominó la aparición de una “dictadura constituyente”, que busca crear un aparato institucional propio con un horizonte de permanencia, como régimen político estable, más allá del propio Franco. Un régimen que en ese proceso asume como objetivo el desarrollo económico y social, de ahí la definición de “dictadura de desarrollo”, uno de cuyos efectos es la aparición de esa “clase media como nunca había existido en España” que cita el profesor Jorge de Esteban, pero que no aparece, como podría inferirse de su escrito, como un ectoplasma a pesar del régimen sino que es impulsada por éste.

 

   La resultante de ese proceso es la aparición del “régimen autoritario de pluralismo limitado” definido por el politólogo Juan Linz, que es lo que inicialmente se proponía el propio Franco y, probablemente, la definición descriptiva más ajustada a lo que fue el régimen. Una definición con tanta validez científica como otras y que no implica un juicio moral sobre el mismo. Lo contrario es la interpretación especulativa que conlleva la subjetividad ideológica del antifranquismo retrospectivo, que tantos llevan dentro y que aflora cuando surgen este tipo de debates.

EL MAPA DE FOSAS: NUEVO FRAUDE DE LA MEMORIA HISTÓRICA EN EXTREMADURA

EL MAPA DE FOSAS: NUEVO FRAUDE DE LA MEMORIA HISTÓRICA EN EXTREMADURA
Ángel David MARTÍN RUBIO
  
   Coincidiendo con los días en que comienza la campaña electoral, desde el Ministerio de Justicia se ha presentado ayer, 6 de mayo, un Mapa Integrado en el que presuntamente se muestran “las zonas del territorio nacional en las que se han localizado restos de personas ...desaparecidas violentamente durante la Guerra Civil o la represión política posterior”.

   Al acto asistieron, además de los medios de comunicación, representantes de comunidades autónomas, asociaciones para la recuperación de la memoria histórica y universidades. Todos ellos llevan años promoviendo iniciativas semejantes, generosamente subvencionadas con fondos públicos y cuyos magros resultados no dejan de sorprendernos. No podía ser de otra manera cuando se da la mano el interés manipulador que caracteriza a las instancias subordinadas a intereses políticos con la falta de pericia en el tratamiento de las evidencias históricas y documentales.

   En el caso de la iniciativa gubernamental que nos ocupa, de entrada, resulta difícil el acceso a la información presentada por el Ministerio de Justicia. Ayer la web permanecía bloqueada, frenando así las primeras objeciones que se hubieran hecho públicas al mismo ritmo que los fastos oficiales. Hoy, 7 de mayo, hemos podido acceder a una página en la que se lee: “Conforme a lo previsto en el artículo 12.2 de la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la Dictadura, el Gobierno de la nación tenía el encargo de confeccionar un mapa integrado de todo el territorio español en el que constaran los terrenos en que se han localizado restos de personas desaparecidas violentamente durante la Guerra civil o la represión política posterior”.

   A continuación se presentan los modos de acceder a una información acarreada con criterios necesariamente ambiguos. Ambigüedad calculada para crear la confusión entre los ciudadanos haciéndoles creer, como así lo han presentado los medios de comunicación, que estamos ante un mapa en el que se ha identificado a cientos de miles de víctimas del “franquismo”. Desde las primeras informaciones para calentar el ambiente El Gobierno presentará en mayo el mapa de fosas del franquismo a la aportación a la campaña electoral: Las comunidades del PP ignoran las fosas franquistas; pasando por afirmaciones tan sesgadas como: Publicado el mapa de fosas de asesinados por el franquismo y Aún quedan por abrir 1.203 fosas del franquismo.

   Nada más lejos de la realidad. En primer lugar porque no se distingue entre víctimas debidas a uno y otro bando. Menos aun se disciernen las causas de defunción, mezclándose a las víctimas de la represión con los caídos en operaciones bélicas y, por último, se contabilizan también algunas fosas que ya han sido exhumadas y sus restos trasladados a cementerios, ocultándose los enterramientos de miles de víctimas del terror rojo que se encuentran en las mismas circunstancias.

   Podemos demostrar todo lo dicho, centrándonos en el caso de la provincia de Badajoz que conocemos bien por haber sido objeto de nuestra propia investigación y la elaboración de una Tesis Doctoral recientemente defendida en la Universidad San Pablo CEU.

   En este caso, llama la atención el escaso número de fosas identificadas y, más aun, la identidad de los en ellas localizadas. Sin necesidad de subvenciones millonarias, en mi trabajo citado se identifica a un número de víctimas mucho mayor tanto en lo que a la represión de ambos bandos se refiere como a los caídos en acción de guerra.

   De las fosas citadas, varias de ellas corresponden, en efecto a víctimas de la represión en la retaguardia nacional y en la posguerra pero encontramos una serie de casos en los que las víctimas fueron ya exhumadas en su día y trasladadas a los respectivos cementerios. Así ocurre, entre otros lugares, en Casas de Don Pedro y Orellana la Vieja. Ahora bien: ¿por qué no se incluye a los asesinados por el Frente Popular en dichas poblaciones y también trasladados en su día a los respectivos cementerios?

   Ante todo, porque el mapa se ha elaborado con una absoluta falta de criterio y no para responder a una demandada de conocimiento científico del pasado sino a intereses políticos y económicos. En caso contrario se deberían haber excluido del estudio las fosas previamente trasladadas a cementerios o incluirlas todas cosa que no se ha hecho, en el caso que nos ocupa, en lo que a ninguno de los bandos se refiere.

   Algo parecido ocurre con la procedencia de las víctimas clasificadas por causas de muerte. Al menos en el caso de Badajoz, los investigadores del Ministerio de Justicia vuelven a repetir lo que ya hicieron sus precursores al servicio de las estrategias de la memoria histórica respaldada por la Universidad de Extremadura y basta acudir al detalle sobre la información de las fosas detectadas para encontrarnos con sorpresas como las que reseñamos:

   Monesterio: No resulta difícil advertir que “Manuel Layngo Bautista” es, en realidad, Manuel Sayago Bautista, Sargento de Infantería del Regimiento Castilla, muerto en acción de guerra en 1938 y cuyo cadáver fue, como se reseña en la web, trasladado al Valle de los Caídos. Así consta también en el libro de Antonio Manuel Barragán Lancharro: República y Guerra Civil en Monesterio.

   Campillo de Llerena: Aquí son cuatro los reseñados: Pedro Márquez Navas, Emiliano Martín Elneiso, Adriano Martínez de Sana y José Navas Palomo. Carecemos de datos acerca de la identidad de tres de ellos pero el presunto “Emiliano Martín Elneiso” no es otro que Emiliano Martín Enciso, Alférez Provisional caído en el frente, circunstancia que muy probablemente se daría también en los otros pues todos ellos fueron trasladados al Valle de los Caídos el 24 de marzo de 1959.

   Monterrubio de la Serena: Aquí la fosa de presuntas víctimas del franquismo presenta cuatro nombres: Enrique Acosta Hidalgo; Lamberto, Córdoba Ergueta; Juan Luis Quetabas Ferrer y Sebastian Quetabas Tous. De nuevo los apellidos deformados no impiden descubrir a Juan Luis Quetglás Ferrer y a Sebastián Quetglás Tous, ambos soldados nacionales oriundos de Palma de Mallorca y muertos en acción de guerra en el frente de La Serena. Extremeño era Enrique Acosta Hidalgo, procedente de la localidad de Cilleros (Cáceres) y fallecido en parecidas circunstancias.

   Zalamea de la Serena: Jorge Col de San Simón es, en realidad, otro soldado nacional procedente de Palma de Mallorca y caído en el frente.

   Quintana de la Serena: además de otra fosa con 16 cadáveres innominados, se reseña en esta población una fosa con los cuerpos de Domingo Fernandez Lambea y Ricardo Martin Romero. El primero de ellos, un niño de 7 años. Ambos fueron asesinados por milicianos rojos cuando se retiraban de la población en julio de 1938. En una segunda fosa se alude a Esteban Barquero Barquero, Isidro Barquero Barquero, Miguel Barquero Barquero, Rafael Barquero Barquero, Ramón Barquero Barquero, Pedro de la Cruz Barquero, Rafael de la Cruz Barquero, Diego de la Cruz Nogales, Juan Díaz González y Francisco Martín Robledo, todos ellos asesinados por los frentepopulistas el 21 de agosto o el 13 de octubre de 1936. Otros tres vecinos de Quintana muertos en las mismas circunstancias aparecen como trasladados desde una fosa de Badajoz capital al Valle de los Caídos: Esteban Barrero Cáceres, Joaquín Barquero Hidalgo-Barquero y Antonio de Tena Dávila.

   Algo parecido ocurre en Peñalsordo donde también han sido incluidos dos asesinados por el Frente Popular: Bernabé y Nicolás Serrano Milara y en Herrera del Duque donde las víctimas del terror rojo son: Valeriano Carapeto Rodríguez, Timoteo Carpio López, Ignacio Chacón Lázaro, Fernando Chacón Torralba, Sebastian Chacón Torralba, Francisco Chacón Vallés, José Chacón Velasco, Juan M. Domínguez Villarejo, Fernando López Muñoz y Federico Muñoz Muñoz. En ninguno de estos casos, se señala como causa de muerte “Fusilamiento” circunstancia que sí se hace constar cuando se trata de víctimas de la represión en zona nacional, por ejemplo en el caso de los vecinos de Valle de la Serena trasladados a un mausoleo ubicado en el cementerio municipal.

   Insistimos, todos estos casos demuestran la completa falta de criterio con la que se ha elaborado este mapa, ya que si se hubiera pretendido identificar a todas las víctimas tanto de un bando como de otro y tanto por causas represivas como militares se hubiera debido incluir a los miles de casos documentados y enterrados en lugares conocidos.

   Por el contrario, todo produce la impresión de una confusa acumulación de nombres con vistas a incrementar los puntos reseñados en un mapa que los medios de comunicación nos han presentado como el escenario de lo que ellos llaman la “represión franquista”.

   En la medida que estas impresiones, necesariamente apresuradas, puedan extrapolarse al resto del mapa elaborado y avalado por el Ministerio de Justicia, se confirmará que estamos ante uno más de los fraudes promovidos por la llamada recuperación de la memoria histórica.

   Fraude por la absoluta falta de profesionalidad. Pero fraude, sobre todo, por la falta de respeto a la dignidad de todas las víctimas de la guerra civil y a la convivencia entre los españoles. Ahora bien, no caigamos en la trampa de que este fraude sirva para justificar una minimización de la tragedia que supuso la revolución y la Guerra Civil en la España de los treinta. Tampoco, por ser el caso del que nos hemos ocupado, de los episodios que tuvieron por escenario a Extremadura en general y a la provincia de Badajoz en particular. Varios miles de personas fusiladas como consecuencia de la aplicación de los bandos de guerra y de los procesos judiciales de naturaleza militar, así como manifestaciones de una represión irregular que se mantuvo hasta fechas muy avanzadas son lo suficientemente expresivas para plantear con toda seriedad la cuestión. Algo semejante cabría decir de las represalias que tuvieron lugar en la zona frentepopulista y que costaron la vida a algo más de mil quinientas personas. Con razón denunciaba José María García Escudero en 1976: “Que yo sepa, ni uno solo de los partidarios de la causa republicana que deploraron sus excesos, por muy sinceramente que lo hicieran (y no lo pongo en duda ni por un momento), no la negaron por eso justificación. Ni se les pasó por la cabeza hacerlo ¿Es mucho pedir que sean consecuentes consigo mismos cuando consideran la posición del bando contrario?”.

   Resulta difícilmente previsible qué ocurrirá en los años venideros al socaire de iniciativas como la que venimos glosando. Lo más lógico sería que esta oleada se desvaneciera en su propia esterilidad pero el absoluto control ideológico de la Universidad estatal, el dirigismo de la política de publicaciones y el verdadero terrorismo intelectual que se practica con los disidentes hace previsible la proliferación de una intrascendente historiografía de ámbito local inspirada en el mito de la memoria histórica al tiempo que se convierte en un reto la capacidad de supervivencia de los pocos intentos de mantener una postura independiente y crítica.

   Naturalmente, la dificultad de una tarea no implica la dimisión de ella sobre todo cuando se tiene la convicción de que es importante contribuir a salvar la memoria de los que vivieron la Guerra Civil, de los que nacimos en la España en paz y de las generaciones más recientes que están sufriendo la tentación de destruir el patrimonio recibido.

MENTIRA Y PROPAGANDA SOBRE LA DIVISIÓN AZUL: MARTÍNEZ REVERTE Y “EL PAÍS”

MENTIRA Y PROPAGANDA SOBRE LA DIVISIÓN AZUL: MARTÍNEZ REVERTE Y “EL PAÍS”

Francisco TORRES GARCÍA

 

   La mentira era para el comunismo, entre otros para Lenin, inventor del siniestro GULAG, un arma más. Anclados en esa consigna persevera un número creciente de escritores, con mayor o menor competencia curricular, que además cuentan con el apoyo de todo el aparato mediático de una izquierda que no renuncia a cambiar el ayer en beneficio de la deconstrucción de la historia que practican; individuos que sueñan, en el tiempo de la “desmemoria histórica”, simplemente, con hacer caja merced a la propaganda o la subvención, aunque para ello tengan que cubrir de lodo y estiércol la memoria de quienes supieron ser sólo héroes sencillos sin alcanzar gran recompensa a cambio. Son, ese conjunto de periodistas, comentaristas, historiadores y charlatanes varios, los que ante el vil metal se repiten, parafraseando a Lenin, “¿Verdad? ¿Para qué?”

   Digno representante de ese mundo es Jorge Martínez Reverte que, avalado por la izquierda, ahora decide utilizar para hacer caja a los héroes sencillos de la División Azul. No es una novedad. Ya los divisionarios recibieron, con poca fortuna por cierto, las dentelladas de Cardona o Rodríguez Jiménez. Ahora, cuando se va a cumplir el 70 Aniversario del inicio de su gesta, cuando pocos pueden ya contestar personalmente al insulto con su presencia, de ahí el curioso silencio que han mantenido muchos autores de izquierdas sobre los hechos, parece que los autores de la “desmemoria histórica” les van a elegir como su blanco favorito. Rompe el fuego Jorge Martínez Reverte, que publica un libro titulado “La División Azul. Rusia 1941-1944” y amplifica su tesis el diario El País incluyendo un desmesurado y falaz artículo del autor, titulado con harta ironía Yo tenía un camarada, junto con una recensión de la obra firmada por otro izquierdista notorio, amante de la “desmemoria histórica” e inventor de enormes listados de represión franquista tal y como señaló Martín Rubio, Julián Casanova.

   Curiosamente, algunos autores, empezando por Martínez Reverte, y se preparan otros en la misma estela, comienzan su andadura, cuando no utilizan el recurso como señuelo para manipular los recuerdos personales o familiares de los voluntarios españoles, recordando que su padre, su tío o su abuelo fue un divisionario. Así pueden presentar un referente de autoridad y una aparente fuente de veracidad: si lo dice un familiar, verdad será. Después viene lo consabido: los divisionarios fueron un conjunto de falangistas, pistoleros y matones sin duda, sedientos de venganza; de oficiales y suboficiales que fueron a Rusia para ganar ascensos intentando hacer carrera; de soldados forzados a alistarse; de pobres jornaleros y campesinos obligados a luchar para huir de la miseria… Todo ello porque, como buenos izquierdistas, se niegan a pensar que pudieran existir jóvenes dispuestos a poner fin a la dictadura comunista y estuvieran dispuestos a combatir voluntariamente por ello; jóvenes que creyeran que el comunismo era un mal y no un bien, y que la revolución proletaria no era más que una inmensa mentira con la que cubrir los enormes campos de concentración en que se convirtieron los países que vivieron bajo su lacra y también, naturalmente, la hoy alabada zona republicana durante la guerra civil. ¿Cómo puede un izquierdista de corazón, que en el fondo sigue embelesado con el romanticismo de la revolución soviética, reconocer que combatir esa imagen fuera algo por lo que muchos estuvieran dispuestos a dar la vida? La vida, según ellos, solo la ofrecen desinteresadamente los jóvenes idealistas de izquierda. Los otros sólo pueden tener motivaciones menos altruistas.

   Borrar esa idea es la finalidad última de todos esos autores. Para ello nada mejor que recurrir a difuminarla, a enmascararla, con el hecho cierto de que aquellos españoles combatieron en/con el Ejército del Tercer Reich, pero como una unidad del ejército español. Y si es necesario se fuerza la nota como hace Julián Casanova, profesor universitario de historia, para argumentar que los españoles fueron a la URSS para combatir a los “bolcheviques, los masones y los judíos” distorsionando interesadamente la realidad para evitar que se asuma como apriorismo que el comunismo era un mal. Espero que el señor Casanova nos explique en qué argumentos basa tan asombrosa deducción: no están esos objetivos en el discurso de Serrano Suñer (“¡Rusia es culpable!”), ni están en las declaraciones oficiales, ni en la nota dada por el Ministerio de Asuntos Exteriores, ni en la propaganda para la recluta en 1941, 1942 ó 1943, ni en los recuerdos de la inmensa mayoría de los divisionarios y sobre todo en el discurso en Alemania del general Agustín Muñoz Grandes, quien afirmó ante las autoridades alemanas que estaban allí sólo para combatir el comunismo.

   Volvamos a la mentira como norma que parece guiar el artículo, y supongo que el libro, de Jorge Martínez Reverte. No está mal, como ejemplo de las valoraciones del autor a la hora de presentar a los personajes, lo de referirse a José Antonio Girón, entonces Ministro de Trabajo (¡qué cosas, un ministro que quiere dejar su cargo para ir a luchar y quizás morir al frente de combate!) simplemente como “antiguo pistolero de la vieja guardia” falangista. Reverte no ignora el valor de la imagen y el uso del lenguaje y sabe que no es lo mismo decir que se marcha un ministro, lo que implica un cierto idealismo, que decir que se marcha un pistolero extendiendo el ejemplo a arquetipo. A partir de este punto Martínez Reverte juega con las palabras para edificar su mentira. Nos dice que los voluntarios juraron “solemnemente fidelidad a Hitler, hasta la muerte”. Fundamentación necesaria para luego poder argumentar que los divisionarios, por acción o por omisión, fueron cómplices en las matanzas de judíos y que tenían que obedecer. Martínez Reverte sabe, porque dice que ha leído, que lo único que juraron los divisionarios fue obedecer a Hitler como jefe del ejército en la lucha contra el comunismo. Martínez Reverte debería saber que en 1941 las “matanzas” eran realizadas por grupos especiales que operaban con relativa independencia de los jefes de las unidades alemanas.

   Para Martínez Reverte y los secuaces que le seguirán el objetivo, en definitiva, no es otro que incluir a los divisionarios entre los criminales de guerra, lo que equivale a destruir lo que ellos denominan el “mito de la División Azul”. No ignora Martínez Reverte el peso de los testimonios múltiples que existen que no avalan precisamente su tesis. Sin embargo, este escritor ha solucionado el enigma del que no pudo salir Rodríguez Jiménez cuando se limitó a argumentar que éstos eran producto de una reconstrucción interesada de la memoria. Según Martínez Reverte, los divisionarios que ayudaron a los rusos o a los judíos lo hicieron por piedad o por lástima pero, sobre todo en el caso de los judíos, a “otros les parece que es lo que se merecen”. Ignoro con qué divisionarios ha hablado Martínez Reverte y qué ignotas memorias ha leído, pero yo acumulo un buen número de entrevistas, cartas y memorias no publicadas de voluntarios de a pie, falangistas y no falangistas, sin nombre sonoro como el de Ridruejo, cuyo testimonio por razones biográficas es relativamente honesto (¿cuándo, en qué momento de su vida decía la verdad?), y lo que se desprende del tema de los judíos es lo contrario. Fueron decenas los voluntarios que se jugaron el tipo por proteger a un judío o a una judía. ¡Qué gran disgusto debe haberle producido a Martínez Reverte que se simultanee con su libro el estreno de la película de Carlos Iglesias “Ispanki”! y que el director haya contado la referencia al hecho real de que los españoles, esos divisionarios que Reverte quiere retratar o manipular, protegieron una aldea de judíos ante los alemanes cuando éstos iban a deportarlos, aunque después los retrate con cierta insidia. Insiste Reverte en que los divisionarios no hablaban de estos temas, que ocultaban la realidad. ¡Pues menos mal! Porque todos los divisionarios, en sus memorias, publicadas o no, tienen espacio para estos hechos. Aunque quizás Martínez Reverte los ha conocido merced a la lectura de la amplia bibliografía soviética sobre el tema ya que ¿si no hablaban cómo es posible que todos los que se han molestado en leer algo sobre los divisionarios supieran de ellos?

   Lo peor, sin embargo, es que Martínez Reverte tome al lector por tonto, o mejor dicho que haya escrito para lectores de películas del oeste de serie B. Como guionista en las películas de Randolph Scott y Bub Boetticher no hubiera tenido competencia: “el judío es el bolchevique y hay que liquidarlo” se dicen los divisionarios. Y los españoles cumplen porque “tienen que ser fieles a su juramento”. De ahí que Martínez Reverte, como he explicado, haya manipulado el elemento base de toda su argumentación. Espero con fruición leer ampliado el relato de las ejecuciones del hospital de Vilna a las que se refiere en su artículo: ya leo las frases de los heridos españoles contemplando por las ventanas del hospital cómo en el patio los alemanes matan a los judíos por cientos. ¡Qué olvidos los de Martínez Reverte! ¿Es que ignora que muchos de los que formaban parte del personal auxiliar del hospital español en Vilna eran judíos? Al comentarle esta mañana el artículo de Martínez Reverte a un gran historiador, Carlos Caballero, me ha recordado que él mismo tiene fotos del hospital en el que aparecen los voluntarios con los judíos… Pero ya se sabe que fueron matanzas que los españoles vieron y no hablaron de ello ¿Cómo se ha enterado Martínez Reverte? Según este gran manipulador, este falsario, este historietista, lo que pasa es que los divisionarios callaron y obedecieron al “Führer, que exige la eliminación de los eslavos o de los judíos y gitanos. Los españoles venían preparados para ello”. Lo único que Martínez Reverte está dispuesto a reconocerles es el valor en el combate. No podía ser de otro modo, pero siempre compensándolo con su idea obsesiva: criminales de guerra. ¡Qué distinta sería la historia si cantara las “gestas” de los españoles que ocuparon París y que según algún exagerado exegeta desembarcaron en Normandía cual si fueran modernos mirmidones! ¡Cómo le rezuma a Martínez Reverte la vesania! ¡Cómo le traiciona la pluma! Un ejemplo: Krasny Bor, la gran gesta de los divisionarios, es para el autor una derrota. Sorprendente, porque lo único que indica es la falta de conocimientos. Krasny Bor no es una derrota, pues lo que consiguen los españoles con una resistencia numantina, en la que ni los alemanes creían, es desbaratar la ofensiva enemiga en el punto de ruptura del sector. ¿Dónde está la derrota? El mando soviético se propuso destruir la División Azul, utilizar sus líneas como punto de ruptura y lo único consiguió fue hacerles retroceder unos kilómetros dentro de sus propias líneas. Utilizó para ello una proporción de 6 ó 7 a uno en el número de combatientes, preparación artillera sin contrabatería posible (700 piezas batiendo cinco kilómetros) y tanques. Los españoles no cedieron. Sin embargo, para Martínez Reverte, que busca zaherir a unos ancianos que acuden a recordar a sus camaradas caídos en el cementerio de la Almudena, es una derrota.

   Martínez Reverte espera, sin duda, con su libro descubrir a estos nuevos criminales de guerra. A unos criminales de guerra que, según su falsaria imagen, colaboraron en el exterminio judío en Rusia, que contribuyeron a que “más de un millón y cuarto de personas, de civiles, de ancianos, jóvenes o niños, de hombres o de mujeres” murieran en San Petersburgo. Y, en el mejor de los casos, serían culpables por omisión. Echémonos a temblar, no sea que un Garzón cualquiera decida abrir una causa contra ellos amparándose en una fuente de autoridad tan solvente como Martínez Reverte.

   Lo único que no nos explica el señor Martínez Reverte es algo tan sencillo como que la División Azul operó de forma autónoma, bajo bandera española y bajo las normas españolas; que, donde ella operó, no rigieron las normas alemanas con respecto a la población civil y que estuvieron siempre en primera línea de combate. Todo ello, cierto es, dentro de los límites que a la civilización impone la guerra. Todavía quedan, y circula por la red algún testimonio, paisanos rusos que estuvieron en la zona española y recuerdan con afecto la presencia de los divisionarios. No le vendría tampoco mal a Martínez Reverte recordar que según muchos de los divisionarios que volvieron en 1954, después de pasar más de una década en el GULAG, indicaban que las autoridades no los pudieron procesar como criminales de guerra porque no encontraron rusos dispuestos a denunciarles como tales, lo que en la Rusia comunista de Stalin hubiera sido un mérito.

   Para cerrar, le doy gratis al señor Martínez Reverte una anécdota que a buen seguro no formará parte de su libro: el periodista Crespo Villoldo en una reunión internacional en los años sesenta se encontró con un homónimo ruso. En broma los reunidos hicieron constar que estuvo en la División Azul; contra todo pronóstico el corresponsal ruso brindó por aquellos españoles que se habían comportado bien con su pueblo. Con historias como ésta El País no le hubiera dado cuatro páginas, ni RBA le hubiera publicado su libro: esa historia, que es la historia real de miles de divisionarios, simplemente no interesa a quienes sólo piensan en rojo y en el vil metal.

711-1492: OCHO SIGLOS QUE HICIERON A ESPAÑA

711-1492: OCHO SIGLOS QUE HICIERON A ESPAÑA

Ángel David MARTÍN

 

   En el año 2011, que ahora se inicia, se cumplen 1.300 años de la batalla de Guadalete que pone fin a la España visigoda abriendo un nuevo período histórico clausurado ocho siglos más tarde con la definitiva reconquista de Granada por los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492.

 
Orígenes de la expansión islámica

 


   Es bien conocido de todos el proceso de expansión militar protagonizado por los sucesores de Mahoma, el creador de la nueva religión llamada por él islam (es decir, resignación-sometimiento a la voluntad de Dios), denominándose muslimes o musulmanes (resignados-sometidos) a los que la seguían.
 
   En las décadas posteriores a la muerte del considerado Profeta se abrió desde la península arábiga una tenaza sobre el Mediterráneo que iba a derrotar a las estructuras políticas vigentes en Oriente y Occidente (como los Imperios persa y bizantino y el reino visigótico). En Oriente, las victorias del emperador León III (717-741) contuvieron temporalmente un avance que reanudarían después con nuevo vigor los turcos seldjúcidas mientras que en Occidente fueron frenados definitivamente en los campos de Poitiers, al sur de Francia por las tropas a las órdenes de Carlos Martel (732). A largo plazo resultaría decisiva la configuración de una zona de resistencia en el norte de España con posterioridad a la batalla de Covadonga

   A diferencia de lo ocurrido con otros Imperios de la Antigüedad o de etapas posteriores, la expansión territorial del Islam no es la simple expresión de una particular potencia político-militar ni responde a la exploración de nuevos escenarios para la actividad económica. No hay nada de esto en la Arabia unificada a impulsos del Profeta, ni siquiera capacidad para mantener la unidad política y sin embargo se mantendrá durante siglos la sustancia religiosa del proceso, La religión musulmana lleva en su propia doctrina, tal como fuera establecida por su fundador, los gérmenes de dicha expansión.
 
   Como afirma Robert Spencer:
 
«Dado que la carrera profética de Mahoma estuvo profundamente marcada por la sangre y la guerra, no debería sorprender que el Corán, el libro sagrado que legó al mundo el profeta del Islam, sea igualmente violento e intransigente. Efectivamente, esto es así: el Corán es el único de los textos sagrados que da consejos a sus adeptos para que hagan la guerra contra los no creyentes» (Guía políticamente incorrecta del Islam (y de las Cruzadas)¸ Ciudadela Libros, Madrid, 2007, p.43).

 
Auge y crisis de la España visigótica
 
 
    De los territorios ocupados por los musulmanes en su primera expansión, pocos tenían una personalidad política y cultural comparable a la España visigótica.
 
«Lejos de abismarse en el largo período de anarquía que dominó a Europa a raíz de la invasión bárbara, España consigue organizar inmediatamente su vida y, antes de transcurrir un siglo, tenía en marcha una civilización que había de dar brillantes frutos en los siglos VI y VII, es decir, cuando el resto de Europa se hallaba en plena noche espiritual debatiéndose en luchas estériles y a merced del más fuerte» (FERRANDIS TORRES, Manuel, Historia general de la Cultura. I, Madrid, 1967, p.432).
   Compartimos las expresiones que presentan la conciencia hispánica como forjada por las espadas en los largos siglos de confrontación con el Islam si entendemos por “forja” la maduración definitiva de unos materiales pre-existentes que tenían personalidad propia pero que, efectivamente, sin la confrontación con las huestes de Mahoma nunca hubieran llegado a ser España tal y como la hemos conocido.
 
   Como resultado de los tres procesos de unificación política, religiosa y jurídica llevados a cabo entre la población de origen visigótico e hispano-romano, este período dotó a la conciencia de lo hispánico de unos perfiles nítidos (que no habían existido ni siquiera durante el Imperio romano) y que estaban destinados a tener una larga pervivencia histórica.
 
 
La Reconquista
 
 
    Ahora bien, teniendo en cuenta la rapidez con la que se derrumbó el reino visigótico ante el empuje islámico (y recordando, por cierto, que se encontraba minado por un largo período de decadencia y por una auténtica guerra civil entre los partidarios de Witiza y Rodrigo) no era previsible que la Península Ibérica, desgajada por la fuerza de las armas de su matriz occidental, pudiera reintegrarse a su ámbito histórico de pertenencia y participar en el proceso de formación de la Europa medieval con un papel privilegiado.
 
   Esto fue posible debido a la Reconquista que no es solamente la lucha que los cristianos de España (ayudados en ocasiones por sus hermanos en la fe de toda la Cristiandad) entablaron con una perseverancia de siglos para recuperar su tierra de las manos del Islam.

   La Reconquista, empleando los conceptos propuestos por Sánchez Albornoz es la “Clave” del enigma histórico de España. «Ese sacrificio fue fecundo. Por dos sendas paralelas. Porque en esa batalla se forjó el “homo hispanus” que hizo la maravilla de la empresa americana, que nos dio preponderancia en Europa durante más de un siglo y que provocó la eclosión cultural española del Siglo de Oro» (De la Andalucía islámica a la de hoy, Rialp, Madrid, 2007, p.29). Palabras escritas, por cierto, por quien fuera de 1959 a 1970 “presidente” de la República en el exilio.
   La idea de Reconquista aparece con toda claridad en las fuentes contemporáneas y tiene su contrapunto en una expresión empleada por un monje cordobés de nombre desconocido que en el año 754 escribía la Crónica Mozárabe. Allí se hablaba de la “pérdida de España” para referirse a la invasión islámica y a la destrucción del reino visigótico. Es decir, en los ambientes intelectuales se conservó y difundió la conciencia de que lo que se estaba haciendo era la restitución de la “España pérdida”.
 
   También resulta altamente significativo el amplio consenso existente entre los mejores historiadores acerca de la naturaleza y significado histórico de la Reconquista. De hecho, alguna de las objeciones clásicas no corresponden al terreno propiamente histórico sino puramente ensayístico (por ejemplo, ni Américo Castro ni Ortega eran historiadores).
 
   En 1492 los Reyes Católicos conquistaban Granada, último bastión del antaño poderoso dominio islámico sobre la Península; y sus sucesores llevarían a cabo la expulsión definitiva de los moriscos, elementos reticentes a cualquier proceso de integración. ¿Qué significado tuvieron estos hechos para la posterior historia de España?
 
   Veamos en primer lugar las consecuencias que tuvieron con independencia de la opinión que nos merezcan. Siguiendo a Sánchez Albornoz (ob.cit., pp.30-31) podemos reducirlas a dos:

1. La Reconquista incorporó definitivamente a España a la vida cultural del Occidente Europeo.
 
2. La cultura hispano-islámica es un recuerdo lejanísimo del pasado español.
 
   No existe una continuidad racial, social, cultural y anímica entre los andalusíes (habitantes de Al-Andalus, también llamados hispano-musulmanes) y los andaluces (habitantes de Andalucía) y no digamos de cualquier otro territorio español.
 
   Serafín Fanjul (catedrático de Literatura Árabe de la Universidad Autónoma de Madrid) ponía de relieve –no sin aguda ironía− que debemos preguntarnos «si tiene una lógica mínima que gentes apellidadas López, Martínez ó Gómez, de fenotipo similar a los santanderinos o asturianos y que no conocen más lengua que la española, anden proclamando que su verdadera cultura es la árabe. Si no fuera patético sería chistoso» (¿Eran españoles los moriscos? El mito de Al-Andalus?).

   Los actuales habitantes de Andalucía y de España no descendemos de los musulmanes de Al-Andalus sino de los repobladores norteños y de distintas procedencias europeas que los sustituyeron. La despoblación de musulmanes es una constante entre los siglos XIII al XVII.

   Es cierto que algunos monumentos supervivientes o formas artísticas (pensemos en el arte mudéjar) pueden llevar a conclusiones equivocadas pero no confundamos el impacto visual con la realidad. Lo mismo cabría decir de las expresiones lingüísticas o de otras formas culturales

 
El mito de las tres culturas
 
 
    Por cualquiera de los dos capítulos el balance de la Reconquista es altamente positivo.
   Sin la España de los Reinos cristianos y la Reconquista:
 
   «La imagen de esa España enteramente islamizada que triunfaba en mis sueños era cruelísima. Nunca se había descubierto el sepulcro de Santiago, no había surgido la leyenda del Apóstol Caballero, no habían tenido lugar las peregrinaciones a Compostela y la cultura de la Europa cristiana no había pasado el Pirineo. No se habían escrito ni iluminado las maravillas de los llamados Beatos. No se habían construido nuestros templos prerrománicos en tierras cantábricas, ni los de estilo mozárabe al sur de los montes, ni después las iglesias y monasterios románicos y góticos. Nunca se habían alzado las grandes y bellas catedrales de Santiago, Zamora, Salamanca, León, Burgos, Toledo, Barcelona, Sevilla… No se habían escrito el “Poema del Cid”, ni los otros cantares de gesta. No se habían redactado los fueros municipales que garantizaron las libertades de ciudades y villas de los reinos cristianos, ni habían surgido las Cortes, embriones de Parlamentos. Y no podríamos recrearnos leyendo al arcipreste de Hita, a don Juan Manuel, al Canciller Ayala, etcétera» (SÁNCHEZ ALBORNOZ, Claudio, ob.cit., p.29).
   Además, hay que poner en duda la entidad de la pérdida cultural sufrida por España al amputarle la presencia musulmana

   Comparando la España islamizada con el balance general de lo que ha significado la aportación de lo islámico al progreso cultural de la humanidad, el balance es altamente positivo aunque resulta dudoso que esto se deba a las propias capacidades de lo importado por los musulmanes.

   Lo cierto es que la cultura española pre-arábiga tenía tal potencia que la presencia islámica apenas pudo eclipsarla y, en buena medida, bebió de sus fuentes. Pensemos en hechos como el empleo en arquitectura del arco de herradura, la subsistencia de los sistemas de comunicación romanos o la organización administrativa, la continuidad de técnicas agrícolas romanas que los invasores adoptaron…
   Pero lo cierto es que Al-Andalus no era un paraíso terrenal. Aquel lugar idílico en el que habrían convivido los fieles de las tres culturas (algo que todavía se utiliza como reclamo turístico) es algo sin ningún fundamento en los textos originales escritos por los protagonistas.

   Al-Andalus fue, antes que nada, un territorio sometido al Islam con las consecuencias que eso suponía: «aplastamiento social y persecuciones intermitentes de cristianos, fugas masivas de éstos hacia el norte (hasta el siglo XII), conversiones colectivas forzadas, deportaciones en masa a Marruecos (ya en tiempos almohades), pogromos antijudíos (v.g., en Granada, 1066), martirio continuado de misioneros cristianos mientras se construían las bellísima salas de la Alambra…» (FANJUL, Serafín, ob.cit., p.270-271).

   Las tres culturas vivían en un régimen de “getho”, de apartheid real. Eran comunidades yuxtapuestas, no mezcladas con regímenes jurídicos, económicos y de rango social distintos y con periódicas persecuciones muy cruentas como la sufrida por los cristianos en tiempos de Abderramán II o por los judíos en el siglo XII.
Por todo ello, se ha calificado acertadamente como mito la idea-fueza de un Al-Andalus construido a imagen y semejanza de las reivindicaciones de los islamizantes de hoy.

   Por eso no basta con ofrecer una reconstrucción histórica de lo sucedido, de la que ya disponemos aunque no llega a nuestros estudiantes y a nuestros ciudadanos. En la medida que España no vuelva a ser lo que era para nuestros antepasados, una idea-fuerza, un proyecto sugestivo de vida común y eso no se concrete en medidas concretas de naturaleza cultural y política no nos extrañe que se repita la historia y, como ocurrió en la España del 711, la traición y la falta de conciencia de la propia identidad vuelvan a abrir el portillo al invasor

CARTAS A MIS HIJOS (IV): FRANCO

CARTAS A MIS HIJOS (IV): FRANCO

Juan V. OLTRA

 

   Queridos capitanes:

 

   Aunque compañeros vuestros, con un entorno similar y una edad idéntica a la vuestra no sepan quién fue Franco o, con suerte, lo confundan con algún personaje histórico, sé que vosotros al menos tendréis una vaga idea sobre su figura.

   Lo sé, porque algo habréis oído, seguro, en sobremesas y conversaciones más próximas a la jaula de grillos que a la tertulia, que se dan tras las comidas o cenas con la familia. Y, aun cuando vuestro oído no fuera ágil, o simplemente no sintonizaráis nuestra frecuencia en esos momentos, en mi despacho tenéis abundantes biografías, que es un género que sabéis me apasiona, y de entre ellas más de una, y más de diez, sobre Franco.

   No os pido que los leáis todos (¡ojalá!) pues sé de la bibliofobia que envuelve a vuestra generación, pero sí os recomendaría que al menos tomaráis dos o tres, y de enfoques encontrados, que malo es no leer pero casi peor leer sólo lo escrito en una faceta del prisma de la vida: Dios os libre de los lectores de un único libro. Veréis tras ese ejercicio cómo Franco ora aparece como un demonio emplumado, ora como el salvador de occidente, una suerte de nuevo mesías. Y ni calvo, ni siete pelucas.

 

   Mi propósito es que el día de mañana, cuando seáis adultos y el tiempo haga pesar la losa de la historia sobre el personaje, podáis saber qué pensaba yo sobre él, pues sé que de fragmentos aislados de vuestros recuerdos igual os puede dar la idea de que yo fuera un antifranquista contumaz o un hagiógrafo del Caudillo. Los retales no componen buenos trajes, así que trataré de daros una pieza más entera para el futuro, que es vuestro presente.

   La pregunta de partida debería ser, parafraseando a ese monstruo de las letras que fue Jardiel un: pero… ¿existió alguna vez Francisco Franco? Y es que en los momentos en que esto escribo su figura se ha convertido en un pim pam pum de propios y extraños. Incluso no ya hijos de altos cargos suyos, sino los mismo que ejercieron esos altos cargos se llenan la boca de acusada fe antifranquista. Hace poco, recuerdo haber escuchado una memez de ésas que parece que no quepan en una boca, de labios de quien fue un ministro suyo, y hoy aparece como un padre de la democracia (sobre lo que es la democracia en realidad ya hablaremos en otra carta, que la palabreja se las trae, dependiendo de sus apellidos: popular, orgánica, representativa...), diciendo que él lo que hizo fue luchar contra el franquismo desde dentro. Manuel Fraga se llama ese esperpento, para que lo sepáis por si la justicia ha provocado que los vientos de la historia sepulten su nombre en el lugar que le corresponde, en letra pequeña a orillas de un manual. Y si eso hacen los que se supone fueron sus colaboradores, imaginad sus adversarios. Como ejemplo, un gran amigo mío nunca hace referencia por su nombre, le llama “el innombrable”. No hará falta que os advierta que éste es comunista por convicción y acción, y que cree a pies juntillas que su postura es la única plausible.

 

   Este batiburrillo desemboca en las actitudes y acciones del presidente de gobierno que rige nuestra vieja piel de toro en los momentos de esta redacción, José Luís Rodríguez Zapatero, quien no me extrañaría nada que prohibiera mencionar a Franco, o que estableciera como historia oficial que entre Negrín y Suárez, o incluso hasta Felipe González, los españoles tuvieron un episodio de narcolepsia colectiva, despertando como Rip Van Winkle. Y es que eso de borrar la historia es algo antiguo, no invención de este iletrado que nos malgobierna, ya Stalin hizo sus pinitos borrando de las fotos a quien no le interesaba y reescribiendo continuamente los libros de historia. Hasta los romanos tuvieron su “damnatio memoriae”.

   En este tema, os veréis desbordados por las dicotomías, no sólo en cuanto al general, sino a sus seguidores y adversarios, catalogables por unos y por otros como franquistas impenitentes, nostálgicos de un pasado dictatorial y cruel, o como republicanos feroces que creen que la historia oficial es parca y benévola con el personaje. Yo lo siento, pero en este festival de insultos establecidos entre tirios y troyanos, busco la puerta de salida y discretamente me aparto.

 

   Particularmente siempre he dicho que proclamarse franquista es un grave error, más allá de las ideologías. Franco era un hombre, sólo un hombre o todo un hombre, como queráis verlo… y  los hombres pasan y la historia queda. El río de la vida sigue su curso y es estúpido intentar aferrarse a un pasado que para bien o para mal, no volverá, a no ser que pretendamos jugar una partida de rol un tanto estúpida. Curiosamente, los franquistas más contumaces son, desde mi criterio, los que se hacen llamar a sí mismos antifranquistas (los que se hacen llamar hoy así, claro, que con Franco vivo algunos de ellos se desgañitaban dando vítores a su paso y otros, los más, se escondían bajo el colchón de su abuela). Y digo que son muy, muy franquistas, porque lo necesitan, porque se pasan la vida invocándolo, culpabilizándole de todo lo malo que sucede en España, cuando ha pasado más tiempo desde su muerte que el periodo, largo, en que tuvo las riendas del país. Recuerdo a un tonto con ventanas a la calle, que alcanzó cierto nombre en la política como independentista, Carod Rovira (entre vosotros y yo, un charnego), que acusaba a Franco del hundimiento de un barrio en Barcelona, el Carmelo, ¡unos treinta años después de muerto Franco!. Sirva esto para afirmar, pues, que si ser franquista es un error, ser antifranquista es del género estúpido. Y no me busquéis las costuras, que nunca defendí al personaje, antes al contrario.

   Tampoco  trato de hacer un alarde de bonhomía y denunciar a los que ahora se envalentonan al alancear al moro muerto. No. Se trata quizá, simplemente, de practicar un pequeño exorcismo en mi mente y expulsar de una vez por todas esos demonios que me reconcomen por no cantar las cuarenta en bastos cuando toca, que sería ahora, pero sóis muy pequeños aún para entenderme.

   En lo particular, no coincido con Unamuno, uno de los últimos rectores que recibieron el título de Magnífico, mereciéndolo, cuando opinaba sobre Franco que “personalmente (es) un buen hombre, víctima y juguete de la jauría de hienas”. No, una víctima y un juguete no me parecen dos etiquetas adecuadas para él. Si en algo coinciden sus biógrafos, tanto los que le odian como los que le aman, es que Franco controlaba, cuando no manipulaba, a su entorno y a las personas que le rodeaban, no al revés. Puede, que no quiero ser más sabio que Unamuno, que cuando don Miguel lo dijera tuviera su parte, o su todo, de razón. Creo, eso sí, que en su fuero interior, cuando llegó el momento crucial en el 36 de decidirse por sumarse a un bando u otro de los que ya hacía tiempo se estaban blindando en España, creyó, como anota Luis de Llera, que “la legalidad es una utopía y la civil convivencia imposible”.  Y es que Franco era un militar cuyo nombre era conocido por todos, admirado por quien fue Rey hasta 1931, Alfonso XIII, y católico a machamartillo, que ante la alternativa de una revolución proclamada por socialistas y comunistas durante meses, y viendo ahora el poder en manos de quienes iban a llevarla a cabo, no dudó un ápice: el comunismo no era para Franco una ideología legítima, era la destrucción de todo lo que amaba, el enemigo de la civilización y del catolicismo, si es que éstos se pueden separar. Su toma de posición estaba clara pues.

 

   No juzgo aquí, y no por falta de ganas, sino de espacio, lo que fueron sus circunstancias históricas, la II República, la propia marcha de la guerra civil o, lo que es más determinante, pero mucho menos estudiado, su vida anterior, en concreto su paso por África. Pero sí os dejo con una idea: cuando estalla la guerra, todos, amigos o enemigos, saben que él es la figura más destacada en su bando. Eso provocará su encumbramiento durante una guerra que sucedió a lo que debió ser un golpe de estado y, de rebote, que fuera el gobernante con más poder efectivo en España de los últimos siglos, hasta su muerte. Muerte en su cama, recordadlo, no fusilado o exiliado.

 

   Existen, claro, leyendas en torno al personaje. Dejando de lado algunas absurdas, como la de que quiso ser masón (algo extendido, claro, por los propios masones, nihil novum sub sole), hasta la de los “muertos providenciales”, achacando a su ya cargada mano las muertes de Sanjurjo, Mola, José Antonio, Ramiro o la de su propio hermano Ramón, olvidando intencionalmente cosas como que las balas que fusilaron a José Antonio salieron de fusiles republicanos o que Sanjurjo murió víctima de su propia cabezonería. No vale la pena ni entrar al trapo. Más patética aun es aquella historia que dice que su hija Carmen en realidad era hija de su hermano Ramón, y que no sólo su muerte fue provocada para poder adoptarla, sino que él era impotente a resultas de una herida de guerra. Sería para reír durante unas cuantas semanas... son cosas que se desmontan solas, con el mínimo esfuerzo de comprobar que en su hoja de servicios solo aparece una herida... y en el estómago. Cuando no se puede vencer a alguien de otra forma, el ser humano tiende a empozoñarlo o ridiculizarlo. Con Franco han intentado las dos cosas.

 

   Y es que en la petición de lectura que os hacía, va la esperanza de que sepáis separar el grano de la paja, que de todo hay en ambas partes. Veréis repetido que era un tipo frío como un pescado, que firmaba penas de muerte mientras desayunaba chocolate con picatostes (olvidando intencionalmente que las penas de muerte, con el código vigente en la época, no se firmaban, lo que se firmaba eran los indultos, las conmutaciones, y es que la historia es muy elástica), y por otra parte que fue una persona libre de errores, que nunca se equivocó, dándole un áurea de santo (¡que incluso algunos quisieron oficializar, algo más ridículo que el intento que hubo de hacerle Cardenal!). Si empezaba diciéndoos que Franco fue sólo un hombre, también, con lo que ello implica, lo fueron quienes lo amaron u odiaron, a veces sentimientos alternativos en la misma persona, por lo que intentaron proyectar sobre él sus pasiones, filias y fobias íntimas, personales.

   Un ejemplo, de tantos que podría tomar para ilustrar esto, lo tenemos en Haro Tecglen, respetadísimo columnista de izquierdas, que en Gloria pudra. El mismo que describía a Franco como “el viejo siniestro” fue quien, con unos años menos y con Franco en la jefatura del Estado, no desde una cárcel o montando guerrilla en una cordillera, sino cómodo en su despacho, le regaló estas líneas: “se nos murió un Capitán, pero el Dios Misericordioso nos dejó otro. Y hoy, ante la tumba de José Antonio, hemos visto la figura egregia del Caudillo Franco. El mensaje recto de destino y enderezador de historia que José Antonio traía es fecundo y genial en el cerebro y en la mano del Generalísimo”. También abundan peloteos y ditirambos con tanto azucar que son capaces de ocasionar un coma diabético, como ese almibarado “Nadie lanza la pelota (de golf) tan lejos como Su Excelencia”, de Tico Medina. Y es que el poder es lo que tiene: atrae tanto a odios infinitos, como bufones serviles.

 

   Sí, me diréis que la gente cambia y que yo mismo soy un ejemplo de ello. Pero cambiar justo hacia donde sopla el viento, y no en su contra, no me negaréis que deja el regusto de la duda en todo espectador. Y yo más que duda creo encontrar la certeza de lo acomodaticio en ello.

   El problema viene cuando no sólo se intenta olvidar la historia, sino torcerla para que sus tesis sean las correctas, que el papel es muy sufrido y lo acepta todo. Así, existe hoy una corriente dispuesta a cargarle a las espaldas de Franco la responsabilidad de la represión a la revolución de Asturias en el 34 (el verdadero inicio de la guerra civil, según mi criterio, por otra parte). Fusilamientos y violencia que van a engrosar sus cargos con la historia, sin considerar que cuando la represión se desató fue después de que sus tropas volvieran a los cuarteles. Es más: en la prensa de la época no se le menciona nunca como responsable. Ahí están las hemerotecas, y ya hoy, imagino que cuando leáis esto muchas más, están disponibles fuentes coetáneas a tiro de ordenador, desde casa y sin molestarse.

   Y voy acabando, que el espacio apremia y creo que si lo alargo más de la cuenta sólo conseguiré que dejéis de leer. Resumiré de forma precipitada, como en juego de niños, lo que puedo ver bien o mal en el personaje, el estado contable de sus acciones según mi muy particular perspectiva.

 

   En lo positivo, analizado el hilo de los acontecimientos, y sin querer jugar demasiado a futuribles, Franco nos libró de caer tras el telón de acero. Que comunistas y socialistas (Largo Caballero, el “Lenin español” y Prieto, con fama de moderado pero unos puntos a la izquierda de lo que hoy serían los comunistas entre ellos) es lo que intentaban, no sólo lo dicen historiadores de “derecha”, sino también “de izquierda”. En los cuarteles muchos militares, en particular suboficiales, tenían ya hasta órdenes repartidas con tal fin. Frente a este hecho, que se creara una clase media, que España pasara de ser un pueblo de alpargata y suelo de tierra pisada, a utilitario y segunda residencia, e incluso que se pusieran las bases para un Estado que asegure educación, sanidad y seguridad laboral, casi pasan a segundo plano.

 

   En lo negativo, los errores. Algunos que arrastramos hoy, como fue la elección de su sucesor (nada no previsible, pues Franco era un general monárquico. GeCé, mi admirado Giménez Caballero, decía que Franco fue un hombre del pueblo que ejerció de Rey para dejar paso a un Rey que ejerce de hombre del pueblo); otros de los que nos libramos ya hace unos años, como una estúpida censura o el dar un poder desmedido a la Iglesia, olvidando intencionalmente que lo que es del César debe ser del César; y otros errores u horrores que, sin poder adjudicárselos directamente a él, convengamos en que no logró solucionar, de ellos, el principal, la división entre los españoles. Es más: sus propias “familias”, por ejemplo el Opus y la Falange, anduvieron a golpes entre ellas. Veréis que no hago referencia a la represión, condenas derivadas de la guerra civil y más derramamiento de sangre. Y no es que no me apene, no sufra, por la muerte y cárcel de tantos españoles, es que conceptualmente lo sitúo no sólo como consecuencia de la guerra civil, sino parte de la guerra civil misma, retazos del conflicto que se extendieron al periodo de paz. ¿Pudo Franco perdonar más de lo que hizo? ¿Fue un asesino sanguinario o como en su época alguno acusaba, un generalote en exceso magnánimo que condonaba demasiado?. No tengo luces para discernir en un campo tan lleno de dolor, prefiero que vosotros mismos lo juzguéis, con un mayor alejamiento en el tiempo. Quizá yo en su piel hubiera sido más duro, o más blando, no lo sé. Afortunadamente, yo no estaba en su piel.

 

   Sí, durante su mandato, pareció que sólo unos pocos tenían ganas, en lo que fueron los rescoldos de uno y otro bando, de seguir atizándose. Que la Paz por fin había llegado a España para quedarse. Pero eso no lo considero un logro de Franco, sino de la simple memoria de los que vieron y vivieron ese horror, que deseaban, con todas las fuerzas, alejarlo de ellos y de sus hijos. De aquellos que defendieron lealmente sus ideas, a uno y a otro lado de la trinchera, y que supieron perdonar con la misma valentía con la que sus hermanos supieron morir. Ése fue el mayor logro de los años, no de Franco, no del franquismo, sino de los españoles. Rojos o nacionales. Comunistas, anarquistas, carlistas, falangistas, socialistas... que quisieron una España mejor por sus hijos y lucharon por imponerla, y después se dieron cuenta del horror de la guerra, y de que eso, justo eso, era lo que menos querían para sus hijos.

 

   Sea como fuere, a favor o en contra, Franco ya es sólo mera historia. Espero que así os llegue a vosotros, y lo estudiéis con la misma pasión, ni más ni menos, que la que pondríais al leer cosas de Espartero, Fernando el Católico, Felipe V, Lincoln o Bolívar. Es sólo historia. Nada más. Y nada menos. Ésa es la idea que os trato de transmitir: que intentéis ser espectadores imparciales, que no os cerréis a ninguna fuente... pero que sepáis valorarla. Y, sobre todo, que no proyectéis el presente sobre el pasado, que es cronocentrismo, ni el pasado sobre el presente, que es nostalgia, salpicada de estupidez.

 

Os quiere: papá.