QUIENES DE VERDAD MANDAN SON AQUELLOS QUE NUNCA ELEGIMOS
Alberto BUELA
Si un mérito político tiene Condorcet (1745-1794) al confluir en él el pensamiento de la Ilustración francesa —D’Alambert, Voltaire, Diderot— con la ideología racionalista de Rousseau, es su definición de hombre como homo suffragans. Definir al hombre como "aquel que vota" es mutilar los aspectos sustantivos de su naturaleza e historia para limitarlo a la ecuación liberal "un hombre, un voto". Nadie discute hoy que un hombre es más que un voto o que un voto no agota la naturaleza del hombre. Y que es un error gravísimo definir al hombre como "el que sufraga". Muchos han sido los filósofos que han criticado esta postura, y de entre ellos nosotros elegimos a Guiseppe Rensi, el irregular, por su brevedad, concisión y contundencia. "Si no hay unanimidad en la votación se convierte en ley aquello que la minoría no quería, tal ley al no ser aceptada racionalmente por la minoría se impone como fuerza ciega. No hay ninguna diferencia cualitativa entre tal ley y la impuesta por un tirano... entonces Rousseau dice que el consentimiento de aquellos que no la votaron se da por el hecho de que continúen viviendo en el país: Habitar el territorio quiere decir someterse a su soberanía. El ciudadano que no se expatria se entiende que adhiere a la ley" (1). Todo el racionalismo político de la Ilustración termina en el hecho brutal de la fuerza ciega: Si no te gusta, te vas. Se termina de instalar el "totalitarismo democrático".
Denunciar este sutil totalitarismo tiene hoy, por supuesto, otras variantes más sutiles y diplomáticas como, en primer lugar la inversión de la prueba: aquel que se anima a denunciar la democracia procedimental como totalitaria, es un totalitario, viene luego una seguidilla de medidas: el exilio interior, la condena del silencio de los mass media, el desprestigio por la infamia, el no acceso a las cátedras y publicaciones, en definitiva, la falta de reconocimiento. ¡No existís! diría un adolescente hoy. Este totalitarismo democrático tiene sus propios y selectos ejecutores: en primer lugar las oligarquías partidarias donde los nombres se repiten y se intercambian por años en todos los cargos del escalafón del Estado. Ora senador, ora diputado, ministro, embajador, gobernador, presidente, juez, interventor. Son los hombres confiables, predecibles, obedientes a, por decirlo de alguna manera, los poderes indirectos.
En segundo lugar tenemos los lobbies, que mediante el totalitarismo democrático, buscan por todos los medios eliminar la idea de soberanía nacional. En los pocos casos históricos en que han funcionado Estados soberanos, el totalitarismo democrático pierde terreno. No tiene capacidad de gestión, no incide en las decisiones últimas e importantes. Los lobbies, estos grupos cerrados de presión que se crean en defensa de los intereses específicos de sus miembros en detrimento del bien común general, se multiplican y son eficaces cuando se ha disuelto la idea de soberanía nacional. Así la administración de los Estados no tiene objeto de preferencia y es fácil presa de las presiones lobbísticas. Los gobiernos son gobiernos de lobbies y los parlamentos sólo tienen por tarea convalidar los paquetes de medidas propuestos por estos poderes indirectos.
En estos días tenemos un ejemplo mundial de cómo funciona este sistema de embaucar a los pueblos. El vicepresidente de los Estados Unidos, Dick Cheney, principal impulsor de la terrible y devastadora guerra contra Iraq, se opone al presidente Bush en nombre de la libertad, porque este tiene planes de prohibir el matrimonio de homosexuales. Dick Cheney es un caso emblemático. Está denunciado como lobbista petrolero y por eso instigador de la guerra contra Iraq para apoderarse de los pozos petroleros. Y ahora actúa como lobbista de los poderosos grupos gays de los Estados Unidos a favor del matrimonio homosexual y la sexualidad polimorfa. ¿Y la defensa del bien común general motivo y causa de su elección por parte del pueblo norteamericano, para cuando la deja? Otro caso. Se queja hoy la decana revista política francesa Lectures Françaises, n. 568, p. 29, diciendo: "¿Quién sostiene a Nicolas Sarkozy? (Primer ministro de Francia y candidato a la presidencia). No es difícil comprenderlo: Cuando viajó a Estados Unidos en el mes de abril por 24hs. Sarkozy buscó los medios para presidir un desayuno organizado por The American Jewish Commitee, uno de los principales grupos de presión (lobbies), de los Estados Unidos. ¿Es necesario para hacerse elegir presidente de Francia ir a buscar un mandato de una minoría (los judíos son el 2% de la población americana) que viven a 6.000 km. de nosotros? El asunto es grave y más aún si nadie da razón de la enormidad de tal comportamiento." Tomamos dos ejemplos al voleo y que nos llegaron entre las noticias del día, sobre dos de los países más poderosos de la tierra Francia y Estados Unidos. Dicho sea de paso, ellos también comparten el honor de haber sido los dos países occidentales que más tiempo han mantenido en vigencia la institución de la esclavitud y los primeros en proclamar la democracia liberal. Es decir, si las democracias más antiguas y sólidas del mundo son penetradas e instrumentadas por los poderes indirectos casi en forma descarada, ¿qué podemos esperar nosotros de las democracias periféricas y absolutamente formales? Democracias sin tradición ni convicciones. Simulacros democráticos para justificar moralmente la expoliación de nuestros pueblos.
Ante esta tristísima realidad sólo podemos constatar aquello que afirmamos al comienzo: Quienes de verdad mandan son aquellos que nunca elegimos. De lo que se deduce que nuestros representantes no sólo no nos representan sino que además nos representan mal, porque convalidan con sus decisiones, las de otros que, además, nos son perjudiciales. El desguace de los activos fijos del Estado Nacional (argentino) realizado por el gobierno de Menem (1989-1999) a través del siniestro mecanismo de las privatizaciones de las empresas públicas (petróleo, gas, agua, energía, teléfonos, espacio aéreo, etc.) es el ejemplo más claro y más directo que tenemos, para poder sostener la tesis que: Quienes de verdad mandan son aquellos que nunca elegimos. Y esto se da tanto en los espacios nacionales como en el orden mundial.
Notas
(1) Rensi, Giuseppe: "Filosofía de la autoridad", Bs.As., Doucalion, 1957, pp. 20 y 20. Filósofo italiano nacido en Verona (1871-1941) y refugiado en Suiza entre 1898 y 1908. Estuvo separado del fascismo triunfante, crítico terrible del racionalismo y del idealismo, distante de Croce y Gentile, los dos filósofos italianos más importantes de su tiempo, marginado del neopositivismo y del marxismo, sistemas generosos en promesas y salvación, se refugió en un escepticismo crítico a todo el sistema de valores de su tiempo. Fue conocido bajo el nombre de el irregular, por su concepción sobre la misión del filósofo: colui che rivolta il pensiero come un guanto. Puede decirse que el núcleo de su pensamiento invierte la fórmula hegeliana "todo lo real es racional y todo lo racional es real" por aquella otra: "lo real es irracional y lo racional es la irrealidad". Sus obras más conocidas son Los antiguos regímenes y la democracia directa (1902), Estudios y notas sobre historia, literatura, economía y política (1903),La antinomia del espíritu(1910), Lineamientos de filosofía escéptica (1919-21), Filosofía del absurdo (1924-37). En castellano se publicó en 1957 en Buenos Aires por la editorial Deucalion y distribuido por la librería Hachette su libro Filosofía de la autoridad con la traducción de Carlos Vallejo.
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