VERDADES INCÓMODAS Y MENTIRAS RENTABLES
Miguel Ángel LOMA
Al Gore, ex vicepresidente demócrata de EE.UU., premio Príncipe de Asturias y reciente Nobel de la Paz, está siendo merecedor de todos los reconocimientos mundiales gracias a su documental «Una verdad incómoda» (An Inconvenient Truth), obra premiada con un Oscar de Hollywood donde nos muestra una alarmante denuncia sobre los males del cambio climático producido por la civilización, y el infierno que nos aguarda de no modificar nuestros hábitos de consumo.
Con tantos premios y reconocimientos (y los que aún le quedan por recibir) Gore se ha erigido en el mayor profeta del ecologismo progresista, lo que enfatiza más aún su incoherencia personal entre lo que predica y lo que hace, porque además de poseer una mina de zinc en Tennessee que produce altas cantidades de vertidos tóxicos, el consumo energético de su «modesta» mansión de veinte habitaciones y ocho cuartos de baño, es veinte veces mayor que el de la familia media norteamericana. Y eso que el hombre debe parar poco en casa porque anda por medio mundo difundiendo su oscarizado documental y dando conferencias como la que impartió el pasado mes de junio en Canarias por la módica retribución de 240.000 euros.
Como en ecologismo progresista o en progresismo ecologista nadie gana a nuestro presidente Zapatero, su «Gobierno de España» (ese que cualquier día lanza una campaña publicitaria en la tele enseñándonos a utilizar el papel higiénico por ambas caras) acaba de gastarse 580.000 euros en la adquisición de 30.000 copias del documental de Gore para distribuirlas por todos los colegios españoles, una labor que ya se venía realizando entre los alumnos de secundaria de los colegios británicos y que provocó la denuncia del documental por un padre que no quería que a sus hijos les lavaran el cerebro (cosas de padres). Casualmente, el día anterior al que Gore iba a ser premiado con el Nobel de la Paz, se conocía el resultado judicial de aquella denuncia, y un juez de la Corte Suprema del Reino Unido sentenciaba señalando que, si bien las cuatro hipótesis del documental están apoyadas por la investigación publicada en respetadas revistas y de acuerdo con las últimas conclusiones del Panel Internacional del cambio Climático, cuenta con nueve errores científicos, amén de padecer un claro sesgo político, una visión alarmista, exagerada y unilateral, y un tratamiento apocalíptico que sienta como dogmas afirmaciones que no han sido contrastadas o que incluso han resultado rebatidas. Ocioso es advertir que, tras el sesgo político señalado en su sentencia por el juez británico, dicho documental ha recibido el espaldarazo definitivo para su visionado obligatorio por los críos españoles dentro de la asignatura de Educación para la Ciudadanía.
En resumen, que el documental de Gore, más que tratarse de una verdad incómoda, es una verdad a medias, o lo que es lo mismo: una mentira, pero mentira que está resultando sumamente rentable para algunos porque el tema mueve mucho, pero que mucho dinero; su difusión constituye un instrumento eficaz para sembrar la denominada «cultura del miedo». (Para una visión diferente sobre el temible cambio climático y de qué va eso de la «cultura del miedo», recomiendo la lectura de la novela de Michael Crichton titulada «Estado de miedo» (State of Fear), obra muy documentada y que, a diferencia de lo que sucede con la mayoría de best sellers de este autor, difícilmente veremos llevada a la pantalla porque no deja precisamente bien al mundillo de Hollywood).
Y es que, en nuestro tiempo, saber que nos encontramos ante una auténtica verdad incómoda es algo relativamente fácil de comprobar, porque el efecto que produce su denuncia, haya o no documental de por medio, actúa en sentido adverso de lo que está sucediendo con Gore: ni premios, ni reconocimientos, ni conferencias millonarias, ni apoyos del progresismo, ni Oscar, ni Nobel de clase alguna, sino todo lo contrario.
Si alguien quiere descubrir una verdad incómoda de alcance mundial, yo le brindo la siguiente: el macabro negocio del aborto aceptado socialmente como una conquista de la humanidad y vendido como un avanzado derecho a la salud. Esa sí que es una verdad incómoda y de efectos devastadores con los seres humanos más indefensos, que el ecologismo progresista bendice y promociona con toda paz.
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