LA XVI CUMBRE IBEROAMERICANA Y EL REY "FACILITADOR"
Jorge GARCÍA-CONTELL
Una más. Otra de las llamadas "Cumbres Iberoamericanas", la número dieciséis, concluyó después de tres días de discursos y deliberaciones en Montevideo el pasado cinco de noviembre. Se eligió ese nombre para referirse no a la cordillera de los Andes, sino a las reuniones anuales de los Jefes de Estado de los países hispánicos, incluidos España y Portugal. En realidad casi nadie toma en consideración la potencia integradora que subyace bajo una gruesa capa de retórica y protocolo estériles en estos encuentros. Buena prueba de ello fue la ausencia en la capital uruguaya de los presidentes de Venezuela, Brasil, Perú, Panamá, Nicaragua, Cuba, República Dominicana y Guatemala, que sólo fueron representados por los respectivos cancilleres. Ya se han dejado pasar dieciséis preciosas ocasiones de hacer que nuestras voces, a coro, resuenen con fuerza en el mundo y, salvo repentino ataque de lucidez en nuestros gobernantes, corremos el riesgo de reducirnos una vez más a un simple murmullo confuso y casi inaudible.
En esta ocasión se aprobó el llamado Compromiso sobre Migraciones y Desarrollo y una docena de comunicados, entre los que destacan una condena al muro fronterizo que proyectan los EE.UU., una demanda para poner fin al bloqueo económico norteamericano contra Cuba y el apoyo a la ampliación del Canal de Panamá. Si se hubiera ratificado un compromiso para desarrollar y defender de forma coordinada esa agenda ante la ONU, por ejemplo, tal vez pensáramos que no se había perdido el tiempo.
A pesar de la poca convicción de los asistentes, que dicen representar a la "Comunidad Iberoamericana de Naciones", y de su escasa voluntad de llegar a conformar una comunidad merecedora de ese nombre, ocasionalmente surge en estos encuentros algún destello de imaginación para rasgar, siquiera parcialmente, el tupido velo de rutina que se extiende sobre las sesiones. En esta ocasión hemos de reconocer un mérito indudable al presidente argentino Néstor Kirchner, enfrentado al anfitrión uruguayo Tabaré Vázquez en el conflicto de las factorías papeleras de Fray Bentos (Ver: http://bitacorapi.blogia.com/2006/032101-argentina-uruguay-cuando-la-opinion-publica-es-un-problema.php). El patagón concibió la inopinada ocurrencia de pedir al rey de España su intervención a fin de propiciar un acuerdo entre Montevideo y Buenos Aires. Es posible que, a raíz de este lance diplomático, el egregio descendiente de Fernando VII, "el deseado", pase a la Historia como Juan Carlos I, "el facilitador". Y con toda seguridad en ambos casos los sobrenombres serán igualmente falaces.
El cometido que Juan Carlos de Borbón desempeña en la vida política española no es realmente el arbitraje que la Constitución le asigna. Más bien se trata de un espectador en asiento de privilegio, perenne y muy generosamente recompensado por guardar su inactividad. Nadie ignora que, más allá de las fronteras españolas, no hay más tarea para el rey de España que la de ofrecer una imagen cordial y simpática que difusamente se asocie en los medios de prensa con la nación que teóricamente representa. De hecho, lo más destacable de su paso por la Cumbre de Montevideo se redujo a la degustación de las delicias gastronómicas del país y la pública vulneración de la ley nacional sobre el consumo de tabaco. Llamando a las cosas por su nombre, Juan Carlos de Borbón refleja fielmente el paradigma del privilegiado, indiferente a todo cuanto le rodea, y sólo preocupado por mantener a toda costa el status que no ha conseguido por virtudes o méritos propios sino por arbitraria designación de tercero. Juan Carlos de Borbón es un atípico Jefe de Estado que, ajeno al colosal embate que afronta la nación que representa, decidió a finales del pasado mes de agosto marchar a Rusia para matar, simultáneamente, su propio tedio y un oso ajeno. Como todo lo demás en la monarquía española, las cacerías regias son falsas y sólo aparentes pues gracias a Sergei Starostin, subjefe del Departamento para la Protección y el Fomento de los Recursos Cinegéticos de la región de Vólogda, sabemos que el oso abatido por el rey de España había sido previamente emborrachado con vodka y miel. Posiblemente se trate de una tradición familiar; no en vano en España usamos la expresión "así se las ponían a Fernando VII" - en alusión a las carambolas de billar que los cortesanos serviles facilitaban al monarca - cuando nos referimos a un triunfo inmerecido que alguien facilita a su fingido protagonista.
Es arriesgado aventurar qué propósito persigue la propuesta del Presidente Kirchner, más allá de la conquista de titulares en los boletines de noticias. Imaginando que algún resultado práctico produjera, conoce perfectamente que Juan Carlos de Borbón no abandonará su ocio y sus pasatiempos para intentar conciliar los intereses confrontados de argentinos y uruguayos y será en todo caso el inefable Zapatero quien medie en el conflicto. A fin de cuentas, Zapatero, Vázquez y Kirchner son hombres cortados por un mismo patrón ideológico "progresista" y con similar afición a la ingeniería social. Pero probablemente a Kirchner no se le escapa que todo hombre sensato desea mantener a Zapatero alejado de cualquier negociación seria, a no ser que desee verse arruinado y humillado. Sea cual sea la conclusión de esta anécdota diplomática, triste es que constituya lo más significativo de la XVI Cumbre Iberoamericana. La integración regional, su objetivo último, parece caminar acompasada con el telar de Penólope pues el terreno que avanza el Mercosur en número de miembros equivale al que pierde a cuenta de su decantación ideológica que dificultará adhesiones futuras y, por lo demás, es innegable el avance del ALCA, que bien pudiera ostentar el lema "Divididos y sumisos".
Pensándolo bien, tal vez convenga que el ejemplo de Kirchner cunda en toda Hispanoamérica y Juan Carlos de Borbón sea requerido allá y acullá en calidad de "facilitador". En tal caso, probablemente se distraería viajando de un lado a otro para jugar a estadista. Seguro que no solucionaría ningún problema, pero muchos españoles agradeceríamos su lejanía. Y los osos de Rusia también.
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Daniel Jerez -