LA IGLESIA, EL PAPA Y SU RENUNCIA
Alberto BUELA
El agudo sociólogo italiano Carlo Gambescia distinguió cinco actitudes posibles ante la abdicación del Papa: la apocalíptica, como signo del fin de una época; la providencialista donde Dios velará; la drietológica que indica una motivación escondida en la renuncia; la progresista donde se facilita la democratización de la Iglesia y la humanitaria que respeta la dolorosa elección.
No cabe duda que nosotros como creyentes adherimos a la quinta opción, pero como analistas políticos, ésta no nos explica nada, pues asume y acepta el hecho consumado.
Los mass media en su inmensa mayoría adoptaron la interpretación progresista o democrático reformista según la cual hay que aprovechar esta dimisión inesperada del Papa para seguir modernizando la Iglesia en la línea inaugurada por el concilio Vaticano II. Línea que fuera interrumpida en parte por un Papa anticomunista, y por ende, antiizquierdista como Juan Pablo II. Y continuada sin mayores convicciones por Benedicto XVI.
En el fondo los mass media quieren una Iglesia a su gusto y modo. Pretenden un Papa al estilo del que ellos crearon como lo fue Juan XXIII, al que ellos mismos bautizaron “el bueno”, cuando lo que hizo fue abrir las puertas de la Iglesia “al humo de Satanás”, según la expresión de otro Papa arrepentido por los errores cometidos.
Desde la época de Pío XII, que se le plató al mismísimo Hitler en la plenitud de su poder con una encíclica escrita en alemán Mit Brennender sorge = Con viva preocupación, desde ese papado la Iglesia no ha tenido relevancia internacional ninguna. Ninguno de estos últimos cuatro Papas produjo un hecho de relevancia mundial como el que produjeron antaño infinidad de Papas hasta Pío XII.
Se nos podrá decir: pero el mundo cambió, y es cierto. Pero la que cambió sustancialmente fue la Iglesia. Y eso a partir del Vaticano II, un concilio sugerido y fogoneado por los medios en el que se buscó el aggiornamento: que comenzó como pastoral y terminó como dogmático; que desacralizó una liturgia milenaria; que transformó a los curas en sociólogos. En definitiva, que no tuvo en cuenta aquel mensaje de un profundísimo filósofo como Franz Brentano cuando afirmó: El saber de la Iglesia es un “saber de salvación” y no un saber social o político. La consecuencia política del Concilio fue que la Iglesia terminó jugando la carta al socialismo con Paulo VI. Y fracasó como fracasó el socialismo.
Con ello la Iglesia perdió vocaciones y conversiones, dos pilares que venía remontando desde la época en que el papado bajo Pío IX y León XIII, triunfa sobre la Kulturkampf de Bismarck. Claro está, de esto el progresismo no habla.
Es interesantísimo hacer notar, aunque sea una tara de nuestro oficio, cómo en todo este período que va de 1871 a 1950 se multiplica por miles el clero católico así como las conversiones de grandes pensadores y personajes. Scheler, Bergson, Newman,J.Green, el Rabino de Roma, Edith Stein, Simone Weil, Ch. Peguy, P. Claudel, L. Bloy, J. Maritain, Ch. de Foucauld, J. Joergensen, P. Wust, Raisa Maritain, J. Cocteau, G. Marcel, G. Chesterton, Y.Lewis, G. Greem, F. Copleston, T. Elliot, T. Haecker, E. Jünger, García Morente, para poner un filósofo español.
Estas grandes conversiones por el nivel intelectual y espiritual se clausuraron a partir del “escándalo” del Vaticano II. Skandalon = piedra, significa estrictamente el obstáculo o incidente público que obra como causa para que alguien actúe o piense mal.
La Iglesia se confundió y confundió a sus fieles. El famoso aggiornamento quedó limitado a una adecuación a la opinión publicada que en su mayoría proviene del mundo liberal de izquierda que no es precisamente católico.
Es que el concepto de aggiornamento fue un concepto equívoco que los hombres de la Iglesia lo entendieron como una adaptación parcial a ciertas necesidades que plantea el mundo moderno, mientras que los enemigos de la Iglesia (la masonería, el rabinato, los ateos, el marxismo, el socialismo, el liberalismo, el protestantismo, el neopaganismo) lo entendieron como una adecuación infinita a todas las pautas o normas culturales generadas por ellos: el abandono del celibato, las sacerdotisas, la píldora anticonceptiva, el uso del preservativo, el aborto, el divorcio, el matrimonio gay, la no responsabilidad de los judíos en la crucifixión de Cristo,[1] el sacerdocio de los homosexuales, la eutanasia, el alquiler de vientres para procrear, y un largo etcétera.
El Papa renuncia porque sabe que la Iglesia, en tanto institución política, está en manos de alguien superior a él mismo, sea la Curia romana o sean los poderes indirectos. Y como él no quiere ser un títere de esos poderes renuncia, de allí que el mejor y más profundo titular mediático haya sido el del ex católico diario ABC de Madrid: El Papa libre.
El Papa no actuó como un débil y senecto agnóstico ni como un burgués individualista al que las cosas no le salen bien, ni tampoco actuó como Papa, pues sino, no hubiera renunciado. Los Papas no se bajan de la cruz, afirmó por ahí un obispo. La decisión fue una determinación privativa de la persona Ratzinger, en tanto único, singular e irrepetible, moral y libre. Y en ese sentido es incuestionable.
¿Qué nos está permitido esperar? No mucho. Seguramente que los poderes que generaron la drástica decisión de Ratzinger tomarán buena nota y no van a poner en la silla de Pedro a otro intelectual, políticamente progresista (propuso en su mensaje al parlamente alemán “un Estado socialdemocrático” y al final de su encíclica Caritas in veritate la construcción de un gobierno mundial), ya mayor cuando electo, e inhábil en el manejo de los hombres, sino a alguien del establishment eclesiástico. Que cumpla con todos los requisitos que encierra el concepto de establsihment = grupo dominante que detenta el poder y la autoridad.
Nos arriesgamos un poco más y decimos que dada la quiebra financiera del Estado Vaticano no sería nada raro que el próximo Papa provenga de alguna gran potencia o potencia emergente. Poderoso caballero es don dinero.
Pero estas son las opiniones de los hombres y seguramente otro será el criterio de Dios Padre quien puede condolerse y hacer que sople el Espíritu en el próximo Cónclave. Pero esto último va más allá del análisis politológico.
[1] Yendo en contra de lo escrito expresamente por San Pablo en la I Tes. 2, 14-25: Los judíos son los que dieron muerte al Señor Jesús y a los profetas y los que nos han perseguido a nosotros y desagradan a Dios, y son enemigos de todos los hombres. Hoy el más grande teólogo especialista en cristología, Olegario González de Cardedal, hace malabarismo teológicos para explicar lo imposible y acomodar este punto al Vaticano II, hasta que al final apoyándose en otro insigne colega, J.A. Fitzmyer afirma: “ No hay ninguna prueba que demuestre que sea totalmente falsa la imagen general de los relatos de la pasión donde se implica a ambas partes” (Cristología, BAC, Madrid, 2008, p.108)
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