ECUADOR EN SU LABERINTO
Inmaculada MOMPÓ
El 26 de noviembre los ecuatorianos van a elegir en segunda vuelta, o balotaje, al futuro Presidente de la República, de entre los candidatos Álvaro Noboa y Rafael Correa. A pesar de que los sondeos le eran adversos en el primer turno, el liberal Noboa aventajó en cuatro puntos porcentuales al izquierdista Correa. De confirmarse el triunfo de Noboa, el Presidente venezolano Hugo Chávez, por cuarta ocasión consecutiva en este año, vería frustrado su anhelo de extender su influencia ideológica a otros países de América. En mayo Álvaro Uribe fue reelegido en Colombia; en junio, en Perú, Ollanta Humala fue batido por Alan García y en julio, en México, Andrés López Obrador perdió su oportunidad, aunque a fecha de hoy todavía se empecina en no aceptar su derrota con una actitud intermedia entre la insumisión y la insurrección. Todo sea dicho, a Chávez le quedó el consuelo de contemplar este mes de noviembre el triunfo en Nicaragua del sandinista Daniel Ortega, a quien se recuerda por haber derribado (en buena hora) la dictadura de Somoza, por su franca alineación con la Unión Soviética y la escandalosa corrupción de los altos cargos durante su anterior mandato.
Rafael Correa, exactamente igual que Humala, López Obrador y Ortega, comparece a los comicios avalado por el padrinazgo de Hugo Chávez. Precisamente está por dilucidar si este respaldo venezolano supone una ventaja o, por el contrario, proporciona un lastre adicional ante electorados recelosos del intervencionismo foráneo. De momento Correa ha puesto sordina a su retórica sobre el "socialismo del siglo 21", de claras resonancias venezolanas, pero conviene tener muy presente su intención de convocar una Asamblea Constituyente, lo cual inevitablemente lleva a establecer un paralelismo con el caso boliviano, de incierto desenlace hasta la fecha.
Para hacernos una idea más aproximada del escenario sobre el que antes de cuarenta y ocho horas se van a desarrollar acontecimientos que prevemos de suma importancia, conviene recordar algunos datos. Desde 1997, han salido de Ecuador cuatro millones de emigrantes, una muy significativa parte de ellos hacia España. Estímese lo desproporcionado de la cifra al considerar que la población actual del país ronda los trece millones. Allá se ha establecido una dramática marca difícil de superar: en todo el mundo no existe otro país con mayor aumento de la pobreza pues, en sólo diez años, la población pobre ha pasado de representar el 12% del total hasta casi un 71% y una tercera parte de sus habitantes padecen pobreza severa. Casi tres cuartas partes de la población laboral permanecen en situación de desempleo o subempleo. Según datos de 1998, el 42,5% de la riqueza nacional se concentraba en sólo un 10% de la población, mientras que el 90% de los ecuatorianos había de conformarse con el resto. La congelación de las cuentas llevada a cabo ese año sumió a una parte importante de la población en la pobreza. El Estado se hallaba inerme e incapaz de diseñar estrategias de desarrollo, por culpa del abrumador peso de la deuda externa. Ese mismo año, el 7,6% del gasto en sanidad tuvo como destinatario al 20% de la población pobre, pero sorprendentemente una cantidad igual de ciudadanos, otro 20%, aunque de extracción socioeconómica media y alta recibió el 38,1% de la partida sanitaria.
Es plenamente lógico que vastas capas sociales deseen abandonar su país o, más exactamente, huir de la miseria que se ha adueñado de un país por culpa de una nefasta clase política. Por más sorprendente que resulte, Ecuador es productor de abundante petróleo y reúne las condiciones teóricas para proporcionar bienestar y prosperidad a sus habitantes, aunque los hechos son por desgracia diametralmente opuestos. Es dudoso que cualquiera de los dos candidatos en liza sea capaz de enderezar el rumbo de una nave claramente a la deriva. Poco probable que lo consiga el liberal Álvaro Noboa, encarnación de las viejas políticas que han desembocado en una situación de intolerable injusticia y postergación de la mayoría social y que cierra la puerta del futuro a todo el país. Igualmente dudoso que el "chavista" Rafael Correa, a quien se intuye émulo de Evo Morales, pueda proporcionar a los ecuatorianos algo más que demagogia sin límites, indigenismo populista y crispación a raudales. Por añadidura, la verborrea de Hugo Chávez no cesa de presentar a Correa como si de un simple comisionado venezolano se tratara. En realidad, el candidato no pasa de ser la pieza ecuatoriana en el confuso rompecabezas "bolivariano" a medio armar.
Si algún temor podemos albergar es que, sea quien sea el triunfador, gobierne "contra" sus opositores. La única opción razonable en una situación de emergencia nacional, en un país literalmente al borde del abismo, sería la constitución de un gobierno de concentración que aúne esfuerzos en la reconstrucción de una economía arruinada y de una sociedad humillada y desesperanzada. Pero esto, con seguridad, es demasiado pedir allá donde la partitocracia impera.
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Rafa -