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Bitácora PI

Politología y Metapolítica

¿DE VERDAD EL ENEMIGO ES EL ESTADO?

¿DE VERDAD EL ENEMIGO ES EL ESTADO?

José Javier ESPARZA

(El Manifiesto)

 

   El Estado es un monstruo, cierto. El más frío de todos los monstruos fríos, decía Nietzsche. El terrible Leviatán que caracterizó Hobbes. Claro que sí. Pero esa cualidad monstruosa no descansa en el Estado en sí, ni es algo que pertenezca en exclusiva al Estado. El Estado es un aparato: una burocracia, una organización de poder. Como corresponde a todo poder, siempre intentará ocupar todo el espacio disponible. Así fue en el pasado, cuando suplantó a las comunidades naturales. Pero no es imposible ponerle freno: los hombres siempre han sido capaces de hacer frente a Leviatán –a veces, es verdad, a costa de su propia vida-. Dominar al monstruo ha sido uno de los grandes retos de la modernidad; nunca se ha resuelto el problema por completo, pero hoy estamos asistiendo a la agonía de los Estados, desmantelados por la globalización. Prevenir contra el poder del Estado, hoy, aquí, tiene algo de danza macabra: bailamos sobre un cadáver.
 
   Y mientras el Estado agonizaba ha surgido un poder nuevo, radiante, triunfal, que muy rápidamente ha ocupado su sitio: el poder del Mercado. El Mercado no se nos presenta como el guardián férreo del orden, sino al contrario, como aquel que vela por la libertad. Ahora bien, ¿la libertad de quién? La libertad del Mercado. Él dicta sus leyes conforme a sí mismo. El resultado es la tendencia al vacío. En eso el Mercado ya no es Leviatán, sino el otro monstruo mítico-político, Behemoth, que Hobbes caracterizó como el caos y la fuerza desatada, la absoluta ausencia de norma, donde sólo encuentra cobijo quien sacrifique en el altar del propio Mercado. ¿Y es posible guiar a este monstruo del ronzal? Sólo si el osado se aparta de la ley de Behemoth; el Mercado es un monstruo al que sólo se puede dominar desde fuera. Cierto que, en ese caso, no faltará quien clame por la libertad perdida. Pero repetimos la pregunta: ¿la libertad de quién?
 

   Lo que de verdad importa
 
 

   El poder del Mercado, Behemoth, puede ser más terrible que el del Estado, Leviatán, porque es menos controlable. El Estado se asienta en leyes y normas; fija un campo de lucha y tampoco oculta que lo que está en juego es el poder. Por el contrario, el Mercado se asienta en una supuesta espontaneidad de agentes libres, tiende a rehuir normas y leyes (salvo la sacrosanta ley del mercado); no fija un campo de juego, sino que pretende extenderse a todos los campos, y oculta su lógica de poder bajo la nube de humo de la búsqueda de felicidad. Pero cuando el Mercado se extiende a escala planetaria, entonces es cuando todas las caretas caen: lo que de verdad contemplamos no es la emancipación (la libertad de los individuos), sino la dominación (la sumisión de la vida entera de las personas).
 
   Entendámonos: no se trata de elegir entre el Estado o el Mercado; se trata de elegir la libertad en el sentido más profundo del término, es decir, la autonomía de las personas y de las comunidades para decidir sobre su propia forma de vida. Si el Estado la amenaza, habrá que combatir contra el Estado; si el Mercado la conculca, entonces habrá que combatir contra el Mercado. En ambos casos, los hombres disponen de un arma privilegiada: lo político, es decir, la capacidad para dar forma a la vida colectiva según unos principios cargados de sentido.
 
   La fórmula es mucho más material de lo que parece. Por ejemplo, un elemental sentido de la justicia lleva a considerar abusivo que los hombres tengan que pagar por un techo cantidades multiplicadas hasta la usura; en esa situación, la intervención política natural llevará a congelar las hipotecas, que es lo que acaba de hacer Bush en los Estados Unidos. Las mismas consideraciones pueden hacerse extensivas a cualesquiera otros campos. También, por supuesto, a aquellos en los que lo político no ha de dirigirse contra el Mercado, sino contra el Estado; por ejemplo, cuando el ciudadano ha de revindicar su soberanía personal contra un Estado que intenta adoctrinar a sus hijos, tal y como está ocurriendo en España con la EpC.
 
   Si es suicida dejar lo social a los socialistas, no sería mucho más seguro dejar la libertad a los liberales. Ambos credos reposan sobre una teoría del poder disfrazada de redención. Ambos tuvieron sus días de gloria, que ya no son los de hoy. En los tiempos del Estado-mamá y del Mercado-Dios hacen falta nuevas formas de entender el orden y la libertad.

PLURALIDAD Y PARTICIPACIÓN

PLURALIDAD Y PARTICIPACIÓN

Alberto BUELA

 

   En el pensamiento postmoderno encontramos tres variantes o corrientes bien determinadas; el llamado pensiero debole que propone una desencantada y relativista visión del hombre el mundo y sus problemas, cuya propuesta es una recogida resignación ante una nada de esperanza; otra versión, la de lo que queda de la Escuela neomarxista de Frankfurt, que en síntesis viene a sostener que estamos mal porque no acabamos, no cumplimos con todos los preceptos de la modernidad y, una tercera, el pensamiento alternativo o raigal, que propone superar la modernidad re-pensándonos a partir de nuestras respectivas tradiciones culturales, de nuestras diversidades y alteridades.

   Así, los términos  pluralidad, diversidad, alteridad son los preferidos de la postmodernidad o al menos de la única variante postmoderna que propone alguna construcción positiva. De modo tal que no hay un solo modo de vivir sino muchos por lo que la pluralidad y la diversidad se han transformados en los paradigmas actuales. Y así como en sociología ya no hay un ethos social sino múltiples, aquello que va a salir a criticarse desde la izquierda y desde la derecha son las concepciones totalitarias y globalizadoras.

   Si bien es justificable la crítica postmoderna al concepto de totalidad y globalidad subsumidos ambos en el concepto de unidad, su propuesta  o solución con la radicalización de la pluralidad no es la correcta. Pues radicaliza la pluralidad o el rescate de la pluralidad en forma tan exagerada que renuncia al concepto de vinculación raigal común inherente a toda comunidad política.

   Si bien la sociedad democrática postmoderna debe como primer acto político reconocer lo diferente ello no implica que deba renunciar a la unidad. La unidad debería ser pensada como "unidad en la diversidad". Debemos tirar el agua de la bañera pero no al niño que estamos bañando. Hablando profesionalmente desde la filosofía sabemos que es imposible la multiplicidad sin la unidad, pues son términos relativos como lo es padre de hijo o alto de bajo. Por todo ello, nosotros creemos junto con filósofos como  MacIntayre, Fabro y otros, que la idea de participación tal como la plantea Tomás de Aquino puede ayudar a resolver el problema. Veamos.

  

Consideración metafísica

 

   La unidad participativa es concebida como unidad en la diversidad de modo tal que la unidad no excluye la diversidad sino que logra que ambas se sirvan una de otra y no una contra otra como la piensan los filósofos postmodernos. La idea de participación gira en torno a la unidad y la diferencia entre el ser y el ente. Así el ente es en tanto participa del ser, pues el ser es la plenitud de todo lo real. Además el ser como meollo de la realidad real no se puede definir porque no se puede delimitar y por lo tanto no se puede cuestionar lo que sea ser. Del ser participa todo ente, pero, y esto es importante, el ente no tiene partes del ser. Así el ente participa del ser no al tenerlo sino al serlo parcialmente cada uno en la medida de su jerarquía ontológica (1). De modo tal que el ente es el que representa parcialmente al ser porque éste es lo más profundo del ente. Lo que todo ente tiene en común para ser lo que es. De este modo la unidad participativa preserva el derecho de lo múltiple y le permite su libre manifestación.

   Ahora bien el ser del que participa todo ente, si bien tiene una realidad subsistente en tanto ipsum esse subsistens, en los entes subsiste en la pluralidad de los mismos que participan de él.  Es por ello que se habla no de la subsistencia sino de la inherencia del ser al ente. Así pues como el ser inhiere al ente, y con ello  a lo múltiple, este último no es una copia sino que todo ente agota su plenitud de ser. Lo plural no es carencia de ser sino plenitud. El ser se transforma así en una unidad que libera la multiplicidad, a manera como la luz se relaciona con los cuerpos iluminados por ella.

 

Consideración metapolítica

 

   Así pues la diferencia que existe entre la pluralidad radical de la postmodernidad  y la pluralidad participativa es la siguiente:

   Si bien ambas posturas coinciden en el juicio positivo acerca de la diversidad, la política postmoderna no se compromete como garante de la unidad sino sólo de la pluralidad en una especie de coexistencia de lo diverso sin ningún hilo conductor, llámese proyecto nacional,  así pude sólo administrar los conflictos- a través de una concertación plural- pero no resolverlos, pues le falta el concepto de unidad, de proyecto en donde enmarcarlos y darle sentido y por lo tanto, respuesta.

   Por su parte la pluralidad participativa ofrece como solución la unidad en la diversidad, ofrece un sentido a la acción política múltiple y variada. Esta pluralidad no excluye la comunidad sino al contrario la subsume como fuente de sentido. Esto nos muestra que existe una pluralidad destructiva y una pluralidad liberadora. Así por ejemplo, la diversidad de los terrorismos, de los separatismos suele ser destructiva, mientras que la diversidad moral, cultural o política suele ser liberadora.

   Es que la pluralidad radical se anula a sí misma cuando se entrega a la arbitrariedad en que la diferencia entre lo justo y lo injusto es sustituida por el derecho del más fuerte o el derecho de la minoría por el hecho de ser minoría, y no por los valores culturales que pudiera encerrar en sí, como sucede con el multiculturalismo. Es por ello que proponemos hablar más bien de interculturalismo. Así pues si la pluralidad es tan radical que no se asienta en ninguna convicción común desaparece el derecho a disentir, con lo cual no se puede ya pensar ni hablar, ni siquiera sobre un consenso mínimo para el buen vivir comunitario.

   Es que la democracia postmoderna si queremos que funcione y supere el formalismo procedimental a que nos tiene acostumbrados tiene que dejar de lado la pluralidad radical de poner el consenso como principio  y fijar, por el contrario, el consenso como objetivo y darle lugar al disenso como principio. Si la corriente del pensamiento postmoderno fuerte, donde nos inscribimos y se inscribe una gran variedad de filósofos y pensadores, ejerce una primacía intelectual en el pensamiento crítico es en el ejercicio del disenso como ruptura con la opinión. Sobre todo con la opinión publicada. Así pues proponer el consenso como petitio principis de la sociedad democrática postmoderna es, hablando en criollo, poner el carro delante del caballo.

   De modo tal que la idea metafísica de participación nos enseña a través de su interpretación metapolítica que la auténtica apertura política nace del concepto de pluralidad participativa que  se encuentra allí donde la base de la pluralidad incluye la unidad.

 


(1) Y así lo afirma San Tomás: ens non totaliter est aliquid... proprie participare dictum (in Metaphysicam I, n.154).

SIMULACRO Y RESENTIMIENTO EN LA SOCIEDAD DE CONSUMO

SIMULACRO Y RESENTIMIENTO EN LA SOCIEDAD DE CONSUMO

Alberto BUELA


   La simulación como mecanismo de dominio, lo hemos afirmado en otros trabajos (1), se aproxima cada vez más a la perfecta imitación; lo aparente ha logrado sustituir a lo real y verdadero.

   El presente ya no es promesa porque el futuro nos ha alcanzado. Todo nos indica que el futuro es la profundización del simulacro en todos los niveles. Se ha enseñoreado la mentira en todas partes. Los gobiernos progresistas de todo el mundo levantan como bandera, en una actitud más declamativa que real,  la "igualdad de oportunidades", oportunidades que al no abrirse ni brindarse por los méritos sino por acomodo, terminan penalizando a los bien dotados, que abrumados se retiran de la vida pública y política, en un repliegue que aprovechan los mediocres.

   La impostura del progresismo al otorgar infinidad de derechos, pero de hecho incumplibles, que se compromete y obliga a respetar, pero que al no poder satisfacer transfiere la responsabilidad al ciudadano perjudicado para su cumplimiento. Así, la culpa es de la víctima que no supo hacer respetar sus derechos. Ellos desde el poder solo administran los conflictos, no los resuelven. Incluso se juzga a los criminales de la Dictadura Militar "como sí" fueran criminales. Y no por ser criminales. Incluso se les agrega el epíteto de "genocidas", con lo cual se bastardea además la idea de genocidio.

 

   Es que para el progresismo la idea de simulacro le es consustancial a su pensamiento. Sin ir más lejos, cuando la futura presidente de los argentinos viajó a Francia y hablo del "genocidio de la dictadura", Sarkozy, principal instrumento del sionismo francés, ni la recibió y el lobby hebreo galo lo tomó como une boutade. Es que la seriedad del tema de genocidio y su carácter extremo y profundísimo  es tal que, de hecho, hasta ahora solo ha sido reconocido en el mundo el holocausto judío de la segunda guerra. Ni el genocidio armenio, ni el de Biafra, ni el camboyano (2,3 millones de muertos en tres años) ni el mayor de la historia de la humanidad, el holondonor ucraniano con 10,4 millones) han podido ser declarados genocidios. Es que el progresismo usa y gasta los términos pero no produce ningún efecto a partir de ellos, sea para aplicarlos sea para anularlos. Se agota como Habermas en la comunicación, en el chamuyo diría un reo.

 

   Con todo esto dicho, que son datos contundentes e inconmovibles, nuestro gobierno progresista sigue, viento en popa, acusando de genocidas a diestra y siniestra a cuanto personaje se le cruza por el camino. Hace unos días nomás le tocó al cura von Wernich, quien fue juzgado, no por sus convicciones políticas, ni por su participación en las torturas, ni por sus asesinatos sino que fue juzgado "como sí fuera un criminal" y no por ser criminal. La farsa, el simulacro llegó al límite que le asignaron un juez judío para juzgar a un cura, cuando es sabido, hasta por el más zafio, que eso es un sin sentido. Que existen prejuicios éticos-religiosos por parte del juez que cualquier incipiente abogado puede hallar y así pedir la invalidación del juicio. Se pasaron por el traste la tensión existente entre la Sinagoga y la Iglesia en el seno de la historia de Occidente. La saltean, no es tenida en cuenta, ni siquiera como dato menor. Un verdadero cambalache jurídico, político y teológico. ¿Cuánto puede durar esta condena?. Lo que un flatus (pedo) en una canasta. Pero no importa igual hay que simular. Y lo lamentable que las víctimas reales de la dictadura, lo toman por serio. Creen en semejante fantochada

   Esto nos recuerda cuando el 29 de agosto de 1799, fecha en que murió el papa Pío VI prisionero de los franceses, los periódicos obedientes a Napoleón publicaron la noticia bajo el título: "Murió Pío VI y el último". Porque tanto Bonaparte como los jacobinos y la sociedad francesa ilustrada, pensaban que al desaparecer el Antiguo Régimen se cerraba un capítulo de la historia y desaparecía también la Iglesia. Es que el progresismo siempre ha tenido la tendencia a hacer finalizar un período de la historia y comenzar otro con ellos mismos. Así toda la historia reciente de España se resume en Zapatero y sus leyes de reparación histórica para comenzar desde cero. Esto es, para comenzar desde él mismo.

   Con Kirchner pasa más o menos lo mismo. Se despiertan todos los demonios ocultos que encierra la sociedad para hacer "como sí" se los juzgara a través de juicios fraudulentos e inmorales, dejándolos luego en una especie de limbo o vida vegetativa, sin eliminarlos, con lo cual, estos demonios tarde o temprano vuelven a sus andadas. Desoyen el sabio consejo de Maquiavelo: "al enemigo no hay que herirlo; hay que matarlo". Ese gran filósofo que es Massimo Cacciari lo ha calado hondo: "los gobiernos progresistas de hoy se manejan con la idea de pax apparens administrando los conflictos pero no resolviéndolos".

   ¿Cómo terminó la parodia y simulacro del juicio de Napoleón a la Iglesia? Roma acogió y refugió en el palacio Venecia a Leticia, su madre y también a sus hermanos Luciano y Luis. Y además le envió al abad corso Vigco a Santa Elena para que le diera los últimos sacramentos. Es que el simulacro y la farsa, sobre todo en la justicia, no puede desplazar por mucho tiempo a la verdad. Porque la esencia de la justicia es la restitutio y cuando está mal administrada reclama eso: restitutio. Y los regímenes progresistas que piensan en todo momento comenzar la historia, lo que hacen es desarmar la historia para armarla ad hoc, en función de sus aspiraciones políticas. Ellos se manejan con la idea de "la historia que no pasa" de la que habla Ernst Nolte. Lo que explica el por qué de la exaltación actual de la memoria por sobre la historia y, por ende, la manipulación de la historia en función de sus intereses subjetivos y políticos.

   Lo grave es que las víctimas de las dictaduras totalitarias y sangrientas cambian sus antiguos padecimientos por dinero, indemnizaciones o pensiones ad vitam. Quedando para toda la vida representando el papel de víctimas en uso del monopolio del sufrimiento,  papel que no les deja lugar para el desarrollo de su propio ser íntimo, el de su propia índole. Y así van por el mundo y por la historia perorando acerca de sus padecimientos pero, casi nunca, pudiendo hablar de lo que realmente hacen, y de lo que realmente sufren y gozan en la vida que aún les queda por vivir. Seguramente, lo más cierto es que estos pobres seres, hombres y mujeres, utilizados por el progresismo sólo para justificar sus ambiciones políticas y de poder, me van a acusar en Argentina de defender al, políticamente, indefendible cura von Wernich y en España de defender al régimen franquista. Ante  ambas acusaciones sólo me queda un recurso: váyanse bien al carajo. Pues si éste fuera el caso, solamente mostraría que la alienación de estos pobres seres ha sido total y completa. Los han dejado en condiciones de no entender absolutamente nada de nada. Reducidos a ser un "cacho de carne con ojos" cuya motor es el resentimiento, que nació, como dice Nietzsche "en el momento mismo en que no les dejaron hacer aquello que quisieron hacer".

   Esta mezcla de progresismo y resentimiento nace en nuestras sociedades contemporáneas a partir de aquello que denominó Gonzalo Fernández de la Mora: la envidia igualitaria. Porque el resentimiento, que es un sentimiento tan sutil que hasta los alemanes han importado el término para designarlo en francés ressentiement, es como su nombre lo indica: un volver a sentir que expresa una emoción negativa, que podemos caracterizar como "rencor", entendido como un enojo retenido. Así pues, vinculados al resentimiento expresado en el rencor aparecen la venganza, la envidia, la maldad, el odio,  la ojeriza, la perfidia. Motores emocionales que mueven, como sucedió con el jacobinismo napoleónico, al  progresismo político de nuestros días.

   No podemos dejar de recomendar sobre el tema del resentimiento el extraordinario, el libro, fuera de lo común, de Max Scheler El resentimiento en la moral (1924) en donde el filósofo desmenuza en sus mínimos detalles este sentimiento tan propio de la modernidad, que conforma esa turbia amalgama entre utilitarismo, negación de lo superior, impotencia vital, filantropía, subjetivización de los valores, socialismo cristiano y "el hecho de que el espíritu judío represente un gran papel como el más antiguo usuario del resentimiento" (p.204).

 

(1).- "Ensayos de Disenso", Ed. Nueva República, Barcelona 2004 y "Metapolítica y filosofía", Ed. Theoria, Buenos Aires 2005

LA ACCLAMATIO COMO NUEVA-VIEJA FÓRMULA DE DEMOCRACIA DIRECTA

LA ACCLAMATIO COMO NUEVA-VIEJA FÓRMULA DE DEMOCRACIA DIRECTA

Alberto BUELA 

 

   Sabido es que nuestra sociedad postmoderna cuestiona todos los grandes relatos o mitos de la modernidad. Así, por ejemplo, la idea de progreso indefinido se ha mostrado como una falsa idea luego del zafarrancho de la Segunda Guerra Mundial y su rúbrica con las masacres atómicas de Hiroshima y Nagasaki, pues el desarrollo de la técnica se desvinculó de la moral. O dicho de otra forma, la técnica y la moral no se desarrollaron en forma equivalente, en forma pareja y, así, la modernidad progresó técnicamente y retrocedió en el orden moral. Por lo tanto, la idea de progreso indefinido, enunciada claramente por primera vez por el Abad de Saint Pierre, después de terminada la guerra de sucesión de España y que dominara por casi tres siglos la mentalidad europea y americana, se ha mostrado y demostrado como una falsa idea.

  

   Otro de los grandes mitos de la modernidad ha sido la idea de democracia como forma de vida, sintetizada en la frase "con la democracia, se come, se educa y se vive", que reemplazó a la noción de democracia como una forma de gobierno, entre otras varias, como la monarquía, la república, la tiranía, etc.

   La democracia entendida como forma de vida ha ido vaciando lentamente el contenido de la democracia como forma de gobierno hasta dejarla reducida a la democracia procedimental de nuestros días, en donde sólo interesa a los dirigentes políticos cumplir con el formalismo democrático, dejando de lado todo contenido de valores. La democracia procedimental vació al Estado de todo contenido ético licuando todos sus aparatos de poder y así, vía privatización de todas la empresas públicas o vía anulación de las reparticiones estatales, logró dejar de lado los tres principios que lo constituían: la idea de bien común como principio de finalidad, la idea de solidaridad como principio de integración y la idea de subsidiariedad como principio supletivo o de ayuda. Quedando así reducido a "simple regulador de los contratos jurídicos y a represor de los sectores descontentos". No llega ni siquiera como en el antiguo capitalismo liberal, a Estado gendarme que garantizaba la seguridad de las personas y la propiedad privada. Hoy la seguridad es cosa privada y la propiedad privada está "socializada" en los countries, esos castillos modernos, sitiados por barrios paupérrimos.

 

   El fracaso de la democracia procedimental con la consecuente crítica a los partidos políticos por ejercer la representatividad popular en forma espuria no sólo porque monopolizaron dicha representatividad sino porque la bastardearon con las oligarquías partidarias, ha hecho surgir nuevas formas de representación políticas, en Argentina hoy: los piqueteros que cortan las rutas, los caceroleros que manifiestan ante los bancos y el Congreso nacional, los desocupados que viven en los lugares públicos, los sin tierra en Brasil, los truequistas que se manejan sin dinero porque no hay, toda la sociedad civil argentina fue estafada por los bancos y el gobierno de De la Rúa-Cavallo y confirmada por sus continuadores.

 

   Ahora bien, cuál es el mecanismo por el que estas nuevas representatividades eligen a sus autoridades. La vieja acclamatio. La voluntad pública del pueblo se expresa por aclamación popular, como consentimiento de los gobernados. Dado que el pueblo existe sólo en lo público cuanto más fuerte es el sentimiento democrático tanto más seguro que la democracia es otra cosa distinta a la ecuación liberal de " un hombre = un voto".

   La democracia se torna así directa y zafa del aparato estadístico y cuantitativo del recuento de votos y las empresas de sondeos, para expresarse lisa y llanamente por aclamación popular. Se elimina así toda mediación entre el pueblo y sus representantes. Estos son elegidos directa y espontáneamente por aquellos. Recordemos aquí el discurso del éforo Stenelaidasa a favor de la guerra que nos relata Tucídides: "Él dijo que no podía determinar cuál fue la aclamación más fuerte - su modo de decisión es por aclamación y no por votación -" (1). En América tenemos, entre otras, la aclamación de Irala por sus huestes como gobernador de Asunción en 1544; en Brasil la de Amador Bueno en 1651 como rey de los paulistas. La aclamación de Perón como conductor de los argentinos por el pueblo reunido en la Plaza de Mayo, el 17 de octubre de 1945.

   Existe además la forma negativa de acclamatio, que podemos traducir por abucheo, que es lo que evitan los políticos profesionales cuando esquivan ir a los lugares públicos- canchas de fútbol, teatros- refugiándose sólo en la legitimidad estadística del escrutinio que in illo tempore los llevó al poder pero que ya no pueden sustentar. Los miembros del G8 son maestros consumados en este saber esquivar el abucheo multitudinario de las grandes ciudades, replegándose cada vez a lugares más remotos y aislados.

 

   Esta institución de la acclamatio utilizada durante 1500 años en la proclamación popular de los reyes desde Roma hasta finales de la edad media (2) ha sido recuperada en este comienzo del tercer milenio. Pero, y aquí viene la paradoja, ha sido recuperada, desde las sociedades periféricas sometidas al "totalitarismo democrático" de aquellos que se apropiaron de los partidos políticos, los aparatos culturales, los mass media y las empresas comerciales y bancarias.

   ¿Y por quiénes recuperada? Por los miembros de la sociedad civil que se han dado espontáneamente una organización popular, eligiendo a sus autoridades por aclamación y no por sufragio. Algo de esto perduraba en las elecciones gremiales que casi siempre son precedidas por una asamblea de delegados en donde se vota por aclamación a los candidatos. La acclamatio es en los sindicatos la condición previa de la elección formal de autoridades. Es digno de tener en cuenta esto, para que se pueda apreciar que las instituciones no dan saltos, se desarrollan y se despliegan en el tiempo regularmente. Así, es lógico que estas nuevas organizaciones, que se está dando la sociedad civil comiencen naturalmente por la acclamatio, dado que aún no se ha producido el extrañamiento de su índole en el aparato legal-formal que modifica la forma de elegir sus representantes.

   La crisis de representatividad de la sociedad postmoderna es de tal magnitud que sería provechoso que los jurisconsultos a cargo de la modificación de los sistemas de elección tuvieran en cuenta la incorporación de la acclamatio como un complemento necesario al régimen del sufragio. Ellos comprenderían así, la proposición filosófica que sostiene que la solución a los problemas de la modernidad no los ofrece ni una modernidad más avanzada ni una postmodernidad débil y desengañada, sino un postmodernidad fuerte que hunda sus raíces en una premodernidad vital y generosa. O en otros términos, para ser auténticamente postmoderno hay que ser genuinamente premoderno. La restauración de la acclamatio nueva-vieja fórmula de elección es una muestra de ello.

Notas:

   (1) Tucídides: La guerra del Peloponeso, libro I, cap.II, parágrafo 87.-

   (2) Conocemos un estudio interesante sobre la institución de la acclamatio, aquel de Ernst Kantorowicz: "Laudes Regiae,( A study in liturgical acclamations and medieval rule worship)",Univ.California Press, Los Angeles, 1946, en donde el autor va historiando el uso litúrgico de la aclamación para terminar en el capítulo VII reseñando el uso político en los tiempos modernos de la acclamatio. Sin embargo Kantorowicz, correcto en la descripción del asunto, se equivoca en la interpretación, o mejor aun forma parte del pensamiento políticamente correcto al limitar la acclamatio a los regímenes autoritarios "Political acclamations have been resuscitated systematically in the authoritarian countries"(p.185). Dejando de valorar el aspecto de la participación popular en el ejercicio de una democracia directa, tan necesaria para liberar tensiones insatisfechas, cuando las democracias procedimentales fracasan con sus mecanismos representativos. Desde el punto de vista politológico cabe recordar dos trabajos que sin ocuparse específicamente de la aclamación, nos hablan de ella. Uno, aquel de Carl Schmitt Sobre el Parlamentarismo en donde a propósito de su crítica a la ley electoral de Reich alemán, que adoptó las máximas liberales según las cuales el pueblo sólo puede expresar su voluntad a través de cada ciudadano por sí mismo "sin ser observado", olvidando afirma Schmitt que " El Pueblo es un concepto perteneciente al derecho público. La opinión unánime de cien millones de particulares no es ni la voluntad del pueblo ni la opinión pública. Cabe expresar la voluntad del pueblo mediante la aclamación- mediante acclamatio- , mediante su existencia obvia incontestada, igual de bien y de forma aún más democrática que mediante un aparato estadístico, elaborado desde hace medio siglo con esmerada meticulosidad" (p.22). Otro es la de Norberto Ceresole: "Caudillo, ejercito, pueblo", quien siguiendo a Schmitt va a recuperar el valor positivo de la aclamación popular para aplicarlo al caso de Hugo Chávez en Venezuela.

DOS IDEAS DISTINTAS DE PROGRESO

DOS IDEAS DISTINTAS DE PROGRESO

Alberto BUELA 

 

Al ingeniero Ramón Canalis, ocupado en estos temas

 

   La idea de progreso sin fin es una de las ideas de la modernidad que se han quebrado con mayor resonancia. Ya nadie cree en su sano juicio que la humanidad esté progresando indefinidamente, sobre todo después de los dos bombazos atómicos, una guerra mundial con 40 millones de muertos en el centro de la culta Europa, con más de 100 millones de muertos producidos por el comunismo y más de 70 conflictos bélicos locales de alta densidad durante el siglo XX. Todo ello adornado con varios genocidios, desde el armenio en 1915 al africano de Darfour que desde el 2003 hasta el presente se come 10.000 muertos por mes. (1)

   Sobre estos datos brutales, ¿puede el hombre renunciar a la idea de progreso? No; lo que hay que hacer es entenderla de otra manera. Dejar de entender el progreso como la urgencia de incrementar la riqueza material y pasar a entenderlo como equilibrio. Así sostenemos que debemos pasar de la idea de progreso como crecimiento y productividad a la de equilibro y sustentabilidad. Hay que asociar la idea de desarrollo material, con la que tanto tiene que ver la ingeniería, con las nociones de equilibrio sustentable. Hay que resolver la ecuación entre mayor calidad de vida, siempre reclamada por la naturaleza humana, y la preservación del entorno natural en que vivimos.

 

   Hay un agudo sociólogo mexicano, Sergio Zermeño quien en un libro sobre La desmodernidad mejicana (2) platea la tensión entre estas dos nociones de progreso: la ilustrada y la postmoderna, que sostenemos nosotros. En realidad la idea postmoderna de progreso se enraiza en  la idea premoderna de equilibro tan cara al pensamiento greco-romano que se desarrolló en todos los dominios bajo el lema de Solón Mhden agan(meden ágan)= Nada en exceso. Después vulgarizado en el apotegma: Todo en su medida y armoniosamente.

   Ya pasaron tres siglos desde el lanzamiento de la idea optimista de progreso por parte de W. Penn, conocido como el Abad Pierre, en su trabajo Proyecto de una paz continua de 1712, en donde trabajaba en un programa de Gobierno Mundial. Luego esta idea fue retomada por filósofos como Kant en su libro Sobre la Paz perpetua  de 1794 y más tarde ya a mediados del siglo XX por H. Kelsen en Derecho y paz en las relaciones internacionales de 1942, estos grandes teóricos seguidos de otros muchos más el apoyo irrestricto, a la idea de progreso lineal y continuado, por parte de los grandes grupos de poder como la masonería durante los siglos XVIII y XIX, y los aparatos del  de poder del pensamiento liberal del siglo XX al que se le suma el progresismo ínsito en la teoría marxista, todo ello hace que la idea de progreso lineal, continuo y progresivo de la historia del hombre en sociedad, haya tenido vigencia durante los últimos tres siglos. Y fueran necesarias una serie de hecatombes ocurridas durante el siglo XX para que un reconocido teólogo protestante Jüngen Moltmann, exclamara horrorizado: "Los campos de cadáveres de la historia reciente, nos prohiben toda ideología del progreso".

   Esta ideología del progreso fue, además, de hecho cuestionada y devaluada por la propia acción cómplice de la izquierda política que justificó los crímenes atroces de gobiernos reaccionarios como los de Stalin, Ceaucescu, Kim Il Sung, Pol Pot y tantos otros. También desde la izquierda a través del sociólogo no conformista Serge Latouche, con su idea de décroissance soutenable ou décroissance conviviale se alienta el abandono de la fe en el progreso indefinido.

  

   El asunto consiste entonces ¿cómo llevar a cabo un progreso siempre necesario para el mayor y mejor confort del ser humano en vista a una mejor y mayor realización de su propia esencia, naturaleza o vocación sin caer en la explotación desmedida de los medios que el mundo le ofrece a la cada vez más desarrollada tecnología del desarrollo para el consumo y la fabricación de productos? Si algo es esta pregunta, es una pregunta filosófica que es demasiado seria e importante en orden al destino del hombre sobre la tierra para dejar que la respondan sólo los políticos, economistas y sociólogos. Los filósofos tendrían que hacer el esfuerzo de intentar responder esta pregunta liminar. Nosotros como simple arkeguetas nos animamos a destacar dos o tres ideas fuerza en torno a ella.

  • 1) El hombre no debe renunciar a la idea de progreso sino que debe entenderla y realizarla como equilibro entre sus necesidades cada vez mayores y más complejas y su medio ambiente cada vez más deteriorado y maltratado. Para ello tiene que romper con el mito ilustrado de que toda reacción es mala. La imbecilización intelectual de lo políticamente correcto sostiene a raja tabla que reaccionario es el partidario de restablecer lo abolido por una acción progresista (ver revista Ñ de Clarín). Esta versión falaz, disminuida y limitada de la idea de reacción es la que ayuda y justifica, más que ninguna otra, al imperialismo y las multinacionales a devastar el mundo (ej. como lo hará la papelera Botnia sobre el río Uruguay) anulando y demonizando toda reacción. El reaccionario no es el troglodita que desea volver a las cavernas sino el hombre "reactivo", aquel que aún tiene sangre en las venas y puede reaccionar ante una injusticia. Y para ello necesita ser fuerte, apoyarse en la idea o virtud de la fortaleza, que se caracteriza más bien por el sustinere= el saber soportar, que en el aggredere= el agredir. En una palabra, la fortaleza de aquel que puede reaccionar consiste en que conserva la capacidad de rechazo, la fuerza para decir no a pesar que su causa está casi perdida.

   Según el silenciado pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila (1913-1994) en su libro Sucesivos escolios a un texto implícito: "Los reaccionarios le procuran a los bobos el placer de sentirse atrevidos pensadores de vanguardia. No son pensadores excéntricos, sino pensadores insobornables. La objeción del reaccionario no se discute, se desdeña". Al haber logrado eliminar la capacidad reactiva, de reacción demonizando la idea de reaccionario y además limitándola al ámbito político, lo que ha logrado el pensamiento único, aquel que nace de la Ilustración y llega a nuestros días bajo el nombre de progresismo, es transformar a los pensadores e investigadores en eunucos intelectuales, que se entretienen con los textos como pretextos para otros textos, mientras la dura realidad se les escapa a sus observaciones.

 

  • 2) El hombre no puede renunciar a la idea de progreso pero no puede entenderla como un desarrollo lineal en donde lo último es siempre lo mejor y lo más apropiado para el despliegue de su naturaleza. Éste es el error del progresismo que ha entendido y asumido "la vanguardia como método" pues su gran temor es no aparecer nunca como antiguo, como viejo, como pasado de moda.

   Esto lo vio y lo describió con gran agudeza Martín Heidegger en Ser y Tiempo hablando a propósito de los rasgos de la existencia impropia, uno de los cuales es la "avidez de novedades" que tanto caracteriza a la intelligensia.

   La idea de progreso, según nuestra opinión, tiene que estar vinculada a la idea de equilibrio de los efectos. Progreso en la medida en que las consecuencias o efectos del mismo se equilibran de tal forma que puedo realizar nuevos progresos sin anular los efectos del primero. Esta es nuestra idea fuerza y le pido al amable lector que llegó hasta acá, que la relea. Esta idea de progreso que volcamos  acá está directamente reñida con la idea de desperdicio, uno de los problemas más acuciantes de las sociedades desarrolladas.

 


(1) Hay que anotar además que el mayor genocidio del siglo XX, el ucraniano de los años 1933 al 35,  producido, ordenado y llevado a cabo por la troika hebrea de Moissévitch Kaganovitch; Kalinine y Genrikh Iagoda al servicio de Stalin ocasionó más de 10 millones de muertos, todos ellos cristianos.

(2)  Zermeño, Sergio: La desmodernidad mejicana y las alternativas a la violencia y a la exclusión en nuestros días, México, Ed. Océano, 2005

DARFOUR: PRIMER GENOCIDIO DEL SIGLO XXI

DARFOUR: PRIMER GENOCIDIO DEL SIGLO XXI

Alberto BUELA

 

   El silencio, como ocurrió hace doce años en Ruanda, acalla lo que viene sucediendo en la región de Darfour, ubicada en la parte oeste de la república de Sudán, la más grande de Africa con 2,5 millones de km². y 40 millones de habitantes: se está realizando el primer genocidio del siglo XXI.

   A partir de febrero del 2003 se produjo el asesinato por masacre de más de 300.000 seres humanos por el hecho de ser negros, no árabes  y en gran medida animistas y también cristianos, por parte de las milicias armadas irregulares musulmanas denominadas "janjawids", cuyo jefe es el scheik Moussa Hilal. El régimen dictatorial de Omar Al-Bashir asentado desde 1989 en Kartum, capital de Sudán, es el responsable directo de tremenda masacre que ya ha provocado la cifra de dos millones y medio de refugiados sobre una población de seis millones. Diez mil personas mueren por mes en esta masacre genocida que practican las milicias Janjawids, tribus musulmanas arabizadas, sobre la población tanto musulmana como animista y cristiana, africana y negra.

 

     Un poco de historia

 

   Lograda su independencia respecto de Inglaterra y Egipto (1956), Sudán pasó en su breve historia por dos largas guerras civiles entre los habitantes del norte, árabes musulmanes y los del sur, africanos animistas y cristianos. La primera, desde 1955 a 1972 que finaliza cuando se firman los acuerdos de Addis Abeba que garantizaban al sur un cierto grado de autonomía. Y la segunda, que va de septiembre de 1983 cuando el  entonces presidente Nimeiri disolvió los tres estados federales del sur e introdujo el cumplimiento obligatorio en todo Sudán de la ley de la sharia o ley moral musulmana. Termina esta segunda guerra civil en 1989 con la derrota de las fuerzas del sur y la instalación en el poder del actual mandatario Al- Bashir.

   La indiferencia de la comunidad internacional y del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se debe a que el choque de intereses que se ha producido en Sudan tiene un claro ganador. Por un lado está China con su megainjerencia en el África del Norte en estos últimos treinta años, que se transformó en el gran protector del régimen dictatorial de Kartum, para vigilar sus intereses concretos, el petróleo de Sudán, que representa el 73% de sus ingresos. Y por otro, los Estados Unidos, el gran derrotado con su frustrada intervención militar de 1992. El repliegue del scheriff mundial en Sudán es notorio y manifiesto. Carece hoy  de interés estratégico. Sólo queda, pues, por el lado de Occidente un disminuido jugador: Francia, que poco o nada puede hacer, a pesar del sano esfuerzo de su nuevo presidente: Sarkozy,  pues sus intereses están centrados en Chad y Egipto. De modo tal que podemos afirmar sin temor a equivocarnos que a los sudaneses del sur, los africanos negros, muchos de los cuales son cristianos y animistas, Occidente les ha soltado la mano de su historia y su fin parece ineluctable. Solo les cabe a estas tribus un repliegue constante hacia su viejo, empobrecido y aislado reino de Etiopía, único estado no musulmán de África del Norte.

 

   El primer genocidio del siglo XXI tiene dos responsables: Uno mediato: la desidia de Inglaterra, Francia y EEUU en defender aquello que habían occidentalizado y otro inmediato: la dictadura ejecutora que está al servicio de China. Si lo analizamos desde la metapolítica podemos afirmar que Occidente en Sudán le ha cedido el poder a Oriente y esto se está pagando con la vida de los sudaneses del sur en el primer genocidio del siglo XXI.

   Nos viene a la memoria la vieja enseñanza de Heródoto, el padre de la historia: Occidente puede primar sobre Oriente porque no lo destruirá, y de hecho Occidente ha llevado la iniciativa histórica del mundo y Oriente no ha sido destruido, pero el día en que Oriente prime sobre Occidente, éste perecerá.

   Sería de desear que ante tanto politólogo y futurólogo suelto que vienen augurando la primacía de China para el 2050 se tenga en cuenta el terrible caso emblemático de Sudan a fin de poder pensar sobre la realidad y no sobre lo que uno piensa que es la realidad.

MAL MENOR EN LAS ELECCIONES POLÍTICAS. VOTAR: ¿OPTATIVO O MORALMENTE OBLIGATORIO?

MAL MENOR EN LAS ELECCIONES POLÍTICAS. VOTAR: ¿OPTATIVO O MORALMENTE OBLIGATORIO?

Mario MENEGHINI

 

Exposición en Simposio de Filosofía Política (15-6-07), en  el I Congreso Nacional de Filosofía del Derecho y Filosofía Política y IV Jornadas Nacionales de Derecho Natural, San Luis.

 

   1. Es lugar común en la Argentina la queja sobre el mal funcionamiento del sistema político, y sobre la calidad de la mayoría de  los dirigentes. Por eso, en los últimos años -en especial desde la crisis de 2001- se han lanzado muchos proyectos para intentar mejorar dicho sistema político.

   El principal problema es que la  misma base teórica en nuestro sistema institucional parte de un principio falso: la soberanía popular, que consiste en conferir al pueblo la atribución ontológica del poder. Esta teoría ha quedado consolidada jurídicamente en nuestra Constitución Nacional con la reforma de 1994. En efecto, el nuevo Art. 37 garantiza el ejercicio de los derechos políticos con arreglo al principio de la soberanía popular. Bidart Campos (1961) demuestra que los supuestos en que se basa esta tesis son científicamente falsos: "Es ficción considerar al pueblo como susceptible de representación, y como entidad unificada que confiere mandato; ficción es suponer que el parlamento representa a la totalidad del pueblo; ficción que los actos de los representantes son actos del pueblo; ficción que el pueblo gobierna".

 

   2. Ahora bien, que señalemos los errores en que se basa la legislación vigente, no nos autoriza a abandonar el campo de la vida cívica. En primer lugar, pues la realidad indica que la teoría democrática no es más que una máscara totemística, y la partidocracia -que implica desmentir la teoría- se impone al margen de las elucubraciones y de las normas. Cuando el electorado es convocado a las urnas, participa en una especie de ballotage, para seleccionar de entre los candidatos que han sido previamente postulados por los partidos.

   En segundo lugar, no es correcto cuestionar un ordenamiento institucional porque sean discutibles sus fundamentos intelectuales (Palacio, 1973). En el plano de las ideas es lícito preferir un régimen político que consideremos el mejor, pero, en toda sociedad se impone, con el tiempo, una forma determinada de selección y reemplazo de los gobernantes. Si esa forma no afecta de manera directa la dignidad humana, y rige de hecho en una sociedad, su aceptación no solamente es lícita, sino incluso obligatoria, con obligación impuesta por la necesidad del bien común...[1].

 

   3. En la Argentina tiene vigencia, desde 1853, un ordenamiento constitucional, que, como se ha dicho (Lamas, 1988) es tributario de una serie de pactos y compromisos en el curso de los acontecimientos políticos nacionales, y rige, desde entonces, con una aceptación pacífica y estable, lo que le confiere legitimidad.

   Consideramos inaceptable, entonces, la actitud de algunos distinguidos intelectuales de negarse a participar en la vida cívica, por considerar cuestionable la misma Constitución y el sistema electoral que de ella deriva, y promover la abstención como única conducta válida para quienes rechazan la teoría de la soberanía popular[2]. Por el contrario, la obligación moral de participar será tanto más grave, cuanto más esenciales sean los valores morales que estén en juego (Malinas, 1959).

 

     Participación en política

 

   4. Luego de esta introducción, podemos abocarnos al tratamiento de la doctrina del mal menor en el proceso electoral. La historia nos muestra que en todas las épocas y en todos los países, el sufragio ha sido utilizado normalmente como instrumento de selección de las autoridades políticas. Es un modo de poner en acto el derecho natural del ciudadano de participar en la vida pública de su sociedad (Martínez Vázquez, 1966). En todos los tiempos y lugares, se han elegido magistrados, reyes, presidentes y hasta dictadores, sin que de ello se derivara necesariamente un mal para la sociedad. Y la forma republicana de gobierno, que fija nuestra Constitución, implica la periódica elección de autoridades, lo que no es objetable moralmente[3], por el contrario, existe la obligación moral de votar, salvo excepciones[4].

 

   5. Estimamos que, sostener en vísperas de toda elección, que es inútil y hasta una falta moral ejercer el voto, pues todos los candidatos son malos y todos los programas defectuosos, revela una apreciación equivocada de la actividad política. Precisamente en una época histórica caracterizada por problemas sumamente complejos y una gran confusión de ideas, se hace más necesario que nunca acudir a la política para procurar resolver los problemas. Rehusarnos a intervenir en la vida comunitaria porque no nos gusta lo que vemos, equivale a avalar la continuidad de lo existente. Destaca Tomás Moro (1944): Si no conseguís realizar todo el bien que os proponéis, vuestros esfuerzos disminuirán por lo menos la intensidad del mal.

 

   6. Tampoco es correcta la impresión de que la política necesariamente conduce a la corrupción, como afirmaba Lord Acton. Es cierto que el poder es ocasión de peligro moral, lo que ocurre, asimismo, con otras cualidades humanas, como la inteligencia, la cultura, la belleza, la riqueza, lo que no significa que merezcan calificarse de intrínsecamente malas. Puesto que la autoridad ha sido creada por Dios, su ejercicio no puede ser malo en sí mismo[5].

 

   7. Suele alegarse que la decisión de no participar en un proceso electoral, deviene de una obligación de conciencia. Ahora bien, la conciencia debe estar iluminada por los principios y ayudada por el consejo de los prudentes. No es posible identificar la conciencia humana con la autoconciencia del yo, con la certeza subjetiva de sí y del propio comportamiento moral (Ratzinger, 1998)[6]. Por otra parte, como señala el Prof. Tale (2006), el abstenerse de hacer algo por objeción de conciencia es válido, si es la única manera de no afectar el principio en que se funda: no dañar. Y, en muchos casos, la objeción de conciencia no basta para cumplir con el deber moral de participar en la vida comunitaria. Antes de invocar la obligación de conciencia, cada persona debe procurar disponer de la información necesaria para evaluar correctamente a los partidos que se presentan a una elección, así como a los candidatos respectivos. Como ejemplo, podemos citar la última elección presidencial en la Argentina (2003), a la que muchos ciudadanos concurrieron, creyendo que sólo se presentaban cinco candidatos, cuando en realidad fueron dieciocho, de los cuales, por lo menos cuatro no merecían ninguna objeción a quien profese los principios del derecho natural.

 

   8. Como explica Bargallo Cirio (1945): Adecuarse a las circunstancias es sólo contar con ellas para actuar. Para defenderlas o apoyarlas cuando se deba, o para atacarlas, torcerlas o dominarlas, cuando sea necesario. (...) La acción política es antes que nada humilde contacto con la realidad.

   Criticar la realidad social contemporánea, despreciándola por comparación con alguna forma que existió históricamente, o con un esquema de lo óptimo, implica caer en el utopismo. Es preciso conocer la realidad, tal cual es, antes de intentar mejorarla. No es racional desconocer la fuerza de los hechos. Reconocer que no podemos modificar una situación injusta, no equivale a convalidarla. Tras las ilusiones, vienen las frustraciones, y la conciencia de la miopía padecida conduce, finalmente, a la abominación del objeto, en nuestro caso de la política (Ayuso Torres, 1982).

 

   9. Para cada sociedad política, pueden existir, simultáneamente, tres concepciones del régimen político: el ideal, propuesto por los teóricos; el formal promulgado oficialmente; y el real - o constitución material-, surgida de la convivencia que produce transformaciones o mutaciones en su aplicación concreta. De modo que negarse a reconocer una constitución formal, implica, a menudo, enfrentarse con molinos de viento, limitándose a un debate estéril, porque, además, no se tiene redactada la versión que se desearía que rigiera.

   Por eso, como enseña Pablo VI: La apelación a la utopía es con frecuencia un cómodo pretexto para quien desea rehuir las tareas concretas refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético es una coartada fácil para deponer responsabilidades inmediatas[7].

   La Constitución Nacional (Art. 38) reserva la postulación de candidatos a cargos públicos electivos, a los partidos políticos, por lo que la única forma de participar en la vida cívica es a través de los mismos, ya sea incorporándose a uno, creando uno nuevo, o simplemente votando por el más afín.

 

     Aplicación del mal menor

 

   10. Afirma Santo Tomás que: Cuando es forzoso escoger entre dos cosas, que en cada una de ellas hay peligro, aquélla se debe elegir de que menos mal se sigue[8]. Por cierto que nunca es lícito, ni aún por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado, pero sí es lícito tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande[9].

   Aplicando la doctrina, al tema eleccionario, el Prof. Palumbo (2004) explica que: "En el caso concreto de una elección, al votarse por un representante considerado mal menor, no se está haciendo el mal menor, sino permitiendo el acceso de alguien que posiblemente, según antecedentes, lo hará".

          

   11. En ocasiones, el ciudadano no tiene la posibilidad de elegir entre varios partidos, pues ninguno le ofrece garantías mínimas, al presentar plataformas que permiten prever acciones perjudiciales para la sociedad, o declaraciones de principios que contradicen la ley natural. En esos casos, tiene el deber de abstenerse de votar. Pero no es habitual que no haya ningún partido aceptable; por lo tanto, aunque no le satisfaga totalmente, debe votar al partido que parezca menos peligroso. Al proceder así, no está avalando aquellos aspectos cuestionables de su plataforma, sino, simplemente, eligiendo el mal menor (Haring, 1965).

 

     Voto útil

 

   12. A menudo se exhibe, incorrectamente, al llamado voto útil, como ejemplo de mal menor. El voto útil consiste en que el elector otorgue su voto a un partido que tiene posibilidades de ganar, aunque no sea el que más le atrae, para que el voto no se desperdicie. Este enfoque pragmático tiene ribetes de exitismo, cuando no de cobardía. El mal menor no se vincula con el maquiavelismo político, que admite hacer un mal para obtener un bien, lo cual es siempre ilícito. El mal menor consiste en tolerar un mal, no realizarlo. Un caso típico es el de la ley seca, en Estados Unidos; la experiencia indicó que prohibir el consumo de alcohol era más perjudicial que tolerarlo.

   Votar un partido que carece de posibilidades de obtener ni siquiera una banca de concejal, no es una acción inútil. Si el partido satisface las expectativas, pues defiende principios sanos y presenta una plataforma que convendría aplicarse, y/o postula a dirigentes capaces y honestos, merece ser apoyado. El voto, en este caso, servirá de estímulo para quienes se dedican a la política en esa institución, les permitirá ser conocidos, y facilitará una futura elección con mejores perspectivas.

 

     El concepto de cleavage

 

   13. Los politólogos utilizan el concepto de cleavage, entendido como línea divisoria entre las distintas opciones electorales, ya que el análisis de los sufragios emitidos muestran que la mayoría de los electores deciden su voto en base a cuestiones concretas evaluadas según su posición previa respecto de ellas (Paramio, 1998). Si bien es admisible que el voto esté influenciado por el grupo social de pertenencia, es falso que sean los intereses quienes determinen las preferencias electorales, pues éstas nunca son unidimensionales. Normalmente, los electores votan al partido que se aproxima más a sus propias preferencias, de acuerdo a las propuestas de la plataforma respectiva. De allí que pueda estimarse que se da una relación de identificación entre los electores y un partido, que los lleva a apoyarlo por considerar que es una opción satisfactoria, en base a los antecedentes, en cuanto a los programas y los candidatos. Esta identificación representa un estímulo para superar la tendencia al abstencionismo o a pensar que todos los políticos son iguales.

   Sin embargo, en vísperas de una elección cada partido debe definir posiciones sobre múltiples temas, siendo difícil que el ciudadano pueda compartir lo que se propone en todos ellos. La identificación, entonces, se acentúa en algunas cuestiones que cada persona considera más relevantes según su escala de valores. La forma en que se pronuncien los partidos sobre dichas cuestiones termina de decidir el voto en cada ocasión.

            

   14. Se ha dicho que la clásica división de izquierda y derecha, se mantiene aunque con otro contenido, y acota Hernández (2001) -en referencia a la vida práctica jurídica- que la divisoria  en las ideas pasa hoy por las oposiciones: individualismo-solidarismo y cultura de la muerte-cultura de la vida. Agrega Tale (2006), que es necesario defender un derecho natural completo, para no limitarnos a la protección de la vida, descuidando las cuestiones económicas y políticas donde también debe cumplirse el orden natural.

   En el último documento del Magisterio Pontificio -Sacramentum Caritatis- se señala  la grave responsabilidad social de decidir correctamente, cuando están en juego valores que no son  negociables:

                 

                  -Defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural;

                  -La familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer;

                  -La libertad de educación de los hijos;

                  -La promoción del bien común en todas sus formas[10].

 

   Esta orientación puede servir de guía para el análisis de las plataformas electorales y decidir el voto, ya que se concentra en los temas esenciales.

               

     Opción electoral

 

  15. En base a lo expuesto, la opción electoral no resulta tan difícil, puesto que nuestra adhesión a los principios, y la información recopilada, nos van a  indicar el camino correcto entre las distintas posibilidades:

 

     1. Anular el voto: no resulta una opción válida, en ningún caso, y denota una actitud infantil de desquite imaginario contra los malos dirigentes.

     2. Votar en blanco: debe distinguirse entre dos aspectos:

         a) parcial: es decir, votar en blanco, para algunos niveles de gobierno o determinados cargos; esto es admisible, en muchas elecciones.

         b) total: el voto en blanco para todos los cargos y niveles, únicamente puede admitirse en casos excepcionales, cuando todos los partidos y candidatos  resulten inaceptables o peligrosos. Si tenemos en cuenta que en este año electoral, habrá que votar por cargos agrupados en 9 o 10 boletas, y optar entre una docena de partidos o frentes, según el distrito, es prácticamente imposible que no haya ningún candidato aceptable.

     3. Abstenerse: si se da la situación descripta anteriormente, esta opción parece más lógica que concurrir al comicio para introducir en la urna un sobre vacío. Consideramos, que en la Argentina, hubo un sólo caso justificable para la abstención -o el voto en blanco total-, que fue la elección de convencionales constituyentes de 1957.

   Es inaceptable esta opción cuando está en juego una decisión crucial para la comunidad. Un ejemplo reciente ilustra al respecto: en el referéndum sobre el aborto, realizado en Portugal, el 56% de los ciudadanos se abstuvo; esto permitió que los partidarios del aborto obtuvieran la mayoría de los votos positivos, y si bien no se alcanzó el mínimo legal requerido, el gobierno quedó fortalecido y pudo aprobar la ley respectiva en el Parlamento.

     4. Voto positivo: puede desagregarse esta opción en varias alternativas:

           1. Votar por un partido que satisface íntegramente, para todos los niveles.

           2. Votar a varios partidos simultáneamente, seleccionando los mejores candidatos en cada caso.

           3. Votar a un partido y/o candidato, pese a merecer objeciones, aplicando la doctrina del mal menor.

 

           Conclusión

 

   La participación en la vida cívica incluye varias acciones, pero el modo más simple y general de participar en un sistema republicano, es el ejercicio del voto, y ninguna causa justifica el abstencionismo político pues equivale a no estar dispuesto a contribuir al bien común de la propia sociedad. Si, como afirma Aristóteles, es imposible que esté bien ordenada una polis que no esté gobernada por los mejores sino por los malos[11], resulta imprescindible la participación activa de los ciudadanos para procurar seleccionar a los más aptos y honestos para el desempeño de las funciones públicas. Consideramos que en esta compleja actividad, resulta necesario utilizar la antigua doctrina del mal menor, como aplicación concreta de la virtud de la prudencia que debe regir la acción política.

 

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     Referencias:

 

   Ayuso Torres, Miguel (1982). "La política como deber: sentido y misión de la caridad política"; en: "Los católicos y la acción política"; Actas de la XX Reunión de Amigos de la Ciudad Católica, Madrid, Speiro, pág. 353.

   Bargallo Cirio, Juan M.(1945) "Ubicación y proyección de la política"; Buenos Aires, Colección ADSUM, Grupo de Editoriales Católicas, págs. 45/46.

   Bidart Campos, Germán José (1961). "Doctrina del Estado democrático"; Buenos Aires, EJEA, pág. 186.

   Haring (1965). "La ley de Cristo. La teología moral expuesta a sacerdotes y seglares"; Barcelona, Herder, t. II, págs. 124/134).

   Hernández, Hector H. (2001). "Interpretación, principios y derecho natural"; cit. p.: Tale, op. cit., pág. 11.

   Lamas, Félix Adolfo (1988). "La Constitución Nacional. Sus principios de legitimidad y su reforma"; en: Moenia, Nº XXXIII, págs. 11/40.

   Malinas-Unión Internacional de Estudios Sociales (1959). "Código de Moral Política"; Santander, Sal Terrae, pág. 91.

   Martínez Vázquez, Benigno (1966). "El sufragio y la idea representativa democrática"; Buenos Aires, Depalma, págs. 20, 25, 31.

   Moro, Tomás (1944). "Utopía"; Buenos Aires, Sopena Argentina, pág. 64.

   Palumbo, Carmelo (2004). "Guía para un estudio sistemático de la Doctrina Social de la Iglesia"; Buenos Aires, CIES, pág. 150.

   Paramio, Ludolfo (1998). "Clase y voto: intereses, identidades y preferencias"; Ponencia presentada en el VI Congreso Español de Sociología, La Coruña, 24/26-9-1998 (tomado de: www.iesam.csic.es/doctrab1/dt-9812.htm)

   Ratzinger, Joseph (1998). "Verdad, valores, poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista"; Madrid, Rialp, pág. 54.

   Tale, Camilo. "La lucha por el Derecho Natural verdadero y completo"; en: El Derecho, Serie Filosofía del Derecho, Nº 11.539, 28-6-06, págs. 11 y 12.

 

 


 

[1]  León XIII, "Au millieu des sollicitudes", p. 22 y 23. "Juzgamos innecesario advertir que todos y cada uno de los ciudadanos tienen la obligación de aceptar los cambios constituidos y que no pueden intentar nada para destruirlos o para cambiar su forma", id., p.17.

[2]  "Porque quien pone un voto positivo se hace cómplice avalando el resultado electoral, y al incurrir en lo que los teólogos nombran como cooperación activa al mal, su fe viva no está puesta en Dios sino en la soberanía popular": Gelonch Villarino, Edmundo. "La secta imperante y la debilidad mental"; en: Centros Cívicos Patrióticos, noviembre de 2002, p. 8.

[3]  "Si un pueblo es razonable...es bueno promulgar una ley que permita a ese pueblo darse a sí mismo los magistrados que administran los asuntos públicos": San Agustín, cit. por Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, 97, 1.

[4]  "Recuerden, por tanto, todos los ciudadanos el derecho y al mismo tiempo el deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común" (Constitución Gaudium et Spes, p. 75).

[5]  "Por consiguiente, es necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija. Autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la Naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor"; León XIII, Inmortale Dei, p. 2.

[6]  "No se ha de oponer la conciencia personal y la razón a la ley moral o al Magisterio de la Iglesia"; Catecismo de la Iglesia Católica, p. 2039.

[7]  Pablo VI. "Octogesima adveniens", p. 37.

[8]  Santo Tomás de Aquino. "Del gobierno de los príncipes"; Buenos Aires, Editorial Cultural, 1945, Vol. 1ro., p. 35.

[9]  Pablo VI. Carta Encíclica "Humane Vitae", 25-7-1968.

[10]  Benedicto XVI. Exhortación Apostólica Postsinodal "Sacramentum Caritatis", 22-2-07, p. 83.

[11]  Aristóteles. "Política"; Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983, pág. 182.

LA POLÍTICA ES EL ARTE DE HACER POSIBLE LO NECESARIO

LA POLÍTICA ES EL ARTE DE HACER POSIBLE LO NECESARIO

Alberto BUELA

 

   Desde Gottfried Leibniz (1646-1716), el último sabio completo que dio Occidente, pues se destacó con aportes e invenciones originalísimas en teología, filosofía, matemática, física, biología, derecho, geología, astronomía, ingeniería, ciencias de la información, historia y filosofía. De este último gran sabio, quien totalizó el saber de su tiempo en una sola  persona, repetimos a menudo su definición de la política como el arte de lo posible. Los manuales al uso de esta nueva ciencia: la politología, practicada por los cientistas políticos o politólogos la dan como un hecho ciento, como una verdad que cae por su propio peso. Como algo sabido, como evidente y sin mayores consideraciones.

   Tuvieron que pasar casi 250 años para que un pensador político de fuste, hoy demonizado, como Charles Maurras (1868-1952), revisara críticamente dicha definición, y  así propusiera definir la política como el arte de hacer posible lo necesario. Es que Maurras piensa la política como ciencia arquitectónica de la sociedad, la piensa como el saber anterior a todo otro saber y fundante, su expresión más conocida es politique d´abord, la política antes que nada.

 

   Observemos cómo la categoría de lo necesario, esto es, aquello que no puede ser de otra manera, agregada a la de posible,  libera a la política de su carácter idealista o ilustrado para trasladarla hacia un realismo político, encarnando sus acciones en los problemas y en las cosas mismas. En Argentina Evita supo realizar un juicio similar al declarar públicamente: Allí donde hay una necesidad hay un derecho. Y éste es el fundamento último de todo realismo político, la vinculación de lo posible a lo necesario.

 

   Este anclaje de lo posible en lo necesario, esta búsqueda de dar satisfacción a aquello que se necesita, este tener en cuenta las condiciones real-concretas del fenómeno político es la norma que guía a todo el denominado realismo político que ha tenido en el siglo XX expositores de la talla de Schmitt, Morgenthau, Freund, Maranini, Miglio, Fernández de la Mora, Waltz, Arón, Maffesoli, entre otros.

   Un estudioso destacado y brillante sobre estos temas, Alessandro Campi ha definido el realista político así: "no es conservador ni reaccionario, no defiende el status quo y mucho menos añora el pasado. El verdadero realista utiliza la historia no sólo para comprender mejor el pasado sino también, y sobre todo, para representarse mejor el futuro y posee la conciencia de que nada es eterno en política" [1] .  Es que la política como el arte de hacer posible lo necesario para una comunidad nos está obligando a realizar las acciones conducentes y no simplemente declamativas o ilusorias.

 

   El filósofo español no conformista, Gustavo Bueno, nos ilustra con su último libro, Zapatero y el pensamiento Alicia, acerca de esta distinción fundamental entre política realista e ideología ilustrada. Esta discriminación  nos obliga a pensar a partir de nuestras necesidades y de la necesidades de los otros. No podemos diluirnos en un accionar inoperante en vista a utopías tan caras a la modernidad y la mentalidad ilustrada.

   Otro filósofo, Max Scheler, sostuvo que sabemos de la existencia de la realidad por su impulso de resistencia. Está ahí  y no nos deja pasar. Así la necesidad en política es aquello que está ahí, que reclama nuestra acción para poder sobrellevarla y superarla. Y en eso consiste la política "en hacer posible lo necesario", de lo contrario nos podemos quedar y demorar en la sola y mera posibilidad de lo posible.

Es cierto que el llamado a la necesidad recorta en la acción política a la utopía pero, también es cierto, que esta necesidad es la que le da encarnadura a esa misma acción. La vinculación entre lo posible y lo necesario, la dependencia de la primera categoría respecto de la segunda es una de las intuiciones más geniales de la politología contemporánea, debida al genio del penseur de Martigues.[2]

 


 

[1] Campi, Alessandro: El realismo político ante la crisis de estatalidad, en revista Empresas Políticas N° 2, Murcia, 2003, p. 19

[2] Quien desee profundizar el tema está obligado a consultar el libro del silenciado filósofo Pierre Boutang: Maurras, la destinée et l´oeuvre, Plon, París, 1984