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EL NACIONALISMO INDIGENISTA. POSIBILIDADES Y LÍMITES

EL NACIONALISMO INDIGENISTA. POSIBILIDADES Y LÍMITES

Vicente BLANQUER


  Antes de iniciar este artículo quisiera hacer una justificación del mismo y una descripción de la realidad cultural de dos de los países con mayor fuerza de peso del indigenismo. Generalmente la distancia suele actuar como una lente de aumento agrandando problemas que vistos de cerca son menores que la idea que de ellos nos hacemos, sobre todo cuando faltos de elementos nos aproximamos a ellos no desde la contemplación de sí mismos sino acudiendo a la analogía de otros problemas que conocemos mejor. Internet ha permitido, sin embargo, un intercambio de información mucho mayor y más rápido que puede ayudarnos a subsanar esta dificultad de inicio.

  El propósito de este artículo es no sólo describir la amenaza del indigenismo, como ideología opuesta al hispanismo, sino conocerlo mejor para saber cuál es el alcance de la amenaza y hasta qué punto constituye un desafío al proyecto hispánico.
  Vamos a centrarnos sólo en el área andina porque es, aparentemente, donde los analistas internacionales prevén mayores posibilidades de desarrollo de movimientos indigenistas. Cuando leí por primera vez a Isaac Bigio de la London Scool of Economics y a Mark Falcoff del American Enterprise Institute for Public  Policy Research en su artículo “Los últimos días de Bolivia” me quedó la duda de si los intelectuales anglosajones estaban haciendo un análisis de los hechos, limitándose a ver lo que pasaba, o si había algo más. El artículo de Isaac Bigio sobre el nacionalismo aymara nos presenta a los nacionalistas aymaras como furibundos antiimperialistas americanos cuyo objetivo es impedir la salida del gas de Bolivia a Estados Unidos y cómo la única alternativa de los hispanófonos iba a ser crear su propio Estado, dejando el altiplano abandonado a la droga, a la política, a la corrupción y al subdesarrollo.
  Pero había algo que no encajaba. No es la primera vez que Wal Street coquetea con sus enemigos jurados; lo hicieron con el bolchevismo, lo hicieron con el fundamentalismo iraní, lo hicieron con los talibanes, lo hicieron con Sadam Hussein y, posiblemente, lo seguirán haciendo.

  Entonces si en el altiplano no hay nada, no hay intereses estratégicos ni petróleo sino sólo patatas ¿para qué crear un Estado más? Posiblemente la respuesta esté en que sí hay algo que genere dinero: la coca. Según el F.M.I. la droga inyecta en los mercados financieros anualmente 500.000 millones de dólares. Estados Unidos ha abanderado la lucha internacional contra el narcotráfico, pero en esta “lucha” quien no distingue entre los medios y los fines corre con frecuencia el peligro de traspasar la fina línea que separa lo lícito de lo ilícito. Para perseguir el narcotráfico los americanos crearon la figura del agente encubierto o infiltrado, al que se le permitía vulnerar la ley con el objetivo de obtener información. El problema es saber ¿cuál es el límite de esta obtención de información? Y ¿cuál es el objetivo de ese agente oculto? Si actúa demasiado pronto su misión se hunde, pero si lo que se pretende es un logro a largo plazo cabe preguntar  ¿Qué se desea? ¿acabar con el narcotráfico?, ¿controlar el narcotráfico?, o ¿canalizar el narcotráfico? El Doctor John Coleman, ex oficial de los servicios secretos americanos explica en su obra “Terror in the Skies” (1989) algunas peculiaridades de la revolución iraní. Si los ayatolahs pusieron el fanatismo los británicos pusieron el dinero. ¿Por qué la administración Carter no suspendió la venta de armas a Irán ni siquiera durante la crisis de los rehenes? Pues porque ello habría afectado al monopolio que el M I 6 ejercía sobre el tráfico del opio; “para controlarlo,” evidentemente. Otros autores como Meter Dale Scott, Alfred W. McCoy o Gary Weber han investigado esta “estrategia de lucha contra el narcotráfico” que al final se resume en “controlar” el narcotráfico, es decir sustituir a los narcotraficantes en su función. El libro de Peter Dale Scott, “Cocaine: Drugs and the C.I.A. in Central America” analiza el papel de la contra en la financiación del derrocamiento del sandinismo. El libro “Dark Alliance: The C.I.A., the Contras and the Crack Cocaine Explosion” de Gary Webb explica cómo el tráfico de cocaina y crack se “controlaba”, canalizándolo hacia ambientes marginales donde, de un modo u otro, habría llegado de todos modos, es decir hacia los ghettos negros e hispanos. Los ex agentes de la D.E.A. Michael Levín y de la C.I.A. Celerino Castillo III también abordan el tema en sendos libros: “The Big White Lie: The C.I.A.  and the Cocaine Crack Epidemia: An Undercover Odyssey”, (New Cork 1993) y “Powderburns: Cocaine, Contras and the Drug War" (Oakville, Notario, 1994).
   El antiamericanismo verbal no ha impedido a la C.I.A. hacer negocios con el opio de los talibanes y probablemente será una licencia que se tolere a Evo Morales mientras no se salga de la raya.

   Los nacionalismos centrífugos pueden relacionarse con la globalización como fenómeno no sólo político sino ideológico. El vaciamiento de contenido de función del Estado nación por parte de los organismos supranacionales crea una situación propicia para que los localismos denuncien el carácter superfluo del Estado e intenten reemplazarlo, entendiéndose directamente con tales instituciones. Los Estados Unidos a través del National Endowment for Democracy y el American Enterprise Institute, los KOMINTERN del liberalismo de obediencia a Washington, de hecho impulsan la descentralización y las iniciativas locales en un país como  modo de luchar contra la corrupción, es decir de neutralizar a aquellos que se oponen a la política estadounidense, cuando el único modo de luchar contra la corrupción es precisamente el inverso: reforzar el control y la supervisión pública sobre los poderes locales, los más vulnerables a este fenómeno. El instrumento de esta política son las llamadas Organizaciones No Gubernamentales, que son no gubernamentales en relación a los gobiernos en cuyos países actúan pero si seguimos su financiación a través de fundaciones “humanitarias,” como la Fundación Carnagie o la Fundación Rockefeller, cuya relación con determinados gobiernos hace que no se sepa dónde acaban dichos gobiernos y dónde empiezan determinadas fundaciones, la respuesta se nos presenta un poco menos clara. Como decía alguien en Brasil, hay más O.N.G.s. defendiendo los indios que indios mismos.

   Pero no nos apartemos del tema central, ¿es viable la reconstrucción del Tahuantinsuyu como preconiza Evo Morales? En primer lugar habría que preguntarse si Evo Morales sabe lo que era el Tahuantinsuyu porque no era, como él sostiene, un Estado indígena sino un Estado quechua, esto es de los antepasados de aquellos que sometieron a los aymaras, es decir, a su pueblo.
   El quechua, o runa simi, lengua de los humanos, se ha fragmentado en dos ramas, el waywash y el wampuna, las cuales se subdividen a su vez en siete lenguas en función de su intercomprensibilidad. El lingüista peruano Alfredo Torero señala el ancash y el tarma en Huanuco, el huanta en Jauja, el cañari en Cajamarca, el chachapolla en Lamas y el quechua meridional de Ayacucho y Cuzco en Perú y de Cochabamba y Potosí en Bolivia.
   De modo tal que el runasimi de los Incas es tan parecido al tarma o al huanca como el francés o el español al latín. Por otro lado no existe un correlato entre etnia y lengua porque el “quechua” que se habla hoy en zonas que nunca han sido quechuófonas es consecuencia de un proceso de expansión del quechua como consecuencia de la catequización de grupos como los chancas o los cañaris, enemigos históricos de los Incas, y lingüísticamente distintos en el momento de la conquista. El problema es que el pecado capital de occidente es la abstracción que nos lleva a olvidar que lo indígena es un término relativo inventado por extranjeros que definen a estos pueblos en relación a si mismos, es decir no por lo que son sino por lo que no son. No hay una esencia indígena. Y resulta sorprendente que la izquierda tan crítica, cuando le da la gana, respecto de lo que llama esencialismo nacionalista no vea o no quiera ver que los indígenas existen sólo en relación a quienes no se consideran tales e incluso si fuéramos un poco rigurosos diríamos que el concepto de indígena, endo genos, nacido de dentro, es aplicable a cualquier grupo humano y por tanto todos somos indígenas de algún lado.

  La izquierda indigenista suele pasar por alto que si hoy conocemos la literatura y la historia indígenas es gracias a que la malvada España introdujo el alfabeto entre pueblos ágrafos que no habían pasado de la escritura ideográfica o pictográfica. La izquierda reivindica el odio al blanco sin caer en la cuenta de que los aymaras no fueron conquistados por los españoles sino por los Incas y que difícilmente podían arrebatarles una independencia que no tenían. Los indigenistas olvidan que la correlación étnica de América se alteró de forma irreversible durante la época española como consecuencia del impacto de las enfermedades, de modo tal que los quechuas en Perú, por ejemplo, son el 16% de la sociedad. Y digo que es irreversible este cambio porque el único modo de revertirlo es mediante la guerra y el genocidio. Por esta razón la ideología del genocidio es tan importante en la mitología del nacionalismo indigenista: no tanto porque arroje luz sobre el pasado cuanto porque permite justificar el futuro. No en vano Mark Falcoff ha destacado que Robespierre y no Locke es el impulsor de estos movimientos. Estos indigenistas como Felipe Quispe, ex comandante del “Ejército Guerrillero Tupac Katari”, la  E.T.A. aymara, hoy reconvertido a la agitación de masas, siempre plantean su reivindicación del quechua y del aymara en relación al español y no de los idiomas que perdieron terreno frente al quechua y al aymara precisamente por la dominación española. El indigenismo de Felipe Quispe tiene poco que decir de los chipayas o los yurus sometidos por los aymaras. ¿Qué solución daría Felipe Quispe a los quechuas de Cochabamba y de Potosí que en principio eran zonas aymarófonas?
   ¿Y cuál sería la situación de la mayoría hispanófona de Bolivia? Porque - no lo olvidemos - el español es la lengua mayoritaria de los bolivianos pues el indígena no es ningún idioma.

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