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Bitácora PI

EL SENTIDO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

EL SENTIDO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

Alberto WAGNER DE REYNA (*)

 

El filósofo suramericano más significativo del siglo XX muestra en esta breve pero medular meditación su originalidad que radica en la presentación un tiempo cristiano propio que va de la confirmación a la unción, otorgándole a esta última el carácter de salvífica: redondeando victoriosamente la existencia terrenal. 

  

    La Unción. Otrora se decía “la extremaunción”, y se solía administrar al acercarse la muerte. Una reforma cambió de nombre a este sacramento, que se llama ahora “de los enfermos”. Y hay la tendencia de volver a la práctica del Cristianismo primitivo de administrarlo también - individual o colectivamente - a personas de avanzada edad pero con salud satisfactoria para sus años.

   Con ocasión de una seria operación - hace tiempo de ello - , y con las premuras consiguientes, recibí por primera vez esta unción sacramental. En verdad repare muy poco en su importancia - mas allá del fugaz momento del peligro -, y con mi restablecimiento prácticamente olvide de lo que para mi fue un acontecimiento mas de mi estancia en el hospital. Poca huella dejo, pues, en mi. Fue por falta de preparación - en medio de tantas urgencias terapéuticas - ¿O por insuficiente concentración de ánimo, a pesar de tener muy presente la significación teológica del rito?

   Hace algunas semanas, e inspirándome en las razones que recomiendan acercarse a este sacramento en plena lucidez - antes de la aparición de los signos de decadencia que preceden a la muerte -, pedí en mi parroquia que me fuera administrado. Lo recibí en mi escritorio, juntamente con la Eucaristía, que no tenía - evidentemente - carácter de “viático”. Fue una experiencia espiritual y existencial extraordinaria, que relato por que quisiera que otros fieles de mi edad - he pasado los 90 - pudieran también disfrutar de ella. Por lo pronto, me embargó un sentimiento de seguridad, de paz interior, al saberme debidamente preparado para presentarme ante el Señor. (Si fuera mujer, diría que me contaba entre las vírgenes prudentes que entraran con el novio a la sala de fiestas.) Ya nada me importa y venga lo que venga, sé que Cristo me encontrará en servicio activo, con las cuentas saldadas, debidamente arreglado, dando gloria a Dios y garantizado por sus promesas solemnes de reconocerme como discípulo en el momento decisivo. No era una “seguridad” del satisfecho propietario que tiene sus almacenes llenos de riquezas, sino la tranquilidad del hijo que confía plenamente en el amor de su padre. A esta vivencia espiritual se añade una segunda sensación: el haber logrado la plena realización de las potencialidades de mi vida. Soy alguien que ha cumplido totalmente su tarea; que ha redondeado victoriosamente su existencia terrenal; que ha triunfado en la vida. Pues ¿qué mayor satisfacción que haber ganado el Cielo, por la misericordia de Dios?

   La Unción de los enfermos corresponde así - al otro extremo de la vida - a la Confirmación. La una inaugura el ejercicio consciente y activo del Cristianismo, la otra es su feliz remate, su conclusión. Entre una y otra es la tempestad de luchas, traiciones, caídas, remordimientos, penitencias, reconciliaciones; antes de la Confirmación se encuentra la calma de la inocencia; después de la Unción, el sosiego de un atardecer de luminosos celajes. Y entonces me di cuenta que el crepúsculo vespertino de la vida, que exorcizaba este sacramento, era en realidad la aurora, que anticipaba el brillo del Sol, en que en breve me hallaría. No es un momento triste, sino por lo contrario un tiempo de alegría, de gozo, de jubilación. ¡La gloria de Dios! Y consecuente con esta realidad, con este descubrimiento, el estado de ánimo con que enfrento mis últimas jornadas se hace ligero, despreocupado y plácido. Pero hay algo más: con todos los problemas espirituales y religiosos resueltos por la Unción, me siento en confianza con Cristo. Tomo en serio que pertenezco al grupo (que debiera abarcar a la humanidad entera) de los que llama sus “amigos” y “hermanos”. El maestro se confunde con los discípulos y entre “colegas” todo se facilita. Si un domingo no me siento con fuerzas para ir a misa, no tengo que luchar con escrúpulos y analizar a fondo si estoy liberado de este obligación; el “hermano” Jesús me perdonará si incumplo un mandamiento de nuestra Iglesia (suya y mía). La Unción posee, pues, la misma fuerza que la verdad: hace libres. No sólo consuela – “conforta” en la fe - sino trasforma, vivifica, alegra, empuja, supera. Es como la paloma que trajo a Noé, en el arca, una rama - verde y fragante - de la nueva vida.

 

Epifanía, AD. MMVI

 

(*) Filósofo peruano (1915-2006).

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