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EL PENSAMIENTO LINEAL: OTRA PATOLOGÍA DEL PENSAMIENTO ÚNICO

EL PENSAMIENTO LINEAL: OTRA PATOLOGÍA DEL PENSAMIENTO ÚNICO

Alberto BUELA

 

   Cuando se aplican en un solo sentido las duplas bueno-malo; progresista-reaccionario; izquierda-derecha; democrático-antidemocrático; popular-populista; tolerante-totalitario; relativista-absolutista; civilización-barbarie y tantas otras como se les puedan ocurrir a cada lector, se puede, entonces, hablar de un pensamiento lineal, sin matices, o esquematizado. Y esto es lo que sucede con el pensamiento único y políticamente correcto. Lo bueno es progresista, de izquierda, democrático, popular, tolerante, relativista y civilizado, mientras que lo malo es reaccionario, de derecha, antidemocrático, populista, totalitario, absolutista y bárbaro.

 

   Así funciona una de las tantas patologías del pensamiento único, como pensamiento lineal, ni transversal ni oblicuo ni nada. La realidad no pinta gris sobre gris como afirmara Hegel, sino que está pintada en blanco o negro. Pero la gran paradoja, la falacia sustancial de este pensamiento es que no se presenta a sí mismo como lineal o absoluto sino como su contrario, transversal y relativo. Es imposible, por más esfuerzos dialécticos que se hagan,  hacerles comprender a estos nuevos "policías del pensamiento" que la dupla izquierda-derecha es falsa de toda falsedad. Hace más de medio siglo ya lo denunciaron en nuestro país Perón, Jauretche y tantos otros (ellos la van a seguir usando siempre); que reaccionario es estrictamente el hombre reactivo, que reacciona ante la homogeneización cultural en donde la identidad está definida: por la de todos por igual.

   Que antidemocrático se dice con relación a la democracia formal o procedimental y no ante la democracia participativa; que populista significa hacer lo que el pueblo quiere; que totalitario porque se tiene una visión de conjunto del hombre, el mundo y sus problemas, que absolutista porque se sostiene algún principio como inconmovible, en definitiva, que bárbaro por rechazar y vivir de otra manera a lo postulado por la civilización occidental y cristiana ad modum neo eboracensis (en criollo: al modo yanqui).

   Pero este pensamiento lineal, como es además progresista, no acaba nunca. Y así como su meta está siempre más allá de la meta, su progresismo se transforma entonces en la "religión civil de la modernidad". Su método es la vanguardia y su drama no parecer antiguo. Dentro del nihilismo de la vida en la sociedad de  consumo,  la única trascendencia que aceptan a raja tabla los policías del pensamiento, es la del progreso.

   Hace unos días nomás me llegó un artículo de un gurú de la izquierda nacional que terminaba afirmando: "Y sólo a los pueblos expoliados y maltratados corresponderá la tarea de devolver a occidente a la conciencia del desafío verdadero y a reconectarse con las corrientes del cambio que lo recorrieran, con grandes contradicciones e inevitables avances y retrocesos, desde la Revolución Francesa en adelante". Enrique Lacolla. Y un día después el publicitado Robert Redeker, vendido como filósofo por La Nación diario también afirmaba en sus páginas que: La falta de libertad de pensamiento se debe a la ausencia en la historia del Islam de un Siglo de las Luces o de un momento filosófico como el de Spinoza" (26-9-06 p.2)

   ¿Y esta es la conciencia nacional que tenemos que recuperar, la de Occidente a partir de la revolución francesa? ¿Comienza Occidente recién en 1789, se puede reducir su significado a apenas dos siglos? ¿O acaso podemos pensar la liberación a partir de Baruch Spinoza? Seamos serios.

   Esta afirmación es la quintaesencia del liberalismo progresista del siglo XIX. ¿Y este tipo de razonamiento es el remedio que ofrece la izquierda nacional a los males terribles engendrados por la modernidad? En el fondo es una forma vergonzante de pretender recuperar la modernidad en nombre de la revolución nacional que así, nacería bastarda.

   Esta relación ambivalente con la modernidad se da en forma clara en dos corrientes de pensamiento: Una, la izquierda nacional que busca a partir de la idea de Estado-nación laico y neutro, la reivindicación de la modernidad. En una palabra, con una idea moderna intenta reivindicar la modernidad. Y otra, el progresismo cristiano que busca la recuperación de la modernidad a través de una vía no-ilustrada. No existe una vía moderna no ilustrada, salvo que se piense el barroco como moderno, pero esta corriente fue derrotada por la Ilustración que hizo prevalecer en Occidente sus creaciones políticas y culturales. El  producto de esta corriente no pudo ser otro que un catolicismo moderno que dejó de ser universal para pasar a ser ecuménico, esto es, un hierro de madera.
   Para el pensamiento nacional y popular (en Argentina el peronismo)  la única alternativa válida es la superación de la modernidad con un anclaje premoderno, específicamente en el barroco americano que fue la expresión cultural más propia y específica de la América Indoibérica, por lo menos para recuperar todo aquello que tiene de religioso la idea de nación e intentar a partir de allí su proyección postmoderna. Sobre todo en América donde la modernidad llega como una tardomodernidad y los vínculos telúricos no fueron desechos como en Europa.

 

   En una palabra, la patología del pensamiento único como pensamiento lineal encuentra en su lectura del sentido de la historia su pretendida justificación, pues la historia es para ellos la sucesión progresiva y evolucionada que como en el positivismo de Comte pasaba de una edad teológica  a una edad metafísica y de allí concluir en una edad positiva que es la de ellos hoy día.[1] Todo lo que huela a incienso y azufre debe ser descartado, rechazado de plano. Ni qué decir sobre un planteo serio acerca del hombre, el mundo y sus problemas.

   La profunda confusión metafísica de estos progresismos (el cristiano, el marxista, el socialista, el demócrata, el tecnócrata) consiste en que quieren ser a la vez filosofías del progreso y del orden. Y esta contradicción se explica así: el progreso está tomado por ellos como superación constante de límites y en ese sentido va en contra de la idea de orden que no puede establecerse sino poniendo límites. El lema "orden y progreso" de la bandera de Brasil tomado del positivismo, es un hierro de madera, una contradicción en los términos.

   La confusión del pensamiento único es que carece de una metafísica y su error en este campo es que confunde, no tiene claro el concepto de límite. Tomó y adoptó en forma acrítica  el principio de Baruch Spinoza (1632-1677) omnis determinatio est negatio (toda determinación es negación) de modo tal que todo limite coarta la libertad individual, todo límite es perverso, todo límite es alienante, todo límite es represivo. De ahí que todas las variantes tengan como base de sus razonamientos y hablen siempre de: progreso ilimitado.

 

   Pero si tuviera el pensamiento único un mínimo de sentido crítico (se llenan la boca hablando de pensamiento crítico con miles de libros al respecto) se apercibiría a poco de estudiar, de detenerse, que el límite es aquello que constituye la cosa, es aquello que la define en lo que es. Pero al mismo tiempo el límite nos indica las posibilidades reales de la cosa. Pues el ser, es lo que es más lo que puede ser. Es un conflicto de potencia y acto. Así la noción e idea de límite es aquella que nos permite,   en un todo de relaciones como es la vida social y política, existir, ser. Y así se puede entender la idea de orden como variedad de partes, limitadas cada una en lo suyo y propio, que tienden a un fin. 

   Por último y a manera de cota debemos decir que no se puede, seriamente, hacer o sostener una filosofía del progreso ilimitado (como en el orden económico hace el capitalismo y en el orden cultural el progresismo) pues el concepto de progreso es esencialmente relativo, puesto que depende de la opinión profesada por aquél que habla sobre la escala de valores que se dice progresar.

 

   Planteado desde un realismo político el sentido de la historia no es ni cíclico como en los griegos y romanos que no concebían la idea de creación del mundo por un dios, ni es lineal como lo entiende el progresismo, sino que el sentido de la historia es helicoidal, pues en la medida en que se desenvuelve va pasando por ciertas situaciones, casos, hechos y acontecimientos que ocurrieron in illo tempore de manera análogamente similares al presente, pero que no son los mismos como pretende la versión cíclica de la historia y no son radicalmente nuevos como pretende la versión progresista y liberal. Esta versión en forma de espiral del sentido de la historia, le reserva a esta disciplina un lugar de privilegio en el estudio de las cosas humanas.

 

 


[1] Si alguno de estos progresistas hubiera leído al menos a Vico (1668-1744) cuando sostiene que los pueblos pasan por tres edades: la de los dioses, la de los héroes y la de los hombres, que se corresponden a tres formas de gobierno: la teocracia, la monarquía y el democracia, al menos se hubieran hechos demócratas convencidos y hubieran podido superar la democracia procedimental de origen  norteamericana de la mano de John Rawls, que es la que han adoptado como propia sin ninguna crítica. ¡Son un hato de burros!, gritó el paisano cuando escuchó el rebuzno.

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