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Bitácora PI

LA CONMOCIÓN DE UNA CITA

LA CONMOCIÓN DE UNA CITA

Alberto BUELA

 

   Cualquiera que escribe sabe que las citas son, o bien para apoyar lo que afirmamos  o bien para fundamentar lo que criticamos. No existen las citas neutras, salvo en los bodrios académicos que se escriben como compendios de citaciones. Pero esos escritos nadie los toma en serio, ni quienes los escriben ni quienes los leen, pues es sabido que forman parte del sistema de simulacro científico-intelectual para justificar los sueldos del Estado que se cobran puntualmente a fin de mes.

   Pero cuando se intenta hablar y escribir de verdad, en forma comprometida, la finalidad de las citas es para apoyar aquello que decimos o para criticar lo que no queremos hacer directamente nosotros. Y en general, aquel que se siente criticado saca la cita de contexto para radicalizar su sentido y provocar así una reacción en contrario a la buscada. Y esto fue lo que sucedió con el discurso del Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, donde el Papa citando al emperador de Constantinopla Manuel II afirmó  que en el Corán  en un primer momento (segunda Sura) se afirma que no se puede imponer la religión compulsivamente, mientras que luego a medida que el Islam se expandía por Asia, Africa y Europa, se incorpora la conversión a través de la violencia.

   Benedicto XVI apoyado en Manuel II condena esta práctica y las respuesta del mundo musulmán es la quema de iglesias cristianas y el asesinato de una monja. En tanto los líderes religiosos a través del jefe de la Unión Mundial de Ulemas (sabios islámicos) llamaba a crucificar al Papa.

 

   Una cita sacada de contexto provocó una conmoción mundial, ¿por qué?. Porque la dijo el Papa y la Iglesia católica, como afirmara Vittorio Messori, "junto con los fumadores y los cazadores, son una de las tres categorías que no están protegidas por lo políticamente correcto, y de las que, por tanto, se puede hablar mal libremente" y porque los que hoy dirigen el Islam no son los sufíes (sus místicos, como lo fue el filósofo converso René Guenón) sino los ulemas fanáticos que controlan las masas y sus reacciones.

 

   El Papa no dijo nada que de hecho no haya ocurrido en los países musulmanes:

   a) en 1992 decapitaron en Arabia Saudita a un ministro cuando se descubrió que era cristiano.

   b) en Argelia fueron asesinados, no hace mucho, una veintena de curas, monjes y monjas por el hecho de ser cristianos.

   c) en Sudán se han producido masacres tremendas de cristianos en el genocidio de Dafour.

   d) en Nigeria se produjo el genocidio de Biafra, matando todo un pueblo.

   e) en la isla Skri Lanka (Ceilán) los musulmanes asesinan sistemáticamente a los cristianos.

   f) en Filipinas la guerrilla musulmana elimina por método a los cristianos.

   g) hace tres años ante Indonesia, Portugal tuvo que rogar por la vida de los habitantes cristianos de Timor que los estaban cazando como moscas. En una palabra, y siguiendo estos ejemplos, vemos como sigue vigente aquel juicio del emperador Manuel II: "La orden de Mahoma es difundir la fe por medio de la espada en aquellos lugares donde el Islam es poder".

 

   Sin ir más lejos, Argentina en la época de Menem cambió la construcción de una plaza en los suburbios de Ryad, por una majestuosa mezquita en el centro de Buenos Aires, porque en Arabia Saudita no existe la libertad religiosa y ni siquiera se permite practicar las variantes chiita o sunnita del Islam, sino sólo el wahabismo oficial.

 

   Esta cita del Papa y la conmoción mundial que ha provocado, dio al traste con un falso concepto de diálogo que la Iglesia viene manejando desde hace casi medio siglo, pues puso al descubierto por la reacción provocada en el mundo musulmán que no existe diálogo inter religioso  entre cristianos y musulmanes. Ni los sufies ni los santos están invitados a ello, sólo los burócratas del espíritu. Pues, como afirmara lúcidamente hace unos días Luis María Bandieri: "Un diálogo, esto es - a través del logos- supone que los dialogantes tiene una identidad, que no ocultan. Y esa identidad tiene que estar en claro, porque, si no, ¿con quién estoy hablando? ¿Con un agente encubierto? La clarificación de la identidad permite el respeto mutuo. De otro modo hay ocultamiento y simulación" [1].

 

   Y para ello la Iglesia tiene que terminar con el consenso como metodología de acción política para fijarlo como meta, en una palabra, debe dejar de utilizarlo como método. La Iglesia tiene que volver a plantearse como disidente ante el orden mundial reinante dentro del cual está, y formando parte activa, el mundo musulmán fanático y anticristiano.

   Es que es sólo a partir del disenso que se puede fundar un verdadero diálogo, y de allí intentar llegar a un consenso. Pues, como  hemos dicho en otro lugar: "Nada más lejos de él, que el parloteo - hablar por hablar y discutir por discutir- y que la jovial disposición a un compromiso que no compromete a nada. Tal suele ser el tan celebrado consenso" [2].

 

   El progresismo cristiano que está metido hasta el tuétano dentro del orden moderno, que si busca un cambio lo busca a partir del proyecto moderno aunque con premisas no ilustradas (es la única diferencia con el mundo laico, liberal e ilustrado), ha quedado mudo ante la conmoción de la cita papal. La dirigencia de Occidente ha guardado un silencio vergonzante ante la reacción desmesurada del mundo musulmán que magnificó y desvirtuó una cita para ser utilizada como pretexto para justificar asesinatos futuros.

   Es que la actual dirigencia Occidental de cristiana tiene solo la etiqueta. Piénsese en lo que pudiera ser la reacción de un Zapatero, un Prodi, un Fox, Chirac, o un Lula. Nada; carecen de reacción. Es que al carecer de convicciones lo único que cuenta es el respeto a las formalidades jurídicas. Y como no existe ninguna instancia jurídica que condene el asesinato de los cristianos en los países musulmanes, guardan respetuoso y vergonzante silencio ante la cita del viejo Papa.


 


[1] Bandieri, Luis María: Cuando el diálogo es puro verso, en internet

[2] Buela, Alberto: Teoría del disenso, Buenos Aires, Ed. Cultura et Labor, 2004, p. 7

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