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Bitácora PI

TAL DÍA COMO HOY

TAL DÍA COMO HOY

José Javier ESPARZA

 

  Tal día como hoy, el dos de mayo de 1808, pronto hará doscientos años, el pueblo de Madrid se levantaba contra el poder francés instalado en España por la negligencia criminal de nuestra Corona. Aquella fecha ha pasado a la Historia nacional como un auténtico mito fundador de la España moderna: la insurrección contra un enemigo muy superior en número, la toma de conciencia popular de que la defensa de la nación era cosa suya, el inicio de un movimiento que condujo a la Constitución liberal de 1812…

 

  El nacionalismo español moderno, así conservador como liberal, nació un Dos de Mayo. Pero recordemos los términos exactos del suceso: quien se levanta es el pueblo, incluso podríamos decir que el populacho; se levanta contra un poder extranjero que no ha tenido que esforzarse en una invasión, sino que ha sido "invitado" por la Corona; las elites del país, en su mayoría, están con el francés, unos por obediencia al Rey, otros por obtusa esperanza ilustrada, otros aún por interés o por simple miedo. El Dos de Mayo fue una hazaña, sí, pero fue la hazaña de un país miserable, hundido en la podredumbre.

 

  Es inevitable recordar aquel Dos de Mayo, aquella hazaña y aquella podredumbre, en una circunstancia como la de hoy, cuando la conciencia nacional española se deshace entre la general indiferencia. El Dos de Mayo fue cosa del pueblo, y en eso debía de pensar Ortega cuando escribió aquello de que "en España todo lo ha hecho siempre el pueblo". Pero uno mira hoy al pueblo, es decir, alrededor de uno mismo, y lo que descubre es más bien deplorable. Serafín Fanjul escribía ayer en ABC un artículo impresionante sobre la visible degradación –cultural, social, espiritual- de los españoles. Hay que leerlo, porque es la radiografía más contundente de ese estado de anestesia que parece haberse apoderado de nuestra sociedad.

 

  Hoy sería el día apropiado para publicar, tal cual, la célebre Oda del jienense Bernardo López. ¿Recordáis? "Oigo, patria, tu aflicción, / y escucho el triste concierto / que forman tocando a muerto, / la campana y el cañón". Esa oda se recuerda mucho por su religiosidad bélica: "¡Guerra! clamó ante el altar / el sacerdote con ira; / ¡guerra! repitió la lira / con indómito cantar: / ¡guerra! gritó al despertar / el pueblo que al mundo aterra".

  Los niños del franquismo aún la aprendíamos, normalmente en estas fechas, junto al "venid y vamos todos, con flores a María". Algunos –empollones- incluso recordamos cómo terminaba la Oda de don Bernardo: "Que el valiente pueblo ibero / jura con rostro altanero / que hasta que España sucumba, / no pisará vuestra tumba / la planta del extranjero".

 

  Y ése es precisamente nuestro problema: que el enemigo ya no es extranjero; que España sucumbe por su propia mano. Cierto que, en el fondo, también era española la mano torva en 1808.

 

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