FALSIFICACIONES Y RÉDITOS DE 1714
Miquel PORTA PERALES
El politólogo británico Anthony D. Smith advierte que el nacionalismo inventa la nación seleccionando aquellos rasgos o hechos, reales o imaginarios (lengua, mitos, símbolos, historia, tradición, cultura, carácter, etcétera), susceptibles de cohesionar el sentimiento de identidad nacional. Y Smith concluye que el nacionalismo convierte la nación en un «relato que recitar» y «aprender a través de las imágenes que proyecta, los símbolos que usa y las ficciones que evoca». En resumen, la nación sería un conjunto de fábulas históricas y figuras literarias. Al respecto, el proceso de invención de la nación catalana durante el XIX es paradigmático: se manipula y mitifica la historia al tiempo que se nacionalizan determinadas características de orden local o comarcal previamente depuradas de lo extraño, que suele ser lo español. Y en ese proceso, el 11 de septiembre de 1714 -ejemplo de cómo se tergiversa la historia a mayor gloria de la nación inventada- ocupa un lugar de privilegio. Ante la inminente celebración de la Diada, conviene cuestionar la interpretación oficial y repasar lo sucedido en su complejidad. Y conviene también sacar alguna conclusión en clave de presente.
Se debe empezar recordando que el 1 de noviembre de 1700 Carlos II muere sin descendencia y que su último testamento otorga la corona de España a Felipe de Anjou, que se convertirá en Felipe V. Se debe recordar también que, después del nombramiento, se forma una coalición internacional (Inglaterra, Holanda, Austria y Portugal) contra un bloque franco-hispano que acumula un poder excesivo. Puestos a recordar, hay que añadir que Felipe V jura las Constituciones del Principado y que Cataluña se mantiene fiel a la monarquía borbónica hasta 1705, en que la oligarquía comercial barcelonesa firma el Pacto de Génova con ingleses y austriacos en virtud del cual el Principado cambia de bando y declara su fidelidad al pretendiente austracista, el archiduque Carlos. El Pacto de Génova data de junio de 1705, pero Carlos no conseguirá entrar en Barcelona hasta noviembre del mismo año, cuando logra acabar con la resistencia de la ciudad. Finalmente, Carlos, al ser nombrado en 1711 emperador de Austria, perderá su interés por Cataluña. Y en el año 1713, la coalición internacional también se desinteresará del conflicto y firmará el Tratado de Utrecht. Ni que decir tiene que las tropas austracistas, que habían prometido defender las constituciones catalanas, abandonan Cataluña. El 11 de septiembre de 1714 el ejército de Felipe V entra en Barcelona.
Conocidos los hechos y su circunstancia, hay que remarcar algunos detalles que el nacionalismo catalán olvida o tergiversa. Por ejemplo: que en 1702 Felipe V jura las Constituciones catalanas y, en consecuencia, no se puede decir que los borbones anulan el régimen político propio de Cataluña; que el cambio de bando que tiene lugar en 1705 -probablemente, una traición en toda regla- obedece a los intereses de una oligarquía barcelonesa perjudicada por el bloqueo del Mediterráneo impulsado por la coalición antiborbónica; que el compromiso de los catalanes, como demuestra la resistencia al pretendiente austracista una vez firmado el Pacto de Génova, está con Felipe V. Otro detalle: contrariamente a lo que se dice, el austracismo sólo triunfó en el triángulo formado por Barcelona, Igualada y Tarragona. ¿Una guerra de Cataluña contra la imposición de un rey extranjero? Dejando a un lado que los dos pretendientes eran extranjeros, lo que resulta plausible es que estamos ante un conflicto creado por la infidelidad de una oligarquía barcelonesa que veía amenazados sus negocios y privilegios, porque si es cierto que Felipe V respetó los fueros y concedió exenciones fiscales al Principado, no es menos cierto que negó determinados prerrogativas a una oligarquía dañada por el bloqueo del Mediterráneo. Y si se trata de recordar que el Decreto de Nueva Planta fue de signo abolicionista, también hay que recordar un par de cosas. Primera: que la abolición llegó como consecuencia del cambio de bando de 1705. Segunda: que el Decreto de Nueva Planta limitó muy seriamente el poder de la oligarquía, impulsó un programa de reformas y modernización que permitió el desarrollo de Cataluña y, como dijo Vicens Vives, significó el desescombro de una sociedad feudal saturada de privilegios y privilegiados. Quien perdió la libertad no fue Cataluña, sino las clases dominantes.
Alguien preguntará por Rafael Casanova, «el héroe de la resistencia nacional catalana» que cada 11 de septiembre recibe flores en su tumba y monumento. En pocas palabras: la noche del 10 al 11 de septiembre de 1714, nuestro héroe -partidario, por cierto, de pactar con los atacantes- está en la cama; sólo acude al frente cuando le avisan de la gravedad de lo que ocurre; es herido levemente en un muslo y retirado de inmediato a la retaguardia; atendido de la herida quema los archivos, consigue un certificado de defunción, delega la rendición en otro consejero, y huye de la ciudad disfrazado de fraile. Posteriormente, reaparecerá en Sant Boi de Llobregat, donde ejercerá la abogacía sin ningún tipo de problema, recibiendo el perdón de Felipe V. En definitiva, sacando a colación la terminología del nacionalismo catalán, Rafael Casanova -vaya paradoja- no es sino un botifler, un traidor españolista.
¿La razón de la manipulación y mitificación de lo ocurrido? Al nacionalismo catalán, la tergiversación histórica, el «relato que recitar» y «aprender» de Smith, le es indispensable para cohesionarse y cultivar la imagen de una Cataluña secularmente asediada por una España de la cual hay que desconfiar o liberarse para realizar el sueño de la reconstrucción nacional. Y note el lector que si los tiempos cambian que es una barbaridad, el nacionalismo catalán -indefinición política, papel determinante del interés económico, búsqueda del privilegio bajo la forma de derechos históricos- continúa siendo hoy igual que ayer. La falsificación de 1714 todavía da réditos.
(ABC. 10-9-2006)
2 comentarios
Air Force Ones -
Miguel Pons -
El trabajo es muy razonable y, en lo que puedo discernir, muy cierto. Cataluña, hoy como con Felipe V, ha sido ocupada por Barcelona, e intoxicada por ella.
Otra cosa es que los liberales actuales, más en Inglaterra, también cojan el rábano por las hojas y para razonar sobre la historia se fijen en el significado actual de las palabras. Cuando Cervantes, Calderón y los otros genios hablaban de la República, no eran republicanos: así Calderón dice que ese ejército que vemos, vago al hielo y al calor,"la república mejor es del mundo". Por las mismas fechas y posteriores se afirmaba ser español "de nación" o nacimiento. Y aún hoy muchos hemos de recurrir al término "nacional" para distinguirnos de lo que llaman con trampa "nacionalismo" y que no es otra cosa que traición a la propia nación, o naciencia. Pura y avara insolidaridad, como en 1705.
Del mismo modo, los llamados "liberales" no son nada liberales: más bien lo contrario: no regalan, cogen en beneficio propio. Los liberalistas han tenido mucho tiempo para ajustar los lenguajes a sus sobreentendidos, del mismo modo que los leales a unas ideas del Siglo XIX se siguen llamando, hoy, progresistas y siguen siendo un extraño engendro darviniano.
Mi enhorabuena, Don Miquel.