LAS CAUSAS INMEDIATAS DE LA GUERRA DE MALVINAS
Mario MENEGHINI
En el documento que se considera como el testamento político del general Perón, el Modelo Argentino para el proyecto nacional, presentado oficialmente ante la Asamblea Legislativa el 1 de mayo de 1974, se encuentran varias definiciones que muestran con claridad lo afirmado anteriormente y que conviene recordar:
-Existe una cabal coincidencia entre nuestra concepción del hombre y del mundo, nuestra interpretación de la justicia social y los principios esenciales de la Iglesia.
-Un hombre hecho a imagen y semejanza de Dios, realizando su existencia como sujeto histórico que desempeña en el mundo una mística espiritual entre los seres de la Creación.
-En este sentido, no sólo los principios filosóficos guardan plena coherencia; la Iglesia y el Justicialismo instauran una misma ética, fundamento de una moral común, y una idéntica prédica por la paz y el amor entre los hombres”.
-No pretendo evaluar integralmente la concepción de la Iglesia a los propósitos de un modelo temporal como es el Modelo Argentino. Pero estoy seguro, eso sí, que el llamamiento de las cartas encíclicas, las constituciones pastorales y las cartas apostólicas –particularmente las más recientes- constituyen para nosotros un aporte claro y profundo. Pienso que, en este terreno, el Modelo Argentino sólo necesita que ese mensaje sea adoptado eficientemente.
Presento un Modelo Nacional, Social y Cristiano.
-La ruta que debemos recorrer activamente es la misma que definen las Escrituras: un camino de fe, de amor y de justicia, para un hombre argentino cada vez más sediento de verdad.[3]
Los conceptos transcriptos guardan coherencia con lo que un cuarto de siglo antes, Perón había expuesto en la Doctrina Peronista:
-El cristianismo, que constituyó la primera gran revolución, la primera liberación humana, podría rectificar felizmente las concepciones griegas, pero esa rectificación se parecería mejor a una aportación.
Enriqueció la personalidad del hombre e hizo de la libertad, teórica y limitada hasta entonces, una posibilidad universal (…).
Lo que le faltó a Grecia para la definición perfecta de la comunidad y del Estado fue, precisamente, lo aportado por el Cristianismo: su hombre vertical, eterno, imagen de Dios”.[4]
En un momento de crisis profunda de la sociedad argentina, 43 ciudadanos destacados de la cultura y de la política –Grupo Consensos-, firmaron un manifiesto[5], en el que destacan que, al margen de preferencias partidistas, el núcleo básico de la doctrina política del justicialismo puede ser compartida hoy por muchos, y contribuir al esclarecimiento de los dirigentes, sin desconocer los errores y desviaciones ideológicas de quienes han pretendido aplicar dicha doctrina en el pasado. Precisamente, en la actualidad asistimos a una profunda embestida cultural que pretende destruir desde el gobierno nacional, las mismas bases de la nación argentina, en abierta contradicción con los principios del justicialismo.
Editor: Centro de Estudios Cívicos
Dirección: Flavia y Mario Meneghini
[1] “La apelación a la utopía es, con frecuencia, un cómodo pretexto cuando se quiere rehuir las tareas concretas y refugiarse en un mundo imaginario; vivir en un futuro hipotético significa deponer las responsabilidades inmediatas.”: Modelo argentino para el proyecto nacional; citado por Silvio Maresca, “Incursiones intempestivas políticamente incorrectas”, en revista Consensos, Nº 2, junio 2012, p. 68.
[2] “La apelación a la utopía es con frecuencia un cómodo pretexto para quien desea rehuir las tareas concretas refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético es una coartada fácil para deponer responsabilidades inmediatas”; Octogesima adveniens, 1971, p. 37.
[3] Op. cit., pp. 135 y 136.
[4] Perón, Juan Domingo. Doctrina Peronista; Buenos Aires, Ediciones Macacha Guemes, 1973, p. 67.
[5] Grupo Consensos. Hacia la comunidad organizada del siglo XXI, 2012.
Mario MENEGHINI
Para abordar este tema hace falta, en primer lugar, distinguir la guerra de otros conceptos relacionados, como conflicto y lucha. El conflicto manifiesta una oposición, que no necesariamente deriva en agresión violenta, y la lucha hace referencia a un esfuerzo por superar obstáculos -así se habla de lucha contra el hambre, etc.-; ni la lucha ni el conflicto pueden analogarse con la guerra. Otra aclaración necesaria, es que la guerra es un fenómeno colectivo, y, por lo tanto, difiere de la riña y el duelo, que son enfrentamientos violentos entre dos o pocas personas.
La guerra es una lucha armada entre dos bandos humanos rivales, que tratan de imponer al adversario un objetivo por el medio violento de la fuerza militar. Las causas de la misma, pueden ser de distinto tipo: ambición de dominio, motivos dinásticos, motivos económicos, motivos religiosos, entre los más comunes. Aunque en la actualidad, lo normal es que se dé una sumatoria de causas. Esto y las consecuencias dolorosas de todo enfrentamiento bélico, explican que la guerra sea un fenómeno social complejo, que se puede estudiar desde distintas perspectivas.
Podemos reducir las actitudes ante la guerra, a dos principales: la belicista y la cristiana. El belicismo es una actitud extrema, favorable a la guerra, de la que hace una apología, llegando, en algunos casos, a una exaltación mística. Es inadmisible la idea de que la guerra constituya un bien para la humanidad. La experiencia demuestra que es fuente de males, materiales y espirituales.
Es también inadmisible el principio político de que el poder es el fin del Estado. El poder es sólo un medio para el Bien Común, que es el verdadero fin del Estado. Y para lograr el Bien Común, es necesario limitar el poder del Estado, y del gobernante, para evitar abusos, en el plano interno y en el plano internacional. El Estado no está ubicado en un plano metamoral, y necesita de la ética para lograr la justicia.
El belicismo obra a modo de profecía autocumplida, pues es una de las causas que conducen a la guerra. En efecto, al caer los frenos morales, los gobiernos creen que no son responsables de la guerra, al considerarla un fenómeno natural.
La actitud cristiana ante la guerra, se fundamenta en:
· La guerra es una cuestión moral y jurídica, no un fenómeno natural. Siempre la decisión bélica es una decisión humana.
· Todo gobierno debe procurar la paz. La guerra es el último recurso para resolver un conflicto grave. En el cristianismo no hay exaltación ni apología de la guerra. Pero, cuando a San Juan Bautista le consultaban los soldados del Imperio que se convertían, no les exigía abandonar su profesión, sólo les recomendaba: “No hagáis extorsión a nadie, ni uséis de fraude, y contentaos con vuestras pagas”. (Lc, 3,l4)
La doctrina cristiana de la guerra nace con San Agustín, y es Santo Tomás quien compendia la tradición sobre esta materia, fijando cuatro condiciones para que sea admisible una guerra:
1. Autoridad competente. Esto significa que la decisión de emprender una guerra no la pueden tomar los particulares, es una decisión pública. Se vincula con el concepto de soberanía; los particulares pueden recurrir a una autoridad que dirima los conflictos que surjan entre ellos, el Estado no tiene superior. La soberanía implica la autoridad suprema sobre un territorio determinado, por ello un ente soberano no tiene a quien acudir para que se restablezca la justicia.
2. Recta intención. La decisión de ir a la guerra debe ser honesta, no impulsada por el odio ni la ambición de los gobernantes. Y, por ser tan delicada esta decisión, Francisco de Vitoria sostenía que no debía quedar a merced del Príncipe, de modo exclusivo. Por el contrario, requería el refrendo de sus consejeros; además, recomendaba que se consultara con los sabios. De esa forma, se reduce el riesgo de actitudes pasionales.
3. Medios lícitos. Expresa la Convención de La Haya que las partes beligerantes no tienen un derecho ilimitado en la elección de los medios para combatir al enemigo. También el cristianismo sostiene que el fin no justifica los medios. Para determinar los medios lícitos, el Derecho Natural aporta orientaciones:
· Principio de finalidad: el fin de la guerra es vencer al enemigo para lograr imponerle una paz justa. Pero, entonces, no puede justificarse la violencia inútil, que no contribuye al resultado, como el ataque a civiles no combatientes, a mujeres y niños.
· Principio de humanidad: la guerra no suspende la vigencia de los derechos humanos. Por ello, aún en situación de guerra, no pueden justificarse actos de crueldad como la tortura o el asesinato de prisioneros.
· Principio de fidelidad: para que sea posible una guerra exenta de crueldades y se pueda lograr una paz justa, es imprescindible el respeto a las normas internacionales y a los compromisos que se contraigan entre los países combatientes. “Pacta sunt servanda”, es una frase utilizada en el derecho internacional que significa que los pactos deben ser cumplidos.
4. Causa justa. En primer lugar, se requiere que el adversario haya cometido injusticia, es decir que haya violado algún derecho. Violación del derecho, sobre la que debe haber certeza, ya que la suposición no es suficiente. Además, la violación debe ser obstinada: una ofensa que el adversario no esté dispuesto a reparar por vía pacífica.
En segundo lugar, se requiere que la violación o injuria sea grave. Vitoria lo expresa así: “No es lícito castigar con la guerra por injurias leves a sus autores, porque la calidad de la guerra debe ser proporcional a la gravedad del delito.”
“Porque las guerras deben hacerse para el bien común, y si para recobrar una ciudad es necesario que se sigan mayores males a la República(...), en este caso no cabe duda que están obligados los príncipes a ceder su derecho y a abstenerse de hacer la guerra.”
Dijimos que para el cristianismo la guerra es admisible en determinadas situaciones, lo que lo diferencia del pacifismo, exaltación de la paz a cualquier precio. El cristianismo no es pacifista, puesto que admite la licitud de la profesión militar y la contribución ciudadana a las fuerzas armadas (CIC, nºs. 2308 y 23l0).
Es que la paz -según la clásica definición de San Agustín- es la tranquilidad en el orden; y no puede haber orden sin justicia. Por eso afirmaba Juan Pablo II: “No somos pacifistas, queremos la paz, pero una paz justa y no a cualquier precio” (18-2-1991). Y, en otra oportunidad el Santo Padre aclaró: “Los pueblos tienen el derecho y aún el deber de proteger, con medios adecuados, su existencia y su libertad contra el injusto agresor” (1-1-1982).
La realidad del mundo contemporáneo caracterizado por la interdependencia de los países, agrega una nueva exigencia a cumplir, antes de iniciar una acción bélica, que es consultar a la comunidad internacional buscando su mediación, para solucionar por vía diplomática los conflictos.
Sin embargo, el Catecismo aclara que: mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacifico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legitima defensa (2308).
La doctrina resumida nos sirve de guía para evaluar contiendas bélicas concretas. Podemos afirmar, sin temor a errar, que la guerra contra Irak fue manifiestamente injusta. En cambio, como lo ha demostrado el Prof. Alberto Caturelli, la guerra de Malvinas cumple todos los requisitos que fija la doctrina para ser considerada una guerra justa.
En efecto, “cuando Inglaterra, en 1833, agredió nuestro derecho efectivamente ejercido sobre las Malvinas …usurpando la posesión de las mismas, cometió un acto de tal naturaleza que siguió agrediendo a la Argentina todo el tiempo, durante casi un siglo y medio”.
“Por eso, Inglaterra puso entonces (no en 1982) la causa de guerra justa de parte de la Argentina”.
“La Argentina, dadas ciertas circunstancias concretas y ante los signos inequívocos del usurpador de no tener voluntad de restituir las islas, decidió retomar lo que siempre fue suyo”.
Frente a los hechos, se han emitido interpretaciones diferentes sobre la decisión de iniciar la guerra, incluso desde el campo militar.
-Muestra de incompetencia: Gral. Balza
-Aventura militar: Informe Rattenbach
Analicemos los hechos:
El conflicto bélico de 1982 se origina, no en Malvinas, sino en el archipiélago de las Georgias del Sur, el 19 de marzo cuando desembarcó en Puerto Leith, en la Isla San Pedro, del grupo de las Georgias, un grupo de 41 obreros argentinos, contratados por el empresario Davidoff, para desguazar instalaciones balleneras, operación autorizada por el embajador británico. Este grupo viajó en el buque Bahía Buen Suceso, que era un transporte de la Marina, dedicado a operaciones comerciales, y en el que no había personal militar ni armas de guerra.
El contrato molestó al gobernador Hunt, vinculado al Comité de las Islas Malvinas (lobby), pues:
-el único buque de la marina, rompehielos Endurance, dejaría el área en mayo
-en junio 82 la Oficina Investigaciones Antárticas británica abandonaría las Georgias (Gritviken)
-los obreros argentinos con contrato hasta el 84 serían la única presencia en las islas.
Por eso exigió la expulsión del grupo de argentinos, con el argumento de que no había hecho sellar las tarjetas blancas que se usaban habitualmente para viajar a Malvinas, según el acuerdo de 1971.
El Canciller Dr. Costa Méndez, pidió que la expulsión se revocara si Davidoff ordenaba a sus empleados completar la formalidad de ir hasta Gritviken y hacer sellar las tarjetas. El embajador estuvo de acuerdo, pero Hunt sostuvo que las Georgias no estaban incluidas en el acuerdo de 1971 y que debían sellarse los pasaportes.
Cabe destacar que la presencia de estos argentinos no representaba ninguna amenaza: primero, porque no eran militares, y la segunda porque en Georgias no había población, sólo estaba el personal de investigaciones antárticas, y en otra zona. Fueron los propios británicos quienes convirtieron el asunto de las Georgias en un incidente.
El 29, la primera ministra Margaret Thatcher decidió el envío de un submarino nuclear a la zona de conflicto. El 30 la situación comienza a descontrolarse; en Londres el ministerio de Defensa decide duplicar el numero de infantes de marina de la guarnición de Malvinas, y confirma la orden de enviar un segundo submarino nuclear.
El gobierno argentino no podía aceptar las exigencias de desalojar a los obreros de Davidoff que estaban cumpliendo un contrato legalmente formulado, ni obligarlos a presentar sus pasaportes, pues:
-estaban en un territorio en disputa
-se habían cumplido todas las formalidades establecidas
-admitir el uso de pasaportes era aceptar la pretensión británica de soberanía sobre las islas Georgias.
Si nuestro país hubiera tolerado el desalojo por la fuerza, o hubiera accedido a evacuar a los obreros bajo amenaza, o hubiera aceptado el visado de pasaportes, ello habría significado una verdadera abdicación del derecho de soberanía sobre el Atlántico sur, por aplicación de la doctrina conocida como “stopell” (reconocimiento tácito de derechos).
Ya no había alternativa válida para la Argentina, que se vio obligada a ejercer el derecho a la legítima defensa, previsto en la Carta de las NU, art. 51, en caso de ataque armado, hasta tanto el Consejo de Seguridad tome las medidas adecuadas para mantener la paz. El Fiscal de la Cámara Federal, que juzgó a los Comandantes en Jefe, afirmó que: “La Argentina, pues, no agredió, fue agredida”; concepto ratificado por la Cámara en su pronunciamiento.
Con motivo de celebrarse los 30 años de la gesta de Malvinas, conviene difundir la verdad de lo ocurrido en la guerra y no dejar pasar afirmaciones que inducen a la confusión o a la duda. Los errores y debilidades propias deben ser reconocidos, pero no debe permitirse la diatriba ni la calumnia sobre las reales motivaciones de una guerra que la Argentina no provocó imprudentemente y que una vez desatada supo afrontar con entereza. Como sostuvo quien comandara la Marina en esa circunstancia:
“Felizmente, no prevalecieron mezquindades ni especulaciones. Por el contrario, siguiendo la línea de los grandes hechos fundacionales, al adoptar la resolución de resistir al usurpador, la Argentina se ponía de pie y mostraba al resto del mundo que, aún frente a la arrogancia de los poderosos, conservaba su vocación de nación independiente”.
(*) Exposición en las “Jornadas de Homenaje a la Gesta de Malvinas 1982-2012”, efectuada en la Legislatura de Córdoba, los días 9 y 10 de abril de 2012.
Fuentes:
Caturelli, Alberto. “Recuperación de las Malvinas Argentinas. Noción de Guerra Justa”; Secretaría General del Ejército, 1982.
Meneghini, Mario. “Dos guerras argentinas”; Centro de Estudios Cívicos, 2010.
Cinco nuevos municipios indígena-campesinos acaban de dotarse de estatutos autonómicos, incrementando estas unidades políticas emergentes. Estos estatutos son calco de un libreto único con no pocas curiosidades que invitan al asombro. Si se aprecia que en el país están reconocidos más de 339 municipios, la mayoría de carácter rural-campesino, y según la Constitución hay 36 pueblos originarios, nueve departamentos, más las regiones y todos son o serán autónomos, la conclusión es que Bolivia se fragmenta en lo territorial, político, administrativo y financiero como un inextricable mosaico, una mixtura de gobiernos y jurisdicciones, con el añadido de que los idiomas oficiales son 37, incluido el castellano, resultando el absurdo más próximo a la Torre de Babel; un pandemónium de intereses e contradicciones.
Veamos los efectos de la liberalidad con la que la actual Constitución abre el camino a las republiquetas de nuevo cuño. Vienen a sumarse en consecuencia los municipios de Jesús de Machaca, Mojocoya, Uru-chipaya, Totora Marka y Aullagas, gobernados según sus estatutos autonómicos por órganos Legislativo y Ejecutivo de tipo plural, pudiendo dictar leyes y reglamentos, contratar empréstitos internos y externos. ¡Oh!, maravilla. Por ejemplo el Jatun Kamachi es una especie de Presidente de los Mojocoya, así que Evo Morales, Jefe del Estado, tendrá que compartir el poder como antaño los reyes con una infinidad de señoríos. Al tratarse de municipios queda en pie el alcalde y el concejo municipal, para satisfacción de muchos aspirantes y pocos gobernados. El aparato estatal mencionado tiene denominaciones en sus propias lenguas y a sus miembros se les asigna una vestimenta autóctona. El resto viste convencionalmente.
Casi todos estos mini-estados admiten los símbolos nacionales contemplados en la Carta Magna (bandera, escudo, whipala, etc.), pero se atribuyen una bandera exclusiva y un himno. Los Uru-chipayas se identifican solamente con la Kiwuna de cuatro colores. Como se ve estas características son objetivamente una continuidad “colonialista” tanto en el sistema de gobierno como en la simbología. Lo judicial se reparte entre la familia, la comunidad, el ayllu y la marka, añadiendo los chipayas una instancia de revisión. Son lenguajes “oficiales” el castellano, aymara, quechua o el uruchipaya, según la región, lo que hace de la lengua de Cervantes una común y arraigada realidad.
El sistema económico-financiero es universal a los cinco pueblos y la fuente no podía ser otra que el IDH, las regalías departamentales, la coparticipación tributaria y una cuota parte del Fondo Indígena de Desarrollo, recursos en gran medida generados por la ciudadanía no originaria y contribuyente al Fisco. Este rubro financiero da la pauta segura de la incorporación diligente al régimen autonómico, iluminada por un nuevo filón burocrático. Si el jacha Estado cotiza a sus autoridades y funcionarios, por qué no los mini-estados originarios. Algunos de tales municipios tienen facultad de cobrar sus propios impuestos y tasas, en un medio tradicionalmente resistente al pago de tributos.
La cúpula soberana de estos reinos es el Magno Congreso (sic), en cuyo seno radica la elección de candidatos al poder legislativo (léase al propio y a la Asamblea Plurinacional), lo que nos hace ver otra modalidad muy democrática, pero también demasiado occidental. Las características mencionadas muestran de lejos que han quedado atrás los usos y costumbres ancestrales, resaltando en su lugar un acomodo de jaez colonial y republicano a despecho del Estado Plurinacional.
No sólo lo anterior sino que hemos retrocedido a las prácticas políticas de la antigüedad -no perdidas en la noche de los tiempos, como se quisiera- navegando en un estrecho archipiélago de ciudades-estados al puro estilo griego. Basta discurrir para comprobar que el retroceso excede a la conformación del Estado como aporte político moderno, el que dio consistencia y unidad a desperdigados pueblos para convertirlos en grandes unidades nacionales. A este paso tenemos más de una confederación de republiquetas que de un Estado Nacional.
José Luis ONTIVEROS
“¡Maldito el día en que renegamos de España y nos entregamos a los yanquis!”, frase profética de Don Lucas Alamán y de los mexicanos patriotas que vieron en la fratricida, sanguinaria, estúpida, interminable, falsa guerra de independencia, la mejor manera de autodesintegrar el poder del virreinato de Nueva España, la joya de la corona de los reinos de América.
Y hay que aclarar tanto mi radical repudio a celebraciones fratricidas como mi rechazo a la actual España depredadora de las trasnacionales, de la banca, mendiga-otanesca y mono de loseurópidos.
La historiografía liberal-fracmasónica, que ha sido rasgo en una tiranía del pensamiento único, ha construido una mitologización sobre la independencia, mejor dicho de dependencia hacia Estados Unidos, y la figura portentosa y visionaria de su Majestad Imperial Agustín I.
Por principio, es mejor formar parte del Imperio español que ser una colonia bananera como es el caso patético de la aldea Tenochca, sumida en ritos antropófagos. Y si bien es cierto que prefiero, y con mucho, el arquetipo femenino español que las regordetas mexicanitas tragadoras de tacos, la postura sobre el proceso de absorción, mal llamada independencia, hacia EU, en una serie de degradaciones sucesivas que costaron el despojo por EU de más de la mitad de la parte más rica del territorio en 1847 y la imposición política -en el colmo de la abyección de sus instituciones- afán plasmado en aquello de “Estados Unidos Mexicanos” gringadera mayor, lo importante es analizar cómo Don Lucas Alamán, malqueriente del gran Iturbide, advierte que la guerra de castas, la imitación servil de la Ilustración que practicó el vejete de Hidalgo, quien en Guadalajara se hizo nombrar “Alteza Serenísima”, rodeado de criollos privilegiados, todos los cuales juntos no formaban un solo cerebro, iba a provocar una larga carnicería de debilitamiento y desastre, sin tener un plan político que pudiese dar cohesión al “Águila del Septentrión”, al poder imperial de México, fundador de Filipinas, explorador de Alaska, defensor hispánico en las Antillas de la piratería británica y francesa, factor decisorio en Perú, logro máximo de la arquitectura, centro de cultura, pintura, música, bibliotecas conventos, caminos, metrópoli de América del Norte que sería destruido por unos falsos independentistas miméticos que babeaban con la Ilustración y seguían “las luces” de Nueva Orleans, a falta de las “mariposas equivocadas” de Nueva York.
Don Lucas Alamán previó que la falsa guerra de independencia sería terrible y demoledora, que a sus rasgos de crueldad inaudita, que activaron los atavismos prehispánicos y sus ritos de sevicia, tendría como fruto podrido un único resultado: la precipitada pérdida del poder imperial y el ser subsumidos por EU, al punto de perder toda originalidad.
Argumenta Alamán que la tradición prehispánica es monárquica y que ésta es la “forma natural y armoniosa de organización social entre los mexicanos”, y que cada pueblo deber marcar su propio genio. En tal sentido no es conveniente aplicar fórmulas extranjeras que dispersen la unidad y nos enfrenten en facciones como ocurriría en el s.XIX. Su Majestad Imperial Agustín I fue la única figura que pudo rescatar a la independencia de su potencial destructor con el Plan de Iguala, obra de articulación política, pero su sangre bendita fue derramada en Padilla, y como advirtió Don Lucas Alamán: “no se extrañen de ver ondear en el Palacio de los virreyes la bandera yanqui: es el castigo que merecemos por nuestra falsa independencia”.
Alberto BUELA
Los norteamericanos son esos seres humanos que cuantifican todo, en donde el gigantismo es el dios monocorde de una sinfonía aburrida como es la de medir todo aquello que se hace, no dejando lugar al hacer o dejar de hacer “porque me da la real gana”, como pasa con nosotros en el “mundo bolita”. Los yanquis acaban de realizar una nueva encuesta sobre el uso y aprendizaje del castellano (ellos lo llaman español) en Estados Unidos.
Las cifras son las siguientes: 850.000 estudiantes universitarios están aprendiendo castellano, mientras que francés lo hacen solo 210.00; alemán 198.000, japonés 74.000 y chino mandarín 74.000. Además alrededor de 40 millones hablan fluidamente la lengua de Cervantes y 4 millones de norteamericanos Wasp (white anglosaxon protestant) que no son de origen hispano lo hablan correctamente.
Siempre siguiendo con las cifras, muestra esta nueva encuesta que 89% de los jóvenes hispanos nacidos en USA hablan inglés y español, contra el 50% de dos generaciones anteriores. Se calcula que los hispanos para el 2050 dado su crecimiento poblacional que supera en hijos la media de yanquis y negros serán el 30% de la población. El índice de natalidad de los yanquis es del 1,5%, el de los negros de 2% y el de los hispanos el 3,5%.
Se ha producido un cambio de mentalidad en el mundo hispano de los Estados Unidos y es que los padres ven como una ventaja el bilingüismo de sus hijos, contrariamente a lo que sucedía dos generaciones para atrás. Así, unas décadas pasadas los padres pedían a sus hijos que no hablaran español porque pensaban que su inserción y progreso en Estados Unidos sería más rápida, mientras que ahora aprecian que la práctica del bilingüismo les ofrece mejores posibilidades laborales y de inserción social.
Este cambio de paradigma ha producido una explosión en los estudios hispánicos en USA con el consabido efecto multiplicador que produce en las sociedades que le son periféricas, como es su patio interior: la América hispánica. Por otra parte, el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación como el Internet ha venido a colaborar en esta explosión de la práctica del castellano en Norteamérica. Los inmigrantes hispánicos están en contacto diario con su cultura de origen, sus prácticas cotidianas, sus usos y costumbres.
¿Cómo se aprecia políticamente este fenómeno desde los Estados Unidos?. Desde Yanquilandia un analista político y estratégico como Samuel Huntigton en un reciente trabajo titulado El reto hispano afirma: «La llegada constante de inmigrantes hispanos amenaza con dividir Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas y dos lenguas. A diferencia de grupos anteriores de inmigrantes, los mexicanos y otros hispanos no se han integrado en la cultura estadounidense dominante, sino que han formado sus propios enclaves políticos y lingüísticos -desde Los Ángeles hasta Miami-y rechazan los valores angloprotestantes que construyeron el suelo americano. EE.UU. corre un riesgo si ignora este desafío."
Por su parte el politólogo del Boston Collage, Peter Skerry afirma: "A diferencia de otros inmigrantes, los mexicanos llegan procedentes de una nación vecina que sufrió una derrota militar a manos de Estados Unidos y se establecen, sobre todo, en una región que, en otro tiempo, fue parte de su país (...) Los habitantes de origen mexicano tienen una sensación de estar en casa que no comparten otros inmigrantes". Pues casi todo Texas, Nuevo México, Arizona, California, Nevada y Utah formaban parte de México hasta que este país los perdió como consecuencia de la guerra de independencia de Texas, en 1835-1836, y la guerra entre México y Estados Unidos, en 1846-1848.
¿Y desde el mundo hispano americano? Prácticamente no se hace nada, se deja liberado al fenómeno a una especie de fuerza de las cosas, por la cual lo que ha de dar se dará y lo que ha de cambiar, cambiará. No existe una sola política de Estado, que tengamos noticias, de ninguno de los veintidós Estados iberoamericanos sobre el tema de la expansión, consolidación y transmisión del castellano entre los inmigrantes a los Estados Unidos. Éstos están librados a su suerte y arbitrio y no reciben ninguna ayuda ni apoyo para su práctica.
Es que la dirigencia política iberoamericana (salvo el caso extraordinario de Lula) no ve en el ejercicio y práctica del español un resorte de poder internacional, que sobre un universo de discurso de 550 millones de hablantes la convierte en la lengua más hablada del mundo. Ni siquiera ven el dato bruto que acabamos de enunciar. Y el caso de Lula va más allá de lo ordinario, como lo es la dirigencia política iberoamericana en su conjunto, pues él como buen discípulo de Gilberto Freyre pudo afirmar: “la cultura hispánica está en la base de nuestras estructuras nacionales argentina y brasileña, como un vínculo transnacional, vivo y germinal en su capacidad de aproximar naciones”. En septiembre de 2008 firmó el decreto ley sobre “Acuerdo ortográfico de lengua portuguesa” que simplifica y unifica la forma de escribir el portugués entre los ocho Estados que lo tienen como lengua oficial (Portugal, Brasil, Angola, Mozambique, Cabo Verde, Guinea Bissau, Sao Tomé y Príncipe y Timor Oriental), acuerdo que calificó de estratégico. Hoy en Brasil son 12 millones los estudiantes que practican correctamente el español; es que el hombre hispano entiende y, con mínimo esfuerzo, habla naturalmente cuatro lenguas: el gallego, el catalán, el portugués y el castellano.
El multi o polilinguismo, con el cual el castellano convive desde siempre - la vida en España y la aventura de América han sido pruebas concluyentes - nos está indicando que hoy donde el bilingüismo es tan necesario como el agua, está nuestra lengua en mejores condiciones que cualquier otra de servir a la humanidad en su conjunto. Éste es el hecho bruto del cual la dirigencia política no ha sabido sacar ninguna ventaja ni provecho. Y su ceguera no le permite apreciar que tiene en sus manos y en desuso el instrumento más valioso en orden a la política internacional.
Alberto BUELA
Hoy le dieron los suecos, más precisamente la masonería sueca, el premio Nobel de literatura al peruano Vargas Llosa, y está bien que así sea. Se lo negaron a Borges, no se lo dieron a Rulfo, no lo obtuvo Carpentier, ni Lugones, ni Cortazar, ni Ibarburú, ni Céspedes, ni tantísimos otros escritores de lengua española mil veces mejores que los últimos diez premios nobeles de literatura: 2009: Herta Mueller (Alemania), 2008: Jean-Marie Gustave Le Clezio, (Francia), 2007: Doris Lessing (GB), 2006: Orhan Pamuk (Turquía), 2005: Harold Pinter, (GB), 2004: Elfriede Jelinek (Austria), 2003: J.M. Coetzee (Sudáfrica), 2002: Imre Kertesz (Hungría), 2001: V.S. Naipaul (GB), 2000: Gao Xingjian (Francia), 1999: Gunter Grass (Alemania).
Y se lo dan a Vargas Llosa por liberal y masón. Y además escribe bien. La paradoja estriba en que por el solo hecho de escribir en español o castellano se transforma, incluso a pesar de él, en un disidente respecto de la “producción de sentido” que las autoridades suecas quieren y desean dar al dicho premio. No en vano de los últimos diez, al menos cinco escriben y se expresan en inglés, idioma que la intelligensia sueca ha adoptado desde hace medio siglo como propio.
Vargas Llosa apoltronado en Nueva York ha declarado en una extensa conferencia de prensa que: La Academia no me premió a mi sino a la lengua en la que escribo…siempre traté de escribir lo mejor que pude para la mayor difusión del español…a los hispánicos de los Estados Unidos les digo que se sientan orgullosos de su tradición cultural que hunde sus raíces en Cervantes, Quevedo, Calderón y tantos otros. Estas declaraciones que le nacen naturalmente a Vargas Llosa se producen por su pertenencia al castellano y más allá de su formación ideológica, pues son, a todas luces, políticamente incorrectas. En tal sentido quiero traer a colación lo que me escribió hace unos días, un muy buen investigador argentino en historia, el profesor Jorge Bohdziewicz, observándome un artículo mío La manipulación internacional del castellano, que: “Es cierto y bueno lo que decís sobre la lengua castellana. Aquí tenemos un ejemplo concreto de colonialismo lingüístico. En el Conicet, (equivalente del Cesic español) institución que conozco en detalle, tienen mayor calificación los artículos científicos si se publican en revistas extranjeras y en idioma inglés. Son nuestros evaluadores los que tratan de imponer esa norma, y a fe que lo logran. Ya nadie quiere publicar en revistas científicas nacionales, que van desapareciendo de a una. Los investigadores se desesperan por publicar en revistas extranjeras de "alto impacto", que le dicen, porque saben que de lo contrario corren el riesgo del rechazo de sus informes. En cuanto a valor intrínseco del trabajo, poco importa. Nadie lee y todos juzgan por el "soporte".[1]
Este premio de Vargas Llosa adquiere una significación geopolítica no apreciada por los propios, pues desmiente el trabajo de zapa de todos los centros académicos y de formación científica del mundo hispanohablante que desplazan sistemáticamente el castellano como lengua de expresión científica sin que medie pedido alguno para ello. Es un problema de colonización lingüística emplazado de hecho en la cabeza de las autoridades de los institutos y academias de formación científica.
Hoy se ha instalado en todo el mundo académico un sistema de “revistas con referato internacional”, donde los referís se intercambian de unas revistas a otras como aquel lema de los poetas bogotanos: “te leo si me lees”. Además los informes académicos tienen que estar apoyados en revistas “indexadas”, esto es, en revistas que figuran en el nomenclátor internacional de revistas y editoriales, quienes son las que otorgan valuación positiva de los artículos publicados. Se produce así un círculo hermenéutico que nos dice: un artículo escrito en castellano es científico no por lo que dice, sostiene o prueba sino por el soporte técnico que tiene (citas en inglés) y ese cúmulo de citas “indexadas” hace que dichas revistas prestigien a dicho artículo, y no el juicio de los pares, como debería ser. La desmitificación de este andamiaje académico, de esta impostura intelectual la realizó, entre otros, Alan Sokal con su artículo sobre el uso embaucador y farsante de las publicaciones sedicentes “científicas”. Así, escribió un artículo en joda, lo logró publicar en una revista “científica” con referato internacional y luego les dijo que eran unos embaucadores.
El ejemplo académico más reciente que conozco es cuando hace un par de años la Universidad de Barcelona presentó un proyecto de seminario sobre la filosofía práctica en Aristóteles y el Ministerio de Ciencia e Innovación español los desechó porque los expositores eran todos de lengua española, sin importarle los méritos de los profesores que lo integraban ni sus trabajos de investigación durante décadas en el pensamiento del Estagirita. Fue necesaria una carta del profesor norteamericano Richard Kraut de la Northwestern University para que el ministerio autorizara el seminario. Lo triste es que R. Kraut es un “medio pelo” entre los estudiosos de Aristóteles y cualquiera de “los nuestros” (Gómez Lobo, Zagal, Llano, Oriol, Serrano, Mauri, etc.) lo da vuelta como un guante.
Cuando el viejo Alejandro de Humboldt afirmó que los hablantes modelan la lengua y la lengua modela la mente, y así cada idioma fomenta un esquema de pensamiento y estructuras mentales propias, realizando uno de los mayores descubrimientos lingüísticos, nos permitió explicar apoyados en esta premisa que una forma es pensar los clásicos en inglés y otra en español. Nosotros, en tanto herederos directos y sin mediaciones de Grecia y Roma, pensamos en función de un todo, de una totalidad de sentido, en tanto que la mente estructurada por el inglés los ve en sus detalles. Ellos están por así decirlo a ser siempre, especialistas de lo mínimo. Algo que, por otra parte, caracteriza al pensamiento moderno.
No quiero acá detenerme en la evolución o involución de los estudios aristotélicos, que es cuestión de enjundiosos especialistas, pero en líneas generales puede decirse que se pasó de una visión del todo, a una visión de las partes y cuando esta visión dividió hasta el infinito las mil sutilezas encontradas, se perdió la visión del todo y hoy estamos como “cuando vinimos de España: con una mano atrás y otra adelante”. De esta tara se liberó la genuina literatura hispanoamericana que no imitó y creó constantemente durante todo el siglo XX. Así el realismo mágico y la novela histórica buscaron un anclaje siempre en la política como arquitectónica de la sociedad y explicación última de lo que sucede con nosotros en esta mundanal vida.
Vargas Llosa, a pesar de él mismo, se da cuenta de ello y en este hodierno reportaje neoyorkino lo afirmó: “la literatura hispana tiene a la política como un elemento constitutivo”. Y es por ello, agregamos nosotros, que el ensayo es el género propio de la expresión hispanoamericana donde el autor mezcla lo grande y lo pequeño de manera personal y llega a conclusiones, enumera pruebas más que detenerse en el método que convalida las pruebas.
Alberto BUELA
En estos días, con motivo de la edición de las obras de José Luís Torres (1901-1965), el fiscal de la década infame, la misma editorial me regaló los escritos políticos de Manuel Ugarte (1875-1951), que editó hace unos meses. Dos pensadores nacionales, de dos generaciones distintas, que estuvieron en los albores de la primera guerra por la independencia económica de la Argentina. Aquella que llevaron a cabo miembros de generación de 1910 y que siguieron hombres de la generación del 25. De su relectura más allá de las agudas observaciones, Ugarte fue el gran viajero político del centenario por todos los países hispanoamericanos exhortando a la unión continental, nos surgió una pregunta: ¿hace cuántos años que no se toma una decisión política en el orden internacional en castellano? ¿Hace cuanto tiempo que una decisión política tomada en castellano no afecta al orden internacional?
Ugarte se desgañita en 1912 cuando realiza su primer viaje a Nueva York. Se exalta cuando recorriendo los países hispanoamericanos observa que: “Mientras las colonias inglesas afianzan su vida y se aprestan a ejercer una acción mundial, las colonias españolas se agotan en luchas estériles y olvidan todo anhelo internacional” [1]. Así, desde 1810 a 1824 (batalla de Ayacucho, última de la guerra de la independencia) nos desangramos para caer en manos de los ingleses y su comercio. Desde 1825 a 1850 nos matamos en las guerras civiles fratricidas, para consolidar el poder anglo-francés sobre Nuestra América. Desde 1850 a 1910 llevamos a cabo un modelo de explotación de nuestros pueblos que sólo sirvió para la creación de oligarquías locales. Desde 1910 a 2010 entregamos, salvo breves períodos excepcionales, todas nuestras decisiones y con ellas todo el manejo de nuestros recursos al Tío Sam.
El problema es que toda la política hispanoamericana se limitó y se limita a la política interna de nuestras republiquetas, la de las luchas estériles de que habla Ugarte. Nuestras guerras son siempre guerras civiles que nos desangran y licuan nuestros mejores esfuerzos. No pudimos superar la política de cabotaje, la política parroquial, la política pueblerina. Nunca nos hemos dado, ni como países aislados y menos en conjunto, una política internacional. Lo que más hemos hecho han sido negocios internacionales, sobre todo a partir de la venta de artículos primarios y commodities.
Esta política menuda que es la única que hemos practicado los pueblos hispanoamericanos en estos últimos doscientos años nos llevó a la inmovilidad internacional y a aceptar lo decidido de antemano por los grupos o lobbies del poder mundial. Ugarte da a ello una razón poderosa que no hemos leído en ningún otro autor: “Frente al imperialismo, hemos representado la inmovilidad, y la inmovilidad en política internacional como en la guerra, equivale a la derrota.” [2]
No faltará alguno que nos reclame: ¿pero cómo, San Martín y Bolivar no lucharon por la unidad continental? ¿No hicieron lo mismo, aunque en menor medida, Morazán en Centroamérica y Rosas en Suramérica? ¿Y los intelectuales del centenario como García Calderón, Ugarte o Bunge no propusieron uniones aduaneras y políticas? ¿Y Perón no creó el ABC allá por los años cincuenta y el proyecto sindical Atlas para la unidad de nuestra América? ¿Alfonsín y Sarney no crearon el Mercosur en 1991? ¿No se creó en 2004 la Comunidad suramericana de naciones? ¿No se creó también en ese año el Banco del Sur? ¿No ha sido la última creación la Unasur en el 2008?
Pero ¿por qué no han prosperado ni prosperan ninguna de estas iniciativas? ¿Existe acaso una capitis diminutio de los pueblos hispanoamericanos respecto de los ingleses? ¿O acaso la falla se encuentra en nuestros dirigentes y en su incapacidad de previsión? Vamos a intentar una respuesta breve en homenaje al largor de un artículo de divulgación.
En nuestra opinión toda decisión de peso en política internacional tiene que contar con un “arcano”. Es imposible hacer o incidir en política internacional sin contar con un núcleo duro que sostenga la decisión, pues toda gran decisión en política internacional afecta intereses contrapuestos. No existe en ninguna de estas últimas creaciones suramericanas una voluntad política expresa de consolidar un poder autónomo respecto de los lobbies internacionales. Y lo más grave es que no existe el arcano, como secreto profundo. Se comente la estulticia de avisar previamente a aquellos que van a ser afectados por nuestras medidas, de las medias que vamos a tomar. Por ejemplo, se invita en la constitución más íntima de la Comunidad suramericana de naciones, del Banco del sur y de la Unasur a participar a Inglaterra y Holanda a través de Guyana y Surinam.
Los agentes del imperialismo, que no descansa, insisten y propugnan por todos los medios apoyados en la nueva teoría de la dominación “la de los derechos humanos por consenso”, que la Comunidad suramericana y la Unasur no se entiendan sólo en castellano sino que además, por respeto a las minorías, utilicen el quichua, el aymara, el guaraní, el inglés, el holandés, el portugués, el mapuche. Un mecanismo pensado para esterilizar lo poco que se pueda hacer.
Si nosotros no asumimos el castellano como lengua antiimperialista en Suramérica estamos listos, estamos fritos. De ello se da cuenta la dirigencia del Brasil para quien ya no es una lengua extranjera sino de uso diario, sobre todo en los centros de decisión política, así como en las universidades y centros de estudio e investigación.
Cómo será el peso de nuestra lengua que los ingleses y norteamericanos siguen sosteniendo el mito de que el inglés es el idioma más hablado del mundo cuando hace ya un cuarto de siglo que el castellano lo ha superado en hablantes. (Hoy existen 450 millones de angloparlantes contra 550 millones de castellanoparlantes, a los que si sumamos los lusoparlantes se hace una masa de 790 millones de hispanoparlantes). Estos son los datos brutos e incontrastables, su interpretación aviesa e intencionada es ideología de dominación.
Si resumimos vemos que existen tres elementos que van en contra de cualquier tipo de integración regional de los países hispanoamericanos: a) los dos señalados por Ugarte: la luchas intestinas estériles y la inmovilidad internacional. b) la carencia de un arcano en el núcleo de la decisión política y c) la anulación de medio común de comunicación como es una sola lengua.
Estos tres elementos hacen que se tienda a la construcción de un espacio de poder como “una región abierta”, lo que se presenta como una contradicción en sí misma, pues estamos introduciendo la penetración imperialista en su propio seno.
Así estamos logrando lo contrario de lo propuesto pues en nombre de la integración regional los negocios que se hacen benefician a las multinacionales y las medidas bancarias y financieras al imperialismo internacional de dinero. Un verdadero hierro de madera al decir de Heidegger.
Regresando a la respuesta del título podemos afirmar que la última vez que se tomó una decisión en castellano con cierta incidencia en el orden internacional fue la invasión a Malvinas en 1982 pero claro, le faltó lo esencial para conmover el orden internacional: el arcano. Los ingleses sabían de antemano lo que se venía.