HISTORIA PANAMEÑA, ¿CIENCIA O IDEOLOGÍA?
Olmedo BELUCHE
En Panamá, al mes de noviembre se le conoce como el "mes de la Patria", ya que en su transcurso se conmemoran multiplicidad de gritos independentistas, algunos verdaderos y otros supuestos, en diversos municipios. Produciéndose la ironía de que es el país que más independencias celebra, siendo uno de los más dependientes del imperialismo norteamericano en América Latina. El momento es propicio para, además de festejar y cantar loores a la patria, reflexionar sobre nuestra historia nacional a ver si alguna moraleja extraemos que sea útil para el presente.
Desde el aparato del estado, entes gubernamentales, medios de comunicación e ideólogos de diversa calaña aprovechan la ocasión para repetir los consabidos mitos y falacias erigiendo estatuas de pulido bronce a los abuelos de la oligarquía istmeña y trastocando hechos. Esta labor es particularmente enjundiosa en torno a la conmemoración del 3 de noviembre de 1903, fecha en que se produjo la separación de Panamá de Colombia.
Es que cuesta trabajo presentar una intervención armada norteamericana y un acto de vil traición a la patria, panameña y colombiana, como si fuera un acto de heroica liberación. Por ello, los ideólogos de la burguesía panameña se esfuerzan por remozar y apuntalar el mito al que cada año le salen más grietas por donde se escapa la simple verdad del acontecimiento, tan celosamente escondida a los ojos del pueblo.
Ya lo dijo Carlos Marx hace tiempo: "la ideología dominante es la ideología de la clase dominante". Porque la ideología es tan o más efectiva que las armas para garantizar la dominación, la opresión y la explotación. Mientras un pueblo crea los cuentos de la clase dominante no hará falta reprimirlo para imponer el orden. Lo que da grima es ver tanta gente seria, tanto historiador profesional y hasta autotitulados marxistas que, con toda candidez, repiten los cuentos de hadas que relatan la oligarquía y sus amanuenses. Francamente asombra tanta ausencia de pensamiento crítico. Una actitud crítica no requiere haberse leído los tres tomos de El Capital, ni hacer gárgaras con El Manifiesto Comunista. Basta con usar la lógica y preguntarse: ¿La historia que nos echan sobre el 3 de noviembre es cierta o es falsa? ¿Tiene sentido todo lo que se afirma? ¿Qué dicen los hechos?
La historia puede ser ideología o puede ser ciencia. Lo que distingue a la segunda de la primera son los hechos objetivos, es decir, lo que realmente pasó. Y los hechos están ahí a la vista del que quiera ver, en multiplicidad de libros de historiadores reputados, nacionales y extranjeros. Pero cierta izquierda inconsecuente prefiere quedarse en el marco de los prejuicios y hacerse eco del mito porque es más cómodo y así no se corre el riesgo de caer mal. Misma actitud que prevalece sobre el debate respecto a los derechos sexuales y reproductivos, en especial de las mujeres. Mejor seguir la corriente.
Cuando alguien saca a relucir los hechos bochornosos que rodearon la "independencia" de Colombia, la primera tontería que suele responderse es que se trata de un "antipatriota" que no quiere a Panamá. Por esta vía resulta que quienes trabajaron para que Estados Unidos impusiera un canal controlado "como si fueran soberanos" son los "patriotas", los próceres. Quien cuestione ese proceder es antipatria. Ya de salida los argumentos se mueven al terreno de los prejuicios y la actitud científica se esfumó.
De ahí deriva en que debemos llamar "independencia" al acontecimiento que convirtió a Panamá en un protectorado de Estados Unidos, logrado por la ocupación militar de facto del Istmo por miles de soldados yanquis y decenas de acorazados del Army Navy, que creó la Zona del Canal, que impuso nuestra versión de la Enmienda Platt en el artículo 136 de la Constitución de 1904. Hecho en el que los actores centrales fueron los empleados de la transnacional imperialista Panama Rail Road Company y la Compañía Nueva del Canal (francesa) y su administrador en Nueva York, William N. Cromwell.
Llevados hasta las últimas consecuencias por la "leyenda dorada", literatos de primera línea con una admirable producción novelística, como Neco Endara y Juan D. Morgan, presentaron una obra de teatro sobre la separación, en 2003, en la que al final el público emitía un juicio y votaba, produciéndose el absurdo resultado, noche tras noche, de que Felipe Bunau Varilla (y por extensión Teodoro Roosevelt) se convertía en "benefactor" de la patria panameña. Uno no sabe si reír o llorar. Pero, por suerte, la historia como ciencia no depende ni de la literatura, ni del manipulado sistema electoral panameño.
No hace falta el ingenio de Galileo Galilei para preguntar con suspicacia: ¿Si fuera cierto que la separación es un acto de liberación del pueblo panameño frente a la opresión colombiana, dónde están las luchas callejeras, las manifestaciones populares, las insurrecciones y las proclamas? ¿Los liberales de Victoriano y Belisario Porras? Victoriano peleaba por la tierra y los derechos de los indígenas, como consta en sus biografías. Y Belisario escribió como colombiano y contra la separación en La Venta del Istmo (mayo de 1903).
¿El gobierno colombiano "mantenía en el olvido" sólo al pueblo panameño, o también al cartagenero, antioqueño, tolimense y caucano? ¿Los comerciantes istmeños eran también oprimidos o participaban de ese gobierno? ¿No fueron Tomás Herrera y José D. Obaldía presidentes de Colombia? ¿Y Justo Arosemena, José A. Arango, Manuel Amador Guerrero y tantos otros senadores, funcionarios y ministros? ¿No eran corresponsables?
Es evidente que la "leyenda dorada" y la pseudo marxista "versión ecléctica" pretenden exonerar a la oligarquía comercial panameña de los males que aquejaban a Colombia, convirtiéndolos en supuestos adalides de la "liberación nacional". No se entiende cómo alguien que se llame marxista pueda defender una falacia tan evidente.
Los argumentos más sofisticados, llegados a este punto, se mueven al siglo XIX, para justificar los acontecimientos de 1903. La "prueba" serían las llamadas "actas separatistas" de 1826, 1830, 1831, 1840, el estado federal de 1855. Pero resulta que la interpretación de esos acontecimientos es fruto de una historia reescrita luego de 1903, para justificar la separación, y se ha hecho descontextualizando el conjunto de las circunstancias específicas que los rodearon y que afectaron a toda Colombia, no sólo al Istmo.
Por supuesto que Colombia, como estado nacional, tuvo dificultades durante todo el siglo XIX para consolidarse, en gran medida por su fragmentada geografía, pero también por la ausencia de un eje económico y social aglutinador, que sólo empezó a conformarse en torno a las exportaciones cafeteras con el gobierno de Rafael Núñez hacia 1885-86. La debilidad de este estado-nación es lo que aprovechó Estados Unidos en 1903 para salirse fácilmente con la suya sin muchos sacrificios.
Pero también es cierto que la burguesía del resto de Colombia apoyó reiteradamente los intereses comerciales de su aliada istmeña desde principios de la década de 1830, como constata el libro (El Panamá colombiano) de Araúz y Pizzurno. Incluso el federalismo de Justo Arosemena fue rápidamente acogido hacia mediados de la década del 50 de aquel siglo y luego se hizo extensivo a todo el país bajo la fórmula de Estados Unidos de Colombia, siguiendo la moda liberal de entonces (véase los casos de México, Argentina, Brasil, etc.).
Basta con ojear someramente la obra de los historiadores Pizzurno y Araúz para darse cuenta que las pocas veces que se habló de separación o estado "hanseático" por parte de los agentes comerciales ingleses en Panamá, esta idea fue en esencia antinacional y colonialista; mientras que el pueblo llano, el arrabal, siempre se mantuvo leal a las ideas bolivarianas y al proyecto liberal colombiano.
Profundizando un poco la reflexión sobre la identidad nacional de los istmeños a lo largo del decimonono, me hizo gracia que mi buen amigo e historiador Rommel Escarreola citara en un debate televisivo una frase, sacada de contexto, de una carta de Victoriano Lorenzo en que se llama a sí mismo "istmeño", como si fuera en contraposición a "colombiano". La realidad es la contraria, Victoriano fue fusilado porque era el único capaz de sublevar al pueblo contra la "venta del Istmo" que ya se fraguaba. Esta descontextualización es el mal epidémico que aqueja a nuestros historiadores.
Labor de falseamiento e ideologización de la historia desembozadamente propuesta por Carlos Gasteazoro, padre de nuestra historiografía, en su presentación de la reedición del Compendio de Historia de Panamá, de Sosa y Arce, publicado por la Universidad de Panamá en los años 70. Asunto que ya hemos abordado en nuestro ensayo Estado, nación y clases sociales en Panamá (1997) y en el artículo El debate del Centenario, publicado por la Revista Lotería (2006), y que no vamos a repetir aquí.
Porque, volviendo a Victoriano, ser istmeño y colombiano no era contradictorio a inicios del siglo XX. Tanto como no lo era ser costeño, antioqueño, caleño, etc. Y como tampoco lo es hoy en día ser chiricano, santeño o colonense a la vez que panameño. Ese es un falso dilema colocado por los ideólogos de hoy.
Como demostramos en nuestro libro, La verdadera historia de la separación de 1903, hasta ese año no existía ninguna contraposición de nacionalidades, entre Colombia y Panamá. Por el contrario, tanto las élites istmeñas, incluyendo algunos que luego serían gestores de la separación, como los sectores populares, se expresaban con toda comodidad como "colombianos". Por ende, la causa fundamental de la separación hay que buscarla en los intereses de Estados Unidos y quienes nos vendieron por unos dólares.
¿No llama la atención que varios de los "próceres" del 3 de Noviembre ni siquiera nacieron en Panamá? Como por ejemplo, Manuel Amador Guerrero, primer presidente impuesto por los gringos sin elecciones; Esteban Huertas, general que evitó una actitud patriótica del ejército, por lo que fue luego generosamente recompensado; Eusebio A. Morales, redactor del Manifiesto de la Independencia (de donde proviene el argumento del "olvido" del gobierno colombiano hacia Panamá) dirigente liberal, firmante del Pacto del Wisconsin que puso fin a la Guerra de los Mil Días y que entregó a Victoriano Lorenzo.
La suma de toda la ignorancia posible la expresan quienes en una osadía sin parangón ni sonrojo, alegan que ya existía una "nación panameña" desde que Balboa descubrió el Mar del Sur, e incluso antes, con nuestros pueblos originarios. ¿Nuestros indígenas eran "panameños"? ¿O eran gnobes, bugleres, kunas, cuevas, bokotas, bribri, etc.? ¿Balboa era panameño o era español?
Estos argumentos expresan una ignorancia tan supina que no merecen mayor demostración, cuando en este continente, pese a las ideas de precursores como Miranda, la independencia, es decir la ruptura de la nación hispanoamericana, no quedó sólidamente colocada sino hasta el fracaso de la Constitución de Cádiz en 1810. Y, aún después, les costó a los libertadores sumar a su proyecto nacional a las clases explotadas, indígenas y esclavos negros, quienes veían a la oligarquía criolla como enemiga fundamental y al rey español como aliado en la lucha por sus derechos.
Pero el paroxismo irracional, rayando en la xenofobia, llega cuando, acabados todos los argumentos, se dice que "bueno, pero los gringos nos hicieron un favor, porque si no estaríamos vueltos un desastre como lo es Colombia". Y, sí, Colombia duele, y es lamentable la situación a la que ha sido conducido el hermano pueblo por una oligarquía antidemocrática y paramilitar. Pero esa no es la discusión.
Los crímenes de la burguesía colombiana contra su pueblo, no justifican los crímenes de la burguesía panameña contra el suyo. Además, nadie ha propuesto volver a ser una provincia de Colombia. De lo que se trata es de reconocer a los enemigos de nuestros pueblos, colombiano y panameño: el imperialismo norteamericano y nuestras clases gobernantes. Y eso es lo que no quieren que sepa el pueblo y por eso usan la historia como ideología. Sólo sobre la base de esa verdad podremos luchar por una unidad continental con un fundamento más realista y efectivo que el soñado por Bolívar al crear la Gran Colombia.
Finalmente, la verdadera dimensión de lo acontecido en 1903 la da el hecho de que, en los siguientes 100 años de nuestra historia, el pueblo panameño tuvo que luchar contra las consecuencias del 3 de Noviembre: el Tratado Hay - Bunau Varilla y la presencia norteamericana. Esto es una verdad irrebatible.
Si luchamos por la soberanía, a partir de 1903, significa que dejamos de ser independientes. Entonces, ¿por qué insisten en llamar "independencia" a lo que en realidad es su contrario? Basta el desarrollo mental de un niño de siete años para darse cuenta.
En esa lucha contra el imperialismo norteamericano, y no contra Colombia, en la que generaciones panameñas forjaron con sangre de sus verdaderos héroes (en 1925,1947, 1964), se formó la nacionalidad panameña, resistiendo la asimilación anglosajona.
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