CARTA A LA MADRE MARAVILLAS
Juan V. OLTRA
Cuando el último de los tontos del pueblo se harta de colocar placas en los edificios donde nació cualquier poeta epiléptico que glosara a Stalin, todo un Congreso se niega a hacer lo propio por ti, que eres toda una santa.
¡Que error tuviste al nacer en el solar donde hoy están algunas dependencias del Congreso de los Diputados! Quizá si lo hubieras hecho en una sucia tabernucha, o, como muchos de los que ahora te niegan y te insultan, en algún oscuro prostíbulo, tendrías esa placa que cicateramente te niegan.
Pero no te importe. Es más, sé que no te importa, que no sólo los perdonas sino que los quieres aun más que antes. No te hacía falta ese homenaje, porque nada espera quien lo da todo.
Y tú, siendo una humilde monja, has dado mucho más que toda la casta política que padecemos. Desde el convento fundaste un colegio e hiciste construir una barriada. ¡Qué contraste con los famosos pisos de la UGT! ¡Qué de fondos reservados han dado mucho menos rendimiento a la sociedad! Tú sí que sabías lo que era la Justicia Social. Si en lugar de religiosa hubieras sido maestra de escuela y hubiera hecho la mitad, la cuarta parte de lo que hiciste, quizá ahora tu cara aparecería modelada en alabastro en los principales edificios públicos.
Tal vez alguno de estos que ahora te niegan, que escupen en tu pasado y se mofan de tu figura, lo que de verdad no te perdonan es que no fueras fusilada en el Cerro de los Ángeles, donde las piedras lloraban al ver fusilado a Cristo. Tal vez ellos querían saberte mártir. Tal vez era precisamente eso lo que, en estos tiempos donde los huesos de los muertos se agitan como hachas de guerra, era lo que más les pesara: que tu sola invocación pudiera hacerles caer a muchos en la cuenta de que muertos, los hubo en los dos bandos.
Así, que los enemigos de la religión católica se opongan a que tu memoria se recuerde es lógico. Menos lo es que lo hagan los agnósticos, pues a fin de cuentas tu paso por la tierra se describe con una palabra, caridad, que no parece a primera vista que pueda irritarles. Pero que los que se dicen católicos se callaran... en fin, tu les perdonas, y yo debo hacerlo también. Y callar lo que pienso.
Que ellos sigan viviendo del Estado, de nuestro dinero. Tú, sigue viviendo de nuestro amor.
Sobre tu homenaje, no te preocupes. Estoy seguro de que, tarde o temprano, lo tendrás. ¿Cuándo y cómo? Tú lo sabes muy bien: será lo que Dios quiera, como Dios quiera, cuando Dios quiera. Mientras, por favor, cuida de nosotros.
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Fermín Urdiola -