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Bitácora PI

Crítica literaria

"EL MAGNICIDIO DE CARRERO BLANCO", por José María Manrique

"EL MAGNICIDIO DE CARRERO BLANCO", por José María Manrique

   Ángel David MARTÍN

 

   Para tratar de interpretar los datos que fueron emergiendo de los atentados del 11-M en Madrid, así como para comprender el porqué de la oscuridad que los rodeó, es fundamental la luz que arroja la experiencia de acciones que pueden considerarse similares, al menos en cuanto a su objetivo de encaminar
los destinos de España en una determinada dirección. En este sentido, en la España actual, el primero y más trascendente mazazo de derribo fue el asesinato del Presidente del Gobierno, el Almirante D. Luis Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973.

   De ahí la importancia de libros como éste que -con la facilidad que supone para el lector medio su tamaño de bolsillo pero no por ello exento de rigor y de aportaciones originales- va reconstruyendo los hechos que desembocaron en el atentado de la calle Claudio Coello de Madrid que costó la vida al Almirante Carrero, al inspector José Antonio Bueno Fernández y al conductor José Luis Pérez Mogena.

   Se comienza presentando el contexto histórico en que se planeó el atentado, marcado por la virulencia del separatismo y el terrorismo, la implicación de las grandes potencias (EE.UU. y U.R.S.S.) en las políticas nacionales y la propia situación de España, con un régimen en profunda crisis en el que ya combatían sin escrúpulos a quienes trataban de mantener los principios del Movimiento Nacional los mismos que se preparaban para su liquidación.

   Unas pocas palabras sirven para dibujar la personalidad del Almirante Carrero, alguien que en palabras del entonces Obispo de Cuenca D. José Guerra Campos, "fue no sólo bueno, sino justo, paciente, modesto, recatado, eficacísimo; fue ministro de Dios para el bien del pueblo y fiel servidor de la Iglesia".

   La descripción de los preparativos del crimen deja paso a los detalles del magnicidio, incluyendo croquis e imágenes que no dejan lugar a dudas sobre la manera de desarrollarse los hechos. Se acaba, por último, prestando atención a las reacciones posteriores al atentado y el juicio de los asesinos.

   Llegados a este punto, el lector se ve obligado a lamentar la impunidad que el naciente régimen político, nacido de las cenizas del Estado de las Leyes Fundamentales, otorgó a éstos y otros terroristas. Que los autores oficiales no fueron los verdaderos responsables es algo que se deduce de la exposición de los hechos y eso lleva al autor a concluir: "quede este trabajo como constancia de lo engañoso de la tan manida expresión: la democracia que los españoles nos hemos dado a nosotros mismos".

   Al margen del asunto directamente tratado, pero debido a la vinculación existente con determinado personaje, merecen leerse con atención las páginas que se dedican al "asunto Gabaldón", militar asesinado junto a su hija y a su chófer el 29 de julio de 1939.

 

   José María Manrique 

   Coronel de Artillería, Diplomado de Estado Mayor, en la reserva. Autor de varios libros sobre temas de historia militar española moderna: "Las Armas de la Guerra Civil"; "La guerra 1936-39 en Sigüenza"; "1957. Sangriento combate en Edchera"; "CETME"; "Las Armas de Destrucción Masiva y la Protección Civil en España", etc.

FICHA TÉCNICA  COMPRA ONLINE
 
Título: El magnicidio de Carrero Blanco Editorial Akron
 
Autor: José María Manrique y Matías Ros  
 
Editorial: Akrón  
 
Páginas: 161  
 
Precio 8 euros  

  

    Colección bolsillo: editorial akrón

   Cultura y entretenimiento, temas históricos y de actualidad de la mano de los mejores especialistas, con el rigor y la amenidad necesarios para que el lector los conozca más a fondo y disfrute con su lectura: Más de 100 páginas a un precio único: 8 euros.


   La editorial Akrón, siguiendo en su línea de apoyo y difusión a la investigación historiográfica, profundización en las raíces del pensamiento y sociedad occidentales y difusión cultural, lanza ahora una nueva colección a precios muy asequibles. Autores de gran talla intelectual han apoyado sus comienzos: José María Sánchez de Toca, Francisco Ansón Oliart, Eladio Baldovín Ruiz… Ahora se anuncian otros escritores que prometen también unos ensayos de interés y amenidad. Sus estudios no son meras recopilaciones repetitivas de lo que ya se había dicho; quieren provocar un dialogo enriquecedor sacando a la luz las otras caras de la verdad, las que han permanecido ocultas o en sombras. Su demostrada capacidad literaria (han escrito también novela, poesía, teatro o abordado el género periodístico) aseguran el resultado de unos textos esclarecedores, irónicos, mordaces, divertidos (otras veces rabiosamente duros) con los que aprender y, sobre todo, interrogarse a nivel intelectual y vital.

   El director de la editorial, Juan Manuel Martínez Valdueza, es también un reconocido escritor y ensayista y no se ciñe a meras razones mercantilistas a la hora de marcar el camino de Akrón:

   -"Me interesa el estudio de España, en primer plano, con sus logros y virtudes, sin complejos…, también con sus sombras" –suele repetir Martínez Valdueza en los foros-.

   "También la libertad de expresión y creación: todas las posturas razonadas son bienvenidas" –acostumbra a continuar-. "Me desagrada el pensamiento monolítico".

ALMUDENA PASO: RECORDANDO A PAPÁ

ALMUDENA PASO: RECORDANDO A PAPÁ

Juan V. OLTRA

 

   Presentar la figura de Alfonso Paso, hace unos años, hubiera sido ridículo. Comparado con Lope de Vega por su prolífica escritura, autor de teatro sobre todo, sí, pero también hombre de cine, escritor de ensayo y novela, actor, cantante... Alfonso Paso debería ser recordado hoy, treinta y dos años después de su muerte, mucho más que lo que nuestra sociedad lo hace. Pero cuestiones ajenas a las bambalinas lo tienen castigado, casi expulsado de los manuales de teatro.

   La fortuna ha querido que nos encontremos con su hija Almudena, y ésta generosamente nos permite que tengamos una pequeña intervíu sobre la figura de su padre.

 

Pregunta. Almudena, tu padre era alguien verdaderamente polifacético: además de autor de teatro, fue articulista, novelista, ensayista, hombre de cine, actor, escribió guiones de fotonovelas (con Karina y Junior), series de TV...escribió canciones ¡y grabó al menos un disco! ¿Con qué actividad crees que disfrutaba más?

Respuesta. Sin duda, con la de autor de teatro; le gustaba escribir, lo disfrutaba. Debo decirte a este respecto que otra cosa que disfrutaba tremendamente era la arqueología. Era licenciado en Filosofía y Letras en la rama de arqueología, y creo que de no haber sido autor hubiera sido arqueólogo. Viajó extensamente por todas las partes del mundo donde podía meterse de lleno en esta pasión. Libia, Egipto, Roma, México, todos esos países le cautivaban.

P. En los años cuarenta, el teatro está dominado por Benavente, Arniches, Marquina, Álvarez Quintero, Juan Ignacio Luca de Tena, Fernández Ardavín, Adolfo Torrado... de los tres grandes renovadores, Lorca, Casona y Jardiel, sólo queda activo y en España el último. Parecía lógico, pues, que se aproximara a esa sombra. Con Medardo Fraile, Pérez Puig y otros, formaba parte de los que se llamaban "los jóvenes de Jardiel", como recordaba en una entrevista Eva Jardiel, quien fuera durante unos años su esposa. Al, en esa época, llamado "FonFón" ¿cómo crees que le influyó la cercanía a Enrique Jardiel Poncela? Hay quien incluso le acusó de plagiarlo, cosa ridícula simplemente observando el volumen de su producción, pero no creo que pueda negarse su influjo. ¿Cómo lo ves tú?

R. Creo que Jardiel y papá son autores completamente distintos. Ambos grandes autores, pero el hecho de que ambos tuvieran comedias de enredo no significa que papá le plagiara a él o a nadie. Sus influencias venían de muchas otras partes y tocó muy diversos temas en sus obras.


P. Como concesión a las preguntas típicas en toda entrevista, aunque no carente de interés ¿qué obra prefieres de tu padre? ¿El canto de la cigarra, Vd. puede ser un asesino, Querido profesor...

R. Pues tengo tres, por diferentes razones. Vamos a contar mentiras por ser, sin duda, la mas divertida, Cosas de papá y mamá, por su ternura y Enseñar a un sinvergüenza, por los recuerdos. Fue una obra que estuvo mas de veinte años en cartel y yo crecí viéndola todos los fines de semana, cuando iba al teatro con papá y mamá, y adoraba estar entre los actores y ver la obra. Especialmente recuerdo momentos maravillosos con Pepe Rubio, al que adoro.

P. Recuerdo una entrevista a tu hermana Antonia donde se disparó un buen titular. Preguntada por si era fácil dedicarse al teatro apellidándose Paso, dijo que "Los malos recuerdos que pueda tener el apellido te los llevas tú". ¿Que malos recuerdos crees que puede traer tu apellido?

R. En esto sólo puedo dar mi experiencia propia, no la de los demás. Los recuerdos de mi apellido son los mejores y no puedo estar mas orgullosa de él. Llamarme Paso es mi mayor orgullo.

P. De niño conoció a Ortás, a Riquelme, a Mariano Azaña, a José Isbert, a Bonafé, relacionados con su padre, gran autor. Muy temprano, antes del bachillerato, ya desea ser escritor. ¿Realmente crees que tenía otra alternativa en ese ambiente?

R. Papa era un hombre tremendamente inteligente, con dos carreras terminadas y una sin terminar. Dada su inteligencia y sabiduría podría haberse dedicado a muchas otras cosas, y de hecho las hizo, como su carrera de periodista la cual ejerció, como bien sabes. Pero sin duda disfrutaba del teatro y disfrutaba escribiendo. Por eso se concentro más en ello.

P. Esa carrera sin terminar fue Ingeniería Aeronáutica. No es el único escritor que se matricula inicialmente en escuelas de ingeniería: Echegaray sí acaba los estudios. Jacinto Benavente y tu padre no. ¿Crees que hubiera sido hombre de teatro también, de acabar una carrera tan exigente en tiempo con éxito, o fue precisamente el abandono de la carrera una consecuencia de su mayor amor al teatro?

R. Como ya te he dicho, tenía dos carreras terminadas y una de ellas la ejerció; si se dedicó plenamente al teatro, era por el amor y la pasión que sentía hacia esta faceta.

P. Mientras los autores españoles sólo reparan en los extranjeros cuando los plagian, Paso lee y relee a Prietsley y a otros.  Monta y dirige obras de teatro de Lorca, Valle-Inclán, pero también de Tennesse Williams. Recrea una obra de Sartre, "Hui-Clos".  Para preparar su estética, estudia a Quevedo y a Arniches, pero también a Beckett, Anouilh, y claro, a Prietsley, aunque confiesa que le aburre Adamov (y a mí también, si me guardas el secreto). Todo esto me hace pensar que no sólo tenía inspiración, sino que hacía buena la máxima de Édison que añade a ésta, para el éxito, la transpiración. Esto es, creo ver que tu padre podía dar la imagen de vago, de bohemio, como muchos de su generación, pero en realidad era un trabajador incansable.

R. Sin duda un trabajador incansable. Él escribía de noche, mientras el mundo dormía. Estuviera donde estuviera, sus ocho horas de trabajar escribiendo no se las robaba nadie. Recuerdo una cosa siempre a este respecto: mamá le esperaba levantada leyendo o hablando por teléfono con varios actores. A veces, como todo crío pequeño, me despertaba por la noche y llamaba a mamá para que me diera agua o me llevara al baño, y recuerdo entonces ella diciéndome, “entra en el despacho a dar un beso a papa”. Yo, medio dormida, entraba y siempre tendré en la memoria el cambio en el gesto de papa. Al abrir la puerta veía a un hombre concentrado, consumido en su trabajo, que de pronto levantaba la cabeza y al verme, cambiaba con la mayor naturalidad el gesto por uno de ternura infinita. Jamás he visto a un hombre irradiar más ternura y más amor en un solo gesto.

P. Lo cierto es que el "genio", eso necesario para hacer teatro de calidad, vivía en él. Confiesa que recibe la inspiración de los modos más diversos, desde el libro leído de forma pausada a la forma más iconoclasta de inspirarse viendo la jaula de los monos.

R. Qué razón tienes en citar esto. Papa siempre me decía: “Hija, escucha a todo el mundo, sin hacer diferencias de clase social, trabajo, religión o raza. Todo el mundo tiene algo que contar y siempre vas a aprender algo”. Se inspiraba en todo tipo de gentes y de situaciones vividas.

P. La ingratitud. A partir de 1958 la fecundidad de Alfonso Paso y la masiva aceptación de sus obras por el público evitó que muchas compañías se disgregaran, que muchos teatros se convirtieran en almacenes o garajes y que muchos cómicos se encontraran en paro forzoso. Todo esto ha sido olvidado por quienes menos debían: los directamente beneficiados. Él nada contracorriente, compra el cine Panorama y lo convierte en el Teatro Arniches. Mientras algunos le acusan de repetirse, otros viven, literalmente, gracias a él. ¿Alguno de los que tanto le deben te ha mostrado que no lo ha olvidado?

R. A mí no me tienen que demostrar nada, pero debían demostrárselo a él, a su memoria:  ha dado de comer a tantos, a tantos que le han rogado una obra porque querían trabajar y hoy no sólo no se dignan reconocerlo sino que ni siquiera le quieren nombrar.  A mí los cobardes no me van y prefiero ignorarlos. Bastante tienen esos con vivir en su miseria y su desagradecimiento. Yo no soy quién para perdonarles, sólo Dios puede perdonar, pero no olvido, jamás olvidaré al que me haga daño a mí o a los míos.

P. Aunque sus obras de humor amable son las que la gente recuerda con más cariño, hay que recordar que fue autor de grandes obras con trasfondo histórico, como "Nerón-Paso", aunque después de leer cómo él negaba que su obra "Preguntan por Julio César", que siempre catalogué también como de recreación histórica lo fuera, aduciendo que existen anacronismos intencionados, que lo único que pretendía era una partitura donde escribir con la soltura que acostumbraba, me queda la duda. ¿Estamos con "Nerón-Paso" ante "una partitura que permita al autor mostrarse como actor"?

R. Papá tenia absoluta pasión por el imperio romano y especialmente por la figura de Nerón, la cual me ha pasado y he leído muchísimo sobre esta parte de la historia. Nerón ha sido catalogado de monstruo por los ignorantes o los que jamás han cogido un libro. Sin duda papá hizo su versión de Nerón; era un personaje que le apasionaba y sin duda en este caso no era tanto mostrarse él como actor sino meterse en su personaje favorito de la historia.

P. Una pasión compartida. Pero sigamos. Yo soy pesimista. Esta generación, no sólo de público sino incluso de actores, que no conocen a Rodero, a Carlos Lemos, y menos aun a López Rubio o a Alfonso Paso, creo que es incapaz de distinguir entre el buen teatro y las obras que pisan escenarios sólo para cobrar subvención. Y no, no voy a preguntarte si tu padre cobró alguna vez subvenciones para estrenar. Quisiera conocer tu punto de vista sobre la situación actual.

R. Pues a pesar de que no me lo preguntes es algo que quiero contestar. Alfonso Paso jamás recibió una subvención de la época franquista, en la cual vivió. Que esto quede tremendamente claro: Paso jamás recibió una subvención.

P. Paso no es un autor solitario. Colabora con otros; por ejemplo con el genial Peliche en "Diga ud. treinta y tres". Pero donde su capacidad de trabajo en equipo adquiere toda su dimensión es en el cine, colaborando con guionistas y directores como Benito Perojo, Lazaga, Dibildos, Mariano Ozores, o el gran Rafael Salvia... no da pues la imagen de ser un hombre poco dispuesto a dar su brazo a torcer, que es capaz de aceptar otros criterios por el bien de una obra. ¿Era así realmente?

R. Papá no tenia ningún problema en colaborar con otros autores o guionistas. Tenía buenos amigos en la profesión y colaborar con ellos era siempre un placer. Respecto a criterios, supongo que unas veces daría él su brazo a torcer y otras veces lo harían los otros.

P.  "Vivimos en una época de compromiso y, por tanto, vivimos un teatro de compromiso. Una obra bien hecha no basta". Ésa es una frase de tu padre. Y predicaba con el ejemplo, por ejemplo con "La corbata", una obra con sentido social con aire de sátira. Además de calidad literaria y técnica dramática, Paso se reafirma en que "Un teatro de espaldas a los problemas es un teatro perdido". No es, sin embargo, la imagen que queda hoy de él. Como autor de teatro, como director de cine, se le ve como un creador de cine y teatro popular, lo que no es en absoluto malo. ¿Con cuál de las dos visiones te quedas?

R. Pues me quedo con las dos facetas por diversas razones. Creo que es importante para un autor algunas veces profundizar en temas sociales, pero por otra parte no hay nada más bello que hacer reír al público. ¿Sabes cuál es una de las frases que él decía siempre? “Yo escribo para el pueblo, para que los teatros se llenen de gente que sólo quiere divertirse un rato, quiero que mis comedias las entiendan todas las gentes”.

P. A pesar de que Evangelina Jardiel en su breve biografía que, si me permites, no trata demasiado bien a tu padre, dice que ignoraba sus ideas políticas, lo cierto es que su segundo libro de ensayo, de historia, aunque él modestamente niega que sea ensayo aunque está mucho mejor construido que obras de "profesionales" de la materia, es "Los demonios familiares", publicado por Vassallo de Mumbert en 1978, en la colección "España continente nuestro", un texto que no puede dejar indiferente a nadie en una editorial nada dudosa en lo político. ¿Le pasó quizá a tu padre, hijo de alguien que se definía como republicano, que, a pesar de no interesarse especialmente en la política, una vez muerto Franco, y como dijo mi querido y llorado Fernando Vizcaíno Casas sobre sí mismo, no aguantaba ver a tanto valiente alancear a moro muerto? Hay que decir que no catalogo a Paso dentro de lo que despectivamente se llama "la carcundia". Él díjo una vez que "Me siento mucho más cerca de los melenudos de Carnaby Street que de tanto y tanto señor serio con el porvenir asegurado que veranea, come bien y ve la televisión", y la verdad es que una lectura rápida a algunas de sus obras basta para mostrarnos que es así, rezuman rebeldía.


R. Sin duda era un rebelde, no se iba a callar nunca e iba a exponer todo tipo de denuncia social, o simplemente contestar a los denostadores. Papá me dedico varios de sus artículos a mí, los cuales son unos de mis mayores tesoros, y en uno de ellos me dice, con referencia a los que  le hacen daño, a los que le intentan hundir “A éste sí, vaya; a éste le contesto”. Y muchas veces utilizaba sus obras para ello, ridiculizando ciertos personajes de la sociedad, por ejemplo.

P. Casi enlazando con lo anterior, hay un punto de su biografía, siendo exactos más bien en la de su padre, que resulta chocante: el cómo abandonan el apellido Afán de Ribera, ilustre y cargado de historia, por el de Paso, en homenaje a un hermanastro de don Antonio. Como estoy vinculado familiarmente a la familia Afán de Ribera es algo que me veo casi obligado a sacar a colación, a no dejarme en el tintero. ¿Nunca tuvo la tentación de revertir ese paso que se dio en el BOE de 13 de noviembre de 1923?

R. Sí lo hizo; sé que intentó volver a tener su apellido original, estaba tremendamente orgulloso de ser Afán de Ribera, ni te imaginas la de veces que me hablaba de ello, de dónde provenía nuestra familia, de nuestros antepasados. Siempre que viajábamos por España, bien en vacaciones o bien en giras con las compañías de teatro, si había algún punto de esa ciudad ligado a nuestra historia, se preocupaba de contármelo todo. No recuerdo bien la razón por la cual no pudo volver a tomar su autentico apellido, pero sé que hubo una.

P. Nos dejamos muchas cosas en el tintero. Hemos sobrevolado muchos aspectos suyos. Nos dejamos casi sin rozar al Paso actor debutante en "Sosteniendo el tipo", al Paso cantante en Florida Park en 1970, local donde poco después se vería con Íñigo en sus programas de la entonces omnipresente TVE, al Paso que fue capaz de escribir en 1950 "La opinión de Bolivar sobre España"... nos dejamos Paso para rato, para cien entrevistas más. Pero hay que poner un fin a todo y éste es un momento estupendo para agradecerte tu amabilidad.

R. Yo también quiero agradecer tu admiración por papá. Para el mundo, Paso era un autor; para mí era algo más grande, algo sin igual, era mi padre, el mejor padre del mundo. Es y será siempre mi héroe, mi gran inspiración. Me enseñó tanto, me inculcó tantas cosas buenas. Le echo de menos a diario, y todo lo que hago en esta vida lo hago para que se sienta orgulloso de mí desde el cielo, para seguir distribuyendo su obra por el mundo y para que ustedes puedan disfrutar de su trabajo.

RECONQUISTANDO LA HISTORIA: "SUEÑO QUE SOY PIEDRA", DE GUILLERMO ROCAFORT

RECONQUISTANDO LA HISTORIA: "SUEÑO QUE SOY PIEDRA", DE GUILLERMO ROCAFORT

Juan V. OLTRA

 

   Me reconozco un vago integral. Rara vez releo un libro que ya leí en su momento, pero para todo hay excepciones y ésta era obligada.

   Hace ya algún tiempo disfruté con el borrador de "Sueño que soy piedra", por cortesía de su autor, Guillermo Rocafort, quien con una mentira amable me pidió que lo revisara, cuando ya éste era de por sí una obra prácticamente impecable.

   Su lectura me llevó no a la edad de polvo y hierro del reinado de Enrique II e Isabel la Católica, sino a mis mejores fantasías infantiles, cuando jugaba a ser uno de los soldados a las órdenes del Cid. Llevó el sabor de la sangre a mi boca y el polvo de la batalla a pegarse en el sudor de mi frente, a los tiempos de la reconquista.

   Ese es el viaje en el tiempo de este libro, aunque unos años más tarde, a la reconquista en estado puro, ya en los tiempos en que la invasión musulmana tocaba a su fin, vista a través de los ojos de un gran desconocido para los españoles: Martín Vázquez de Arce, el Doncel de Sigüenza, personaje que no obstante atrajo a tantos grandes, desde Hernando del Pulgar a Rafael García Serrano. Personaje que destila magnetismo, de los que provocan ansia  de saber más.

   Por eso, al llegarme el volumen magníficamente editado por De librum tremens, no dudé en volver a embarcarme en esa aventura repleta de heroísmo, valor y entrega, que fue la vida del Doncel.  Ese niño que de pequeño quiso seguir al Cid en su destierro, ahora anhela vestir el hábito de Santiago y embarcarse en la campaña de Granada. En un tiempo que, como decía Ernesto Giménez Caballero, la hispanidad toma tanto impulso para echar a los moros de España que, del salto, llega a las Américas y las descubre.

   Al tiempo, los guiños históricos a Gonzalo Fernández de Córdoba, al Conde de Cabra, al Cardenal Mendoza, a la Reina Isabel o, no podía faltar, a un viejo almogávar que por allí aparece, hacen que cualquier amante de la historia desee al tiempo pasar página para seguir vibrando, y, por otra parte, que ésta no se acabe nunca para que el placer se eternice.

   Con este texto, Guillermo Rocafort pasa de ser un valor en alza en el mundo de la historia novelada, a convertirse en referencia obligada; sus títulos precedentes unidos a éste le dan un lugar en el pedestal de las letras españolas contemporáneas.

   No puedo cerrar mejor esta crónica que con la frase de cierre que el autor da a su libro: Magnorium non est laus sed admiratio (De los más grandes no cabe la alabanza, sino la admiración).

LA MISIÓN SECRETA. DE CUANDO GUILLERMO ROCAFORT ABRAZÓ A ROGER DE FLOR

LA MISIÓN SECRETA. DE CUANDO GUILLERMO ROCAFORT ABRAZÓ A ROGER DE FLOR

Juan V. OLTRA

 

  Leer a Guillermo Rocafort es algo higiénico y necesario. Cuando lo que nos rodea nos embrutece y envilece, cuando no podemos ver películas o leer libros hechos en nuestra piel de toro sin sentir un tanto de vergüenza al ver un reflejo distorsionado, estúpido y mentiroso de lo que somos, lleno de cochambre y humillación, se hace imprescindible ir a una librería y adquirir el último libro de Guillermo Rocafort, lleno de gallardía y de gestas inolvidables pero ¡ah! olvidadas.

 

   Las páginas de las obras de Rocafort rezuman épica, valor, amor a nuestra historia sin contar con leyendas negras... ganas de seguir peleando, pese a quien pese. Y si eso es aplicable a cualquiera de sus novelas, con esta última, La misión secreta, la saga de Roger de Flor junto a los almogávares y los secretos templarios, este juicio que tiene validez general cobra especial fuerza.

   En un prólogo brillante, Luis Togores (casi nadie al aparato, Vicerrector de la Universidad San Pablo - CEU) nos regala la idea de que héroes como los que aparecen en las novelas de Guillermo Rocafort nos devuelven la infancia perdida. Sin atreverme a enmendarle la plana, yo sumaría algo: no solo nos devuelven la infancia, nos devuelven la esperanza. La esperanza de que todo es posible aun cuando solo hay nubes negras a la vista. De que cuando todo está perdido, siempre surge una compañía de almogávares dispuesta a resolver de forma expedita los problemas.

 

   En un mundo de novelas para modistillas y de best sellers putrefactos, en una sociedad donde el tango del maestro Discépolo cobra vida día a día, cuando vemos que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador..., que los ignorantes nos han igualao, se hace necesario que alguien se atreva, rompa, rasgue la bruma del caos y grite a los cuatro vientos el ¡AUR, AUR! almogávar para reclamar que los suyos vayan al combate, a la muerte si es preciso, por un sagrado ideal. Que nade contra corriente. Que en su posición solitaria nos recuerde que los cuervos vuelan en bandada, pero las águilas vuelan solas.

    Situado en una época convulsa, con reyes y mandatarios traidores, los personajes principales del libro van en busca de nuestra complicidad. La lucha contra el poder que estos abanderados de causas perdidas establecen provoca la curiosa simultaneidad en nuestro interior de la rabia contenida y la paz que proporciona el deber cumplido. Nos hacen sentir como almogávares en pleno combate, con la espada humeando al dar al contraste del frío ambiente la sangre del enemigo. Nos cura la arcada infinita que nos provocó tanta protagonista frustrada  que puebla y domina nuestras letras.

 

   No voy a desvelar nada más de este magnífico libro. Deben ustedes comprarlo, sin duda, para sí mismos y para regalarlo estas próximas fiestas. Descubrirán como se puede ver con simpatía a un personaje maldito y linchado por la Historia que deviene en héroe de rasgos sublimes y al tiempo demasiado humanos en las páginas que magistralmente nacen de la pluma de Guillermo Rocafort, más que un joven valor, una promesa cumplida. 

LA POLÍTICA: OBLIGACIÓN MORAL DEL CRISTIANO

LA POLÍTICA: OBLIGACIÓN MORAL DEL CRISTIANO

Mario MENEGHINI

 

Exposición del autor en la presentación del libro del mismo título. Córdoba, Editorial Del Copista, 2008

 

   El libro que se presenta, procura sistematizar la doctrina aplicable en la participación política de los católicos, según el Magisterio de la Iglesia. Ante la ausencia pertinaz de muchos laicos católicos en la vida cívica, es necesario tener en cuenta que en política, como en la física, no existe el vacío. Cuando los buenos ciudadanos no se ocupan de la cosa pública -decía Sarmiento- son los delincuentes y aventureros quienes acceden al   gobierno.

   El catolicismo posee una doctrina política, que integra la Doctrina Social de la Iglesia, y, como ésta, es obligatoria para los bautizados. Nos preocupa, por eso, que desde hace tiempo importantes intelectuales que profesan nuestra misma fe difundan criterios que conducen a abstenerse de participar en la vida cívica, poniendo en duda la ortodoxia de quienes sostenemos lo contrario. La polémica no se limita a las cuestiones operativas, opinables por definición, sino que incluyen la interpretación de los principios, sobre los cuales no puede haber discrepancia.

 

   En 2002, la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida entonces por el Cardenal Ratzinger, promulgó una Nota Doctrinal sobre la responsabilidad de los católicos en la vida pública. Es el último documento de la Iglesia sobre esta materia, pero el mismo no hace más que actualizar el magisterio anterior; baste señalar que cita expresamente (Ref. 11) las principales encíclicas anteriores al Concilio Vaticano II:

 

   -De León XIII:  Diuturnum illud

                              Immortale Dei

                              Libertas

 

   -De Pío XI:       Quadragesimo anno

                              Mit Brennender sorge

                              Divini Redemporis

 

   -De Pío XII:      Summi Pontificatus

 

   Es cierto que una encíclica puede contener en su texto alguna frase confusa o ambigua, que justifique la duda o la discrepancia, pero, cuando sobre un mismo tema se expiden del mismo modo docenas de documentos, de varios Papas, no puede quedar dudas de que se trata de la doctrina auténtica. En la Nota Doctrinal no existe ninguna contradicción con las encíclicas citadas, ni con ninguno de los 59 documentos que integran la compilación de la Biblioteca de Autores Católicos  (tomo "Doctrina Política").

    En esta oportunidad, voy a resumir el tema enfocando el análisis en dos párrafos de la Nota Doctrinal:

 

   "(en) las actuales sociedades democráticas todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes" (p. 1).

 

   "generalmente puede darse una pluralidad de partidos en los cuales pueden militar los católicos para ejercer su derecho-deber de participar en la construcción de la vida de su país" (3).

 

   Estas dos frases incluyen los tres ejes de la polémica actual: la democracia - los partidos - el voto. Uno de las causas de la discrepancia radica en no distinguir entre lo doctrinal y lo prudencial, lo que conduce a asignarle a las propias preferencias sobre temas instrumentales la categoría de principios. La posición rigorista llega a extremos insólitos; el Profesor Stan Popescu, prestigioso autor, sostiene: "Durante dos mil años, la humanidad se desarrolló y evolucionó sin política"; "La filosofía de la política va ligada estrechamente a la teología del infierno" (1).

   El enfoque realista de la política, queda expuesto en una frase de Ratzinger: "ser sobrios y realizar lo que es posible, en vez de exigir con ardor lo imposible". Analicemos la posición oficial de la Iglesia con respecto a los tres ejes mencionados.

 

Democracia

 

   Distinguidos intelectuales católicos sostienen que la democracia conduce inevitablemente a la perversión, utilizando dicho vocablo como si fuera unívoco, cuando es polisémico. El magisterio condenó el liberalismo político y sus derivados, el mito de la soberanía del pueblo y la democracia como forma de gobierno. Sin embargo, desde Pío XII consideró conveniente referirse a la democracia como forma de Estado o régimen político, que se opone al totalitarismo y procura el bien común, siendo compatible con cualquier forma lícita de gobierno. Es una manera de designar la legitimidad de ejercicio y resulta aceptable, si cumple determinados requisitos. La última formulación se encuentra en la encíclica Centesimus Annus:

    "La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que:

- asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas

- y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes,

- o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica".

 

   Al decir que "aprecia" el sistema de la democracia, queda en claro que no lo considera el único posible, pero sí  lícito. Coincidiendo con el enfoque doctrinario, un famoso tratadista de Derecho Constitucional, Bidart Campos, aporta esta definición: "La democracia es una forma de Estado que, orientada al bien común, respeta los derechos de la persona humana, de las personas morales e instituciones, y realiza la convivencia pacífica de todos en la libertad, dentro del ordenamiento de derecho divino y de derecho natural" (Doctrina del Estado Democrático).

 

Partido político

 

   Uno de los aspectos más criticados de la política contemporánea es el de la representación, puesto que el sistema de partidos degenera frecuentemente en la partidocracia. Como en tantos campos de la actividad humana, también en éste la legislación tiende a favorecer indebidamente a quienes dictan la ley, que son, precisamente, aquellos que se postulan para los cargos públicos. Pero el instrumento en sí no es necesariamente malo, y por eso la constitución Gaudium et Spes reconoce que es conforme a la naturaleza humana que se constituyan dichas estructuras para agrupar a los ciudadanos, según sus preferencias.

    En el mundo contemporáneo, en la casi totalidad de Estados, existen sistemas pluripartidarios o de partido único; las pocas excepciones consisten en Estados con gobiernos de facto. Pero, aún en esos casos, la experiencia del último siglo indica que, luego de períodos transitorios, se produce el eterno retorno de los partidos. No se ha logrado articular una forma de convivencia que pueda prescindir de los mismos en la actividad política. Procurar el reemplazo de los procedimientos actuales de selección de los gobernantes, constituye un noble esfuerzo, siempre que la alternativa propuesta sea factible y no una fórmula teórica, para ser aplicada en un futuro indefinido. Sobre esto escribió Pablo VI: "La apelación a la utopía es con frecuencia un cómodo pretexto para quien desea rehuir de las tareas concretas refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético es una coartada fácil para deponer responsabilidades inmediatas" (O.A., 37).

   Debe reflexionarse, además, en que hoy más que nunca la actividad gubernamental es tremendamente compleja y requiere una formación adecuada, que se adquiere luego de muchos años de estudio y experiencia. Precisamente, porque no aceptamos la ilusión populista de que cualquier persona puede desempeñar un cargo público, ni bastan la honestidad y el patriotismo para gobernar con eficacia, es que pensamos que resulta imprescindible constituir grupos de hombres con auténtica vocación política, que se preparen seriamente para gobernar. Y, por ahora, no hay otra vía idónea que la que ofrecen los partidos, que se fundamentan -o deberían hacerlo- en una cosmovisión global y elaboran programas con las soluciones que proponen para cada uno de los problemas que debe afrontar el Estado. De todos modos, aclara el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia que la adhesión de los católicos a un partido nunca será ideológica sino siempre crítica (573). Por consiguiente, con esos recaudos, pueden incorporarse a uno, crear uno nuevo, o simplemente apoyar al que les parezca más confiable.

 

El voto

   Suele mencionarse una frase de Pío IX, para justificar la ausencia en todo proceso electoral: sufragio universal, mentira universal. Pese a las objeciones que puedan hacerse a dicho método -que se aplica actualmente en todos los países-, nunca la Iglesia ha afirmado que votar, estando vigente dicho sistema, implique una falta; por el contrario, exhorta a votar como exigencia moral, según se indica taxativamente en el Catecismo (p. 2240) y en Gaudium et Spes (p. 75). Carece de toda lógica suponer que dichos documentos se refieren al voto en sentido abstracto, y no a la forma de votar que rige en el mundo contemporáneo.

   Por otra parte, el sufragio universal se limita a habilitar a todos los ciudadanos a participar en la elección de los gobernantes, en igualdad de condiciones. No es sinónimo de sistema electoral, que es el que suele contener aspectos criticables, que impiden una adecuada representación de la ciudadanía, y que nunca será modificado sin la participación activa de quienes se oponen a él. Consideramos que no pueden negarse a intervenir en la vida cívica, por defectuosa que sea la forma actual de las instituciones. León XIII enseñó al respecto que: "No acuden ni deben acudir a la vida política para aprobar lo que actualmente puede haber de censurable en las instituciones políticas del Estado, sino para hacer que estas mismas instituciones se pongan, en lo posible, al servicio sincero y verdadero del bien público... "(Immortale Dei, 22).

 

   Hecho el análisis precedente, se advierte que la empresa de reconstruir el orden social no es sencilla ni fácil, y los católicos debemos aceptar la guía de la Iglesia, cuya experiencia milenaria resulta invalorable, sin olvidar que es depositaria de la Verdad. Como expresaba Chesterton, "no quiero una religión que tenga razón cuando yo tengo razón; quiero una religión que tenga razón cuando yo me equivoco". Pues bien, la doctrina de la Iglesia en materia de regímenes políticos, nos enseña que, en el terreno de las ideas, los católicos pueden preferir uno u otro, incluso llegar a precisar cuál es el mejor, en abstracto, puesto que la Iglesia no se opone a ninguna forma de gobierno legítimo. Pero, en cada sociedad, las circunstancias históricas van creando una forma política específica, que rige la selección y reemplazo de los gobernantes. Y, como toda autoridad proviene de Dios, cuando se consolida de hecho un régimen político determinado, "su aceptación no solamente es lícita, sino incluso obligatoria, con obligación impuesta por la necesidad del bien común..." (Au Milieu des Sollicitudes; p. 22, 23, 15).

 

   Si en este siglo se ha producido un alejamiento de los católicos de la actividad política, ello se debe a un menosprecio de la misma -la "cenicienta del espíritu", según Irazusta- y a una cierta pereza mental que impide imaginar soluciones eficaces para enfrentar los problemas espinosos que plantea la época.

   Nunca como hoy la Iglesia ha insistido tanto en el deber cristiano de actuar en la vida social y política. Llama la atención la precisión y severidad con que Juan Pablo II advierte que: "...los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política." (...) Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la política sea un lugar de necesario peligro moral, no justifican en lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública". (Chistifedelis Laici, 42).

 

   Que no es imposible ni inútil la empresa, lo demuestra la actuación de tantos dirigentes católicos que, sin renegar de su fe, trabajaron en este campo en consonancia con el bien común. Mencionaremos sólo tres casos de políticos del siglo XX, que están en proceso de beatificación:

-Giorgio La Pira (Alcalde de Florencia)

-Robert Schuman (uno de los fundadores de la Unión Europea)

-Julius Nyerere (Presidente de Tanzania, durante 25 años)

 

   Considero inaceptable, entonces, la actitud de algunos distinguidos intelectuales de negarse a participar en la vida cívica, por considerar cuestionable la misma Constitución y el sistema electoral que de ella deriva, y promover la abstención como única conducta válida para quienes rechazan la teoría de la soberanía popular. Por el contrario, la obligación moral de participar será tanto más grave, cuanto más esenciales sean los valores morales que estén en juego.

   Estimo que sostener en vísperas de toda elección que es inútil y hasta una falta moral ejercer el voto, pues todos los candidatos son malos y todos los programas defectuosos, revela una apreciación equivocada de la actividad política.

   Para cada sociedad política, pueden existir, simultáneamente, tres concepciones del régimen político: el ideal, propuesto por los teóricos; el formal, promulgado oficialmente; y el real -o constitución material-, surgida de la convivencia que produce transformaciones o mutaciones en su aplicación concreta. De modo que negarse a reconocer una constitución formal, implica, a menudo, enfrentarse con molinos de viento, limitándose a un debate estéril, porque, además, no se tiene redactada la versión que se desearía que rigiera.

 

   Si, como afirma Aristóteles, es imposible que esté bien ordenada una polis que no esté gobernada por los mejores sino por los malos, resulta imprescindible la participación activa de los ciudadanos para procurar seleccionar a los más aptos y honestos para el desempeño de las funciones públicas. Nos alienta a continuar en el arduo camino de servir al bien común, con los instrumentos disponibles, el consejo de Santo Tomás Moro, Patrono de los Gobernantes y los Políticos: "La imposibilidad de suprimir en seguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados no vale como razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona su nave en la tempestad, porque no puede dominar los vientos".

 

 


 

 

 (1) "Psicología de la política"; Buenos Aires, Euthymia, 1991.

TINTÍN, GUERRILLERO

TINTÍN, GUERRILLERO

Juan V. OLTRA

 

   Tintín, a retortero, aparece ora como un Che Guevara de papel, ora como un joven nacionalsocialista. Y ciertamente, esta discusión donde cada uno intenta arrimar el ascua a su sardina de la línea clara, llega a hastiar. A todos aquellos que sentimos que el joven reportero es parte indefectiblemente unida a nuestra vida, el ver cómo gentes que se han acercado como mucho a diez metros en el anaquel de una librería lo afilian como uno de sus acólitos nos duele.

   Obviamente la realidad es la que es, y además, es testaruda. No se puede ocultar que Hergé hace nacer a Tintin en el periódico en el que trabajaba: Le Petit Vingtième,  que era un periódico ultracatólico, lo que leído considerando el contexto de la época, significa que Le Petit Vingtième era un periódico antibolchevique. O, colocándonos un paso más allá, confesemos algo del padre Wallez, el editor del periódico que además mantenía una relación muy cordial con el joven Remí, relación de la que fue fruto su boda al presentarle a su joven secretaria Germaine Kieckens (algunos llegan a decir que fue el propio padre el que se encargó de que esa boda tuviera que celebrarse). El hecho es que el padre Norbert Wallez tenía (gran pecado hoy) en su despacho una fotografía dedicada de Mussolinni.

   Pero no sólo el redactor jefe supuso una influencia para Hergé. Aun haciendo oídos sordos a los que dicen que la inspiración del personaje que le inmortalizaría, Tintín, era Leon Degrelle, el fundador del Rex, un partido que no se podría clasificar precisamente de socialdemócrata, es imposible desligar a Hergé de Degrelle... pues fue él, cuando era corresponsal del Vingtième en México (y es que el periódico del padre Wallez contrataba a muchos rexistas) uno de los pilares en la formación de Hergé en el comic (o tebeo, vamos): no perdamos de vista que fue quien desde México le mandaba viñetas aparecidas en los periódicos americanos, incluidos muchos (hoy) clásicos del tebeo de EE.UU.

 

   La primera aventura de Tintín, Tintín en el país de los soviets, fue un catálogo de las maldades del comunismo; la URSS como infierno visitado, basado en un texto de un diplomático belga, tampoco demasiado proclive al materialismo histórico (Moscou sans voiles, de Joseph Douillet. Un texto publicado en España como ¡...Así es Moscú!: Nueve años en el país de los Soviets, por la editorial Razón y Fe en 1930). Se cuenta por parte de los limpiadores de curricula que Hergé, abominando de ese pasado filofascista, dejó como proscrito ese álbum, olvidándolo. Cabría también pensar que flaco favor le haría volver a publicar un álbum así a alguien que fue mandado al ostracismo por colaboracionista con la acusación en sus espaldas de seguir publicando en Le Soir ocupado por los nazis (¡redactor jefe del suplemento Soir Jeunesse), pero esto quedaría cojo si no advertimos que, en un año no muy lejano a su fallecimiento, la felicitación de Navidad que Hergé y su mujer mandaron a sus amigos fue... sí, una reproducción facsimilar a escala reducida de esa aventura: Tintín en el país de los Soviets. Lo que puede considerarse como todo un propósito de enmienda.

  

   Hergé pagaría caro ese periodo de su vida en los años siguientes. Y es que, cuando llegan los nazis y desaparece el Vingtième, aunque Wallez y otros del periódico son fascistas o profascistas, no perdonan los devaneos paganos de Hitler y deciden no colaborar. Hergé prefirió seguir dibujando. Eso si, unos dibujos donde los entendidos creen ver un ataque a Mussolinni y a Hitler. Ataque que no debieron ver las tropas alemanas en su momento, o Hergé, Tintín, y toda la familia de papel, hubieran acabado en un campo de concentración.

   Lo cierto es que sus aventuras "oficiales", redimidos pequeños pecados de juventud, siguen abiertas a interpretaciones. Como sus siguientes aventuras en el Congo, que aun producen sarpullido a los liberales europeos, tanto así que Tintín en el Congo es considerado hoy por hoy libro racista en algunos países, lo que de verdad muestran como gran pecado es una mentalidad colonialista, paternalista: los africanos son buenos, pero perezosos y algo tontos, y nada podrían hacer sin la ayuda de la metrópoli. Algo que si lo contextualizamos no debería llamarnos la atención, pero que a alguno de sus seguidores le mueve a desear que ese álbum también hubiera desaparecido. Mala suerte. Hergé lo reeditó con mimo, con unos pocos cambios imprescindibles para adaptarlo a los tiempos donde el colonialismo, simplemente, ya no existía. Pero sin variar un ápice la imagen de los misioneros como grandes salvaguardas de la civilización, eso si. Porque los valores cristianos que subyacen en la obra de Hergé, no puede negarlos nadie.

 

   Aun en sus cuartas aventuras, Los cigarros del Faraón y El loto azul, en tierras de faraones y en la China que todavía no había sido liberada por Mao, los "malos" son banqueros, masones y, ¡ah! hace su aparición un griego dispuesto a convertirse en su alter ego, en su villano de guardia que los especialistas no dudan en catalogar como judío. Y eso a mí me recuerda aquella famosa conspiración del innombrable, dejando de lado posibles manías raciales que algunos aducen y yo no sólo no comparto sino que abomino.

   Por cierto, gracias a la aventura china, es oficialmente invitado para ser condecorado por el gobierno de Tchang Kai-chek en 1939. Acudirá en 1973 a la China nacionalista, con un pequeño retraso.

 

   Este tipo de malos se repiten en La estrella misteriosa y en otros álbumes, y también se repiten los clichés propios de la época y el entorno de Hergé; por ejemplo, en Tintín en América, aunque las traducciones piadosas en España no nos obliguen a leer textos como los que se ven, por ejemplo, en la edición inglesa, tales como "Linchemos inmediatamente a  siete negros" (aquí "Linchemos inmediatamente a siete tipos"), las viñetas son bastante obvias.

   Pero no sigamos avanzando por los álbumes. No elucubremos sobre si los espías bordurios son en realidad calcos de la Gestapo o de la KGB (aunque a mi me da que eso de que su símbolo sea un bigote como el de Stalin... puede que oculte una trampa). No pensemos si Alcázar es un remedo de Castro, un profesional de la revolución que en realidad se olvida de su pueblo.

 

   La verdad es que no importa. Nunca me ha importado demasiado de dónde viene alguien, sino a donde va.

   Yo me quedo con el último Hergé, ese artista maduro que, inopinadamente, recibe a un joven periodista, Numa Sadoul, quien le pide una entrevista pensando que le va a dar la misma negativa que a los grandes medios le ha correspondido. Dice Hergé:

   "El mundo se rige por la economía. Los poderes industrial y financiero condicionan nuestro modo de vida. No llevan hábito con capucha cuando se reúnen en la sede de sus respectivos cuarteles generales, pero el resultado es el mismo que si lo llevaran. Su primer objetivo es producir. Producir cada vez más. Producir aunque ello signifique tener que contaminar los ríos, el mar, el cielo; aunque signifique tener que destruir las plantas, los bosques, los animales. Producir y condicionarnos para hacernos "consumir" más y más, más y más coches, desodorantes, gafas, sexo, turismo...". Sadoul, sorprendido, pregunta: "¿Está Tintín en contra de la sociedad de consumo?" La respuesta es contundente: "¡Absolutamente en contra, por supuesto!,  Tintín siempre ha tomado partido por los oprimidos".

 

   Un Hergé con fondo cristiano, que hace luchar a su héroe a favor de los oprimidos y, encima, está contra la sociedad de consumo. Fuere lo que fuere, nazi, comunista o mediopensionista ¡me encanta ese tipo! Yo, de mayor, quiero ser Tintín.

COVADONGA, LA CUEVA Y LA BATALLA

COVADONGA, LA CUEVA Y LA BATALLA

Gustavo BUENO

 

Prólogo al libro de José Ignacio Gracia Noriega, "Historias de Covadonga"

 

   Tenemos delante otra obra maestra de José Ignacio Gracia Noriega. No es fácil -por no decir: es imposible- encontrar a un escritor de nuestros días que sea capaz de escribir un libro sobre Covadonga que, como el de Gracia, sin perjuicio de sus proporciones enciclopédicas (en este libro encontrará el lector todo sobre Covadonga), mantenga, a través de una envidiable prosa caudalosa y transparente, una organización admirable de la materia y un juicio maduro, y a veces irónico, sobre su significado y alcance.
   Covadonga, en efecto, no es asunto que pueda ser tratado por cualquiera, aunque sea un refinado geógrafo o un erudito historiador profesional.
   Quien se ocupa de Covadonga, desde una perspectiva global, requiere disponer, no sólo de refinados conceptos geográficos y de notable erudición histórica y literaria sino también, y sobre todo, de buen juicio para establecer, con la distancia necesaria en cada caso, el significado y el alcance relativo de los muy diversos asuntos que se encierran tras esta palabra sonora: Covadonga.
  

   Covadonga no es, en efecto, un asunto susceptible de ser «descompuesto analíticamente» en partes o aspectos que, una vez tratados en detalle y por separado, puedan ser reunidos después en una «visión sintética de conjunto». Covadonga no puede descomponerse, por ejemplo, en sus «aspectos geográficos» y en sus «aspectos históricos». Porque Covadonga, el nombre -como Maratón, o Capua, o Waterloo-, designa mucho más que un lugar, que un accidente de la corteza terrestre, determinable por sus coordenadas gps. Porque es el lugar en el que ha tenido lugar una batalla cuya trascendencia histórica es precisamente la que ha determinado que ese lugar haya sido delimitado como tal, conceptualizado y denominado con un nombre propio, que desborda su condición de topónimo.
   Covadonga es el lugar desde el cual don Pelayo dirigió la batalla contra los caldeos que habían arruinado el reino visigodo, contra los invasores musulmanes -árabes, bereberes, sirios- cuyas oleadas sucesivas amenazaban con inundar a Europa y al mundo. La batalla de Covadonga fue el primer dique de contención que, en el año 722, pudo detener la inundación mora, y permitió no sólo que pudieran tener efecto otros diques de contención (el más notable, el de Poitiers, en el año 732) sino también que el oleaje pudiera volverse en sentido contrario, hasta lograr, tras siglos de reflujo, la expulsión de los mahometanos de la península.

   La batalla de Covadonga -tal es la tesis que se defiende paladinamente en este libro, y que por supuesto compartimos plenamente- fue el punto de partida de la «España española» -como algo distinto de la Hispania romana o de la Hispania visigoda-. El punto de partida de una España llamada además a desbordar los mismos límites peninsulares de las Hispanias antiguas, para extenderse por todo el mundo, y dar lugar al español, como «lengua del Imperio», y todo lo que ella envuelve. Una España de la que, en nuestros días, muchos de los pueblos y naciones étnicas que se conformaron políticamente en el torbellino de ese oleaje reniegan, llenos de odio precisamente contra la lengua española, llegando incluso a prohibir su uso desde su «dominio autonómico», que conciben como el primer paso para un Estado federado, no se sabe bien si con Francia, con Inglaterra o acaso con Alemania.
   Y son estos mismos españoles renegados quienes, o bien apartan la vista de Covadonga o, a lo sumo, si la miran, lo hacen desde las perspectivas más anodinas propias de turistas o montañeros, que meten en el mismo paquete a Covadonga, a los Lagos y a los Picos (de Europa), es decir, que buscan anegar la Covadonga histórica en una Covadonga geológica, en un «parque natural» que no hubiera sido «tocado por la mano del hombre» (en expresión del Congreso de Nueva Delhi de 1969). Así advertimos como Covadonga, que fue el primer Parque Nacional de España (en 1918, «Parque Nacional de la Montaña de Covadonga», el mismo año en el que se celebraron los XII siglos de la batalla de Covadonga), en donde «la montaña» conserva la huella idiográfica de Don Pelayo, «el Rey de las Montañas», va convirtiéndose en el «Parque Nacional de los Picos de Europa», con la voluntad de sustituir la Nación política por la Naturaleza, acaso porque las naciones étnicas directamente implicadas (la nación cántabra, la nación asturiana, la nación leonesa) encuentran un modo de borrar sus diferencias refundiéndose en una Naturaleza mítica, sin fronteras, independiente de la Historia. De este modo, el Parque Nacional de Covadonga queda anegado, al menos por la parte de Asturias, en un «Paraíso Natural», como si el mero hecho de delimitar un «trozo de la Naturaleza» como parque (con todo lo que esto implica: leyes, vigilancia, senderos, eliminación de fieras, control de fauna y flora...) no fuera suficiente para transformar la «naturaleza» en «cultura».

   Otros, aunque también hablan de Covadonga, incluso de Covadonga después de la batalla, tienden a borrar todo cuanto tenga que ver con España como nación: Covadonga queda reabsorbida en un lugar sagrado para el cual es un accidente el estar en la Cordillera Cantábrica o en el Corcovado. A lo sumo Covadonga es un lugar de Europa, en la que España queda ignorada: a la izquierda de la entrada al «túnel artificial», excavado en el Paraíso Natural, que lleva a la Cueva, pueden leerse en una lápida estas palabras (en las que vemos la mano oculta de algún clérigo nacionaliego): «Peregrino de la Fe. S. S. Juan Pablo II visitó nuestra diócesis los días 20 y 21 de Agosto de 1989. En la Santa Cueva oró largamente ante la Santina y celebró la eucaristía en la explanada de la Basílica. En la Colegiata recibió al Patronato Real presidido por S. A. R. el Príncipe de Asturias. ’Covadonga es una de las primeras piedras de una Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El Reino cristiano nacido en estas montañas puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio.’ (De la homilía).» (No estará de más advertir que el Sitio de Covadonga todavía pertenece legalmente a la Iglesia Católica, por lo cual ella tiene derecho a colocar las lápidas que le parecen oportunas.)

   Unos terceros, que tanto sienten aversión a la Nación histórica española nacida de Covadonga como a la Iglesia católica, prefieren encontrar un significado más profundo y misterioso en una Covadonga anterior a la Batalla, que aludiría al significado de una Cueva misteriosa, habitación de alguna Diosa precristiana y prehispánica, que incluso llegan a identificar con alguna matriarca céltica, o en un delirio erudito, con Isis Atenea. Covadonga será vista ahora como la «Cueva de la Señora», la Cova Domina que, sólo después de la Batalla se transformó en una «superestructural» Virgen de Covadonga e incluso en una cueva milagrosa. Y sin duda, la cueva suscita en estas gentes las imágenes que ellos ya poseían y que van más allá de la pura geología. Ramón Pérez de Ayala lo expresaba así: «Numen hic est.», aquí está el númen. Y no seré yo quien diga que estas «intuiciones» sean gratuitas; pero no porque la cueva haya sido habitación de una Señora, precursora de la Virgen de Covadonga.
   Podemos dar poderosas razones para afirmar que, en efecto, la cueva, antes de Pelayo, fue habitación de un númen, del que se conservan restos positivos (no imaginarios), que están enterrados efectivamente en lo más profundo de la cueva: me refiero a los huesos de la osa o del oso de las cavernas, una estirpe de osos que desde el musteriense vivían en esta cueva, como también en otras cercanas, por ejemplo, en la cueva del Buxu (en Cardes, Cangas de Onís), descubierta en 1916 por el Conde de la Vega del Sella, en la que se encuentran restos de osos de las cavernas y grabados rupestres de caballos, ciervos y un bisonte. O lejanas, como la cueva de Drachenloch, en Saint Gall, en la que aún podemos ver seis cistas rectangulares y dentro de ellas tres o más cráneos de osos que habían sido previamente decapitados: los más antiguos enterramientos que se conocen en la prehistoria humana, y que no son enterramientos de hombres sino de animales numinosos. Pero no sólo en las cuevas lejanas. En la misma cueva de Covadonga están descritos, desde 1897 (por Mariano de la Paz Graells), restos de oso de las cavernas, que obviamente no han podido ser estudiados con excavaciones posteriores porque ellas pondrían en peligro la misma existencia del actual santuario católico. Es decir, el significado que precisamente la Cueva recibió a raíz de la Batalla.

   En el libro de Gracia encontramos materiales abundantes que podrían ser aducidos como pruebas decisivas: la denominación de «Cueva de los milagros» tiene que ver no con hipotéticos sucesos paleolíticos, ni siquiera con «milagros de la Virgen», al estilo de los que tuvieron lugar siglos después de Lourdes o en Fátima; los milagros de Covadonga van referidos a sucesos que ocurrieron en la misma batalla contra los moros, es decir, a una interpretación religiosa del hecho real de que las flechas arrojadas por los caldeos rebotaban en las peñas de la cueva y daban muerte a los invasores que las habían disparado. Y esta es la razón de fondo por la cual la Virgen de Covadonga fue reconocida, en los días de la visita de Alfonso XIII en 1918, como «Virgen de las Batallas». Y todo esto sin perjuicio de reconocer la certera observación del autor al comparar las figuras paralelas del Rey Don Pelayo, del que sabemos muy poco (pero todo lo que sabemos es histórico), con el Rey Arturo (del que no sabemos nada, salvo muchas leyendas fantásticas), según la cual observación no existen animales totémicos en los relatos de Covadonga, a la manera como existe el león en las leyendas artúricas. Porque los animales totémicos, decimos nosotros, presentes en los pueblos bárbaros que inspiraron las leyendas artúricas, habían desaparecido de la superficie de Covadonga, y los huesos de esos animales, los huesos de las osas y los osos de las cavernas, permanecen enterrados en lo más profundo de la Cueva, sin que podamos llegar a ellos.
   Resulta por tanto que Covadonga, ya en su mismo nombre, no puede «desdoblarse» en unos componentes geológico-geográficos y en unos componentes histórico-míticos: es una cueva, pero caracterizada precisamente porque fue allí donde Don Pelayo obtuvo la victoria en una batalla fundacional. En una batalla que, como todas las grandes batallas, alcanzó su importancia, no tanto por lo que pudo ser en sí misma, cuanto por sus consecuencias; más por sus consecuentes que a raíz de sus antecedentes.

   Sin duda, está muy extendida la idea de que el cometido de la Historia tiene que ver, sobre todo, con la investigación de los antecedentes de los sucesos pretéritos, cuando en realidad es el curso de sus consecuentes lo que confiere el alcance histórico (los mismos antecedentes de un hecho histórico se convierten, cuando están probados, en consecuentes de sus causas). Quienes defienden esta idea -que deriva, no de una perspectiva histórica, sino a lo sumo prehistórica, por no decir antropológica (y muchas veces propia de una antropología ficción, fruto de la celtomanía)- suelen llamar «covadonguistas», con un sentido despectivo, a quienes mantienen la perspectiva histórica. Pero quienes así hablan son también covadonguistas, afectos al covadonguismo propio del nacional autonomismo astur y desafectos al covadonguismo asociado al nacional catolicismo español. En realidad la tonalidad despectiva de este adjetivo se dirige contra la misma Covadonga, en la medida en que pretende secar su sangre histórica desvinculándola de sus consecuencias históricas, políticas o religiosas. Destruirla, porque Covadonga, segregados sus consecuentes políticos o religiosos, se reduce a la nada, a una nada que es el fruto más viscoso emanado de los caletres de unas gentes que suelen considerarse de izquierdas porque se oponen al nacional catolicismo, y a la interpretación político religiosa de Covadonga. Los más moderados tienden a una interpretación que se mantiene dentro del tinglado autonomista en el que la Cueva se disuelve en el contexto del Paraíso Natural. Pero circunscrita a los límites de este tinglado, el significado de Covadonga también se diluye, o a lo sumo se reduce a unos límites similares a los que Montserrat pueda tener dentro del tinglado autonómico catalán. Hasta tal punto llega la estolidez de algunos nacionaliegos celtistas y republicanos que se atreven a proclamar su defensa de Covadonga como una pieza central de este Paraíso Natural ahistórico mediante el cual pretenden redefinir al Principado de Asturias, como «mandato constitucional», olvidando por ejemplo que si Asturias recibe hoy la denominación de «Principado» no es tanto por razón de los antecedentes de Don Pelayo o de Covadonga, sino por razón de sus consecuentes, a saber, el Reino de Castilla y León, sólo desde el cual, a partir del siglo XIV, se hizo posible hablar del Principado de Asturias. La izquierda nacionaliega astur, según esto, es en rigor una corriente extremadamente reaccionaria, en la medida en que tiende a reducir a Covadonga, desde su condición política de embrión de la Nación política española, a la condición cavernícola de una cueva habitada por diosas o númenes misteriosos, que en realidad nos remiten, como hemos dicho, a las osas y a los osos de las cavernas; a unos osos que habitaron estas cuevas y que siguieron habitándolas después de la Batalla, cuando por ejemplo, uno de estos osos, en el año 739, abrazó al Rey Favila, el hijo de Don Pelayo y de su esposa Gaudiosa (en nuestros días algunos republicanos rinden cada año homenaje a aquél «oso regicida»).

   Covadonga es la cueva de Pelayo, en la que está enterrado, y Pelayo es el rey que fue proclamado en Covadonga, como rey de un nuevo Reino, que no era una mera recuperación del reino de los visigodos, aunque, desde luego, tampoco tenía por qué desentenderse de todo lo que aquel reino tenía de recuperable, que a su vez contenía la herencia del Imperio (o del imperialismo romano cristiano).
   José Ignacio Gracia Noriega subraya claramente cómo en realidad Don Pelayo se identifica con la Batalla de Covadonga. Añadimos: y no hace falta más para tomarlo como el primer héroe nacional español, porque el que prueba demasiado no prueba nada. Y sería probar demasiado atribuir a Don Pelayo otras gestas fantásticas distintas de las que derivan de la Batalla de Covadonga, gestas de las cuales además no hay constancia alguna. Como subraya Gracia, de Don Pelayo sólo sabemos hoy lo que tiene que ver con Covadonga. Sabemos, eso sí, que después bajó a Cangas de Onís, en donde estableció su «corte» («porque las cortes -dice Gracia, con espíritu platónico- no se establecen en las montañas sino en el valle»). Y en esta corte permaneció durante diez y nueve años, sin que tengamos noticia alguna de sus actividades (lo que ya es por sí muy significativo, en todo lo que concierne al alcance del «nuevo Reino»). Su «corte» acaso se parece más al cortejo de una jefatura rural que a la corte de un reino consolidado que todavía no existía. Sin embargo hay algo verdaderamente importante, que observa Gracia, que hizo Don Pelayo en Cangas, a saber, dar a su hija Ermesinda como esposa al hijo del duque Pedro de Cantabria, Alfonso (el futuro Alfonso I el Católico). Porque Alfonso, sucesor de Don Pelayo, ya no pudo permanecer más tiempo dentro de límites tan estrechos como los que se encerraban en la corte de Cangas. Alfonso I fue quien inició el «imperialismo» del nuevo reino constituido a raíz de la Batalla de Covadonga. Un imperialismo que Don Pelayo no pudo siquiera comenzar, y menos aún el hijo que Pelayo engendró con su esposa Gaudiosa, demasiado entretenido en luchar con osos antes que con caldeos.
   Pero Alfonso I el Católico, el hijo del Duque de Cantabria y de Gaudiosa (y seguramente sin que mediase aquí ninguna oscura razón de matriarcado, sino acaso todo lo contrario) sale de las montañas y se convierte en Alfonso el Yermador. «El matrimonio de Ermesinda con Alfonso fue el gran logro político de Don Pelayo, quien, gracias a él, emparenta con la alta nobleza visigótica, a la que no pertenecía. Mas Alfonso no sólo aporta su noble estirpe, sino también su espada. Con él viene su hermano Fruela, personaje secundario aunque importantísimo, ya que era un formidable guerrero, y aunque no fue rey, fue tronco de reyes: padre de Aurelio y Bermudo I, abuelo de Ramiro I, bisabuelo de Ordoño I y tatarabuelo de Alfonso III», dice el autor en su libro anterior, Don Pelayo, el Rey de las Montañas. Y añade: «El gran pacto entre los refugiados godos e hispanorromanos y los clanes de las montañas tuvo que producirse durante el reinado de Alfonso I, que empezó gobernando un reino que nunca había sido de sus antepasados, pero que pudo controlar lo suficiente como para, al cabo de unos años, salir a guerrear más allá de sus límites naturales, contando con la seguridad de que cántabros, astures y vascones, convertidos de aliados en súbditos por acuerdos que se desconocen, no le cerrarían el paso al regreso. (...) Alfonso muere el año 757, dejando un reino mucho más extendido que el que había recibido, y después de haber poblado Primorias o el extremo oriental de Asturias, la Liébana, Trasmiera, Sopuerta, Carranza, las Vardulias o zona del norte de Burgos ’que ahora llaman Castilla’ -según la versión Rotense de la Crónica Alfonsina- y la parte costera de Galicia

   El rey Fruela (757-768), hijo de Alfonso I, ya vio la necesidad de buscar para su corte un lugar más estratégico que el de Cangas, para el reino ampliado por su padre que «cobraba fuerzas al andar». En realidad fue Fruela quien advirtió la importancia del lugar en el que más adelante se emplazaría Oviedo, y puso allí sus primeros fundamentos. Pero Fruela, que acaso había planeado ya el asesinato en Cangas de su hermano Wimarano, por razones del reino, fue a su vez asesinado en 768, circunstancia que contribuyó sin duda a que la corte se alejase de la Cangas sangrienta y tendiera a buscar asentamientos hacia occidente, hacia el Nalón, luego hacia Pravia (Aurelio, Mauregato, Silo, Bermudo), y muy pronto, con Alfonso II, en Oviedo, refundada como sede regia, émula de Toledo y de Constantinopla, o como «ciudad imperial» y nueva capital de los llamados grandes «Reyes de Oviedo»: Ramiro I (842-850) y Alfonso III el Magno (866-910).
   Los reyes de Oviedo ya no pueden considerarse como reyes de un «minúsculo centro de resistencia» contra los invasores musulmanes. Fueron reyes imperialistas, cuyos dominios se extendieron de Oeste a Este, desde Finisterre hasta los territorios de la futura Castilla: Alfonso III fundó Burgos, y desde Norte a Sur, hasta más allá del Duero, lo que les permitió llegar, aunque fuera en campañas de exploración, a Lisboa y hasta Algeciras. Precisamente fue la misma extensión de los territorios recuperados por los reyes de Oviedo lo que les obligó a trasladar su corte a León, con las consecuencias históricas que este traslado tuvo en el desarrollo de España.
   Covadonga no es un mixtum compositum de Geografía y de Historia, es una unidad y sólo por disociación podría hablarse de componentes geográficos o ecológicos e históricos o políticos. En su libro Gracia nos hace ver cómo son indisociables los componentes «geográficos y los históricos» de Covadonga. Sus primeros capítulos se abren con una magistral «obertura geográfica» de Covadonga. Pero se trata de una geografía en su sentido más estricto, es decir, como un análisis del paisaje práctico de las montañas y de sus valles, tal como pudieron ser vistos y recorridos por Don Pelayo y sus hombres, y por Alkama y lo suyos. Es una descripción geográfica a escala de las coordenadas que ya existían en las bandas de cazadores, una escala de coordenadas que fue suficiente, y aún necesaria hasta que llegó la invención del telescopio y del microscopio óptico. Sólo entonces las descripciones geográficas pudieron asumir otras coordenadas, a través de las cuales las morfologías geográficas irán transformándose en morfologías geológicas. Sin embargo las magníficas descripciones geográficas de Covadonga y sus contornos que Gracia nos ofrece no son meras descripciones empíricas, «retratos del natural», que se atienen a los datos que los sentidos ponen delante del observador; la morfología geográfica «natural» no es resultado de percepciones ingenuas, empíricas, porque está ya organizada por conceptos prácticos tales como valle accesible, escarpadura inaccesible, desfiladero, peñas gigantescas y terribles cuando se contemplan desde abajo, sendas misteriosas... Además multitud de conceptos prácticos, precientíficos sin duda, son sin embargo conceptos perfectamente establecidos, tales como «lugares húmedos», «zonas pedregosas», arcillas, diversas especies de vegetación o de animales, cielos estrellados en las alturas vistos desde el valle, rocas-atalayas, cuevas, &c.

   Estos conceptos pragmáticos son los que constituyen precisamente la perspectiva geográfica antrópica, procedente de las bandas humanas, que irán desarrollándose, sobre todo a partir del siglo XVIII, mediante conceptos nuevos (de los que Evaristo Álvarez Muñoz nos ha dado ideas muy precisas en Filosofía de las ciencias de la tierra, Oviedo 2004). Conceptos geológicos cuya utilización en una descripción geográfica antrópica sería impertinente.
   Las descripciones geográficas de Gracia se mantienen precisamente en perspectiva antrópica y, por tanto, en los umbrales mismos de la Historia: «Un valle rodeado de montañas y cerrado por montañas: eso es Covadonga, con una senda que enseguida se eleva hacia el corazón de la montaña. Por aquí escaparían los moros derrotados, que en una huida alucinada recorrieron los tres macizos de los Picos de Europa: por Amuesa salieron a Cosgaya, donde el desbordamiento del río y los lebaniegos terminaron la obra que había iniciado Don Pelayo al borde del macizo occidental. (...) Los moros tuvieron la montaña para escapar, sin reparar en que se trataba de una montaña sin salida. A partir de aquel hecho de armas, Covadonga figura como el escenario de la gran batalla de montaña de la historia de España, porque una batalla fundacional requiere un escenario excepcional. Y nada existe sobre la tierra que pueda equipararse a la montaña; el mar, acaso.» Y la disciplina a la norma antrópica propia de la descripción geográfica se mantiene en lo que tiene que ver en la norma secuencial de la disciplina histórica. Gracia nos hace ver cómo la importancia de Covadonga como lugar geográfico con significado histórico sólo puede advertirse no ya tanto «ensañándose» en los componentes fantásticos del relato de la Batalla, o en los antecedentes de la Virgen de la Cueva, cuanto mirando en la dirección de sus consecuencias, y no como un epílogo de la Batalla, sino como expresión misma del arco histórico que se apoya en ella.
   Gracia nos ofrece un cuidadoso resumen de los reyes que sucedieron a Don Pelayo, en el que hay que agradecer la selección ajustada de los eslabones que van a formar la cadena histórica que cuelga de Covadonga, y al margen de la cual Covadonga misma sería un puro «detalle oligofrénico» no sólo en el mapa mundi sino también en el mapa histórico de España. El autor también se preocupa de ofrecernos una exposición de los relatos que de Covadonga han ido ofreciéndose por los visitantes más diversos, desde Ambrosio de Morales, comisionado por Felipe II, y Tirso de Avilés, en el siglo XVI, hasta Luis Alfonso de Carvallo en el siglo XVII; desde, ya en el siglo XVIII, las Notizias de un peregrino, de Cipriano González Santirso, hasta los relatos de Jovellanos. Por supuesto, encontramos reseñas del Álbum de un viaje por Asturias de Nicolás Castor de Caunedo, preparando el viaje de Isabel II («qué tesoro de filosofía -decía Caunedo- encierra esta pobre tumba de piedra...»), de Manuel de Foronda, o de Víctor Hugo, de Hans Gadow o de Roso de Luna, incluso del exabrupto de Cela, en forma de transcripción de unas palabras de doña Josefa.
   También encontramos en este libro informes del mayor interés sobre películas relacionadas con Covadonga y, en conexión con ellas, una curiosa reivindicación literaria (por su «geografía panteísta», dejando aparte los componentes de novela rosa) de la novela Altar Mayor de Concha Espina, que sirvió de base para una película de Gonzalo Delgrás muy celebrada en los años cuarenta.
   Podemos felicitarnos, como lectores, de la publicación de este libro de Ignacio Gracia Noriega. Estamos ante un «gran relato» enciclopédico, que absorbemos casi sin advertirlo, gracias a la virtud de una envidiable prosa al servicio de unos conceptos claros y distintos, y de unos juicios históricos maduros y certeros.

DOS INGENIEROS Y SUS VIDAS POCO PARALELAS

DOS INGENIEROS Y SUS VIDAS POCO PARALELAS

Juan V. OLTRA 

 

   Quiso la casualidad (aunque un buen amigo se empeña en recordarme que la casualidad no existe) que, a punto de terminar la lectura de "En una España cambiante", libro de memorias de quien fue ministro de Franco, Pedro González-Bueno editado por άltera, por aquella vieja costumbre malsana de llevar abiertos siempre cinco o seis libros al retortero, empecé "El fantasma del ingeniero ejecutado", un estudio de por qué fracasó la industrialización soviética, escrito por el profesor del M.I.T. Loren R. Graham  y editado en España por Crítica.

   Conforme avanzaba por éste me venían a la cabeza pasajes del primero. Dos ingenieros, curiosamente llamados Pedro, Pedro González-Bueno desde un libro, y Peter Palchinsky, desde el segundo, me gritaban desde el negro sobre blanco de sus páginas sus muchas coincidencias y al tiempo, diferencias.

 

   En efecto, aunque con algún lustro de diferencia entre uno y otro, ambos estuvieron relacionados con el poder, con el poder, aun más, de eso que hoy se llaman genéricamente dictaduras intentando homologar peras con manzanas. Pedro como ministro, Peter como consejero soviético. Pero no,... hay más.

   Pedro González-Bueno estudió una de las ingenierías más duras en la España de la época, y aún de hoy: la Ingeniería de Caminos. Peter Palchinsky por su parte, fue todo un talento en la ingeniería de Minas, reconocido por entonces internacionalmente. Pedro se interesó por la política, y durante la república fue un hombre de Calvo Sotelo. Cuando llegó la unificación, recaló en la Falange. Peter, por su parte, estuvo preso durante el mandato del Zar Nicolas II, por sus ideas (fue defensor de las teorías de Kropotkin, en particular en lo relativo a la educación en las ingenierías). Podía ser socialista pero no bolchevique, a pesar de lo cual fue llamado a colaborar con lo que él suponía sería el lanzamiento de una nación.

Pedro manifestó su discrepancia con el resto de los ministros en torno a una ley (la Ley de Bases de la Organización Sindical) y dimitió (aunque algunos afirmaron que "fue dimitido"). Aquí empiezan a separarse las historias. A Peter, por manifestar sus discrepancias, lo encarcelaron, torturaron y ejecutaron. Se sospechaba que fue uno de los inspiradores del Partido Industrial -aunque sus apetencias parece ser que se decantaban más por el Partido de los Socialistas Revolucionarios-. Al poco, su mujer, que se había marchado a otra ciudad para evitar ser reconocida, fue detenida... y su pista se pierde en el gulag.

 

   Resulta pues difícil hacer comparaciones entre los dos Pedros a partir de ese momento. Pedro triunfó como ingeniero, siendo recibido en múltiples ocasiones por Franco, y siguió sin dejar de mantener hacia él una fidelidad inquebrantable - por mucho que en su momento se enfrentara con Raimundo Fernández-Cuesta o con el poderoso Ramón Serrano Suñer, de quien según se destila de las páginas de sus memorias no pudo nunca llegar a perdonar-. Entre otras menudencias, a él se debe la presencia de Citroën en España.

   Y esto nos lleva a pensar si el caos de la Unión Soviética puede tener parecidos con el declive de este ingeniero, Peter, procesado como cabeza del Partido Industrial. En realidad su delito fue más de gestión que político: quejarse de problemas como la mala utilización de las energías o el derroche de fuerzas humanas. Hay que recordar a los desmemoriados que el soviet trabajaba con las formas de los ultracapitalistas: el fordismo y el taylorismo. En efecto, las doctrinas de Ford y de Taylor fueron parte del  léxico de los marxistas de esos años. No así en Palchinsky, quien propuso la "ingeniería humanitaria" para sustituir los métodos de producción de Taylor, oponiéndose al poder soviético. Eso provocó que en abril de 1928 lo detuvieran. El 24 de mayo de 1929 apareció una nota de prensa que informaba de que había sido el líder de una conspiración. Fue convicto de traición sin juicio y ejecutado por un pelotón de fusilamiento.

Pedro González-Bueno falleció de viejo, rodeado del amor de los suyos, en 1985.

Quizá sus vidas no sean tan paralelas. ¿Alguien se atreve a apuntar las causas?